Eusebio
[Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda del domingo 21 de abril de 2019]
Eusebio
SON LAS SIETE menos cuarto de la mañana y estoy en algún punto de la Meseta. A un
lado del tren comienza a amanecer; al otro, en lugar de una horda de tártaros
como a Miguel Strogoff, o una manada de lobos como a Jonathan Harker, nos sigue
una luna llena enorme que de vez en cuando ilumina un grupo de árboles y una
casa en medio del campo. Mientras tanto, a quinientos kilómetros de allí, en la
costa lucense, un hombre llamado Eusebio, al que no he visto en mi vida, está a
punto de levantarse de la cama.
En
los tiempos en que mi blog era algo más que un lugar donde almacenar estas
columnas, en ocasiones tuve comentarios elogiosos de algún visitante;
generalmente en el transcurso de aquellos largos intercambios de opiniones que
de tanto me valieron y tanta compañía me hicieron durante unos años. Y también ahora,
desde que escribo aquí, a veces algún amigo me dice que un artículo le ha
gustado. Pero nada más, lógicamente. Por eso lo que me ocurrió ayer de noche me
resulta tan extraordinario.
Cuando
me metía en mi litera recibí un correo de un desconocido. Un desconocido que me
escribía solo para decirme cuánto le gustaban mis artículos, comentaba varios
de ellos y me animaba -preocupado por mis dudas- a escribir, a seguir
escribiendo. Y me aseguraba que siempre tendría al menos un lector. Me costó
creérmelo, y apagué la luz pensando si no sería todo una broma. Incluso he
hecho un par de llamadas para descartarlo.
Confíen
en mí, créanme si les digo que, aunque lo parezca, no se lo cuento por vanidad,
sino porque verdaderamente me impactó. Como ya expliqué hace poco aquí, los
elogios dejan un sabor de boca raro, porque uno no se los puede creer; y porque
los elogios que necesitamos son los propios, y esos se venden muy caros. Pero
esto era otra cosa. Lo extraordinario de este caso es que un hombre me contaba
que se acuesta los sábados pensando en el Táboa del día siguiente, que los
domingos a media mañana, con ganas de leerlo, se sienta en su jardín con su
gata rondando alrededor, y que disfruta con lo que yo escribo. Eusebio, un
hombre que no conozco, en Foz, en un banco de una terraza que da a un jardín
que nunca he visto, me lee. Le dedica un rato a mi artículo, presta atención a
lo que a mí se me ocurrió unos días antes, y lo hace con interés y placer. Y le
suele gustar. Y a lo mejor luego se queda pensando.
Imaginar
esa situación, saber que eso le ocurre al menos a una persona en un lugar, es
sin duda lo más parecido a descubrir que esto tiene sentido.
* * *
Artículo íntegro publicado en el página web del suplemento Táboa Redonda del 21.04.2019.
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