Pongamos que hablo
[Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda del domingo 09.09.18]
Pongamos que hablo
"Hace treinta y seis años, la
noche que mi padre y yo llegamos a Madrid, mientras hacíamos nuestras camas en
una habitación grande y vacía, oímos en la radio la canción “Words don’t come
easy”, de F. R. David. Sonaba en la radio despertador, que era lo único que
habíamos colocado, y mi padre comentó que le parecía una canción muy bonita. Yo
acababa de cumplir doce y nunca había salido de Galicia, e íbamos a vivir a un
remoto pueblo castellano –precisamente el de “Crónicas de un pueblo”, ni más ni
menos-, donde pasaríamos los siguientes tres años. Mi madre y mi entonces único
hermano llegaron unos meses más tarde. Y le contesté que, a mí, muy triste.
Aunque no entendía ni siquiera el estribillo. Porque el triste era yo, aquel
día en que –ahora me doy cuenta- por primera vez me sentía fuera de casa.
Hoy he llegado a Madrid, de nuevo
a vivir, o al menos a vivir por semana. Parece que como mínimo un par de años.
Todavía no me lo creo, y estoy muy lejos de asimilarlo. Escribo en mi
habitación después de hablar con Marta y los niños, y también con mi padre, y
me resulta imposible pensar que no he venido solo unos días, que no estoy de
paso como siempre. Me parece inconcebible que esto, los edificios parduzcos que
veo desde mi ventana, ese cielo, este barrio que no sale en ninguna postal, este
clima que me seca la nariz, toda esta gente, los nombres de las calles, el
súper abierto en domingo y esta soledad puedan convertirse en mi normalidad.
Pero he decidido que valga la pena.
Sacarle provecho a este tiempo, no dejar que la inercia marque mi día a día e
intentar que este sacrificio, ya inevitable, traiga algo bueno. Para mí y para
ellos: llegar cada semana a casa contento y con algo interesante que contar de
mi extraña nueva vida. Así que, como primer paso, también he decidido no estar
triste. No me lo puedo permitir si quiero vivir. Por eso hoy de noche, ya en la
cama, al apagar la luz me he negado a pensar en los días, uno tras otro, que no
los voy a ver, que no les voy a dar un beso, que Paula no se me va a quedar
mirando fijamente y me va a sonreír, que Carlos no va a ir de mi mano y me va a
preguntar algo que se le pasa por la cabeza, que no voy a hablar con ellos en
el coche, que no se van a sentar a mi lado en el sofá: que me los voy a perder.
No me lo puedo permitir si quiero sobrevivir.
Hoy he venido conduciendo y, a
mitad de camino, cuando ya estaba aburrido de mis discos, encendí la radio en
una emisora al azar. Estaba sonando “Words don’t come easy”, treinta y seis
años después de que se me quedara atragantada porque estaba lejos de casa."
* * *
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