31.12.10

Renacer con fuerza

Tras unos días con los niños en casa, vuelvo por aquí para felicitaros de nuevo; esta vez, el año nuevo.

Dice Rociolat que dicen los números que este año 2011 viene a significar algo así como renacer con fuerza. Y no me parece mala cosa. Me encantaría poder decir, cuando acabe, que eso ha sucedido; que en él, tras varios años de catarsis, he tenido la sensación de haberme dedicado ya a construir.

Os deseo muy feliz año nuevo. Nos lo deseo a todos.

Y permitidme repetir una vez más el mejor de los consejos: lo mejor que puedes hacer por los demás es ser feliz.

Besos y abrazos.

24.12.10

Noiteboa

Una vez más, llegamos a la noche para mí más familiar del año. Y una vez más la quiero compartir también con vosotros, los que venís aquí, y que leyéndome y charlando os habéis convertido en algo así como mi familia en la red.



Muy feliz Nochebuena, muy felices Navidades y muy feliz año nuevo, queridos.

16.12.10

Judt y cía.

Hola.

Es que estaba liado.

1. El otro día vi la película El hombre de la Tierra (nada que ver con Félix Rodríguez de la Fuente). En ella, un grupo de profesores universitarios va a despedir a uno de sus colegas, que tras diez años entre ellos ha decidido dejar su puesto y marcharse. Sorprendidos por su decisión y preocupados por si ésta esconde algún problema, preguntan y preguntan hasta que él acaba contándoles (esto tarda diez minutos en saberse, no les estoy destripando nada) que es inmortal, que es un hombre de Cromagnon que lleva vivo unos 14.000 años. Y que la razón para no dejar de trasladarse es evitar que a su alrededor se den cuenta de que no envejece.

Puede que el argumento les parezca, así contado, una chorrada, pero les aseguro que la película está muy bien, que es seria y resulta bastante desasosegante. Los amigos del protagonista son especialistas en antropología, arqueología, biología y religión, y eso les permite hacer preguntas pertinentes y reconocer que, aunque él no puede demostrar su historia, tampoco ellos pueden desmontársela. Y toda esa conversación entre escéptica y alucinada ocupa la película entera.

Se la recomiendo.


2. Y ayer acabé al fin Sobre el olvidado siglo XX, de Tony Judt.

A Judt llegué gracias a la recomendación de Moli, reforzada por la de NáN. Aunque desde entonces, como suele pasar en estos casos, me lo encuentro hasta en la sopa.

He terminado el libro deslumbrado. Por la capacidad de análisis y de síntesis de Judt, por su actitud crítica y al mismo tiempo positiva y, en fin, por la inteligencia que, en mi opinión, salta a la vista en cada página.

Como era de la biblioteca (aunque creo que vale la pena tenerlo, la verdad), no puedo ni ponerles citas ni comentar más que de memoria, pero lo resumiré diciendo que es una colección de ensayos independientes agrupados por temas, y dedicados a repasar ciertas facetas, como bien dice el título, del siglo pasado. No es exhaustivo, obviamente, ni es un libro de historia, pero capítulo a capítulo (y que conste que hay algunos títulos que podrían quitar las ganas de leerlos, pues parecen demasiado concretos y especializados; pero luego uno comprueba que no es así) va tocando las principales cuestiones que han ido marcando, sobre todo en el aspecto político, toda esa época.

Yo diría que los temas centrales del libro son: su crítica al marxismo y a la intelectualidad europea de izquierda que en el tercer cuarto de siglo siguió coqueteando con él a pesar de la experiencia soviética; su crítica a la política exterior de EE.UU. y a la ceguera, o cortedad de miras, que lleva décadas demostrando (el capítulo 21, en el que reseña el libro de John Gaddis La Guerra Fría: una nueva historia, es magnífico); su crítica al Estado de Israel (Judt es judío); y su defensa (en un gran postfacio) de la necesidad de una nueva izquierda, que no solo lo sea por un relevo en sus protagonistas o un lavado de cara, sino porque sea capaz de ofrecer un proyecto verdaderamente alternativo, lo suficientemente realista como para poder moverse en el actual terreno de juego, y lo suficientemente ambicioso y amplio como para no limitarse a unos cuantos parches de indignación.

Y junto a ellos yo pondría otro, menos explícito pero para mí muy interesante: la importancia del papel del intelectual, la necesidad que la sociedad tiene de él; y la exigencia de que, como requisitos para poder cumplir su función, aquel mantenga a toda costa su rigor, solvencia, independencia y honestidad intelectuales.

Por último, leyendo los ensayos dedicados a varios personajes del siglo pasado, y viendo al propio Judt, no puedo evitar maravillarme una vez más ante la pasmosa capacidad de la cultura judía, ante su creatividad, su intelectualismo (que sin embargo no se queda sin su parte de censura, en el libro), su prolijidad. Recorrer cualquier biblioteca o el panorama musical clásico bastan para asombrarse de su riqueza.


15.12.10

Intelectual

No soporto la posición de que "nosotros" debamos estar solo o principalmente interesados en lo que es "nuestro".

Edward Said, citado por T. Judt en Sobre el olvidado siglo XX



8.12.10

Señal

Hablando de (in)credulidad: qué terribles premoniciones se me ocurre podrían verse en esta hermosa señal, si lo fuese.




2.12.10

Nombre

- ¡¿Escroto?!
- Sí.
- En serio... en serio, ¿eh, papi? ¡Prefiero huevos!


18.11.10

La curiosidad de vivir

Es fácil (y maravilloso) fijarse en lo nuevo; pero a menudo dejamos de mirar a lo conocido, y nos lo perdemos.


14.11.10

Solo en casa

Por primera vez, he venido solo a Vicedo. Solo del todo. Apenas estaré veinticuatro horas, desde la tarde de ayer sábado hasta hoy domingo después de comer, pero me apetecía mucho.

No quiero ponerme cursi, pero el caso es que llueve. Escribo en una mesa junto a la ventana, y fuera, sobre el jardín y, más abajo, sobre la playa y el mar, llueve sin parar.

Esta semana el temporal ha causado daños en el muelle, ha roto un pantalán y ha tirado algún muro cerca del mar. La playa está cambiada, también.

Ayer no salí de casa; me pasé la tarde leyendo (acabé el libro de Ziegler, El imperio de la vergüenza, que les recomiendo), durmiendo y, por la noche, viendo Apocalipsis Now, edición Redux, que a pesar de su nombre es más larga. Yo Apocalipsis Now no la había visto nunca entera, creo. Me gustó bastante, me pareció tan impactante como esperaba. Y creo que Martin Sheen lo hace realmente bien. En cuanto a Brando, no se puede negar que impresiona, y mucho, aunque me parece que sale demasiado poco para acaparar tanta atención. Por cierto, su voz doblada, la de siempre, me parece tan buena, que aunque vi la película en v.o. algunas secuencias las puse también en castellano; y, aunque sea una herejía, casi me gustaban más.

Ha llovido toda la noche. Esta mañana no ha pasado el pan, así que fui paseando a desayunar. El café más rico que conozco, y aun encima el bizcocho y los churros no me los cobran. Y he jugado a la Primitiva (solo juego aquí, para comprarme esta casa), y como la señora se equivocó y me dio un boleto automático mientras yo cubría a mano otro, me lo regaló y dijo que lo jugábamos a medias, apuntó sus iniciales y las mías por detrás y me lo dio: ¿no les parece maravilloso?

Ha dejado de llover. Voy a salir un rato, antes de hacer la comida.

Buen domingo.




12.11.10

El hambre verde

Así llama Bjorn Ljungqvist, coordinador nacional de UNICEF para Etiopía, a la catástrofe (esta vez sí) humanitaria, que sufren incluso regiones fértiles de aquel país, provocada por la caída del precio en origen del café. Café producido en su mayor parte en pequeñas explotaciones familiares.

Un dato pasmoso, sobre este asunto:

Año 1990
Precio cobrado por productores: 11.000 millones $
Precio pagado por consumidores: 30.000 millones $
Año 2004
Precio cobrado por productores: 5.500 millones $
Precio pagado por consumidores: 70.000 millones $


J. Ziegler, El imperio de la vergüenza



9.11.10

7.11.10

Una mañana de domingo, un comentario y una película

1.
Esta mañana tuve que salir temprano de casa. Luego, por primera vez en al menos un año, compré el periódico y fui a tomar un café. De noche había llovido y el aire estaba limpísimo; hacía una mañana preciosa.

Leí El País. Sin deslumbrarme, me gustó la entrevista de Millás a Felipe González.

Y me acordé de este otro artículo, ojeado esta semana, sobre el alemán Die Zeit. Resulta que, a pesar de la abrumadora competencia de los medios online, el semanario tuvo el año pasado los mejores resultados de ventas de su historia. ¿La receta? Artículos más elaborados y exigentes, temas más profundos y análisis más detenidos; es decir, más calidad: un material que no se pueda leer en cinco minutos en el móvil, y que aporte algo que lo que sí se puede leer de ese modo no ofrece.


2.
Iba a escribir una entrada para airear la discusión sobre Obama, donde hay posturas encontradas, pero he releído otras conversaciones anteriores, de post pasados, y se me han quitado las ganas, porque veo que nos repetimos.

Y además hoy también he leído un artículo de Bernard-Henri Lévy, y veo que me ha pisado el post, el tío...

Pero quiero dejar clara una cosa: las razones por las que parte del electorado estadounidense lo condena no tienen ningún misterio (y seguramente son, repito, el mejor argumento a su favor). Tampoco que lo hagan nuestros conservadores. Sin embargo, el rechazo de parte de nuestra izquierda a admitirle cualquier bondad, aunque solo sea relativa, me exaspera. Por lo que sobre nuestra izquierda dice eso.

El ejemplo más claro es la reforma sanitaria todavía en marcha: una reforma que llevan décadas intentando, contra la que se han estrellado los pocos presidentes que se han atrevido a jugársela, y que quizá tenga más culpa de estos resultados que la omnipresente crisis; y que, como lógica y desgraciadamente ha salido rebajadísima del acoso y derribo al que la han sometido sus oponentes, ahora nosotros, que vamos de sobrados, la tachamos de tibia y la esgrimimos ¡como prueba en su contra! Manda carallo.

Sé que el papel de la conciencia que no se calla, que no transige, que no pierde de vista lo correcto por inasequible que resulte, es imprescindible; pero creo que si esa izquierda nuestra pretende hacer algo más que análisis teórico y quiere volver a pintar algo, debería abandonar la purista actitud de "si no está todo bien, está todo mal".

Yo considero un error no ver los logros parciales.

Como Obama les dijo a los republicanos hace un año, no se puede creer "que solo defendemos nuestras ideas cuando nos aceptan el 100% de nuestras ideas".


3.
Acabo de ver Sarabanda, de Ingmar Bergman.

La madre que lo parió.

Menos mal que el dvd no traía cuchilla de regalo...

Vaya mierda de vidas, relaciones atormentadas y soledad. Tal vez un panorama realista a la luz de un análisis lúcido. Supongo que el de Bergman. Pero, por suerte, la experiencia de vez en cuando nos da muestras de que la vida es más que lo que nuestra lucidez analítica podría llegar a concluir.


5.11.10

Revés a Obama

Me alegré mucho de su victoria, y lo he defendido varias veces, aquí.

He insistido, al hacerlo, en que partía de la base de que a un presidente de EE.UU. no se le puede pedir, por el momento, que no sea presidente de EE.UU. Y, por tanto, que hay críticas muy lógicas y fundamentadas que, en mi opinión, se refieren a cosas que vienen "de fábrica"; y ese es el marco de referencia que asumo a la hora de valorarlo. Lo resumo diciendo que, hoy por hoy, y tratando de ser realista, es el presidente de EE.UU. que quiero.

En mi opinión, uno de los principales argumentos a su favor eran (o son) sus adversarios. Políticos y mediáticos. Ver las resistencias que suscita es, para mí, una prueba de sus intenciones.

Y creo que se entiende mucho mejor lo que quiero decir, lo positivo que sigo viendo en Obama, cuando se ve la alternativa. Como ahora. Temible.

Y el cambio podía parecernos insuficiente, no lo dudo, pero, paradójicamente, iremos viéndolo más y más grande conforme se vaya alejando...

Una pena, para mí; con todo, con todos los peros que ustedes quieran. Una pena que Obama, como ya preveíamos, tenga casi todo en contra en casa, y se pueda acabar cuando todavía está casi empezando.

2.11.10

Día de difuntos

Paseamos y hablamos de la pena; por los otros y por uno mismo. Hablamos de la vida, de la visión personal de la vida. Y hablamos de la muerte.

No entiendo (literalmente) a quienes de morir temen el dolor, para mí tan insignificante al lado de que todo se acabe. Yo no puedo olvidarme de la muerte, y tengo que luchar para que no lo marque todo.

Sé que mi angustia por la futura muerte de mis padres, de mis abuelos, fue mucho más que unas cuantas noches de llanto infantil. Sé que la angustia por la mía, que comenzó al tener hijos, suponiéndola (y deseándola) anterior a la suya, será difícil de vencer.

Es despedirse, lo terrible. No volverse a ver.



Y esa consciencia de que la vida ya no podia ser cualquier cosa y había comenzado a tachar opciones, que significó dejar la niñez, ha estado siempre agudizada sin duda por la certeza del punto final, de que había una única oportunidad.

No obstante, somos supervivientes, y he descubierto que todo lo define el presente. Que, como dije aquí, ya puedo volver atrás, a los sitios y las personas, sin sentir que el tiempo pasado es únicamente pérdida. Parece que la tristeza de comparar expectativas (aun imaginadas) y realidad ya se ha pasado.

El presente.

24.10.10

La aldea

El viernes fuimos los niños y yo, con mis padres, a la aldea de mi familia paterna.

Voy muy poco, y con Paula y Carlos menos aun. Creo que hacía al menos tres años que ellos no iban; ella decía no recordar nada, y él, menos, claro.

Da un poco de pena, volver. Como cantaban Los Chalchaleros, la casa ya es otra casa, el árbol ya no es aquel... ni los campos, las chousas, las leiras, ni las corredoiras ni el río. Le parecen otros, a mi padre, que pasó gran parte de su infancia allí y es quien tiene recuerdos. Y no es solo eso, no es solo que pase la vida, sino que casi toda la que había en las aldeas ha desaparecido. Las aldeas están vacías y apenas queda gente joven. Cuenta mi padre que en sus tiempos, los domingos después de misa se organizaban partidos de fútbol entre todos los chavales; ahora hay una sola niña.

Pero, como siempre, casi todo depende de la mirada. Ayer mis hijos hacían que todo fuera diferente, en especial para él; su mera presencia y la ilusión que ponen en nuestras vidas hacían que pudiese (que pudiésemos) mirar adelante a pesar de la nostalgia. Los niños no permiten detenerse mucho rato a llorar por el pasado que no volverá.

Fuimos, él, ellos y yo, a dar un paseo. Y llegamos al verdadero Portorosa.



Mi padre y mis hijos, a mi vera :)

Y acabamos entrando en a chousa do muíño. Para los niños fue una aventura, por las dificultades; para mí, emocionante y reconfortante, por la compañía; y para mi padre, quién sabe. Porque en ella, en este prado donde de pequeños llevaban las vacas a pacer, se echaron hace siete años, como él había pedido, las cenizas de su hermano, mi tío, una de las personas a las que más he querido, y cuya muerte es la única que aún hoy no he podido aceptar y me sigue sumiendo en una profunda tristeza.







18.10.10

Costa de Loiba: o Picón

Un hombre sentado en un banco

¡Eh, que soy yo...! Un poquito de caso, ¿no?









Al fondo, muy pequeños, los agullóns de Ortegal



Pero, para que quede claro que Galicia no es mérito nuestro, vean qué había junto a esos acantilados.



Es una fusión de hórreo y barco, como deconstruidos.

No se aprecia muy bien, pero conjuga una estructura arbórea con unos tejados de pizarra típicos, una chimenea historiada al uso y una puerta de madera y reja... ¿castellana?

Unos paisanos nos dijeron que ya se habían gastado más de 100 millones en ella.

Aún no está habitada, pero ya tenía parabólica.

11.10.10

Microrrelato: Braga

[El tema del taller era la conspiración]

La inercia familiar, un sistema educativo que obligaba a elegir demasiado pronto y la conjunción de genética, estímulos y educación que lo llevaron a aprobar la oposición a la primera, antes de que le diese tiempo a saber que aquello no era lo suyo, hicieron que acabara ingresando en la Marina. Un curso de comunicaciones para el que fue propuesto por el comandante de su primer destino tras la academia lo condujo a Madrid, en cuya calle Almirante, precisamente, una mañana en la que un profesor faltó, vio en el escaparate de la agencia de viajes “El navegante” el anuncio de un combinado Oporto-Coimbra-Guimaraes-Braga, que había sido exactamente el recorrido de la luna de miel de sus padres. La lectura reciente, a raíz de una recomendación en un blog conocido, de una novela de Robertson Davies sobre psicoanálisis junguiano, y los posteriores comentarios sobre sincronicidad de un amigo suyo aficionado a las artes adivinatorias, consiguieron que aquello le pareciera, si no una señal, sí lo bastante curioso como para entrar a preguntar.

Su abuelo materno y Franco, Francisco, con sus ideas políticas y su empeño en encarcelar opositores, respectivamente, conformaron el ambiente político en el que tanto ella como sus hermanos mayores crecieron, y que explicaba el entusiasmo con que aceptó aquel intercambio de quince días, rechazado a causa de un compromiso familiar por su compañero de departamento, en la evocadora capital de su añorado antiguo Reino de Galicia; como explicaba también por qué el paseo de su última tarde en Portugal se prolongó más de la cuenta al oír, cuando ya se dirigía de vuelta al hotel, las notas del “Grándola”, y bajo los efectos de un ataque de romanticismo revolucionario se dejó llevar por callejuelas que la conducían, sin que ella lo supiera, a la Universidad.

De los innumerables ejemplos que veía a su alrededor, el de su difunto e infeliz tío había sido el que más había influido en el terror a la frustración que lo atenazaba y le impedía año tras año tomar decisión alguna por temor a equivocarse, y que era la causa de que él llegase a Braga, a sus años, soltero y sin compromiso. Aunque el exceso de conversaciones de bar, de camaradería, de lecturas pretenciosas y de sexo individual, y la cada vez más patente sensación de que el tiempo pasaba y él lo perdía todo en coger impulso, hacían que desease dejar de estarlo de una vez.

Ella, tras su última decepción amorosa precipitada por un regreso a casa a una hora poco habitual un día que se encontró mal, se sentía en cambio con ganas de amistad, de charlas de café, de lecturas y de libertad sexual.

Y fue otra libertad, la que él sentía en cuestiones políticas cada vez que estaba en el extranjero, sin la losa de los sospechados prejuicios ajenos que en España pesaba sobre él, la que le llevó, al leer unos carteles que anunciaban un acto con el título de “Parlamento na rúa”, a decidir acercarse a ver qué era aquello, y encaminarse así al patio frontal de la Universidad, doblando la esquina de la calle que desembocaba en él a las seis y media exactas.

Hora, las seis y media en punto, a la que ella, que tras haber visto de dónde procedía la música había recordado que había sido un concierto de Joao Afonso, sobrino del mítico Zeca, el primero al que había ido con su ex, y hubiese decidido que le podían ir dando al Grándola y a su vila morena, doblaba también, mirando aún hacia atrás y abrazando distraídamente contra el pecho una carpeta llena de apuntes, esa misma esquina pero en dirección contraria, chocaba con un chico, conseguía milagrosamente sujetar sus papeles, que por lo tanto no caían, ni hacían que ambos se agacharan a recogerlos avergonzados, ni que se mirasen, ni se sonriesen, ni se gustasen, ni fuesen a tomar un café propuesto por él en un inusitado alarde de osadía que habría sido muy comentado más adelante, ni hablasen durante horas, ni acabasen pasando la noche juntos, ni comenzasen así la que sería la gran relación de sus vidas, y solo intercambiaba unas disculpas y seguía andando sola mientras él se sentaba y comenzaba a disimular los bostezos.





5.10.10

Educación

Esto, que para algunos supongo será reprobable, a mí sin embargo me parece una muy buena señal, todo un logro, ya.



4.10.10

Braga

[Siento decepcionarles, sobre todo si han llegado aquí a través de una búsqueda azarosa en Google, pero este post trata de una ciudad portuguesa]



Me gustó la ciudad; o su casco antiguo, más bien, pero esto es una constante en casi cualquier visita: las partes modernas, salvo excepciones, me parecen todas feas, o insulsas en el mejor de los casos.

Braga es una ciudad histórica, capital de la Gallaecia romana y del añorado por algunos Reino de Galicia. Y además de por iglesias, la mayor parte del centro está formado por edificios antiguos. Los había en mal estado, pero la mayoría estaban bien conservados, y las restauraciones me gustaron mucho; incluso las intervenciones más evidentes, con elementos más modernos: mucha madera, mucho verde inglés, todo bastante discreto y, para mi gusto, bonito. Vimos unos restaurantes muy acogedores, con una estética muy cuidada (en mi opinión, la asignatura pendiente de la hostelería de mi ciudad y de tantas otras), y comimos muy bien. Las cafeterías, lo mismo.















Y estuvimos en una librería magnífica, que además era una de las más acogedoras que he visto. Se llamaba Centésima página, y creo que por primera vez en mi vida le pedí al librero que me aconsejase qué comprar. Me disculpé por mi ignorancia sobre la literatura portuguesa, pero él pareció darse por satisfecho con que hubiese leído algo. Me recomendó, y compré, A Sibila, de Agustina Bessa-Luís, y Jerónimo e Eulália, de Graça Pina de Morais. Dos novelas de dos mujeres; para él, las dos grandes escritoras portuguesas del siglo pasado. Veremos qué tal.

La librería, como les digo, era una maravilla. Vean si no el jardín trasero.



El sábado de noche, y ayer, hubo temporal.

1.10.10

Responsabilidades

No hay espectáculo más lamentable que el de un pueblo que constantemente echa la culpa de todo a sus líderes.

Arundhati Roy, Retórica bélica.



Y se refiere a la India; qué diría de nosotros.


26.9.10

Clases de Religión

1. Ya comenté una vez que mis hijos van a clase de Religión, aunque a mí me gustaría que no fuese así.

- La profe de Religión nos explicó la historia de Adán y Eva; que habían sido los primeros hombres, y que luego se fueron al infierno por comer una manzana de un árbol donde estaba el demonio.
- ¿Os dijo que veníamos de Adán y Eva...?
- Sí.
- Mira, lo de Adán y Eva no es verdad. Da igual que uno crea o no crea en Dios: el Hombre no apareció así; la ciencia ya sabe cómo es, que procedemos de otras especies, como todos los animales.
- ¿Que venimos del mono? Eso ya nos lo dijo, pero que Adán y Eva eran los primeros hombres.
- Pues no. No venimos del mono; somos sus parientes, más o menos. Pero, en cualquier caso, lo de Adán y Eva no es verdad, no aparecieron dos personas de repente. Eso es solo un cuento y no lo puedes creer, aunque creas en Dios.


Y me quedo pensando en que Utah está más cerca de lo que pensamos.

2. Ayer comimos los tres en casa de una amiga, con dos niñas marroquíes que llevan en España un año y medio. No comen carne, ninguna, a no ser que haya sido sacrificada de acuerdo con el rito musulmán (confieso que creía que lo del sacrificio especial era solo cosa judía; que el Islam solo prohibía la carne de cerdo).

- ¿Y por qué H. y A. no comen carne?
- Porque su religión se lo prohíbe. ¿Qué te parece?


Paula pone una cara que más o menos quiere decir que le parece de locos.

- Absurdo, ¿no? Bueno, pues todas las religiones, incluida la nuestra, la de aquí, tienen cosas así de absurdas, prohibiciones y reglas que no tienen ningún sentido.


Profe de religión, 1 - Yo, 1.

24.9.10

Sincronicity

Sigo con los Diarios de Uriarte. Ayer me estaban gustando bastante, y hoy mucho.

Escribe Uriarte un par de veces sobre cómo en los buenos libros siempre encontramos algo sobre nosotros, porque siempre hablan de las pocas cosas importantes para cualquiera en la vida. Si llevamos la afirmación un poco (o bastante) más allá, supongo que podríamos decir que en todo cuanto nos rodea encontramos siempre algo sobre nosotros y lo que nos ocurre. Y ya nos metemos en camisas psicológicas de once varas.

El caso es que nos hablaba ayer Taliesín sobre sincronicidad, y hete aquí que poco después leo en el libro cómo el autor, en un viaje, se pregunta para qué sirven unas pequeñas construcciones que ve en unos naranjales, y elucubra al respecto; y esa noche comienza una novela que transcurre en Nueva York, en la que un señor de Florida, que tiene allí unos naranjales, cuenta exactamente qué son esas cosas que él ha visto.

Esto pasa mucho cuando lees, y es bastante asombroso. Lo explicarán las leyes de la estadística, pero da la impresión de que se ha producido un efecto telepático que otorga a la lectura un aura casi mágica.

Y yo me quedo con el doble rizo de la sincronicidad sobre la sincronicidad, o algo así.

En otro orden de cosas, como diría un periódico, me gustó leerle esto:
¡He estado en tantos museos donde lo más excitante que he visto ha sido el culo de alguna visitante!

Porque me acordé de mí en el Prado:
Con ambos en línea, tiene mayor poder de atracción un buen culo que Las meninas.


23.9.10

Ritorno

He terminado el curso 2009-2010. Espero ahora ilusionado el siguiente paso.

Acabó en Madrid, donde, como siempre, me sentí de maravilla: amigos (sobre todo amigos), gente distinta y otras formas de llenar el tiempo.

Me leyeron el Tarot. Pregunté si alguna vez me iba a sentir satisfecho profesionalmente. En resumen, la respuesta fue que no, porque a mí el trabajo (cualquier trabajo) no me interesa. La lectura no es que venciera mi incredulidad, pero el... ¿tarotista? me impresionó por su perspicacia y su agudeza para el análisis. Me hizo pensar mucho.


Estoy leyendo los Diarios de Iñaki Uriarte y me están gustando bastante.

Entre otras cosas interesantes, dice una que me ha sorprendido porque me he dado cuenta de que a mí también me ocurre:

He llorado muchas veces en el cine, pero nunca leyendo una novela.

Y me encanta leer; más que el cine, seguro. Pero parece que leyendo es más fácil mantener una distancia, que uno lee desde fuera, que por muy enfrascado que esté en la lectura no llega a olvidar que es el lector; mientras que una película, sin necesitar ser una obra maestra, puede llegar a resultar mucho más verosímil.

Tal vez hay ejemplos más claros de esta diferencia, como el miedo o, sin duda, la risa.

Aprendo también una frase estupenda de Mencken, aplicable hoy todavía a ciertas formas de vivir la moral:
Puritanismo: el obsesivo miedo a que alguien, en algún lugar, tal vez sea feliz.

Por cierto, si uno busca Iñaki Uriarte en Google, lo segundo que aparece es el blog de Ernesto.


16.9.10

Paul

Tiene que costar mucho, mucho, aceptar que fuiste aquel chico que compuso y cantó Yesterday, y que ya no lo eres ni volverás a serlo.

10.9.10

Enfrascado

Llevo unos 40 días, desde que acabó julio, estudiando casi sin parar. Bueno, estudiando no, por fortuna (me daría algo, a estas alturas), sino haciendo trabajos para varias asignaturas.

Aunque desde que empezó septiembre Paula y Carlos están otra vez conmigo, solo paso las mañanas y las noches con ellos (estoy de vacaciones de nuevo, hasta el próximo lunes), y por las tardes trabajo a marchas forzadas; unas siete horas diarias dedicadas a leer y escribir.

Y compruebo hasta qué punto me absorbe, ocupa casi toda mi atención y consume mis energías. Y eso que me gusta y, a pesar del atracón, estoy disfrutando bastante. No se trata de esfuerzo, ni de sacrificio, ni de tiempo, sino de implicación y, digamos, monotemización intelectual. Lo tengo siempre en la cabeza e incluso me cuesta hablar de otras cosas; al menos con adultos.

Y supongo que escribir, o componer, o pintar, o cualquier actividad de ese tipo provocará unos síntomas parecidos. Igual que un puesto de trabajo que exija ese grado de implicación personal y de concentración.

Esto para mí es excepcional, pero hay gente que vive así.

¿Cómo afecta a sus relaciones personales?

30.8.10

Pobrezas

También copiado de El mundo de los prodigios:

A menudo me ha sorprendido qué bien entienden las personas acomodadas e incluso los ricos las privaciones físicas que sufren los pobres, sin tener la menor idea de cómo es la sordidez intelectual en la que viven sumidos, que es uno de los elementos causantes de sus desdichas.

El texto no se refiere a tener poco dinero, simplemente, y mucho menos a haberse quedado sin él; sino a vivir (y puede que incluso a haber nacido) en la miseria.

Y yo aclararía otra cosa: es una miseria dentro de nuestra sociedad y nuestra cultura, y hasta diría que más bien urbana. Es decir, es una vida de privaciones materiales en un entorno en el que lo material determina por completo el tipo de vida. Nada que ver con un yogui de Benarés.

Pues bien, yo creo que eso es así: que la pobreza material suele llevar emparejada otra intelectual, y que ésta que se convierte en una cadena, en arenas movedizas que impiden escapar.

Pero suena tan incorrecto que dudo. Y me gustaría plantearles la cuestión a todos ustedes. Y especialmente a una persona: además de que su experiencia laboral convierte la suya en la opinión más autorizada de cuantas conozco, la forma que creo que tiene de acercarse a los demás hace que su punto de vista me interese especialmente... ¡LLS, esto va por ti!

¿Existe esa pobreza intelectual en la pobreza?

Por supuesto, no hablo de capacidad intelectual, ni mucho menos de otras cualidades de las personas. Hablo de recursos intelectuales y de algo así como de horizonte, de miras, de posibilidades...

¿En caso afirmativo, es efectivamente una de las causas de sus desdichas?

No me refiero a si les hace sentirse infelices, sino a si objetivamente contribuye a crear o al menos a agravar sus problemas; a si es un lastre sin el cual tendrían más posibilidades de salir de su situación, a si podrían abrir puertas que ahora tienen cerradas.


26.8.10

No hay más ciego que el que no quiere verse en el espejo

...al igual que tantas otras personas que van perdiendo los papeles, confundió aquello con una nueva sabiduría.

El mundo de los prodigios, Robertson Davies


22.8.10

Pobre Emilio

Emilio tiene el pelo gris de punta y gafas redondas, está muy moreno y tiene los ojos un poco rasgados, o es que su gesto normal es entrecerrarlos. Va a cumplir sesenta años.

Suele ir a caminar, en pantalón corto y camiseta, y camina rápido y con esa mueca, con los ojos así y la boca tensa en una sonrisa crispada.

Emilio se quedó viudo hace unos años. Su mujer murió bastante joven. Él no la quería, y sus hijos no lo quieren a él. Y no tiene amigos, porque es un hombre muy raro al que los demás consideran un poco trastornado, y siempre está solo. Nunca se preocupó por nadie, ni fue cariñoso ni considerado. Probablemente no fue capaz.

Y cada vez anda más rápido y tuerce más la boca.

20.8.10

Resquebrajando armaduras

Qué claridad:

¿No sabe usted qué es el fanatismo? Es sencillo: se trata de un exceso de compensación frente a la duda.
Mantícora, Robertson Davies


17.8.10

Contra el sentido común, II

Ya hubo un Contra el sentido común, y gracias a escribirlo me enteré de la definición de esa expresión, que como ven nada tiene que ver con la de sensatez, que es lo que primero nos viene a muchos a la mente:


sentido común.
1. m. Modo de pensar y proceder tal como lo haría la generalidad de las personas.


Y hete aquí que vuelvo a encontrarme con el sentido común, y de nuevo es criticado:

...todo lo que da grandeza al hombre, por oposición a una mera criatura sensible, es caprichoso cuando se pone a prueba con eso que se suele llamar sentido común. ¿Le parece que el sentido común viene a ser el cúmulo de opiniones que se tenían ayer? ¿Cree que todo avance realmente grande comienza en el terreno de lo caprichoso? ¿Supone que la fantasía es no ya la madre del arte, sino también de la ciencia?
Mantícora, Robertson Davies


12.8.10

IKEA en Galicia

IKEA ha entrado en Galicia. Y no quiero decir que ya haya uno, sino que ha entrado de verdad.

Lo hizo ayer por la tarde. Yo fui testigo, y mi madre la artífice.

Resulta que ya hay un IKEA en Galicia, y ayer fui por primera vez. Llevé a mi madre, que no había ido nunca a ninguno. Estuvimos siete horas.

Por cierto, nunca había visto tantas tías buenas en ninguno. Claro que nunca había ido en verano, y probablemente haya que atribuir parte del mérito a eso: cuerpos morenos, poca ropa, en fin.

Pero me voy del tema...

IKEA no ha entrado en Galicia por haberse instalado aquí. Eso es anecdótico. Ni lo ha hecho porque su publicidad ya esté en gallego; ni siquiera porque algunos de sus empleados lo hablen. Todo eso es superficial.

El paso decisivo que de verdad implica su completa asimilación cultural, el que la convierte, recién llegada, en algo propio, parte de nosotros y de nuestra idiosincrasia, que la instala ya por siempre entre nuestras raíces, el hito antropológico que la integra en lo más profundo del alma de este pueblo, es que mi madre compró unas flores artificiales SMYCKA para el cementerio.

Para poner entre el verde.


10.8.10

Mi psicoanálisis junguiano

En nuestros largos paseos, Taliesín me ha explicado alguna cosa de los junguianos. Y de aquellas charlas yo más o menos saqué la idea de que son los esotéricos de los psicoanalistas. O eso, o Taliesín es el esotérico de los junguianos...

En cualquier caso, resulta que en Mantícora, de Robertson Davies (y traducido magníficamente por Miguel Martínez-Lage), se sigue de principio a fin el análisis junguiano del protagonista.

Y ayer leí estupefacto mi retrato, repetición del que ya había oído en alguno de aquellos paseos.


...el hombre aprehende el mundo que le rodea sobre todo de cuatro maneras distintas (...): pensamiento, sentimiento, sensación e intuición.

...no era posible que un hombre racional hiciera una elección o estableciera un orden de prioridades entre las cuatro opciones, prefiriendo de manera natural la razón. Nacemos con una predisposición innata hacia una de las cuatro.

Sí dijo en cambio, cosa que me agradó, que el pensamiento (que yo prefiero llamar razón) era la principal función de mi carácter. También pensaba que no estaba yo mal provisto de sensación, lo cual me convertía en un observador exacto, que no se deja confundir con las cuestiones propias del detalle físico.

Pero la doctora (...) me puso en cambio muy mala nota en el apartado del sentimiento.


Ahora que el libro ha hecho su diagnóstico, confío en que más adelante ofrezca la cura.

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[Añado, día 11.08]


- Yo estoy dispuesto a aceptar todo lo que quiera usted decir. Estoy deseoso de seguir adelante, doctora.
- Pero aceptar una hipótesis no equivale a afrontar la verdad psicológica. No se trata de que construyamos un sistema intelectual.
- Aprendo deprisa, ya le he dicho que no tengo un pelo de tonto.
- Pero es que usted es tonto. Por supuesto que sabe pensar y sabe aprender. Son cosas que sabe hacer como un hombre moderno y bien educado. Pero no es capaz de sentir. Su penosa situación es bastante corriente, debe saberlo y más en nuestro tiempo, cuando el pensar y el aprender son actividades que han adquirido una especial prominencia sobre todas las demás. Debemos educar en cambio su hipotética capacidad de sentir, y persuadirle de que experimente sus sentimientos como un hombre, no como un niño abotargado y tarado. No debe usted tragarse sus propios análisis con tanta glotonería, decir luego "¡ajá, ya lo entiendo!", y quedarse tan contento, porque no se trata de entender nada. Lo que cuenta es el sentimiento. Entender y experimentar no son actividades intercambiables.



4.8.10

Descarnada



Así me ha parecido esta novela de John Fante, Al oeste de Roma, así me parece su literatura y así me parece buena parte de la narrativa norteamericana.

En realidad se trata de dos relatos, Mi perro Idiota y La orgía; y, aunque ha sido el primero el que más me ha impresionado, lo dicho aquí vale para ambos.

La literatura estadounidense más o menos contemporánea en general me gusta; y bastante. Pero muy a menudo me deja preguntándome en qué extraño mundo viven y qué tiene en común su sociedad con la nuestra. Ya hablé hace tiempo de que me parecían alienígenas.

Fante, escritor de referencia de Bukowski, es en mi opinión mucho más crudo que el bueno de Charles, por mucho que este tenga la fama que tiene. En ambos los ambientes suelen ser malos, incluso sórdidos, y sus protagonistas, tristes. Pero yo en Bukowski, a pesar de su leyenda negra, siempre he encontrado, aun en el personaje más desesperanzado, sitio para el amor; en Fante, no.

Porque es cuestión de amor, al fin y al cabo...

Mi perro Idiota está ambientado en los sesenta. Habla de un hombre y su familia: su mujer, sus hijos, sus perros, su nuevo perro, sus vecinos y sus coches, y su trabajo. Y la visión de sus relaciones es completamente deprimente: vacío, distancia, aislamiento, etc.

Se habla siempre del desarraigo de aquella sociedad, del diferente concepto de relaciones familiares. Pero esto no me parece desarraigo, me parece casi deshumanización. Y lo curioso es que cuando el protagonista habla de la infancia de sus hijos no hay nada que parezca indicar que todo va a acabar así, no hay nada tan diferente. ¿Cómo es posible que eso desaparezca, se muera, y sea sustituido por una relación de extraños?

Y luego está el dinero. Lo invade todo, está siempre presente, en el día a día, para cada cosa, entre cualquiera (matrimonio, padres e hijos, hermanos, vecinos o desconocidos): todo se paga, y todo el mundo asume que todo se paga. Para mí, otro elemento deshumanizador y deprimente.

Supongo que me equivoco en algo.

Escribe muy bien, claro. Si no, no pasaría nada de esto.


1.8.10

Diario de vacaciones: final

[31 de julio]

Tras haber apagado el ordenador a las cinco y media de la madrugada, me parece tempranísimo cuando Paula viene a levantarme, pero ya son las diez y pico.

Último día. Ese es naturalmente el primer pensamiento que me viene a la cabeza en cuanto me despierto. Última mañana en Vicedo, último despertar con niños hasta dentro de varias semanas, último día de vacaciones en el paraíso.

Pero no estoy dispuesto a equivocarme con la actitud, hoy, y en lugar de verlo todo como una cuenta atrás decido tomarme el día como otro más a sumar, a favor. Además, desde que sé que este invierno volvemos a tener la casa, todo está matizado con un por ahora.

Aborrezco hacer equipajes, y más si como en este caso parece casi una mudanza. Y peor aun es cuando los preparativos son para regresar, claro. Como, además, se empiece cuando se empiece, de hacer el equipaje siempre se termina justo en el momento de marcharse, decido no hacer nada hasta por la tarde.

Así que bajamos a nuestra (perdona, Riley, te la devuelvo mañana) playa más temprano que nunca, sobre las once. Y no subimos hasta las tres y media, después de bañarnos un montón, de seguir con la colección de conchas, de cazar cangrejos (yo no me atrevía, pero al ver a Carlitos cogerlos como si nada no me quedó otra...) y de tumbarnos apenas los últimos quince minutos en las toallas.

¡Hoy Carlos ha nadado ya sin ningún flotador! ¡Ya sabe nadar! Ha sido un aprendizaje meteórico, el de estas dos semanas. En agosto, con su madre, van a ir unos días a Menorca, y ya les he dicho a los dos que allí nadarán mejor todavía, porque flotarán más.

Con las dos cosas que me quedan en casa hago la comida, que cosecha otro gran éxito de crítica (arroz con atún), y luego, por primera vez en todas las vacaciones y aunque es el día menos apropiado, les pido que me dejen dormir media hora. Es una cuestión de necesidad, teniendo en cuenta que después tendré que conducir. Me siento como siempre en la puerta, y en lugar de tomarme un té y leer duermo un rato mientras ellos dan su clase de dibujo.

Luego empiezo a recoger: el coñazo que cabía esperar.

Además, adivinen cuál es la mejor tarde de playa de toda la semana.

Se nota que ya empiezan las vacaciones de agosto, porque por delante de casa pasa mucha más gente, hacia la playa, que ningún día. Gente que no me suena, supongo que recién llegada. Llegan también a la casa de nuestro lado nuestros vecinos del año pasado, que repiten mes. Los niños pasan a su finca mientras yo, que por fin he terminado y he dejado sin guardar solo mi ropa y una toalla, me voy a duchar.

Y ya está. Son casi las nueve; mucho más tarde de la hora a la que pensaba salir. Pero mejor.

Llamo a Paula y Carlos. Me acerco al borde del jardín y miro a la playa.

Cierro la puerta. Nos subimos al coche. Estoy algo alicaído, pero al final la tristeza no es ni mucho menos la temida.

Acaban unas vacaciones maravillosas e inolvidables, me da la impresión de que mejores incluso que las del año pasado. Por delante me aguarda un mes de agosto de estudio a marchas forzadas.

Y acaba este diario, con el que he disfrutado mucho y que me ha encantado escribir.

Les digo unas palabras solemnes a los niños, que oyen como quien oye llover. Nos vamos. Voy despidiéndome de todo en voz alta y Paula y Carlos se ríen.


Paula y Carlos, claro


31.7.10

Diario de vacaciones: decimoquinto día y última noche

[30 de julio]

Hoy es Paula la que ha dormido conmigo y la que me despierta. Me hago el remolón pero al poco rato ya son dos, y claudico.

Es verdaderamente agradable abrir la puerta del jardín recién levantado, aún en pijama. Y dejarla ya así hasta que uno se acuesta.

Esta casa tiene dos plantas de 20 m2 cada una (les aseguro que llega de sobra), y la baja consiste, además de en un minúsculo baño, en un solo cuarto mitad sala mitad cocina. Las desventajas de estas cocinas americanas son evidentes, me parece a mí, pero lo que yo no conocía hasta venir aquí eran sus ventajas: si esta casa, en lugar de ser como es, tuviese cocina independiente, me pasaría a solas un montón de tiempo cada día; en cambio así, mientras cocino, mientras friego, recojo o lo que sea, sigo estando con ellos, o con quien esté. Puedo verlos, seguir hablando, atenderlos, etc. Y lo hace todo mucho más acogedor.

Nos pasamos la mañana entre casa y el jardín, hasta que vamos al muelle, los tres comiendo pipas. Sigue sin hacer muy buen tiempo, pero la mañana es ideal para pasear y el mar está precioso.

Lo cierto es que me paso el día tratando de empaparme de todo.

Al ir a casa pasamos junto a la playa y nos entran las prisas. Los niños además quieren bajar mientras la marea está baja [nota aclaratoria para mediterráneos: aquí la altura del mar varía a lo largo del día]. Así que hago una comida elaborada, pasta con atún, y la devoran; de hecho, creo que jamás les había visto comer tan rápido.

Bajamos, pues, a la playa, ya comidos, a las tres.

En la arena hay solamente un señor sentado en una silla. Y pienso si seré yo dentro de cuarenta años.

Nos bañamos; Paula y Carlos se van a ir considerablemente más sueltos en el agua que cuando llegaron. Yo creo que si esto se prolongara un par de días más Carlos aprendía a nadar. Es más, mañana, si hay playa, voy a probar a quitarle el último flotador de su cinturón. Paula está a punto de cogerle el tranquillo a la respiración a braza y dejar el estilo perrito.

El hombre se nos acerca y busca conversación. Se la doy. Y cuando se va, dejándonos la playa para nosotros solos, me da una sorprendente enhorabuena por mis hijos.

Ellos, a ratos los dos, a ratos conmigo, buscan piedras, conchas, cangrejos ermitaños y minchas (ni idea de qué otro nombre tienen; son como caracolillos marinos, que se comen hervidos quitándoles la carne con un alfiler), y los juntan en una pocita en las rocas. No paran de entrar y salir del agua, y al final les tengo que mandar a secarse, porque están helados.

El proceso frío, hambre, subir, duchas y merienda se repite un día más. Y cuando estamos listos nos vamos al centro del pueblo. Ellos cuentan con ir a las atracciones, y yo quiero ir a mi café preferido. Veo a la dueña por primera vez en la quincena y me despido hasta septiembre.

¡Porque hoy me han confirmado que este invierno seguimos con la casa! La noticia suaviza considerablemente el trauma de la marcha.

Tras el café, parque otra vez. Cada día, Paula y Carlos juegan con algún niño nuevo. Aunque los dos son más bien tímidos (más ella), veo que se integran muy fácilmente y sin problemas. Hoy juegan con varios al escondite, pero resulta que lo deseable para todos es ser el que cuenta y busca, y de hecho para ellos ese es el premio de quien se libra primero. A mí me hace gracia y se lo comento a dos madres que charlan en un banco; ellas se callan, me miran con cara de "pobre chalado", fuerzan una sonrisa y siguen con su conversación llena de ymedijos y notelospierdas .

A las atracciones todavía les falta, así que continuamos hasta casa para cenar. Por el camino pretendo hacerles una foto posando, y casi los tiro al mar, desesperado. Yo les hago cientos de fotografías, aclaro; pero casi nunca se enteran, y menos aun les hago mirar a la cámara. Pero cuando, como hoy, lo intento... eso, que entre las caras de foto de Paula y que Carlos no se queda quieto ni atado, me dan ganas de machacarlos.

Si comiese todos los días como hoy, en un mes mi cuerpo escultural sería un vago recuerdo.

No hay manera de que se olviden, así que tras la cena volvemos a salir, esta vez en coche, hacia la buscada fiesta.

Y la encontramos: dos orquestas, un par de puestecillos de juguetes y chuches, una barra y varias atracciones infantiles. La calle está todavía bastante vacía.

En la orquesta los hombres van de traje blanco, camisa negra y corbata blanca, excepto los cantantes, uno de los cuales lleva también el pantalón negro, y otro, que debe de ser el guapo, sobre pantalón y camisa negros luce levita del mismo color. Ellas dos, sendos ajustadísimos y cortísimos vestidos blancos. El trompetista es manco. Se lo juro.

Al principio un frente de vecinos como mínimo sexagenarios observa con expresión severa a los músicos, cuyas interpretaciones son acogidas con un silencio glacial y una inmovilidad absoluta. Tiene que ser jodido, tocar aquí (entienda por este aquí lo que mejor les parezca, pero que como mínimo englobe Galicia y buena parte del norte peninsular).

Luego, poco a poco la cosa se va animando y de repente unas parejas se lanzan a bailar.

Carlos también se arranca, y arrastra a la hermana. Poco después estamos bailando los tres juntos cogidos de la mano. Como lo oyen.

Ellos van a un par de hinchables de precio exorbitante, y Paula a esas camas elásticas con cintas más elásticas todavía, tipo Lara Croft: le encanta. Bueno, les encanta todo.

Vemos a los niños de anteayer, que nos saludan muy sonrientes. La pequeña, más tarde, se nos acerca a hablar. Todas las atracciones son de su familia; y aunque su imagen no es buena, ni por la ropa ni sobre todo por las expresiones de sus caras, me llama la atención lo guapos que son todos, tanto ellos como ellas, niños y adultos.

Y asisto al primer conato de independencia social de Paula, cuando unas niñas del pueblo vienen a decirle si quiere ir a jugar con ellas. Como le dejo, va. Juegan al escondite, pero bueno, a mí ya me impresiona.

Carlos, mientras, juega con el humo que cae del escenario.

Creo que lo han pasado muy bien. Pero ya es la una, y nos vamos.

Todo tiene sabor de despedida, pero estoy decidido a no dejarme ir cuesta abajo.

Los meto en la cama y les canto (ah, sí, siempre les canto, desde que nacieron; la misma canción de cuna que me cantaba a mí mi abuela). Y cuando termino ya llevan un rato durmiendo.

Abro la puerta. Oigo "Gloria", de Umberto Tozzi, y luego lo de Yo soy español, español, español. Lo clásico e imperecedero y la rabiosa actualidad se dan la mano.

Trato de escribir este post pero soy incapaz, porque me duermo. Pongo un mensaje de permanezcan atentos a sus pantallas y apago.

Pero luego pienso que ahora que esto llega a su fin perdería toda la gracia si las entradas del diario no fuesen al día, así que aquí, sentado en la cama, con Carlos a mi lado y ruido de voces adolescentes en la playa y la música de la fiesta a lo lejos, les escribo en mi última noche de estas vacaciones.


30.7.10

Diario de vacaciones: decimocuarto día

[29 de julio]

Sueño, mucho sueño otra vez cuando Carlos me pregunta si ya es de día. Claro que es fácil sobrellevarlo con un despertar así. Trato de seguir durmiendo, pero al ratito aparece Paula, que se mete con nosotros en la cama pero ya anuncia que quiere desayunar.

Es que duermo cada noche con uno; tanto aquí como en mi casa. Desde hace ya unos dos años. Me apetece, les apetece, y el hecho de que se tengan que turnar y uno deba dormir en su cama me parece que es un buen antídoto contra los excesos.

El caso es que aún no son las nueve y ya estamos los tres abajo. Carlos quiere preparar todo él solo, así que pone el mantel, coge su taza, la leche y los cereales y consigue servírselo todo sin grandes contratiempos. Cuando estamos terminando llega el pan y salgo a por él.

Hoy de nuevo está cubierto, y hasta casi las doce no salimos más que al jardín. A esa hora vamos a la tienda, a hacer la compra y a pagar una empanada de pulpo que debía del otro día. Hay mucho ajetreo porque mañana empiezan las fiestas y no dan abasto con los encargos.

A mí lo de las fiestas me parece lo único positivo de irme este fin de semana. Así soy.

Al volver paramos en el parque infantil, y al cabo de un rato aparecen dos niños. Sus padres son los de los cochecitos eléctricos, y a mí ellos al principio me parecen gitanos, pero no tienen el acento, y además hablan en gallego (jamás he oído a un gitano hablar gallego). Están recelosos, pero en cuanto les hablo un poco se relajan y acaban jugando los cuatro un montón. El mayor, de 11 años, es cariñosísimo con los pequeños, sobre todo con Carlos. Se ríen mucho y lo pasan muy bien.

Comida y, ya saben, té a la puerta de casa mientras los niños dibujan, primero, y juegan fuera, después. Hasta que su tono de voz y su grado de irritabilidad indican que están empezando a aburrirse, por lo que decido bajar a la playa.

No hace calor y apenas hay nadie, pero nos bañamos los tres juntos. Yo me quedo un poco más en el agua y a ellos los dejo tumbados en sus toallas y tapados con la mía. Al salir me encuentro con Carlos dormido... Así que en brazos para arriba, para que no se enfríe. Ducha y meriendas.

La tarde acaba en el parque infantil. Carlos juega mucho con otros niños y conmigo; y Paula se pasa más de una hora observando desde una prudente distancia las idas y venidas de una pandilla de niñas y otra de niños (a quién me recordará...).

Durante la cena les propongo ver una película, y Carlos dice que una de Tarzán (de las de Weismuller). Vemos Tarzán y el misterio del desierto, que está muy bien, aunque Jane no sale, que está de enfermera voluntaria en un hospital militar (corre el año 43), al que Tarzán hará llegar un remedio de la selva para no sé qué fiebre rara.

A la cama, en cuanto acabe de escribir esto.


29.7.10

Diario de vacaciones: decimotercer día

[28 de julio]

Ayer apagué el portátil más tarde de las tres y media, así que cuando los niños se levantan a las nueve para mí es muy temprano. Antes, no sé en qué momento de la noche, abrí los ojos y me encontré con la cara de Carlos a cinco centímetros de la mía, mirándome de pie con su oveja de peluche en brazos.

El día está gris, menos un rato al mediodía, y no vamos a la playa. Es más, estamos los tres con pantalón largo, algo inaudito desde que hemos llegado. Juegan y jugamos en el jardín por la mañana, y antes de comer bajamos a dar una vuelta por el muelle. Carlos se empeña en que en la máquina expendedora le compre una cucharilla (para pescar, aclaro) o cebo vivo (no me puedo creer que no les llame más la atención esto; son ustedes de lo que no hay), pero al final se contenta con un kit-kat. Vemos cómo pescan un par de señores, y un niño americano nos enseña la nécora que ha cogido.

Después de comer tomo un té sentado en la puerta de casa y ellos dibujan, hasta que es hora de irnos: hoy volvemos a Viveiro.

Cumpliendo lo prometido la semana pasada, vamos a una librería, o a la librería, y nos compramos cada uno un libro. Yo, Al oeste de Roma, de Fante. Luego paseamos un rato, me tomo un café deleznable y vamos al cine a ver (hoy sí) Shrek 3.

Me decepciona; y a Carlos a ratos le da un poco de miedo. Salimos y Paula y yo le reconocemos que su elección del otro día nos gustó más. Nos da las gracias.

A última hora, en casa, tengo mi primer round contra la tristeza, que amenaza a tres días vista.


28.7.10

Diario de vacaciones: fin del décimo día, undécimo y duodécimo

[Este es mi post número 500]

[25 de julio]

Vuelvo con los niños a Vicedo.

Paula y yo hablamos todo el viaje sin parar, contándonos nuestros respectivos fines de semana. Hablamos tanto que me paso de la salida en la autovía y tenemos que venir por otro lado. Pero gracias a eso nos encontramos caballos salvajes en la carretera, y hasta tenemos que parar para que crucen.

A Carlos ya lo he recogido dormido, y sigue durmiendo... justo hasta que lo acuesto. Se despierta, quiere cenar y tarda unas dos horas en volverse a dormir.

Estamos en casa otra vez.



[26 de julio, con su noche]

Carlos comprobando que el velero verde ya se ha ido

Hoy vienen mis padres y mis tíos a pasar el día, así que vamos pronto a la tienda y cuando llegan ya estamos en la playa. Bajan y nos quedamos un buen rato antes de subir a comer. Los niños muestran a los mayores sus progresos en el agua, claro (a Paula le he traído las gafas de nadar, y a Carlos le he quitado un flotador más del cinturón); los mayores disfrutan de ellos y recuerdan otros tiempos.

El contacto entre nietos y abuelos me parece, en general, muy enriquecedor y una suerte para ambos. Es cierto que actualmente ha surgido, a la fuerza, una figura nueva, la de los abuelos-cuidadores, que poco tiene que ver, creo yo, con la de siempre: demasiado tiempo, demasiadas responsabilidades y demasiado trabajo los convierten casi en sufridos sustitutos de los padres, con casi todas sus servidumbres y pocas de las prebendas de los abuelos tradicionales. Pero no es nuestro caso, y por eso a menudo me siento un poco egoísta con ellos; con mis padres y con mis hijos. Lo cierto es que a mí el tiempo me sabe a poco, pero aun así creo que debería dejarles disfrutarse mutuamente más a menudo.

Comemos muy bien. Y a media tarde bajo de nuevo a bañarme con Paula y Carlos y mi tía A., a la que siempre le han encantado los niños. Ellos juegan mucho con ella y con otros niños que ya les suenan del parque o de otros días en la playa.

Y poco antes de que se marchen monto en el jardín la tienda que nos han dejado. Había prometido una noche de acampada esta semana, y hoy es tan buen día como otro cualquiera: nada más empezar empieza a lloviznar.

Ya de noche, y tras preparativos sin cuento, cerramos la puerta de casa y nos metemos en la tienda. Ellos abrigados y con saco; yo menos, y con una manta, los dos móviles, agua para todos y... un cuchillo. En fin, les aseguro que si no estuvieran los niños no dormía yo ahí fuera ni loco.

No obstante, la sensación de escuchar tan fuertes el mar y el viento estuvo bien.

Nos dormimos, de menor a mayor.



[27 de julio]

Al final, y tras un paréntesis de casi una hora en vela a eso de las cinco porque Paula quería ir al baño (pueden comprobarlo en los comentarios del post anterior), nos despertamos a las nueve.

Balance: asados casi todo el tiempo, apretados toda la noche (yo en medio y los tres casi sin poder movernos) y la certeza de que o contamos con una tienda más espaciosa o va a ir de camping Rita.

Consigo plegar la tienda de fácil montaje y empezamos la jornada, en la que esperamos a mis cuñados y al primo de Paula y Carlos.

Pasamos casi todo el día en la playa. Me encanta ahora que los niños quieren nadar conmigo.

Hoy ha sido el día que más me he alejado nadando. Es un verdadero placer quedarme allí en medio, mirándolo todo y dejándome llevar por el mar.

De lo leído estos días, me quedo con los conceptos weberianos de ética de la convicción y ética de la responsabilidad, que desconocía. Y con el uso que hace Todorov de ambos para analizar algunos de los sucesos relacionados con el islam que más repercusión mediática han tenido en los últimos años; entre ellos, el de las caricaturas de Mahoma. No puedo resumírselo aquí, pero de nuevo les recomiendo su lectura.

Ya solos, vamos a cenar los tres a O Barqueiro. Paula lleva unos días empeñada en que las cejas no valen para casi nada, y de camino me lo vuelve a decir. Tendré que enseñarle esta casa:

Porto de Bares

Volvemos pronto a acostarnos.

En la cama.



26.7.10

Diario de vacaciones: fin de semana

[23, 24 y 25 DE JULIO]

A media tarde del viernes M. pasa a recogerme y nos venimos a Vicedo.

Paramos a tomar un café en O Barqueiro. Esta vez en la mesa de al lado hay dos señoras alemanas, y me pregunto cómo habrán decidido venir aquí, y si en Alemania serán dos mujeres normales y corrientes o, por el contrario, su perfil es tan excepcional como creo lo sería en nuestra sociedad.

M. le compra otro chalano de juguete a su hijo. No se quejarán, los de la tienda.

Llegamos. La sensación de regresar a mi casa es tan acusada como ilusoria.

Y ya de noche salimos hacia Viveiro para cenar. Hay bastante gente, aunque desde que estoy aquí ya he oído varias veces que este año se nota el bajón turístico; la crisis, se supone. No cenamos mal, pero lo mejor viene después, en un café con mucho encanto que ya conocemos, en el que me tomo un mini irlandés y un gin-tonic perfectos.

Y volvemos.



El momento sin duda más glamouroso de las vacaciones, del verano y probablemente de muchos años, lo protagoniza M. cuando, el sábado a las diez de la mañana, recién levantados, baja a la playa desierta. A mitad de la arena se quita el batín negro que lleva puesto y se queda en un pijama de pantaloncitos cortos y camiseta de tirantes, también negro, y se mete andando en el agua. Yo la miro desde la valla de casa mientras nada. Al rato sale y sube, empapada.

Me convence con facilidad, y bajo a darme un baño antes de desayunar. Como no quiero ser pesado, no les contaré lo que es estar en una playa vacía, ni nadar en un agua que parece un espejo, ni ver al levantar la cabeza el cielo azul, árboles, árboles, árboles y roca.

Desayunamos. La séptima de Beethoveen de fondo.

Y vamos dando un largo paseo hasta la tienda, donde después de más de media hora de charla conseguimos que R. nos venda lo que le pedimos. Hacer así la compra es muy agradable, y hoy además me llevo una sorpresa enorme, pues me entero de que tanto ella como N., la chica que nos cobra todos los días, están leyendo este diario.

Antes de comer, más playa y más baño. Es el día de más sol desde que llegué aquí. Estamos prácticamente solos, a esas horas. Se oye un pájaro. Para mí que es un mirlo; claro que mi referencia son los trinos que se oyen en Blackbird, de los Beatles.

M. y yo no hemos hecho nunca una tortilla de patata, aquí donde nos ven. Y hoy vamos a experimentar en nuestras propias carnes. Yo tengo bastante confianza, pues creo que la cocina al final es una cuestión más bien estética; y a mí a esteta... Wilde y pocos más. Además las patatas se fríen a fuego lento; concretamente al ritmo de la trompeta de Chet Baker; y creo que así es imposible que salga mal.

Me equivoco, porque queda sosa y bastante seca; pero no del todo, pues me parece que para ser la primera el resultado es más que aceptable.

El albariño ayuda bastante, además.

Sobremesa, sobremesa y sobremesa. Hasta las ocho, que bajamos a la playa.

Ducha, y por primera vez en esta semana me pongo unos vaqueros y una camisa. Nos vamos a cenar a Espasante, un pueblo próximo. Llegamos tarde a casa y muy cansados.




El domingo empieza tarde, y cuando bajo a la playa, donde me espera M., ya es casi la una. Desde ayer está fondeado un barco de dos palos precioso, grande, de madera, pintado de verde, antiguo o imitando a uno antiguo. No tiene bandera, ni numeral ni nombre; voy nadando hasta él y leo “tina husted” en los dos roscos salvavidas; nada más. En cubierta no se ve a nadie. Las bajadas a las cubiertas inferiores tienen dos puertas de cristales de colores. Venciendo el miedo que me produce estar cerca de algo tan grande en el agua, me pego a él y lo toco. Tengo el costado sobre mí, veo su sombra debajo, paso sobre la cadena del ancla, que se pierde en el fondo, y me separo no sin cierta prisa...

Pasamos media tarde leyendo en casa, junto a la ventana abierta. Luego, vamos a Bares a tomar un café antes de regresar; ella a su casa, que mañana trabaja, y yo a por Paula y Carlos, con los que me vuelvo a dormir a Vicedo, tras un fin de semana maravilloso.


A filla do mar

24.7.10

Diario de vacaciones: séptimo día y parte del octavo

[22 de julio]

Ya nos ha dado tiempo a ir a la tienda cuando llegan M. y su hijo, C., a casa. Vienen a pasar el día.

A la media hora estamos en la playa. Llegamos a ella mientras llovizna, y me acuerdo del sobrino de Asterix de Lutecia, en Asterix y los normandos. Dos chicas se sientan en la arena envueltas en las toallas.

Pero lloviendo y todo los niños se meten en el agua.

M. está buenísima; ya no me acordaba.

Consigo bañarme. En un caso claro de síndrome de Estocolmo acabo diciendo que el agua está buenísima, también, y de hecho me baño bastante rato. Me alejo nadando hasta que no distingo las caras de la gente en la playa (6 o 7 personas en total). Buceo, me dejo llevar y hago (Jesús, NáN) el muerto. Vuelvo a la orilla y procuro salir del agua como el de aquel anuncio de Agua Brava de hace unos años, pero sin marca de moreno en la frente.

Subimos a casa tiritando y nos duchamos. Hago la comida y comemos sin demasiado derramamiento de arroz.

Por la tarde, parque infantil, donde la presencia de tres niños nuevos (unos de ellos, encima, negro) no pasa desapercibida, como sabré a la mañana siguiente, cuando una vecina me dé la novedad.

Tiendo a idealizar el ambiente de los pueblos, pero por lo poco que veo me pregunto si la gente joven de ellos no se estará quedando sin lo mejor de vivir en un sitio pequeño, ganando a cambio solo los aspectos más prescindibles de la sociedad urbana. Pero lo mismo esta es una generalización tan tonta como la primera.

Se van, y yo aguo un poco mi propia fiesta pensando que querría despedir a todo el mundo siempre así; así de contento, con mis hijos de la mano y desde esta puerta.


[23 de julio]

Con mucha calma, nos preparamos para irnos. Llevo a Paula y Carlos a pasar el fin de semana con su madre.

Paramos en O Barqueiro a comprarle otro chalano a Carlos, que el del otro día ya lo ha perdido. Por la tarde lo encontraré dentro del armario donde ayer se escondió jugando al escondite.

Seguimos. Él se duerme al rato, y llegará dormido. Con Paula voy hablando casi todo el camino. Siempre se ha hablado muy bien con ella; es una niña muy madura, creo yo. Y cada vez es mejor.

Los dejo, muy contentos, hasta el domingo por la tarde.


22.7.10

Diario de vacaciones: sexto día

[21 de julio]

Carlos y Paula parecen ir turnándose en levantarse temprano y venir a despertarme para desayunar. Hoy, por tercer día consecutivo, tampoco esperamos visitas, y tenemos todo el día para nosotros, sin prisas.

¿Les había dicho que recibimos el pan a domicilio? Como en muchos pueblos, sobre todo en verano, por las casas más apartadas pasa el coche del pan. A las diez y poco lo oigo pitar y salgo; la mitad de los días, en pijama (como el vecino; ya nos conocemos los respectivos pijamas).

Paula y Carlos juegan mucho y se entretienen solos con facilidad. Y son bastante tranquilos (bueno, a él el otro día me lo encontré sentado en el techo del coche, pero por lo general lo son). Yo voy recogiendo, haciendo las camas, barriendo (en una casa de campo que además está junto a la playa uno puede terminar de barrer, comenzar de nuevo y volver a sacar otro recogedor lleno de arena, apuesto algo), y ellos juegan fuera, dentro, y sobre todo dibujan, que es con diferencia lo que más les gusta. Así hasta que salimos a la compra o bajamos a la playa.

Hoy vamos andando a comprar dos sellos y dos sobres para que envíen sendas cartas a E., el de los lobos y las señales en el bosque de anteayer. Luego vamos a tomar un café y volvemos. El camino a casa es un trayecto de unos diez minutos, pero nunca nos lleva menos de media hora.




De camino

Ya es la una, ni temprano ni tarde, pero me pongo a hacer la comida. Comemos, me tomo un té, Paula le da una clase de dibujo a Carlos y luego por fin bajamos. Yo hoy no me baño, pero ellos no tardan ni dos minutos en estar en el agua. Aunque al final el frío es evidente y huímos.

Además hoy tenemos plan especial: cine en Viveiro.

Pensábamos ir a ver Shrek 3, pero nos encontramos con que también están poniendo Toy Story 3. Paula y yo preferimos al ogro y Carlos a los juguetes, pero yo no voto y lo echan a cara o cruz. Gana él y no hay manera de manipularlo para que cambie de opinión.

Y resulta que la película (como sus antecesoras, la verdad sea dicha) está genial: muy entretenida, muy graciosa (ya lo dice Moli, que la vio a la vez pero a 600 km: destacan Ken, el de la Barbie, y Buzz Lightyear en modo romántico-andaluz) y hasta emocionante. Al final, cuando Andy se despide de sus juguetes, me seco una lágrima, miro a cada lado y veo que ellos como si nada...

Volvemos a casa y en el coche me acosan a preguntas sobre la película. Me encanta, y además es increíble lo que sus por qué me obligan a aclarar y a aprender a explicar mis ideas.

Cenamos, los acuesto y se duermen inmediatamente. Yo bajo y enciendo el ordenador.

Esto es un diario, pero no se fíen de todo lo que leen. O, mejor dicho, no se crean que lo leen todo: todos los días les riño, todos los días alguien llora, y todos los días meto la pata.

Diario de vacaciones: quinto día

[20 de julio]

Efectivamente, hay algo que se me escapa, porque cuando a las ocho y pico de la mañana bajo con Paula a desayunar y abro la puerta de casa me encuentro al fontanero trabajando.

Media hora después, y tras ver cosas que ustedes no creerían y cuya descripción les voy a ahorrar, el problema queda resuelto.

Baja Carlos, termina el desayuno y salgo al jardín a sacudir las migas del mantel en la hierba, viendo el mar, y en ese momento soy feliz.

La mañana transcurre lenta, que es como me gusta, hasta que vamos a la compra, lenta también. A la vuelta comemos algo y casi a la una bajamos a la playa. Llevamos, además de lo de siempre, un colchón hinchable; y el rato en el que estamos los tres jugando con él en el agua es, creo, el mejor momento desde que estamos aquí.

Total, que nos ponemos a comer a las cinco de la tarde. Tarde que va oscureciéndose y acaba con algo de lluvia, que nos coge en O Barqueiro (el pueblo de enfrente, el que le da nombre a la ría). Allí compramos algo en una tienda muy bonita de productos de la tierra y motivos marineros, que en invierno siempre estaba cerrada, y que resulta ser de una cántabra y un salmantino; manda carallo. Tomamos algo en un café; yo le doy referencias familiares a la dueña y los niños juegan con su nieta. Una familia francesa y unos americanos curiosean y leen, me imagino que entre fascinados y ligeramente aburridos.


Puerto de O Barqueiro. Enfrente, al fondo, Vicedo

Me gustan esas lluvias de tarde de verano, y me recuerdan mi propia infancia aquí, pasando del bañador y las sandalias a la capucha, o tapándonos con una toalla en la lancha, cuando no regresábamos a tiempo.

Volviendo de O Barqueiro, bordeamos la ría, la voy mirando, quizá el paisaje que más me gusta en el mundo, pienso que vamos casi a nuestra casa (cómo sería si lo fuese, Morelli), y las sensaciones que aquí siempre noto de fondo se hacen más evidentes.


21.7.10

Diario de vacaciones: tercer y cuarto días

[18 de julio]

Paula y yo escribimos nuestros diarios cuando M. y E. aparecen en el jardín. Ella los acompaña a la playa con su neopreno, su paipo y su melena rubia al viento, cual surfera australiana. Yo me quedo con Carlos, que se acaba de levantar y aún tiene que desayunar.

Por fin me estreno nadando, yéndome un par de veces lejos de la orilla y disfrutando del mar y de lo que se ve desde él. Los niños se van soltando en el agua; seguro que dentro de unos días harán cosas que ahora no se creerían.

Comemos fuera (lo han adivinado, en el mismo sitio), y yo consigo añadir al pulpo y los calamares una ración de carne asada, y volvemos paseando. Hago las meriendas y nos vamos a andar por un camino donde vemos señales de peligro, manchas de sangre, plantas con vainas extraterrestres, rastros de lobos y de fantasmas, etc.... Bueno, o como si los viéramos.

Vemos también Bares, del que les hablaba ayer, enfrente.




Los niños, después de dos horas y media de caminata siguen echando carreras, e incluso aguantan, de noche, una película (es muy coñero el genio de Aladdin, ¿no?).


[19 de julio]

Me levanto a las siete y media porque el fontanero dijo que vendría a primera hora.

Llega, tras dos llamadas mías, a las tres.

La impuntualidad me molesta bastante, pues tiendo a ver en ella falta de consideración. Pero estas informalidades tan frecuentes entre algunos profesionales (meses después de arreglar la que luego fue mi casa, un piso antiguo, yo aún soñaba con el contratista) me parecen el colmo.

Cuando aparece, pretende meter “mi” manguera, la del jardín, allí colgada, por el desagüe; por la tubería que va a la fosa séptica. No sé si se hacen una idea; tengo una foto de la arqueta pero mejor no se la pongo, por si están comiendo.

- ¿Va a meter esa manguera?
- Sí.
- Mire, a mí la manguera me da igual, pero si la mete, aquí no la quiero. Después la tocan los niños...
- Pero se lava.
- Ya, se le pasa un agua: no, si la quiere meter métala, pero no me la deje aquí.


Y desaparece. Tras media docena de llamadas, consigo localizarlo ¡a las nueve de la noche!

A lo mejor hay algo que se me escapa. A lo mejor yo espero un tipo de comunicación que está fuera de lugar. No sé. Pero desde luego no entiendo nada.

Por suerte, a las cinco decidí que ya estaba bien y salimos.

Pero, en la misma línea desmitificadora, al llegar al parque infantil del pueblo entre las madres me encuentro con una con su hija, de unos dos años, llorando. Supongo que ha habido denuncias a padres, por cachetes dados en público, que no tenían ningún sentido y han originado verdaderos disparates; pero viendo cómo y cuánto le pega, se me pasa por la cabeza esa opción. Sé por experiencia lo fácil que es a veces perder los nervios, y lo a mano que para su desgracia están los niños; pero esto me hace hervir la sangre.

No obstante, también sé que cuando un padre pega tiene un problema, y como era de esperar, a juzgar por el gesto que mantiene el resto de la tarde esa mujer tiene muchos más problemas que el comportamiento de su hija. En fin...

Salvando ese episodio, es una tarde agradable. Los niños juegan mucho, solos y con los demás. Y yo aprovecho para escribir. Luego vamos al local social del pueblo, donde me beneficio de la wifi de Internet Rural. Tomamos algo y acabamos jugando los tres al futbolín con otro niño y su abuela; nadie da pie con bola (nunca mejor dicho), pero nos reímos.

Las vueltas a casa son muy agradables, los tres hablando muy tranquilos. Yo creo que es casi lo que más disfruto, que voy a los sitios por ir y volver. Pasamos por el muelle y junto a la playa vacía; hoy no ha hecho muy buen día, y además ya son las nueve.

No hay peli, estaban demasiado cansados, así que por la noche yo salgo al jardín y me siento de espaldas al mar, mirando la casa e imaginándomela mía.