Delfos y Ferlosio
[Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda del domingo 7 de abril de 2019]
Delfos y Ferlosio
AYER MURIÓ Rafael Sánchez Ferlosio. Tendría yo que saber mucho más de lo que sé para
poder afirmar, con cierta autoridad y sin limitarme a repetir lo que oigo, que
fue un intelectual admirable; así que solo diré que yo lo admiraba. Además de sus
escasas pero dispares novelas -¿quién escribe, porque sí, sobre un hidráulico
en un país inventado y cuenta con detalle cómo se deseca un campo?-, he tenido
la suerte de leer gran parte de sus ensayos; y, los que no, me esperan en casa.
Y siempre me ha maravillado. Desde luego, a veces me ha costado seguirlo en sus
disquisiciones –sobre todo en las filológicas-, pero, aun así, mientras leía
tenía la sensación de estar asistiendo a un espectáculo, a una exhibición no
solo de cultura sino de inteligencia, de la que algo me quedaría. Recuerdo
cuando, estudiando el Ius ad bellum, me
encontré con que entre las referencias citadas aparecía “la visión no académica
pero erudita” de Ferlosio.
De
noche, en ese repositorio de todo –desde lo peor a lo mejor- que es YouTube, vi
una presentación de una edición de sus Altos
estudios eclesiásticos de hace unos años, en la que charlaba con el
filósofo Tomás Pollán, presentados por el crítico Ignacio Echevarría. El
diálogo es fantástico, interese o no el tema; y en él no sé qué asombra más: el
derroche de erudición de ambos o su desarmante humildad y naturalidad, en las
antípodas de los ya habituales postureos, vendedores de humo y maestros
liendres que padecemos. Su satisfacción poco o nada tenía que ver con la
respuesta que provocaban en los demás.
Y
me acordé de una conversación que tuve el viernes con un amigo con el que hablo
menos de lo que debería. Un amigo de análisis complejos y conclusiones simples.
Yo le explicaba mi temor a andar como pollo sin cabeza, le contaba mis dudas
sobre qué hacer, en qué centrarme, qué plan seguir. Lo fundamental, dijo, es
llegar a saber qué eres, qué es lo esencial en ti, cómo quieres vivir: tu
escala de valores, tus prioridades, tus referencias, tu definición del éxito,
tus intereses sinceros. O, dicho de otro modo y resumiendo mucho, identificar
tu voluntad, despojada de cualquier condicionante externo -que no responda a
una necesidad, claro; no hablamos de eso-. Y desde ahí, desde esa perspectiva,
desde ese esquema mental, o vital, decidir. Ir decidiendo. Cada día.
Todo
cambia, y a veces cambia sin cesar; incluso nosotros, y con nosotros nuestro
planteamiento. Pero en cada momento debemos tenerlo claro. Para tener criterio
–no como el pollo- debemos conocernos.
Al
final llegamos al templo de Apolo en Delfos. A Ferlosio le gustaría.
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario