En la carretera
En la carretera
"HACÍA MUCHOS meses que no iba yo solo en coche a Madrid. Y me apetecía, a pesar del
miedo que me da quedarme dormido. Conducir sin compañía y sin prisa es una
situación ideal para divagar.
Últimamente
he sufrido varios viajes completos escuchando, bien el resumen de la jornada de
liga, bien programas de presuntos debates y noticias, y con ambas cosas me
daban ganas de saltar del coche en marcha. El análisis metafutbolístico me
parece ridículo por definición, y los contenidos supuestamente serios eran muy
malos, parecían la tele. Pero, al no ir con nadie, la radio pasa de tortura a
aliada.
Crucé
casi todo Lugo escuchando Matías el pintor, de Paul Hindemith. Cuando ya
acababa pasé bajo la iglesia de Noceda, en As Nogáis, una mole de piedra que
siempre me imagino nevada, resistiendo. Si la provincia entera es preciosa, al
llegar a su límite oriental Lugo se va haciendo aún más espectacular. Las
sucesivas líneas de montes, completamente verdes, con prados en pendiente con
vacas paciendo, son preciosas. Aunque supongo que los ingenieros de la A-6 o
del AVE discreparán. Desde el viaducto de Ruitelán, por ejemplo, ya en León, se
ve un valle pequeño y profundo, frondoso, que durante esos diez segundos parece
un lugar idílico para vivir.
Al
entrar en el Bierzo el paisaje poco a poco empieza a secarse y la tierra de los
cortes de la autopista comienza a enrojecer. Al rato, ya estamos en Castilla y
todo alrededor es llano. Voy buscando un sitio donde parar a cenar lo que llevo
de casa y, después de pensármelo mucho, me desvío mirando a mi derecha, a una
puesta de sol, y aparco en un sitio perfecto. Entonces miro a la izquierda y
descubro, justo delante, el pub, digamos, “Sumatra”, cuyas luces y ubicación
resultan, cuando menos, sospechosas. Pero me quedo y tengo una cena de apenas quince
minutos bonita y apacible. Apoyo la botella en el capó del coche y como mi
bocadillo frente a un cielo lleno de inmensas nubes malvas y naranjas. Me
siento como Jack Kerouac en On the road, en La Bañeza.
Cuando
anochece cambio la música. Entro en Madrid cantando Eleanor Rigby. Hindemith
escogió la figura del pintor Matthias Grünewald para expresar el conflicto que
experimenta el artista entre vida y arte, las dudas sobre la utilidad y el
sentido de su obra en medio del mundo. En solo cuatro estrofas, Paul McCartney describió
las vidas de absoluta soledad de dos personas. Y me hace recordar, con más
extrañeza que dramatismo, que hubo una época en que yo también llevé puesta la
cara que guardaba en un tarro junto a la puerta, y también me preguntaba para
quién sería."
* * *
[Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda del domingo 23 de junio de 2019]
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