Admirable su sentido de la comprensión hacia el "estar" de los demás asistentes durante la proyección cinematográfica. Recuerdo haber visto esa proyección durante mi adolescencia en el cine Renacimiento (edificio hoy desvencijado y en ruina total).
En aquel entonces acudía al cine los domingos. Mi última sesión fue en el mismo cine con la Naranja Mecánica, no he vuelto a las proyecciones de cinematógrafo.
El cine y en privado, mucho más cómodo que en los bancos sin respaldo de "General" de los cinematógrafos: Cinema, Capitol, Renacimiento, todos desaparecidos. Y en el cine Jofre, hoy reconvertido para eventos culturales.
Las Plateas o Butaca preferente, tenían un precio prohibitivo para mi economía adolescente. Obligado era la asistencia en los bancos del cine, cuya entrada era más económica.
Incomodaba el "descanso de la proyección" se encendía el alumbrado y provocaba un fogonazo de impresión tras la oscuridad y penumbra, que momentos antes, acompañaba la proyección.
Los molestos viajes de de los asistentes al ambigú obligaba a erguirse (el paso entre bancos era muy ajustado). Acudían a comprar los refrigerios con que obsequiaban a la compañera de banco y el regreso con las bolsas de las palomitas crujientes. O en la oscuridad durante la exhibición del cine, las carantoñas, besos, murmullos, apretones, o cuchicheos con las novias. Provocando una sesión de angustia y envidia de los que a unos escasos centímetros acudían solos sin novia o compañera. La soledad del cine era un habitual recurso que urdía la protección y vigilancia filial sufrida por los novios incipientes.
Y la censura férrea de aquel entonces: Mayores de 18 años con reparos (el culmen de la infracción y del pecado). ¡Qué tiempos de adolescencia y juventud, tutelados por la censura y la religión... Algún que otro quedó traumatizado de por vida...
Visiten el Blog "Cosas que me pasan" lean "Ensayo sobre el microondas" es antológico. En mi caso y tras 22 años funciona perfectamente. Lo adquirí para evitarle la lucha de el desayuno a mi madre. Yo lo calentaba en un hervidor eléctrico en el mismo baño. Pero a mi madre le disgustaba y no permitía (era quitarle protagonismo) y se empeñaba en calentarlo en la cocina. Su eterna pelea con los cerillos para encender los quemadores fríos o húmedos en las madrugadas de invierno, el gas de la bombona que no acababa de llegar al quemador de la cocina... Su desespero, sus imprecaciones, se empeñaba en hacerlo mientras estaba yo en el baño antes de salir de madrugada a cumplir con mi jornada laboral... ¡Qué recuerdos imborrables... No hay como una madre...!
Tengo una buena amiga que lleva turistas (generalmente latinoamericanos) por Europa. Me contó una historia preciosa. Llevaba un grupo de seis brasileñas con una edad media de 80 años. Debían tener medios económicos y se apuntaban a todas las excursiones. Un día, en París, las actividades eran numerosas y a mi amiga le parecieron fatigosas. La jornada se remataba con la asistencia al Moulin Rouge, en la sesión de las 11:30 de la noche a la 01:30 de la madrugada. Apiadándose de ellas, les propuso en la cena devolverles el dinero del Molino, para que no se fatigaran. Una le respondió: “No hija mía, nos hemos pasado la vida haciendo lo que nuestros padres decían, hasta que empezamos a hacer lo que nos dejaba y decía nuestro marido. Ahora somos viudas y por primera vez podemos hacer lo que queremos. Y queremos hacerlo todo”.
Mi respeto para esas señoras mayores, aunque no entiendan lo que Bergman quiere contar. Mi respeto y aplauso a esas ganas de vivir, de reírse, de tomar la decisión de estar vivas y hacer todo lo que puedan... a ser posible si es gratis, porque a diferencia de las brasileñas, nuestras viudas viven con una pequeña pensión. Ojalá los adultos y los jóvenes tuviéramos esas ganas de vivir y, con capacidad de entender a Bergman y lo que nos echen, quisiéramos cambiar nuestra vida y mejorar la vida colectiva.
Admirable su sentido de la comprensión hacia el "estar" de los demás asistentes durante la proyección cinematográfica. Recuerdo haber visto esa proyección durante mi adolescencia en el cine Renacimiento (edificio hoy desvencijado y en ruina total).
ResponderEliminarEn aquel entonces acudía al cine los domingos. Mi última sesión fue en el mismo cine con la Naranja Mecánica, no he vuelto a las proyecciones de cinematógrafo.
ResponderEliminarLas siguientes: en la TV. Y algunas en los videos que acompañaban a los diarios.
ResponderEliminarEl cine y en privado, mucho más cómodo que en los bancos sin respaldo de "General" de los cinematógrafos: Cinema, Capitol, Renacimiento, todos desaparecidos. Y en el cine Jofre, hoy reconvertido para eventos culturales.
ResponderEliminarLas Plateas o Butaca preferente, tenían un precio prohibitivo para mi economía adolescente. Obligado era la asistencia en los bancos del cine, cuya entrada era más económica.
ResponderEliminarIncomodaba el "descanso de la proyección" se encendía el alumbrado y provocaba un fogonazo de impresión tras la oscuridad y penumbra, que momentos antes, acompañaba la proyección.
ResponderEliminarLos molestos viajes de de los asistentes al ambigú obligaba a erguirse (el paso entre bancos era muy ajustado). Acudían a comprar los refrigerios con que obsequiaban a la compañera de banco y el regreso con las bolsas de las palomitas crujientes. O en la oscuridad durante la exhibición del cine, las carantoñas, besos, murmullos, apretones, o cuchicheos con las novias. Provocando una sesión de angustia y envidia de los que a unos escasos centímetros acudían solos sin novia o compañera. La soledad del cine era un habitual recurso que urdía la protección y vigilancia filial sufrida por los novios incipientes.
ResponderEliminarY al termino de la proyección crujían bajo los pies las palomitas perdidas en el suelo y pegadas en los zapatos al abandonar la sala de proyección.
ResponderEliminarY la censura férrea de aquel entonces: Mayores de 18 años con reparos (el culmen de la infracción y del pecado). ¡Qué tiempos de adolescencia y juventud, tutelados por la censura y la religión... Algún que otro quedó traumatizado de por vida...
ResponderEliminarVisiten el Blog "Cosas que me pasan" lean "Ensayo sobre el microondas" es antológico.
ResponderEliminarEn mi caso y tras 22 años funciona perfectamente. Lo adquirí para evitarle la lucha de el desayuno a mi madre. Yo lo calentaba en un hervidor eléctrico en el mismo baño. Pero a mi madre le disgustaba y no permitía (era quitarle protagonismo) y se empeñaba en calentarlo en la cocina. Su eterna pelea con los cerillos para encender los quemadores fríos o húmedos en las madrugadas de invierno, el gas de la bombona que no acababa de llegar al quemador de la cocina... Su desespero, sus imprecaciones, se empeñaba en hacerlo mientras estaba yo en el baño antes de salir de madrugada a cumplir con mi jornada laboral... ¡Qué recuerdos imborrables... No hay como una madre...!
Manolo, estos comentarios son un verdadero lujo. Deberían ser un post por sí solos.
ResponderEliminarMuchas gracias.
Tengo una buena amiga que lleva turistas (generalmente latinoamericanos) por Europa. Me contó una historia preciosa. Llevaba un grupo de seis brasileñas con una edad media de 80 años. Debían tener medios económicos y se apuntaban a todas las excursiones. Un día, en París, las actividades eran numerosas y a mi amiga le parecieron fatigosas. La jornada se remataba con la asistencia al Moulin Rouge, en la sesión de las 11:30 de la noche a la 01:30 de la madrugada. Apiadándose de ellas, les propuso en la cena devolverles el dinero del Molino, para que no se fatigaran. Una le respondió: “No hija mía, nos hemos pasado la vida haciendo lo que nuestros padres decían, hasta que empezamos a hacer lo que nos dejaba y decía nuestro marido. Ahora somos viudas y por primera vez podemos hacer lo que queremos. Y queremos hacerlo todo”.
ResponderEliminarMi respeto para esas señoras mayores, aunque no entiendan lo que Bergman quiere contar. Mi respeto y aplauso a esas ganas de vivir, de reírse, de tomar la decisión de estar vivas y hacer todo lo que puedan... a ser posible si es gratis, porque a diferencia de las brasileñas, nuestras viudas viven con una pequeña pensión. Ojalá los adultos y los jóvenes tuviéramos esas ganas de vivir y, con capacidad de entender a Bergman y lo que nos echen, quisiéramos cambiar nuestra vida y mejorar la vida colectiva.
¡Vivan las señoras mayores!