Beber y leer
[Publicado en el suplemento cultura Táboa Redonda del domingo 12 de mayo de 2019]
Beber y leer
EL DÍA DEL LIBRO fui a una librería y me tomé dos cervezas y
unos cacahuetes.
Mi amigo Javi llegó mojado y me empapó de un abrazo. Siempre
me sorprende que llueva en Madrid; no sé a qué viene, la verdad. Me regaló “El
elogio de la sombra” (Siruela, Biblioteca de ensayo), del japonés Junichiro
Tanizaki, que trata, literalmente, de la sombra, de su importancia en la casa
tradicional japonesa, de su influencia en la concepción de las estancias, en
sus artes decorativas o en la presentación de sus comidas, y también en la
estética de los roles clásicos del teatro noh o en el maquillaje y vestuario de
las mujeres. Pensar que se oscurecían los dientes con laca negra da una idea de
la distancia sideral que separa nuestros dos cánones de belleza.
Entre trago y trago compré “El periodista deportivo” (Anagrama)
de Ford, porque he perdido el que tenía, y para ver si esta vez consigo acabarlo;
“Mañana tendremos otros nombres” (Alfaguara), de Patricio Pron, una incógnita
para mí; “Dog soldiers” (Malas Tierras), al parecer una obra maestra de Robert
Stone de la que yo no había oído hablar, e “Historias tardías” (Eterna
Cadencia), de Stephen Dixon, que si hacemos caso al crítico Rodrigo Fresán es
una joya. La librería era “Tipos Infames”, de Madrid; una de esas que te
permiten contestar dos preguntas: qué falta en las de tu ciudad y cuál es la
clave para sobrevivir vendiendo literatura en vivo en la era de internet. La
respuesta es la misma y se llama buen librero.
Javi venía con ganas de beber y yo no vi motivos para no
hacerlo. Justo ayer leí en “Los anillos de Saturno”, de Sebald, que fue Edward
Fitzgerald quien tradujo en su casa de Suffolk y presentó en Occidente la obra
del astrónomo, matemático, filósofo y poeta persa del siglo XI Omar Jayam.
Acordarnos de que en sus Rubaiyat
cantó las bondades del vino y de beber con los seres queridos nos habría hecho
sentir un poco más trascendentales. Pero, sin saberlo, le hicimos caso.
Sufrimos demasiado. Quiero decir: para no sufrir en serio,
sufrimos bastante. Algo debemos de hacer muy mal para que nuestras cosas, que
vienen fáciles, que no nos ponen en peligro y hasta son voluntarias, tiendan a
complicarse y a atascarse tanto.
Hace unos meses, viendo una película con los niños, les di
un consejo. Que no pasaba nada si de mayores bebían, como bebemos nosotros, con
cabeza, como nos ven ir de cañas o cenar con vino con amigos. Que tenía su
parte buena. Pero que siempre bebiesen porque se sentían bien, no porque
estuvieran mal. Creo que es un buen consejo. Aunque nosotros a veces no lo
sigamos.
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