23.12.15

Táboa Redonda: andamiaje

Algo de cine y algo de arquitectura (vital).



Fachada

En La Plata, en Argentina, hay una casa diseñada por Le Corbusier: la casa Curutchet. En ella se rodó la película ‘El hombre de al lado’ (Cohn y Duprat, 2009). 
Leonardo, un famoso diseñador prestigioso y rico, vive en ella con su mujer y su hija. Una mañana lo despiertan unos golpes, que resultan provenir de la casa de al lado, donde su vecino ha decidido abrir una nueva ventana en el muro que da justo a su vivienda. Leonardo y su mujer consideran aquello inadmisible por razones tanto de intimidad familiar como estéticas. Y toda la película trata de sus intentos de conseguir que Víctor, el vecino, de perfil social, económico y cultural casi opuesto al suyo, abandone su idea y cierre el hueco que ha comenzado a abrir. 
La vida del protagonista va apareciendo ante nosotros, tan hueca y superficial como intelectual y glamourosa la pretende él. Poco a poco vemos que profesionalmente su éxito es solo aparente y que, en lo personal, ni siquiera eso: él y su mujer, ruines ambos, no se quieren; su hija, de la que en realidad no sabe nada, no le habla, y sus amigos, tan frívolos también, no aportan ni buscan más que un decorado favorecedor. 
Víctor, para ellos, es un cavernícola. Un hombre rudo y vulgar del que se ríen en sociedad mientras hablan de arte moderno. Pero al que temen: ese desconocido que no se guía por sus códigos, que no es de los suyos, al que no saben tratar, les da miedo. Y con su mera presencia, tan elementalmente viva, amenaza con derrumbarlo todo, poniendo de manifiesto una fragilidad y una vulnerabilidad patéticas. 

La casa no solo protege a sus pusilánimes dueños sino que confiere sentido a su vida. Y la ventana que va a permitir a un extraño asomarse a su interior es una grieta en esa fachada, por la que no van a permitirle asomarse ni, menos aun, están dispuestos a mirar ellos. Esa rendija que Víctor quiere para que entre “¡un rayito de luz, Leonardo!” iluminaría demasiadas cosas. 

Hay escenas nocturnas en las que Leonardo enciende la lámpara de su mesilla y vemos su cara en primer plano, desde muy cerca. Suda y se mueve con dificultad, sin apenas espacio. Es la cara del miedoso, por supuesto, pero también del atrapado. 
La pantalla llamativa, visible, socialmente reconocida y apreciada que recubre su vida, es al mismo tiempo el armazón que la sostiene. Y si llegara a caer dejaría ver un sinsentido compuesto, a medias, de miserias y de vacío. El vacío de quien se ha olvidado de lo importante, o ya no se acuerda de cómo buscarlo, o no se atreve

* * *

1 comentario:

  1. En el film, el director trata de reflejar el vívido escenario en los actores-intérpretes de la película.
    Llevado a la vida real y a un despacho jurídico resulta atroz, terrible, para los sufridores de la situación, es muy común entre vecinos y propietarios, y justifica todo el entramado jurídico y legislativo que se mueve alrededor...
    Las minutas profesionales satisfechas por estos enfrentamientos de "propietarios de casas colindantes" fluyen a los despachos jurídicos. Atestados juzgados, escribientes transcriptores mecanográficos de demandas, requerimientos, sentencias innumerables de término en órdenes judiciales y ejecutivas.
    Es más sencillo estar presenciando la acción en la sala de proyección que sufrirla en la vida real.
    Si trasladamos el escenario a nuestra vecindad y de meros espectadores nos convertimos en vívidos intérpretes con consecuencias y efectos... nos identificaremos con la escena, fiel reflejo de lo que el autor de la novela: bien escribe, bien sabe, bien basa en algo real, bien conocido, bien vivido...
    Similar resultado en los desahucios de viviendas tras desgraciadas pérdidas de trabajo en el escenario español. Y que al principio nos sorprendía en la TV o en los diarios y que, tras la novedad, han dejado de ser noticia de interés en los medios informativos...

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