Ser un conacho
[Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda del domingo 14 de abril de 2019]
Ser
un conacho
CONACHO ES una palabra ferrolana con múltiples acepciones. Ninguna demasiado buena.
Casi
todo puede hacerse bien o mal. No todo es igual de importante ni igual de
bueno, pero casi todas las cosas, desde las más humildes y aparentemente prescindibles
hasta las más ambiciosas y elevadas, pueden hacerse del modo adecuado o de un
modo incorrecto, de un modo que saque lo mejor de ellas o que, por el
contrario, las desvirtúe. Hay actitudes que dignifican lo que se hace. Y las
hay que arruinan lo que tocan. El cómo hacemos algo marca completamente la
diferencia.
Y
ese cómo depende casi siempre del porqué. De las causas que nos mueven, de los
motivos por los que acometemos una empresa. Ninguna ocupación, ninguna iniciativa,
por loable que sea, concede por sí sola la virtud a sus actores: todas pueden
hacerse por las razones equivocadas. Tras el objetivo más admirable pueden
esconderse –y de hecho lo suelen hacer- la estupidez, la ambición o la
banalidad. Estudiar, trabajar o cuidar enfermos en Calcuta es, a veces, el
resultado de una decisión más que dudosa. También escribir, componer u
organizar un festival poético. Y se nota, se nota siempre.
En
ocasiones, lo que se intenta es engañar a los demás. Asociaciones que son
trampolines, ONG que son tapaderas, intereses que son poses y, en general,
fines que son medios. Sobran ejemplos, famosos y de andar por casa. Y ojalá la
vida acabara poniendo a cada uno en su sitio, pero no es así. También sobran
ejemplos. En otras, en cambio –y es lo que me importaba hoy-, el engaño es a
nosotros mismos. Nos contamos una milonga: vamos a comenzar a, o a meternos en,
o a ponernos con. Porque nosotros siempre. Y por un tiempo nos lo intentamos
creer.
Pero
no es cierto, nuestros motivos no son sinceros y, entonces, nada es como
debiera. Ni ante las dificultades tenemos la motivación y el compromiso
suficientes para luchar, ni en los logros nuestra alegría es real. Pasada la
novedad no somos capaces de esforzarnos, y la satisfacción que creemos sentir
está hueca, se desvanece en poco tiempo y nos deja como estábamos o peor. Exactamente
igual que si estamos con una persona por motivos distintos a los que deberíamos
–que no pueden ser otros que quererla-.
Y
al cabo del tiempo, al cabo de muchos simulacros, si uno tiene la suerte de experimentar
un momento de lucidez, se detiene y se pregunta qué coño está haciendo. Y sobre
todo para qué. Y, cara a cara con la verdad, comprende que ha sido un tonto.
O
un conacho. Esa es una de sus acepciones.
* * *
Un artículo muy interesante. Un saludo
ResponderEliminarGracias, Susana.
ResponderEliminarOtro.