11.6.05

Sábado por la mañana. Campanadas en una aldea.

Es sábado por la noche, casi las doce. Estoy solo en casa con mi hija, que está durmiendo; mi mujer está en una cena de trabajo a la que no le hacía mucha gracia ir.

Esta mañana he ido al entierro de la madre de una amiga. A la señora no la conocía, pero ella es una de las mejores amigas que he tenido; aunque ahora, por desgracia llevamos años casi sin vernos -supongo que porque la vida nos ha llevado por caminos bastante diferentes; al menos es lo que uno suele decirse-.
Me dio mucha pena. Los entierros -la muerte- me entristecen cada vez más (inconsolablemente), y hoy, además, ella aparentaba estar tan bien e intentaba animar tanto a los que se le acercaban que me rompía el corazón.

Mientras me acercaba al cementerio, andando, las campanas tocaban. En las aldeas va mucha gente a los entierros, y aunque también se oyen conversaciones que no vienen a cuento (ninguna viene a cuento en ese momento), en general se comportan más respetuosamente con la familia. Más, cuanto más lejos de la ciudad está, cuanto más aldea es (quién sabe, a lo mejor es sólo porque suelen hablar menos).

Durante la misa estuve en la puerta de la capilla, y había muchísimas flores. Hace dos años, en otro entierro en otra aldea, también a la puerta de una iglesia vi cómo un ramo iba resbalando poco a poco por la pared de piedra hasta quedar tendido en la hierba. Y me di cuenta de que, de esas mismas flores, tenía mi mujer ese mismo día un ramo en su habitación del hospital, donde acababa de dar a luz.

Y pensé en lo bien que se adaptan las flores a las alegrías y a las penas, y pensé en qué puta mierda y qué maravilla es la vida.

[Ojalá estés bien.]

9 comentarios:

  1. Hola, desconocido señor de Portorosa...

    Los entierros son desconsoladores.
    Hace pocos años, sobre las losas del antiguo zaguán de un pazo de lo que fue una aldea, descansaba el cuerpo de una gran señora. Rodeamos la caja de hortensias del jardín. "Vuelve a la tierra, desde el suelo, la que estuvo tan alto" -quizá pensé, velando, mientras amanecía. Cuando se hizo el día, en respetuoso silencio sólo roto por el crujir de la gravilla y el canto de un mirlo (los mirlos nos acompañan siempre en las despedidas...) caminamos desde el portalón hasta el cementerio, cruzando calles donde, desde las ventanas, las mujeres se santiguaban y los ancianos se descubrían.
    Toda la cripta se llenó de flores.
    Lilas.

    Así que puedo decirte que sí, que las flores y los pájaros -en ésta vida bella- son nuestros compañeros de viaje.

    Saf ;-))

    ResponderEliminar
  2. Es absolutamente cierto lo que dices de las flores. Se adaptan o las adaptamos con gran facilidad a lo más alegre y lo más triste de nuestras vidas. si fuera creyente te diría que parecen hechas para eso de manera premeditada.

    ResponderEliminar
  3. Estimado Portorosa.
    Lo peor de una muerte no es la muerte en sí. Es lo que viene después. De repente entras en la sala de tu casa y esa persona ya no está. Y todavía más cruel es cuando te das cuenta de que no va a estar nunca jamás, nunca la vas a poder tocar, dar un beso, discutir, comer juntos. Es desolador.

    Apoya a tu amiga ahora que será cuando se de cuenta de la insoportable ausencia. Por experiencia propia, el día del sepelio es una especie de teatrillo trágico. Por mucho que te duela, intentas estar complaciente con todos los que allí han venido a apoyarte, pero después, después, cuando la soledad se apodera del alma de uno y no tiene consuelo posible ni hombro sobre el que llorar porque se ha ido, con flores o sin ellas. Pobrecitas ellas, tranmisoras de la más bonita de las sensaciones y la más horrible de las mutilaciones sin ni siquiera saberlo.

    Un beso, preciosa reflexión por cierto. Cal.

    ResponderEliminar
  4. Mucho más bonito tu comentario, C. Me ha encantado; está muy bien.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. Bicos, Muralla, e benvida.

    ResponderEliminar
  6. Bellísimo texto, estimado Señor de Portorosa. Qué terrible belleza melancólica y qué ternura dolorida en tus palabras. Qué humanamente bello te revelas al rebelarte así frente a la muerte´. Cómo me conmueve la sensibilidad de tu mirada limpia. Y qué bella la réplica de la desconocida Saf (en efecto, escribe tan bien como la Señora Mobile me había comentado). Con algo que ella ha escrito, sencillo y verdadero, quiero "enganchar" ahora y decirte que la vida es bella. Ya sé que tú lo sabes de sobra, pero quería insistirte.

    Hay unos versos (extraídos de un larguísimo poema de Vicente Aleixandre) que expresan exactamente no lo que he sentido al leer tu texto, sino qué he sentido respecto a ti. Los uso, con todo descaro:

    "Nadie puede ignorar la presencia del que vive,
    del que en pie en medio de las flechas gritadas, muestra su pecho transparente que no impide mirar,
    que nunca será cristal a pesar de su claridad, porque si acercáis vuestras manos, podréis sentir la sangre"

    ResponderEliminar
  7. Gracias, Ernesto. Yo no soy lector de poesía (murmullos de decepción), o apenas lo soy, y no conocía los versos. Son muy bonitos, como el resto, aunque suenan raro en boca de un "showman"; el espectáculo debe de estar regenerándose.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  8. Hola, Donna. Sobre el penúltimo comentario no opino para no aburrirte ni quitarle -por exceso de repetición- valor a los elogios. Tan sólo digo que de nuevo me parece brillante (y en tu tono; pero tu falta de contestación me escama y me hace no insistir...).
    La cita en latín es una muy típica, que a veces se atribuye a autores posteriores como Ortega, pero que en realidad es de una obra de Terencio que se titula, más o menos, "Tonto para sí mismo" o "El que se ataca a sí mismo"; y significa "Soy un hombre, y no considero ajeno a mí nada de lo humano"; o, más comunmente, "(Soy humano, y) Nada de lo humano me es ajeno".
    A pesar de que está muy vista, no creo que haya muchas frases que merezcan tanto ser citadas. Lo que pasa es que, en general, se dice sin pensar mucho, y -como casi siempre, sobre todo con las de algunos autores- quedándose sólo con su brillo y su "redondez" formal, pero sin asimilarla bien.
    Un abrazo, Donna.

    ResponderEliminar
  9. Me refería, simplemente, a que en un comentario mío a los relatos vuestros "valoré" tus estilos, comparando el diario con el "serio". Y me extrañó que no hubiese respuesta; aunque seguramente ni lo verías.
    Solucionado, por supuesto. Por supuesto.

    ResponderEliminar