23.4.19

Ser un conacho


[Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda del domingo 14 de abril de 2019]
Ser un conacho

 

CONACHO ES una palabra ferrolana con múltiples acepciones. Ninguna demasiado buena.

Casi todo puede hacerse bien o mal. No todo es igual de importante ni igual de bueno, pero casi todas las cosas, desde las más humildes y aparentemente prescindibles hasta las más ambiciosas y elevadas, pueden hacerse del modo adecuado o de un modo incorrecto, de un modo que saque lo mejor de ellas o que, por el contrario, las desvirtúe. Hay actitudes que dignifican lo que se hace. Y las hay que arruinan lo que tocan. El cómo hacemos algo marca completamente la diferencia.

Y ese cómo depende casi siempre del porqué. De las causas que nos mueven, de los motivos por los que acometemos una empresa. Ninguna ocupación, ninguna iniciativa, por loable que sea, concede por sí sola la virtud a sus actores: todas pueden hacerse por las razones equivocadas. Tras el objetivo más admirable pueden esconderse –y de hecho lo suelen hacer- la estupidez, la ambición o la banalidad. Estudiar, trabajar o cuidar enfermos en Calcuta es, a veces, el resultado de una decisión más que dudosa. También escribir, componer u organizar un festival poético. Y se nota, se nota siempre.

En ocasiones, lo que se intenta es engañar a los demás. Asociaciones que son trampolines, ONG que son tapaderas, intereses que son poses y, en general, fines que son medios. Sobran ejemplos, famosos y de andar por casa. Y ojalá la vida acabara poniendo a cada uno en su sitio, pero no es así. También sobran ejemplos. En otras, en cambio –y es lo que me importaba hoy-, el engaño es a nosotros mismos. Nos contamos una milonga: vamos a comenzar a, o a meternos en, o a ponernos con. Porque nosotros siempre. Y por un tiempo nos lo intentamos creer.

Pero no es cierto, nuestros motivos no son sinceros y, entonces, nada es como debiera. Ni ante las dificultades tenemos la motivación y el compromiso suficientes para luchar, ni en los logros nuestra alegría es real. Pasada la novedad no somos capaces de esforzarnos, y la satisfacción que creemos sentir está hueca, se desvanece en poco tiempo y nos deja como estábamos o peor. Exactamente igual que si estamos con una persona por motivos distintos a los que deberíamos –que no pueden ser otros que quererla-.

Y al cabo del tiempo, al cabo de muchos simulacros, si uno tiene la suerte de experimentar un momento de lucidez, se detiene y se pregunta qué coño está haciendo. Y sobre todo para qué. Y, cara a cara con la verdad, comprende que ha sido un tonto.

O un conacho. Esa es una de sus acepciones.

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Artículo íntegro publicado en el página web del suplemento Táboa Redonda del 14.04.2019.

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