23.10.12

Tras las elecciones gallegas

Yo no sé bien qué conclusiones sacar de los resultados de ayer. Se me va la mano a escribir que es que los gallegos somos tontos y ni nos enteramos de nada ni nos importa; pero supongo que hay que decir algo más.

Veamos la lectura común de primera hora:

Mayoría aun mayor del PP = gran éxito (del partido, de Feijoo, de Rajoy, de la austeridad, etc.).

Debacle del PSOE y del BNG = eso, debacle.

Aparición arrolladora (dentro de un orden) del partido de Beiras = gran éxito para ellos = flaco consuelo

Pero si en lugar de fijarnos en los escaños, y aun sabiendo que son la única cera que arde, miramos el número de votos y los respectivos porcentajes, hay cosas en las que vale la pena detenerse.

Votantes en 2009: 1.706.198.  Votantes ayer: 1.467.657.
O sea, han votado 238.541 personas menos, hasta un total de 832.678 abstenciones.
De esas 238.541, 156.039 han salido del PSOE + BNG y 135.493 del PP.

Luego:

Han dejado de votar al PP 135.493 gallegos, algo inaudito, en realidad un verdadero desastre que solo puede ser visto como buen resultado en clave electoral, pero nunca como un refrendo a su política. Este dato, aunque en la práctica no se traduce en nada, matiza bastante los resultados; al menos uno ve que no todo ha dado igual, que, aunque insuficiente, ha habido cierta reacción.
La oposición lo ha hecho tan mal, ha resultado tan poco creíble, ha presentado a candidatos tan malos y ha sido tan incapaz de ilusionar a nadie con la idea de una alternativa, que ha perdido solita. Si hubiesen mantenido sus votos habrían alcanzado, más o menos, un 54,8% del total, por un 45,12 del PP. Es decir, habrían logrado, por muy repartidos que estuviesen sus apoyos, la mayoría, imagino que absoluta.

Si sumamos las abstenciones, los votos en blanco, los nulos (suponiendo que casi todos lo son a propósito, lo cual quizá sea mucho suponer) y los del partido Escanos en branco, tenemos 925.677 personas que no quieren votar o no quieren votar por ningún partido. Muchísimos más que los votantes de cualquier color. Así que sí, cualquier consuelo es flaco.
Con respecto a AGE, no espero demasiado de ellos. Me conformaría con que sirvieran de patada en el culo a los demás, que les hiciesen espabilar (que buena falta les hace), que abriesen las ventanas e hiciesen correr el aire. A ver si es verdad y no se queda en un canto del cisne ególatra de su por otra parte sin duda brillante líder (un político que en una entrevista cita una carta de Mozart a su padre, y en la comparecencia tras los resultados habla de los espartanos en las Termópilas, ya mola un poco).

Bueno, pues eso, que no sé qué conclusiones sacar de todo esto. O qué conclusiones nuevas, al menos.

Creo que no hay alternativa a lo que tenemos (a tooodo lo que tenemos) sin que la política institucional se gire por completo hacia la sociedad. Y eso no sucederá mientras no nos convirtamos en ciudadanos mayores de edad. Algo que no nos van a poner fácil.



19.10.12

Montaigne según Olalla


Montaigne es ahora un hombre que tiene por divisa la humildad y la duda. Se ha propuesto dedicar sus energías y su tiempo a un propósito que considera propio de quien disfruta del conocimiento y que llama llanamente ensayo: tratar de hacer una lectura del mundo desde su propio juicio; adiestrarse en un cuestionamiento abierto que le lleve a encontrar razones para preferir un comportamiento a otro, y que le haga consciente de que tales razones no son algo trascendente sin inmanente al hombre; hallar, en suma, una conducta ética justificada únicamente desde el interior de sí mismo.

Me está encantando Historia menor de Grecia, de Pedro Olalla.

Aunque uno al leerla comprueba con tristeza cómo la Historia parece haber sido el fruto de la avaricia, el miedo, el rencor y la ignorancia, y que el desastre total solo ha sido impedido por los pocos que, en silencio e inferioridad de condiciones, guiaron su comportamiento y sus vidas por la justicia, la generosidad, el saber, la bondad y el amor a los hombres, y, cuando tuvieron fuerzas, lucharon por defenderlos.

Pocos y excepcionales, como excepcional es aún ahora la divisa de Montaigne.


11.10.12

Un hombre una mañana

[Una especie de no-cuento, para el taller aquel del que les hablaba]

En una cocina, un hombre solo espera sentado a la mesa, junto a la ventana. Respira con dificultad mientras mira el cielo y se fija en las nubes.

Del fregadero sobresalen una cuchara y un cuchillo metidos en una taza llena de agua, y piensa que tiene que recoger el lavavajillas. Al otro lado del cristal el viento mueve las ramas de un árbol que asoma la copa tras su terraza, y le entristece. Siempre lo ha hecho, tanto en la ciudad como en el campo el viento le ha parecido siempre la imagen de la desolación. Y más visto así, a través de una ventana, sin ruido. Todo parece sufrir sin quejarse.

Echa de menos a sus hijos. Esta semana ha conseguido organizar todas sus actividades de por las tardes, y espera sinceramente que las disfruten, pero al mismo tiempo no sabe, no sabe si está haciéndolo bien. Al fin se levanta y recoge el lavavajillas; primero el piso de abajo y luego el de arriba. Y aunque en recoger y tener las cosas hechas hay un cierto impulso, aunque es casi un gesto de confianza en alguna posibilidad, en esta ocasión no lo nota. Al acabar toma de la mesa un peine aún en su bolsita que ha comprado esa misma mañana para el niño. Despega el cierre, lo toca, se lo pasa por el pelo y se dice que no le hará daño; lo vuelve a guardar, pega de nuevo la banda adhesiva, que queda un poco torcida, y se sienta.

A los pocos segundos se vuelve a levantar y cierra bien la bolsa. Al sentarse se queda mirándola desde el otro extremo de la mesa, con la mejilla apoyada en una mano, y por un instante se siente orgulloso de sí mismo. Hasta que de repente se le forma un nudo en la garganta. Y piensa que ni siquiera ahora que ya no es joven sabe qué hacer, que todavía no sabe vivir y que el día menos pensado se le acabará el tiempo y él se quedará repitiendo como un tonto que no, que no puede ser, que aún no había empezado, que aún no había empezado.

3.10.12

Jerónimo e Eulália

Hace unos meses escribí, a propósito de Winnesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, que probablemente aquel era el libro, de todos los que había leído, que más me hubiera gustado escribir, o, mejor dicho, el que por estilo, planteamiento, temática, más se acercaba a la literatura que a mí me gustaría hacer, si fuera capaz.

Y ahora, Jerónimo e Eulália, de la portuguesa Graça Pina de Morais, que me ha encantado, con el que he disfrutado página a página (tanto que he lamentado terminarlo (y ya hacía tiempo que no me pasaba eso)), ha resultado ser una de las novelas con cuyas reflexiones, o con las reflexiones, las actitudes y el carácter de cuyos protagonistas más identificado me he sentido nunca.

Quizá por eso me ha sorprendido mucho que sea la obra de una escritora. El protagonista es un hombre, Jerónimo, y aunque entre los personajes hay también mujeres (y algunas con mucho peso, principalmente Eulália, claro), lo he visto tan bien retratado, tan bien comprendido y, ya digo, me he sentido tan cerca de él, que me maravillaba que fuese una mujer la que hablaba. Pero bueno, una vez más mi lado femenino debe de tener algo que ver.

La grandeza de la literatura: tocar, desde otro país y hace años, lo más íntimo de alguien.

Les dejo unas cuantas frases. Se dárán cuenta de que hablan distintas personas, a veces casi opuestas. Algunas son de Eulália pero la mayoría de Jerónimo:



...desconocía pertenecer a una especie de hombres incapaces de practicar el amor o el gesto que lo representa sin que los impulsen a ellos motivos de orden grave y profunda.

Tenía una naturaleza dispersa: se interesaba ligeramente por todo, pero por nada en profundidad.

El fin de aquellos que fueron parte de mí misma, que vi reír, llorar, conversar, comer, ese fin me aterra.
Cuando se regresa a la tierra donde pasamos nuestra juventud es realmente como si entrásemos en una sala de espejos deformantes.
Ese mínimo de entusiasmo que todo hombre tiene la obligación de sentir es la pequeña parcela de luz propia, ¡su contribución al bien común!

... ese mínimo de entusiasmo que da derecho a la supervivencia.

Hay miles de personas así, pasan por la vida y ni se dan cuenta de que viven. Se limitan a pasar, ¿comprendes?

La muerte de un hombre cuya vida tuvo algún significado nos causa tristeza pero le imprime a la vida cierta coherencia, estimula las ganas de esa misma vida, nos advierte de que el tiempo es escaso, nos aconseja aprovechar la corta distancia entre la vida y la muerte, nos deja claro el valor de la existencia. La muerte de un hombre cuya vida no tuvo ningún significado nos proyecta al vacío, crea una clara sensación de pánico, de temible absurdo que impide los movimientos y aniquila la voluntad de existir. Nos sentimos idénticos a ese hombre, cuyo paso transitorio por la tierra fue enteramente inútil...

Jerónimo acababa de poner en práctica el último movimiento espontáneo e insólito de su existencia. Nunca más actuaría según sus impulsos naturales, nunca más ejecutaría gesto alguno que no fuese el fruto de una larga reflexión. En esa noche, su adolescencia había terminado para siempre. Del extraño embrión había surgido un hombre nítido, destinado a recorrer la existencia a través de caminos seguros y anticipadamente conocidos.

Mi vida transcurrió bajo el signo y bajo todas las miserias que el buen sentido trae consigo. El buen sentido no sirve para nada.

Las personas sensatas no me interesan. Hay en el buen sentido y en el sentido común un no sé qué de triste y miserable que me mata. Las grandes tristezas, las grandes alegrías y los impulsos desmedidos no destruyen. El sentido común con su vil mediocridad aniquila. Soy un prodigio de sentido común y me pregunto a mí mismo si no estoy muerto. ¿Hace cuántos años morí?

Es cierto que casi todos los hombres después de sobrepasar los cuarenta años se dan cuenta de que optaron por una existencia equivocada. Potencialmente cada hombre posee decenas y decenas de vidas que vivir. Apena puede escoger una. Casi siempre escoge mal y la nostalgia de las otras que podría haber vivido comienza a ensombrecer sus días a partir de cierta edad.

Yo escogí mal. Fui un hombre cauteloso que solo recorrió camino seguros.
 
Y la recomendación entusiasta de que lo lean; al menos los gallegos (creo que no está traducido).

28.9.12

Taller: J

[El tema del taller de esta semana era el retorno.
He intentado enfocar la cosa de otro modo. Por influencia de doña Graça Pina de Morais me he aventurado en el resbaladizo terreno del narrador con tendencias intimistas.]



No dejamos nunca de regresar.

Walter Benjamin


Aquel viernes, como acostumbraba a hacer un par de veces al mes durante la carrera, J volvía a su ciudad en autobús, a casa de sus padres.

Había llegado a la estación con varios amigos, comentando entre bromas la noche anterior, y se habían repartido entre los andenes, excepto uno que viajaba con él. Era noviembre, llovía, y al poco de salir ya se había hecho de noche. Al quedarse los dos solos la conversación se había vuelto algo más seria, pero el tono era todavía el de la universidad, el de cada día. Se aventuraban a tocar cuestiones personales pero sin llegar a entrar en intimidades. En aquel asiento aún eran estudiantes, jóvenes independientes en un mundo nuevo, y ambos intentaban prolongar esa sensación. Pero conforme se acercaban a casa su vida de siempre se iba imponiendo. Hasta que al entrar en la ciudad se quedaban los dos en silencio mirando las calles. Al llegar bajaban con sus bolsas, se despedían hasta el domingo y se marchaba cada uno por su lado.

J iba andando. A veces apenas levantaba la vista del suelo, pero algunos viernes lo observaba todo. Las calles, los edificios: no había pasado nada, nada cambiaba. También la gente estaba igual; hasta las caras conocidas que se encontraba, que no parecían reaccionar en absoluto, no hacían más que confirmar la falta de posibilidades. De pequeño, cuando vivieron unos años fuera y volvía con sus padres y su hermano en vacaciones, sufría al descubrir que su emoción no era correspondida por casi nadie, que a los que en la distancia había echado tanto de menos él no les importaba. Ahora no sentía añoranza por nada de esto, más bien al contrario, pero encontrárselo todo idéntico lo entristecía profundamente. Todo igual de gris, igual de sucio, igual de inmóvil, de muerto, para él.

Al fin entraba en su calle y llegaba al portal.

- ¿Quién?

- Yo - y mientras subía trataba de adivinar, por el tono de voz de aquel quién, qué se iba a encontrar.

Al salir del ascensor solía abrirse al mismo tiempo la puerta de casa. Uno delante, sosteniéndola, y el otro detrás, esperando. Más bajos, encogidos. Mayores. A veces, de repente, mucho mayores (mucho más, de hecho –pero eso no lo sabía ni podía sospecharlo entonces-, que casi veinte años después, cuando sus propios hijos cambiarían la vida de todos). Y en las dos caras una sonrisa y una mirada llenas de tristeza, a las que nunca fue capaz de responder con el ánimo que hubiese querido. Y unos abrazos prolongados, colgándose de él, que le dejaban muy claro su papel de consuelo en aquella familia. Un papel que tanto le pesaba.

La casa estaba casi toda a oscuras. Algunos días los cogía en la cocina, preparándose la cena, y eso ya le bastaba, era para él una señal de vida. Otros, una lámpara sola iluminaba la esquina del sofá donde se sentaban. Él dejaba las cosas en su habitación, hacía ruido, se movía, pero los veía. Se movían despacio, como con cuidado, en un intento de no molestarlo que solo le producía incomodidad, mal humor y culpa. Estaban acobardados. La pena los acobardaba. Todo les resultaba amenazador, el exterior, los demás, la vida, los asustaba. Tenían miedo. Hasta a él lo miraban como tratando de confirmar si estaba de su parte.

Cuando ya no había nada que hacer, cuando ya había recogido su ropa, había ido a comer algo a la cocina, o al baño, volvía a la sala y se sentaba. Respondía a sus preguntas con impaciencia, ausente, hasta que hacía la que debía.

- ¿Y F?

- Pues F, como siempre.

- ¿Dónde está?

- Por ahí, estará.

- ¿Qué tal?

- Como siempre…

- ¿Y las clases, y eso?

- ¿Y qué sabemos nosotros? Además las clases son lo de menos.

Y, sin llegar tampoco a decirlo nunca todo, una semana más a J le iba quedando clara la situación de desánimo y desesperanza que parecía ocupar sus vidas enteras.

- ¿No vas a salir?

- No, hoy no.

- ¿No has quedado?

- No. Si seguramente ni están. Supongo que mañana.

Pasaba así la velada, leyendo a su lado, tratando de que aquella noche de cada quince días se notase algo, de darles algo, de valer de algo.

A él, solo su cama, ya tarde, al acostarse de último tras agotar las posibilidades de la televisión, le ofrecía un poco de lo que pedía. Solo al meterse en la cama y reconocer el olor de las sábanas y el tacto de su almohada, y ver la misma rendija de luz de siempre entrando desde el pasillo, sentía que aún tenía un hueco donde quedarse, que todavía había algo, aunque fuese un recuerdo, que lo protegía. Que estaba en casa. Aunque fuese un recuerdo.


27.9.12

Ética de la responsabilidad

Desde que empezó julio y me fui de vacaciones se puede decir que estoy desconectado de las noticias. Evito la prensa en cualquiera de sus modalidades, y evito las redes sociales. Solo me llegan algunas pinceladas de información de las que, viviendo en sociedad, es imposible sustraerse.

Y es pasmoso lo fácil que resulta hacerlo. Para mirar hacia otro lado lo tiene uno todo a favor, empezando por la corriente. Y sin demasiados remordimientos: al fin y al cabo, hace lo que la mayoría.

Así me pasa ahora que me da pavor levantar la tapa del contenedor, ante el temor de lo que debe de haberse ido acumulando dentro. Porque el hedor a veces ya me llega, claro, es inevitable.


A propósito de la película y caricaturas que han causado las reacciones de la semana pasada en algunos países musulmanes (por escoger un tema), déjenme volver a insistir en una cita que puse aquí hace días y dio pie, en los posteriores comentarios, a algunas aclaraciones sobre qué era y de quién debía venir la educación:

Los hombres han nacido para los otros: edúcalos o padécelos.
Marco Aurelio

La libertad de expresión (y la de opinión que lleva implícita) se defiende ante los que por intolerancia no la admiten. Claro. Pero siempre y cuando esos intolerantes sean, como mínino, nuestros iguales en cuanto a posibilidades, responsabilidad, oportunidades, etc. De hecho, contra quien normalmente hay que defenderla es contra el poder intolerante.

Defender la libertad de expresión no es insultar a alguien que no te entiende (porque no puede entenderte, porque su situación lo impide), que no comprende que eso para ti no es un insulto. Defender la libertad de expresión no es sacar pecho delante de quienes por ignorancia no pueden ponerse a tu altura, y exigirles apertura de mente.

Por descontado, creo que las bromas sobre creencias, ideologías, fes varias, etc., son lícitas. Podrán parecerme mejores o peores, más o menos afortunadas, de mejor o peor gusto, inteligentes o tontas, incisivas o simples provocaciones para escandalizar; pero creo que son lícitas. Puedo también sospechar que obedecen a estrategias comerciales; pero creo que son lícitas. O puedo estar convencido de que, si la familia de cierto director de semanario francés viviera en Pakistán, lo de que "el contexto le importa un pito" se lo iba a pensar más; pero aun así creo que la libre decisión de contenidos es lícita.

Lo que no es lícito es convivir (porque ya convivimos, porque ya la sociedad es cada vez más claramente una sola) con la ignorancia, con el atraso, con la pobreza, las dictaduras, la explotación, el expolio, el atraso social y cultural, y no hacer nada al respecto, sino mirar, como yo esta temporada, para otro lado, y luego indignarnos cuando nos salpican las consecuencias. Lo que no es lícito es presumir, despectivamente, de modernos y civilizados delante de quienes no pueden aspirar (en parte por nuestra culpa) a serlo.


17.9.12

Aprender a escribir

Siempre he creído que para escribir, como para tantas otras cosas, hace falta, ante todo, talento. Y me refiero a un talento innato.

Y que, si no lo hay, no hay nada que hacer.

Pero al mismo tiempo me doy cuenta de que no todo acaba ahí. Que además de ese talento son imprescindibles la voluntad y el trabajo, y que incluso hay una serie de técnicas que es posible aprender. Como un escultor aprende a trabajar los materiales, un pintor a mezclar colores o un músico composición; con independencia de que, si no hay nada más que eso, poco arte vaya a salir de ellos.


De Lara Moreno


En fin, que ya va llegando un momento, una edad, en que, o se intenta en serio, o deja uno de marear la perdiz de una vez por todas.


11.9.12

Tan cerca

Después de conocer decenas de casas de turismo rural, desde que hace ya doce o quince años empezaron a ser una opción habitual, resulta que la más bonita que he visto estaba aquí al lado.








Estoy leyendo Jerónimo e Eulália, una novela de la portuguesa Graça Pina de Morais que compré hace casi dos años en Braga, durante una visita que recuerdo maravillosa. Entonces escribí:
Y estuvimos en una librería magnífica, que además era una de las más acogedoras que he visto. Se llamaba Centésima página, y creo que por primera vez en mi vida le pedí al librero que me aconsejase qué comprar. Me disculpé por mi ignorancia sobre la literatura portuguesa, pero él pareció darse por satisfecho con que hubiese leído algo. Me recomendó, y compré, A Sibila, de Agustina Bessa-Luís, y Jerónimo e Eulália, de Graça Pina de Morais. Dos novelas de dos mujeres; para él, las dos grandes escritoras portuguesas del siglo pasado. Veremos qué tal.

Llevo aproximadamente una tercera parte y me está entusiasmando. Es una novela introspectiva, lenta, que se para a menudo a describir un paisaje, un ambiente, igual de lentos e intimistas. Transcurre en una aldea, O Brejo, a la altura de Figueira de Foz pero en el interior, y los protagonistas son dos personas soñadoras e inadaptadas, un joven que intenta empezar a vivir y una mujer extraña que nunca lo ha conseguido.

Me hace mucha ilusión, además, estar leyéndola en portugués. Imaginaba que sería capaz, pero no que me resultase tan fácil.

Les dejo unas cuantas frases. Tienen que ver, respectivamente, con M, con mi madre, con Taliesín y con Jesús Miramón:

Mis padres se amaban y, lo que es más raro, se admiraban mutuamente. Había, siempre, una expresión de sorpresa entre ambos.

 ¿...sentir sin causa aparente un miedo horrible de un mal imprevisible? Se llama angustia, eso.

Hasta que se quedaron flotando en la luz grandes copos de nieve. La vida parecía un acontecimiento tangible, próximo y real.

¡Descubrí el único motivo, la única angustia que me ha devorado siempre! ¡La vida pasa, Joaquim! ¡Es increíble!



Una casa junto al castillo de Andrade, una escritora portuguesa. A las dos me han tenido que llevar.

Tan cerca, a veces, todo lo que queremos.




5.9.12

Sobre la educación

Como no escribo nada por mí mismo, les dejo al menos dos consejos de última hora. En principio, uno social y otro más personal:

Los hombres han nacido para los otros; edúcalos o padécelos.
Marco Aurelio
Esta cita es quizá hoy más cierta que nunca. En una democracia, nuestras limitaciones tienen consecuencias sobre absolutamente todo, desde las cuestiones más básicas y fundamentales (la realidad de la democracia misma) hasta las manifestaciones más elaboradas y sutiles de nuestra convivencia.


El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender.
Montaigne
Todo lo que se diga sobre la anticipación de Montaigne, sobre la modernidad de su pensamiento, es poco. Aquí nos dice lo que, quinientos años después, parecemos no acabar de entender.


Las posibles conexiónes entre una reflexión y otra, más o menos todos las podemos ver.