Una pista de tenis
[Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda del domingo 30.09.18]
Una pista de tenis
"Otra
vez me pongo a escribir por tristeza. Es lo más habitual, y seguro que no muy
buen síntoma. Sería estupendo, para mí y para cualquier lector, que me dedicase
a contar lo bien que me siento. No sé en qué película, un director de cine era
condenado a prisión y pasaba un tiempo encarcelado, y cuando observaba la
reacción de los demás reclusos al ver dibujos animados, cuando se daba cuenta
de que aquellos desgraciados, durante una hora a la semana, se olvidaban de sus
miserables vidas, decidía que al salir ya solo dirigiría películas que hiciesen
reír.
Pero
yo, a aquel director le diría que hacer reír es difícil. Mucho más difícil que hacer
llorar, que es fácil. Recorro la Gran Vía y voy viendo los carteles que
anuncian obras de teatro y monólogos. Casi todo comedia. Y no digo yo que no
haya nada que valga la pena, pero me cuesta creerlo. Viendo las caras de los humoristas,
la sucesión de sonrisas forzadísimas y guiños de complicidad de compañero
graciosete de oficina, a mí lo último que me apetece es entrar.
Recuerdo
una conferencia, hace muchos años, del poeta Miguel D’Ors, nieto de Eugenio, en
la antigua Fundación Caixa Galicia de Ferrol, cuando todavía estaba en el
entresuelo de la calle Galiano. D’Ors leyó algunos poemas suyos. Había uno en
el que hablaba de las hojas secas moviéndose con el viento en una pista de
tenis vacía. Me había encantado, emocionado, y me había hecho preguntarme por
enésima vez por qué no leo poesía si puede gustarme tanto. Poco más recuerdo,
excepto una cosa: dijo que él escribía cuando estaba mal, que su obra surgía
del dolor, de la pena y, en general, de la insatisfacción. Habló incluso de
infelicidad. Entonces repasó la lista de todos sus títulos y comentó que, por
suerte, eran bastante pocos. Se veía que no le había ido tan mal la vida, que no
había sido muy infeliz. Fue una conferencia muy bonita.
Lo
de la pista de tenis parece algo frívolo, quizá. Alguna vez, después, lo he
pensado. Como si no pudiera haber mucha tristeza ni demasiadas preocupaciones
en una casa que tenga una, por muy decadente que sea, en una casa con finca, o
como poco un porche con muebles ya algo viejos pero que se ve que fueron buenos.
Como si ahí los problemas no pasasen de que el niño no ha entrado en la carrera
que quería o la tapicería de los sofás ha pasado de moda. Lo cual es una
estupidez, por supuesto. Era curioso cómo la imagen de aquellas hojas y de
aquella pista sin usar, seguramente con la red algo caída, podía resultar tan
melancólica."
* * *
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