21.10.18

Una pista de tenis


 [Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda del domingo 30.09.18]


Una pista de tenis




"Otra vez me pongo a escribir por tristeza. Es lo más habitual, y seguro que no muy buen síntoma. Sería estupendo, para mí y para cualquier lector, que me dedicase a contar lo bien que me siento. No sé en qué película, un director de cine era condenado a prisión y pasaba un tiempo encarcelado, y cuando observaba la reacción de los demás reclusos al ver dibujos animados, cuando se daba cuenta de que aquellos desgraciados, durante una hora a la semana, se olvidaban de sus miserables vidas, decidía que al salir ya solo dirigiría películas que hiciesen reír.

Pero yo, a aquel director le diría que hacer reír es difícil. Mucho más difícil que hacer llorar, que es fácil. Recorro la Gran Vía y voy viendo los carteles que anuncian obras de teatro y monólogos. Casi todo comedia. Y no digo yo que no haya nada que valga la pena, pero me cuesta creerlo. Viendo las caras de los humoristas, la sucesión de sonrisas forzadísimas y guiños de complicidad de compañero graciosete de oficina, a mí lo último que me apetece es entrar.

Recuerdo una conferencia, hace muchos años, del poeta Miguel D’Ors, nieto de Eugenio, en la antigua Fundación Caixa Galicia de Ferrol, cuando todavía estaba en el entresuelo de la calle Galiano. D’Ors leyó algunos poemas suyos. Había uno en el que hablaba de las hojas secas moviéndose con el viento en una pista de tenis vacía. Me había encantado, emocionado, y me había hecho preguntarme por enésima vez por qué no leo poesía si puede gustarme tanto. Poco más recuerdo, excepto una cosa: dijo que él escribía cuando estaba mal, que su obra surgía del dolor, de la pena y, en general, de la insatisfacción. Habló incluso de infelicidad. Entonces repasó la lista de todos sus títulos y comentó que, por suerte, eran bastante pocos. Se veía que no le había ido tan mal la vida, que no había sido muy infeliz. Fue una conferencia muy bonita.

Lo de la pista de tenis parece algo frívolo, quizá. Alguna vez, después, lo he pensado. Como si no pudiera haber mucha tristeza ni demasiadas preocupaciones en una casa que tenga una, por muy decadente que sea, en una casa con finca, o como poco un porche con muebles ya algo viejos pero que se ve que fueron buenos. Como si ahí los problemas no pasasen de que el niño no ha entrado en la carrera que quería o la tapicería de los sofás ha pasado de moda. Lo cual es una estupidez, por supuesto. Era curioso cómo la imagen de aquellas hojas y de aquella pista sin usar, seguramente con la red algo caída, podía resultar tan melancólica."


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