24.12.11

Una Nochebuena más

Una Nochebuena más (y van siete), os deseo a todos los que, leyéndome, le dais sentido a este blog, y a los que, comentando, lo hacéis mejor, unas muy felices Navidades, con todo mi cariño.

Besos y abrazos.


23.12.11

Ideas

La validez de una teoría no reside en su originalidad, ni en su atractivo intelectual, ni en la brillantez con la que se formula, aunque todas esas cosas sean de agradecer, sino en su acierto, en que se cumpla.
Yo

Y si no que se lo pregunten al amigo Fukuyama, el del fin de la Historia. Lo clavó, el tío...


22.12.11

En Navidades y el resto del año: los demás

Llego a una entrevista muy interesante y, en cierto modo, especialmente apropiada para estas fechas, vía Jesús (uy, qué nombre más apropiado para estas fechas, también).





Además del tema central, que es la necesidad de los demás, de las buenas relaciones, y sus beneficios sobre nuestra satisfacción personal (y por el contrario, los perjuicios de la soledad), me llama la atención la importancia que le concede a nuestra actitud, y los efectos que le atribuye sobre nuestro estado de ánimo, e incluso, sí, sobre nuestra salud.

19.12.11

Vida exterior

No hace tanto tiempo que viajar, por cerca que fuese, era algo excepcional. Estaba al alcance de pocos, casi nadie necesitaba hacerlo, y desde luego no se había convertido en una forma de ocio popular (los viajes en vacaciones los hacían los ricos y duraban seis meses).

Mi madre le hablaba en el sesenta y muchos a una señora de su aldea de los rascacielos de Nueva York, cuando fue mi padre, y la señora, Carmen, le preguntaba "Pero e iso hai xente que o veu?". Verlos, solo verlos, ya le parecía inaudito; pensar en, por ejemplo, vivir en ellos era inconcebible.

Y eso es comprensible aún ahora, y aquí, donde conviven épocas distintas, pero hay algún caso pasmoso. La bisabuela de M, que vivía en una aldea de este ayuntamiento, a unos dos kilómetros en línea recta de la costa, nunca vio el mar. Nunca llegó tan lejos de su casa, ni quizá tuvo motivos para hacerlo. Su vida nunca rebasó las pequeñas fronteras de su día a día, que eran las de su entorno inmediato. Yo me pregunto si no habría noches de temporal en las que incluso oiría las olas desde la cama, y si se lo imaginaría.

Y el otro día un amigo, R, me comentaba cómo esta historia le había llevado a pensar en otra cosa: había hecho un paralelismo entre el caso de esta mujer y la humanidad, donde el mar sería la vida extraterrestre. Suponía él que tal vez alguna civilización nos estuviese observando, o llegase a estudiarnos dentro de unos cuantos siglos, y comentasen, sin salir de su asombro:

- Fíjate cómo estaban de atrasados en ese planeta, ¡que nunca habían visto a otros seres vivos!
- ¡Qué me dices!
- En serio. ¡Se pensaban que no había más vida, que estaban ellos solos en el Universo!
- Pero cómo es posible; si estaban al lado...
- Ya, pero para ellos esas distancias eran terribles; no eran capaces ni siquiera de salir de su sistema, y de hecho apenas abandonaron su planeta. Se pasaron toda su existencia allí.
- Increíble.


13.12.11

¿Todo o nada?

En la difícil elección entre sostener una posición y ceder, entre la teoría y la práctica, no hay receta. Allá cada cual con el equilibrio al que crea haber llegado.

Sé que, por un lado, todos creemos en ciertas verdades irrenunciables por las que estaríamos dispuestos a mucho, e incluso a todo. Por otro, reconozco el valor de las puntas de lanza que no se conformaron ni se conforman, su insustituible papel alertándonos, despertándonos, señalando direcciones, acercándonos lo imposible hasta que deja de serlo; sin ellos, la Historia sería más lenta.

Pero aun así, cada vez me cansa más el todo o nada, el desprecio de los logros parciales; me parece preferible avanzar un poco a quedarme parado muy digno. Y hablo de ideas y opiniones, claro, pero también de trabajo, de relaciones personales y de nuestros planes y proyectos.

Comprendo que se le pueden poner muchas objeciones a esto. Que se puede hablar de medias tintas, de claudicación, de falta de valor, de tibieza. Y que en muchos casos será con razón. Pero, qué quieren, en la postura contraria, por cada caso de entereza y honestidad intelectual veo dos de simple cerrilidad, cuando no de fanatismo.

¿Adoptar esa actitud presuntamente conciliadora supone en la práctica allanar el terreno a quien no pretende sino aprovecharse de nuestra buena intención? ¿Supone, al final, perder? No lo sé; ni sabría decir tampoco cuál de las dos posturas lleva más daño acumulado a sus espaldas.

Pero si en lugar de pensar en términos políticos o sociales traslado la pregunta al ámbito personal, apenas tengo dudas: la capacidad de ceder, la flexibilidad, la búsqueda de soluciones intermedias, los esfuerzos por comprender al distinto y, en fin, la prudencia de cuestionar las propias seguridades, casi (casi) siempre son la opción adecuada.


7.12.11

Obreros de derechas

Bueno, el título es un poco de marketing.

Hablar de ser de derechas o de izquierdas parece estar un poco demodé (1), pero yo creo que aún significa algo, y que por tanto todavía resultan unas etiquetas útiles.

Por ejemplo, a la hora de ver cómo entiende uno la economía y cuáles son sus prioridades o, digamos, sus asunciones básicas de partida.

Y dado que considero que la derecha defiende, en ese aspecto, los intereses de quienes tienen más dinero, yo también me he hecho a menudo la nada original pregunta de por qué tanta gente humilde, tantos asalariados, tantos parados, son (hayan llegado ellos a esa conclusión por sí mismos o mediante bombardeo mediático, es igual) de derechas.

Y, ojo, no me refiero a la extrema derecha, porque en ese caso la explicación me parece más fácil (y más terrible); me refiero al apoyo a la derecha normal.

Una posible explicación, claro, es que yo estoy equivocado y la gente en cambio en lo cierto cuando dice que la derecha es su mejor opción.

Sin embargo, es curioso pero creo que el que tiene razón soy yo y que ahí hay una contradicción; y por eso buscaba una explicación.

Normalmente se me ocurrían dos cosas:

a) La extendida convicción de que la derecha es la que entiende de dinero, y que por tanto es la que tiene que gestionarlo. Que las ideas de los otros estarían muy bien en un mundo mejor, pero que hay que ser práctico, dejarse de teorías (y de tonterías) y centrarse en lo que importa.

b) Un deseo de orden, relacionado con la seguridad ciudadana, con la inmigración, con cierta idea de quiénes merecen y quiénes no el apoyo del estado, con la añoranza de las cosas como toda la vida, con cierta inseguridad ante los cambios, con el miedo a los bárbaros, etc., e incluso con un perfil de gobierno fuerte, resolutivo, capaz de dar un puñetazo encima de la mesa (recuerden el caso "Alacrana" y los comentarios y comparaciones que suscitó). Esta segunda razón es la que, en situaciones críticas, llevaría también al auge de la extrema derecha.
c) Ah, bueno, y en España una tercera, todavía visible en las generaciones mayores: la idea, arraigada por la educación recibida durante décadas, de que la derecha es lo respetable y lo moralmente correcto, y la izquierda es mala.


Una amiga, con más querencia que yo por la política y más versada en las teorías del viejo Karl, lo explica a partir de una conciencia de clase, que en el caso de la clase media-baja consistiría en un deseo de formar parte de otra.

Y ahora que he retomado la lectura del libro de Hobsbawm que adorna este blog desde hace meses, me he encontrado con esta explicación:

...[a partir de la década de los setenta] varios acontecimientos significativos dilataron las grietas surgidas entre los distintos sectores de la clase obrera (...). Los situados en los niveles superiores de la clase obrera -la mano de obra cualificada y empleada en tareas de supervisión- se ajustaron más fácilmente a la era moderna de producción (...) y su posición era tal, que en realidad podían beneficiarse del mercado libre, aun cuando sus hermanos menos favorecidos perdiesen terreno.
(...)
La vieja división victoriana entre los "respetables" y los "indeseables"resurgió, tal vez en una nueva forma más agria, porque en los días gloriosos de la expansión económica global, cuando el pleno empleo parecía satisfacer las necesidades materiales de la mayoría de los trabajadores, las prestaciones de la seguridad social se habían incrementado hasta niveles generosos que, en los nuevos días de demanda masiva de subsidios, parecía como si le permitiesen a una legión de "indeseables" vivir mucho mejor de los "susbsidios" que los pobres "residuales" victorianos, y mucho mejor, en opinión de los hacendosos contribuyentes, de lo que tenían derecho.
Así pues, los trabajadores cualificados y respetables se convirtieron, acaso por primera vez, en partidarios potenciales de la derecha política.

Con algunas variaciones, entre las que yo destacaría la irrupción masiva de la inmigración como elemento nuevo y diferenciado dentro de esa clase baja indeseable, o incluso como última clase despreciada (en cualquier caso, como alquien que no se merece nada de lo que le den), yo creo que esos sentimientos se dan entre nosotros, a nuestro alrededor.


(1) ¡Por cierto, aprobé el examen de francés del otro día!


5.12.11

Vicedo, Oliva y mi paciencia

Carlos me preguntó esta semana cuándo íbamos a ir a Vicedo. Ya habían pasado dos meses desde la última vez. Y volvimos. Paula, el viernes, de camino, me contó que se había levantado súper contenta al acordarse.

Fue solo un día y medio, no hizo buen tiempo y estuvimos bastante en casa, pero aun así estuvo muy bien. Ellos están siempre contentos en casa; incluso Carlos me decía, el sábado después de comer, "Bueno, nos iremos, ¿no? Que no vamos a venir aquí para no estar nada en casa...". Además, pudimos dar un paseo por el muelle, ir un rato a un parque y comer fuera. Y solo salir a la puerta y mirar el mar ya hace que el viaje valga la pena.


Mi frugal comida
O Barqueiro, enfrente


El sábado por la mañana fuimos al café de siempre. Me encanta que nos saluden; y sobre todo con la alegría con la que lo hace Oliva. Tomamos algo, jugué al Gordo para comprarme nuestra casa, y estuve más de media hora hablando con ella: de cómo le salen los calamares, de cómo se hace el bonito y de los hijos. Para mí fue un verdadero placer.

El único elemento disonante, como de costumbre, lo puse yo, que me enfadé demasiado con ellos, por tonterías y sin razón.

Paciencia: ¿por qué no tendré más paciencia, en las distancias cortas?


Hay muchas formas de ir a la playa


29.11.11

A finales de noviembre

El viernes, tras meses sin pisarla, volvimos los tres a la biblioteca municipal. Fuimos paseando, parando cada vez que les apetecía, por cualquier cosa, sin prisas en una excepcional tarde sin actividades. Cada uno cogió su libro y su película.

Antes, esa mañana, había recibido un correo que supone la sorprendente primera apertura de esas puertas que yo pretendía que el doctorado me franquease.
La idea de doctorarme obedeció en su momento, y obedece, a varios motivos, perfectamente identificados desde el principio. Motivos que en general hacen del doctorado un fin en sí mismo, de modo que si, una vez acabada la tesis, no vuelvo a saber nada más del tema, habré dado el esfuerzo por bien empleado. Pero al mismo tiempo me gustaría mucho, claro, tener la posibilidad de hacer algo más. No se trata de pretensiones laborales, ni mucho menos, pero sí de complementar mi trabajo con otra actividad que me interese más y me ofrezca otros alicientes. Me conformaría con algo muy modesto, como seguir escribiendo sobre el tema en el ámbito académico, continuar investigando...
Y parece que voy a tener una oportunidad: voy a escribir mi primer artículo sobre lo mío, para el anuario de un instituto (el único de Galicia) de análisis exterior. Gracias, por supuesto, a unos contactos quiero creer que no suficientes, pero desde luego imprescindibles.

El sábado fui con M y C a una xuntanza básicamente infantil, que incluía una actuación teatral, la escenificación de un cuento en la que M y yo tuvimos un inesperado protagonismo. No me pregunten de qué iba, pero un servidor hizo, por este orden, de cocodrilo, de Zeus y de lobo feroz (el que le soplaba a los tres cerditos). La verdad es que es un papel que se ajustaba a mi perfil y creo que no me salió mal del todo, pero procuraré no repetir, más que nada para no encasillarme.
La pena fue que no me vieron Paula y Carlos.

Por cierto, ¿conocen el problema del lago y los nenúfares?

En un lago, el día 1 de un mes hay un nenúfar; el 2, hay dos; el 3, cuatro; el 4, ocho, y así sucesivamente, doblándose cada día. Si los nenúfares tardan 31 días en llenar el lago, ¿qué día ocupan la mitad?

Pues bien, el otro día, Carlos, tras contestar erróneamente lo que casi todos los adultos suelen contestar, volvió a escuchar la explicación y, a la segunda, respondió correctamente.
Ya, ya sé que es mi hijo, bla, bla, bla, pero no me digan... ¡Que tiene cinco años!

El domingo fue un día agradable, que acabó viendo Yerma, que me gustó mucho. Mientras conducía por la autovía hacia el teatro, a las seis y media, ya casi de noche, por el retrovisor veía el resplandor del centro de la ciudad y los faros de dos coches. La carretera bajaba, y los coches parecían mantenerse quietos en lo alto, con el cielo azulado detrás, como en una fotografía. Parecía otro lugar, en una película americana.

22.11.11

Tras las elecciones, y en defensa de Zapatero

Pues sí, voy a ser el único español que lo defienda, me parece.

Pero vayamos por partes.


1. LA CRISIS

No descubro nada nuevo si digo que la crisis ha determinado casi por completo los resultados de anteayer. No digo que no hubiese ganado el PP de todos modos, pero seguro que no así. Creo que poca gente lo discutirá.

Sí me discutirán, en cambio, que afirme que aquí en España se ha decidido cómo encajarla, que no es poco, pero poco más. Por supuesto, la responsabilidad de que nuestra economía y nuestros bancos no sean como los de Alemania es más bien nuestra, pero no hablo de esas carencias, cuyas causas se remontan a décadas (si no a siglos), sino de lo ocurrido en los últimos años. Desde luego, ni se ha provocado esta crisis (más allá de la connivencia con el sistema) ni (lo que ahora es más importante) se puede hacer prácticamente nada en solitario para salir de ella. Porque esta crisis es internacional (que no global), y a nivel internacional habrá de arreglarse. Como mucho, el gobierno podrá poner mayor o menor diligencia en seguir las instrucciones que está y seguirá recibiendo. Y no me quiero poner demagógico; hablo de instrucciones así en general, algunas provenientes de voces muy concretas, es cierto, pero otras surgidas de no se sabe bien dónde: creo en los poderes fácticos que mueven los hilos en la sombra, conscientes de hasta la última consecuencia de sus impecables e implacables planes secretos, pero aun más en la concatenación de despropósitos surgidos de la irresponsabilidad, el egoísmo y la negligencia colectivos.

Otra cosa: la crisis no es económica, sino financiera. Y lo que ahora se piden son soluciones financieras, y punto. Es decir, conseguir dinero, o por lo menos dar la impresión de que se tiene; en ningún caso se habla de sanear la economía, ni la nuestra ni la de nadie. Al menos eso es lo que yo he entendido estos últimos años. ¿Y eso qué supone? Pues... que no hay solución. O mejor dicho, que lo que se busca no es una verdadera solución, sino un remedio para superar el problema inmediato. Lo que implica como mínimo dos cosas: que los españoles de a pie la llevamos clara, pues las medidas que se tomen tendrán por único objeto conseguir ese dinero, y por tanto consistirán única y exclusivamente en apretarnos el cinturón, sin ninguna otra meta ulterior (la meta es esa); y que, si se llega a tapar este tremendo agujero, todo va a seguir igual que antes, pues lo que se está buscando es reparar el sistema, en ningún caso mejorarlo.

¿Me equivoco? Ojalá.



2. 20-N

¿Y qué tiene que ver el punto 2 con lo de ayer?

Que ambos líderes mentían cuando prometían remedios, porque ninguno los tiene ni los puede tener, y ambos lo saben (¡o eso espero!).

Que el PSOE se merecía el abandono de sus fieles, porque no ha ni siquiera intentado hacer otra política que la que le han mandado. Y que además se merecía la paliza del resto, porque, además de hacer lo que no debía, lo ha hecho mal.

Que estaba claro que, una vez descartado uno de los grandes partidos, en la España de hoy solo podía pasar lo que ha pasado. A lo que hay que sumarle que la gente, en su mayoría (absoluta), tiene la convicción de que los de derechas son al fin y al cabo los que entienden de dinero, y por tanto los que tienen que estar ahí, y dejarse de chorradas. No obstante, y como de costumbre, esa abrumadora mayoría se ha debido mucho más a la espantada socialista que al aumento de votos al PP.

Pero en verdad os digo:

a) Tampoco Rajoy va a sacarnos de la crisis. Ni Rajoy ni nadie. De la crisis saldrá Europa, así en general, o no saldrá nadie.

b) El PSOE ha traicionado sus teóricos principios, pero el PP ni siquiera va a necesitar disimular, pues aparte de que defiende el actual sistema, no va a tener ningún problema en recortar lo que considera gastos superfluos e injustificados (esas chorradas de las que hablábamos: política social, sanidad y enseñanza públicas, la cooperación exterior, etc.; y con ovación del respetable -que se cree que no va con él- incluida), y en primar los supuestos intereses empresariales (reforma laboral a su medida, reforma fiscal idem, etc.). Por eso creo que comienza una época peor.



3. ZP

Se va Zapatero por la puerta de atrás, humillado y con la cabeza gacha, pues los resultados de estas elecciones son ante todo una muestra del abrumador rechazo a su gestión (signifique eso lo que signifique; yo en realidad creo que es sobre todo una cuestión de saber vender la moto), y suponen su defenestración definitiva. Para mí, ni que decir tiene que fue mucho más vergonzante el mutis por el foro de Aznar, pero probablemente no se marchó con esa sensación de que no lo querían ni los suyos, como es el caso hoy.

Y, sin embargo, yo he defendido varias veces en este blog a Zapatero, y lo voy a volver a defender una vez más, supongo que ya la última.

No digo que lo haya hecho bien en esto. De hecho, lo ha hecho mal tanto para unos como para los otros. Y no sé, algún fallo más ha cometido durante estos años, sin duda. Pero también ha tenido aciertos: pienso sobre todo en algunos avances en políticas sociales, y en cierta iniciativa en política exterior, ridiculizada sin piedad por los obtusos.

Pero a mí lo que más me gustaba de él, lo que ayer volví a valorar mientras le oía anunciar el próximo congreso de náufragos, era su carácter, su tono. Un tono ingenuo, tachado de poco político, y seguramente revelador de que le faltaba algo para estar ahí. Por eso me convencía.

Porque a lo mejor me ha estado dando gato por liebre estos ocho años, pero lo cierto es que a mí Zapatero me parecía que tenía un sincero interés en hacer las cosas bien; con independencia de que después haya sabido cómo.

Me parecía un buen tío, una buena persona.

Y hay muy pocos políticos de los que pueda decir eso.

16.11.11

Un provinciano en Madrid: trois provinciaux à Madrid

Yo para hacer el examen que les comentaba el otro día, y mis padres por motivos familiares, salimos los tres el lunes por la mañana hacia la capital del Reino, en coche.

No por querencia a lo de toda la vida, sino porque no dábamos con ningún La Pausa ni similar que invitase mínimamente, salimos de la autovía en La Bañeza para comer. Preguntamos, nos aconsejaron, fuimos y comimos bastante mal. Eso sí, rapidísimo.

A partir de ese momento conduje yo.

Este viaje, y la vuelta al día siguiente, han sido como una mini-reconciliación estética con Castilla, creo yo. Al menos con la Castilla otoñal. Las filas de árboles cerca de los ríos, que no sé por qué solo conservaban las hojas de la parte superior de las ramas más altas, muy amarillas, y los colores en general, me encantaron.

Tuvimos una pequeña retención entrando en Madrid, y atasco ya llegando a nuestra calle. Si yo digo que al principio siempre me siento algo abrumado, de mis padres ni les cuento. Según mi padre, si llega a tener que conducir él le da un infarto, además de no llegar al destino jamás.

Esta vez íbamos a zona bien, a la calle Castelló, al piso de una amiga suya. Veo entrar en los marmóreos portales de al lado a niñas de rubias trenzas y pulcros uniformes. Y además de lugares comunes como cuántos mundos hay y hasta qué punto nuestros puntos de partida dificultan nuestros encuentros, una vez más pienso en el mérito que tienen algunos por ser capaces de salir de su burbuja y ver más allá. Y no me refiero a vencer las dificultades, que eso ya se sabe que tiene mérito, sino a ser capaz de superar las propias ventajas.

Resulta que el piso, que es monísimo, no tiene una sola mesa alta, así que al cabo de un rato salgo en busca de un sitio donde cenar algo y cómodo para dar uno de esos últimos repasos de última hora que tantas veces me han salvado la cabeza. Mis padres no vienen, dicen que la sola idea de salir a esa vorágine se les hace insoportable. Y recalo en el VIP'S de Velázquez, donde hay sandwiches y cosas tan guays que no sé qué elegir; y donde compro un regalito para los niños y para C. Después del sandwich me tomo un café con brownie y helado, y decido que al día siguiente me pondré a dieta.

Por la mañana, para un trayecto previsto de 20 minutos salgo con una hora y media de antelación. Voy guiándome por el Google Maps (no tengo navegador, no) y solo me pierdo dos veces. La primera, en la M-30, me da tiempo a decir "Anda, esa era la salida que tenía que coger"; la segunda creo hacerlo todo bien, pero cuando salgo de nuevo de la M-30 descubro que estoy justo en el lado contrario de donde debería; y a la tercera salgo de una rotonda por donde no quiero y resulta que acierto y llego. He tardado un hora.

El examen me parece muy difícil; sobre todo la prueba de audición. Llevo un mes escuchando Radio France International con un nivel de comprensión creo que aceptable, pero las grabaciones que me ponen son la leche, y las preguntas descienden a un nivel de concreción que exige entender to-do. Las pruebas escritas me salen bien, y la conversación, pues lo típico, mucho peor de como hablo cualquier otro día, pero ya veremos.

Como acabo enseguida salgo pitando para el campus de la Complutense en Somosaguas. Y ni me pierdo ni nada (porque me volví a equivocar y gracias a eso acerté...).

En una rotonda veo a Mourinho, el entrenador del Madrid, en un todoterreno Supermiriafiori que conduce una tía que le saca la cabeza: va con cara de cabreo.

Hablo con mi director de tesis, y como con él en el comedor de profesores, o algo así, y eso me hace sentir, por vez primera, en el otro lado. Salgo de la comida encantado por las posibilidades que me sugiere, y bastante animado. Veamos a dónde me lleva este camino. Pero sin olvidar que lo fundamental en este proyecto es disfrutar del paseo.

Y me piro, de vuelta a casa. No he podido ver a mi hermano.

Me llaman mis padres. Han ido a Chamartín en metro, y a la compra, y se encuentran tan agotados y sobrepasados que no piensan salir de casa en toda la tarde. Los veo vulnerables, con menos capacidad de adaptación en ciertos aspectos de su día a día, supongo que algo... ¿mayores?

El viaje empieza muy bien, estoy contento. Aunque en una gasolinera me quedo perplejo cuando oigo hablar en la radio del caso de los seres irregulares en Andalucía. Pienso en expedientes X y en Lovecraft, hasta que separo bien las sílabas.

Continúo tras un café; pero hete aquí que conforme va oscureciendo voy dándome cuenta de que no veo un carajo. Sigue anocheciendo, quito y pongo las luces cortas y confirmo que no hay ninguna diferencia con las de posición. Que los demás coches no deben de verme, y que en breve yo tampoco lo haré, salvo que vaya cegando a todos con las largas. Así que me armo de valor y entro en Tordesillas. Qué poco se imaginaban los Reyes Católicos y Juan II de Portugal, cuando se repartieron el Mundo, que cinco siglos más tarde iba a estar yo paseando por allí buscando un cajero.

Sigo mi camino con dos luces nuevas y 30 € menos. Pero algo ha sucedido, la parada me debe de haber roto el ritmo, porque desde ese momento empiezo a sentirme cansado, cansado, hasta hacer los últimos kilómetros verdaderamente agotado. Todavía me faltan 300 km cuando ya estoy hasta las narices. Me parece que no voy a llegar nunca. Y la pierna derecha, que ya no sé cómo colocar (el coche no tiene control de velocidad de crucero), me duele desde los dedos del pie hasta el glúteo. Por un momento hasta creo que el dolor me llega al lado derecho de la cara, pero trato de razonar y me digo a mí mismo que eso no tiene ningún sentido.

Llueve y hay tramos de muchísima niebla. Entro en Galicia, todavía, y el tiempo, curiosamente, empeora... Llamo por teléfono a los niños, porque ya no me va a dar tiempo a verlos. La última media hora, además, voy luchando contra el sueño.

Y llego al fin al fin.

Menos mal que la acogida es cálida y cariñosa.


11.11.11

Vieilles nouvelles


Grecia, Italia (pero no hay mal que por bien no venga), el paro, nuestro panorama político nacional, la UE, mi Obama, lo que vendrá después de Obama, Irán, Libia, Yemen, Siria, Netanyahu, los asentamientos, la UNESCO...

Más los del fondo, los que siempre están en crisis.

¡Ay, me siento como ella!



Taller: La comida

[El tema era "lo inaccesible". Lo que no pretendía yo era que su lectura también lo fuese...]

Era el aniversario de mis padres, y como todos los años íbamos a comer a su casa. Mi hermano Louis estaba en la ciudad, así que no faltaríamos ninguno: él y Céline, su mujer; mi otro hermano, Guillaume, el pequeño, y Margueritte y yo y los niños, Valentine y Vincent. 
Como de costumbre en aquella época, Margueritte y yo habíamos venido discutiendo en el coche durante todo el camino. Los niños incluso nos habían mandado callar en el ascensor, pero no lo hicimos hasta llamar a la puerta, justo para oír a mi madre acercarse por el pasillo.
- ¡El timbre! ¿No oís el timbre?
Nos abrió secándose las manos en el delantal y tratando al mismo tiempo de apartarse el flequillo de delante de los ojos
- Hola. ¡Hola, niños! –se agachó a besarlos.
- Hola, abuela.
- ¿Qué hay de comida?
- Ah, sorpresa…
- Hola, Anne.
- Hola, chica. Hola, Jacques. Ay, cada día estás más delgado.
- Pero mamá, si me viste el lunes.
Mi padre apareció por el fondo del pasillo.
- ¡Pero qué horas son estas! A ver esos niños. ¿Y mis besos?
- ¡Hola, abuelo!
- No le hagáis caso –aclaró mi madre-; si la comida todavía no está.
- ¿No felicitáis a los abuelos? –les recordó Margueritte. 
Guillaume, que aún vivía con mis padres, estaba en su habitación, en el ordenador.
- ¡Qué, chaval, no vayas a levantarte!
- Hola, Jacques –me saludó, con esa sonrisa suya tan franca. Guillaume, mucho menor que yo, todavía me sorprendía cada vez que demostraba ser un adulto; y, por cosas como esa sonrisa, me imaginaba que un adulto que además valía la pena.
- ¿Qué tal?
Acababan de entrar los niños en el cuarto, cuando sonó el timbre de nuevo.
- Niños, id a abrirles a Louis y Céline.
- Papa, ¿Céline es nuestra tía?
- Claro. ¿No es la mujer de vuestro tío? Es vuestra tía. Vuestra tía política, en realidad –pero ya se habían vuelto a ir.
- ¿Qué tal tú?
- Bah, bien –dijo con un encogimiento de hombros.
- ¿Sí?- insistí.
- Bueno, regular –contestó en voz más baja.
- ¿Y eso?
- Colette.
- ¿Qué pasa?
- Pues es que estamos medio así. Se ha quedado en París, no viene a pasar el puente.
- ¿No? Vaya, no lo sabía… ¿Pero muy mal, o qué?
- Buf, no sé, la verdad es que no lo sé. Pero mejor no hablamos de eso, ¿vale?, que es que me pongo fatal. Y además no quiero que papá y mamá se enteren; para que no se preocupen, y eso.
- Vale, vale. 
Louis y Céline habían llegado el día anterior, y todavía no los habíamos visto; desde el verano, hacía ya casi tres meses. Aquel año la madre de Céline había pasado una mala racha, y ella estaba preocupada. Era hija única y tenían una relación muy estrecha, y de vez en cuando viajaba, sola, para pasar con ella unos días.
- Hola. Hola, Céline, qué tal.
- Hola. Bien, todo bien. ¿Y vosotros?
- Muy bien.
- ¡Bueno, cuando queráis, que esto ya está! –anunció mi madre.
- ¡Pues venga, a la mesa todo el mundo! 
Nos sentamos en nuestro sitios de siempre, con Valentine junto a mi padre y Vincent al lado de mi madre, cerca de la puerta.
- ¡Oh, no, carne! –protestó Vincent.
- Sí, carne asada –explicó mi madre-. Y de primero, estos espárragos, pero tú no tienes que tomarlos, si no te gustan.
- Mamá…
- ¡Pues la carne tampoco me gusta!
- Vincent, sí que te gusta. No empecemos, ¿eh? –dijo Margueritte- Cómo no te va a gustar la carne asada.
- Pues no.
- Bueno, pues da igual –corté yo-. La has comido mil veces, y te gusta.
- ¡Con pimientos, no!
- Los pimientos ya te los aparto yo, cariño –le tranquilizó mi madre, aún de pie a su lado-. Dejadle que hoy coma lo que quiera, ¿eh?
- Sí, claro, y luego lo aguantas tú. En el colegio come de maravilla, y en cambio en casa…
- Louis, tú, vino no quieres, ¿no? Qué tal el viaje –preguntó mi padre.
El primer plato transcurrió entre quejas por el precio de la compra y comentarios sobre las cosas de los niños. Todos nos dirigíamos a ellos a cada poco, con preguntas sobre el colegio, las notas y las actividades.
- ¿Qué tal tu madre, Céline? –preguntó al cabo de un rato Margueritte.
- Bueno, mejor.
- Eso no es nada –intervino mi madre. Céline se calló, miró a Louis y bajó la vista al plato-. Si me acostara yo cada vez que me duele algo…
- ¿Qué le pasa a su madre? –me preguntó en voz baja Valentine.
- No le pasa nada, mujer –se apresuró a decir mi padre-. No le habléis de esas cosas a los niños.
Guillaume murmuró algo.
- Estaba enferma –contesté-. Bueno, aún lo está, ¿no?
- Sí. Estos días está algo mejor, pero no bien del todo –explicó Céline, mirándome solo a mí. Margueritte le sonrió, y me pareció ver que acercaba disimuladamente la mano a la suya, pero Céline la apartó y siguió comiendo.
- ¿Entonces vinisteis por París, o atajasteis? – insistió mi padre. 
Entre plato y plato, aprovechando que Guillaume ayudaba a mi madre en la cocina, pregunté cómo le iban los estudios.
- No tengo ni idea, no dice nada –contestó mi padre en un tono que quería ser de indiferencia-. Pregúntale tú, a ver si a ti te cuenta algo.
Volvieron y empezamos con la carne.
- ¿Y cómo es Lyon? ¿Os gusta? –les preguntó mi madre.
- Sí, más o menos –le contestó Louis.
Guillaume apenas hablaba, ni siquiera con los niños. A ratos se quedaba quieto, con la mirada perdida en cualquier cosa, sin comer.
- ¿Y tú qué tal, Guillaume? ¿Va bien, el curso? –me decidí a preguntarle, cuando me recogía el plato vacío.
- ¡Ya me parecía raro a mí que no me preguntaseis! ¡Qué pesados, coño! –me gritó, y salió.
En el pasillo mi madre le dijo algo y él volvió a contestar mal. Nos quedamos un rato callados.
- ¿En qué curso está? ¿En segundo? –dijo Louis.
Mi padre apoyó la frente en una mano y mantenía la mirada fija en la mesa mientras con la otra iba juntando las migas del mantel.
- Creo que sí –respondí.
Margueritte y Céline se habían levantado a echar una mano a mi madre y los niños ya estaban en la sala, viendo la tele. Permanecimos los tres en silencio.
- ¡Tú te crees! ¿Qué os parece? –se quejó mi padre cuando al fin levantó la cabeza.
- Es que, vamos a ver –dije-, le estáis pagando la carrera. Tendrá que rendir cuentas, ¿no?
Louis me miró, y dando un suspiro se levantó de la mesa.
- ¡¿Acaso no es verdad?! –le dije mientras se iba del comedor- No, si al final el imbécil soy yo. ¡Al final voy a tener que pedir perdón por haber hecho bien las cosas, coño! 
Doblé la servilleta, y también me levanté. Fui hasta la sala, donde casi todos veían la tele sin hablar.
- ¡Vincent, siéntate bien!
Oía a mi madre metiendo los platos en el lavavajillas. Me asomé al cuarto de Guillaume, que estaba echado en la cama y tenía los ojos cerrados.
- Guillaume. Eh, Guillaume –susurré. Pero no contestó.
Volví al salón. Mi padre estaba absorto, sentado solo con la vista fija en la ventana, y no entré. Fui a la cocina y me senté.
- Bueno, genial –dije, tratando de reírme.
Mi madre fregaba de espaldas a mí, y no respondió. Estuvimos así unos minutos.
- Bueno, y por lo menos tú qué tal –me preguntó sin volverse.
- ¿Yo? Bien, como siempre, todo bien.
Siguió limpiando, hasta que de repente se quedó quieta y la oí llorar
- Tranquila –solo supe decirle. Nada más; ni levantarme y abrazarla, ni darle un beso, ni decirle nada más.


10.11.11

En la piscina

- Qué, papi, genial, ¿eh?
- Sí, Carlos. El otro día te portaste muy mal, pero hoy muy bien.
- Es que no quería desofenderte.
- ¿Decepcionarme?
- Eso.

(Creo que es posible hablar de decepción, con los hijos, sin que tenga por qué ser el síntoma de una relación poco sana, o de planteamientos erróneos con expectativas equivocadas.
Dicho eso, ¿llegará el día en que me decepcionen? Me cuesta creerlo. Tendrían que cambiar mucho. O tendría que cambiar mucho yo.)

9.11.11

Français

Je suis desolé, je sais qu'il y a presque quinze jours que je n'ai rien écrit.

Mais je ne peux pas encore. La semaine prochaine je dois passer un examen de français, et il faut que je consacre mon temps libre à étudier. J’en ai besoin.

Aussitôt que je peux, je reviendrai. Vous me manquez.

Au revoir, tout le monde.


26.10.11

La edad en mis párpados

Desde hace meses, cuando estoy lavándome las manos y levanto la vista al espejo veo que la piel de mis párpados hace una arruga en forma de pequeño triángulo, que desaparece en cuanto parpadeo o muevo las cejas. Un triángulo que antes no estaba ahí.

Y reconozco los ojos de mi padre y de mi abuelo.

Y me doy cuenta de que era cierto. Que yo también iba a hacerme mayor, como ellos, como todos.

La vida es increíble.

24.10.11

Esta tristeza, o Necesito unas gafas de otro color

Llego a casa unos minutos después de las doce de la noche. Es domingo. Ha sido un buen día; un día sin ningún problema y pasado junto a alguien a quien quiero, que me quiere y con quien quiero estar.

Y sin embargo, una vez más (y como casi siempre, en domingo; y como casi siempre, cuando no estoy con los niños), acabo triste, el día ha ido terminando y me ha dejado esta sensación de vacío.

Al encender el ordenador leo una entrada de Jesús que me dice lo que ya sé. Solo que él parece llevarlo a la práctica, y yo no. Yo, demasiado a menudo me quedo en la teoría.

Y no sé por qué. A veces pienso que es cuestión de química, que en mi interior hay alguna reacción que no siempre sale bien, alguna hormona un poco desequilibrada, alguna enzima de menos, o de más, y el resultado es que, simplemente, tengo esa tendencia: a la melancolía, cuando no al desánimo. Otras, me digo a mí mismo que no, que esa forma de ser, como todas, puede ser fuerte, puede estar muy arraigada, pero que es resultado de mi historia, y que por tanto se puede cambiar, se puede trabajar y tratar de mejorar. Aunque no sé cómo.

Pienso en lo que siento, a ver si entiendo algo, y descubro sobre todo miedo. Precisamente me decía el otro día un compañero de trabajo, en una conversación que me sorprendió, que creía que la felicidad era básicamente vivir sin miedo. Algo que yo no hago, no cabe duda. Me miro, como digo, y veo temor; concretamente a la muerte. A la de quienes quiero y, también por perderlos a ellos, a la mía. Es mi decorado de fondo; a veces no se aprecia, parece no estar, y en cambio otras su presencia es evidente. Pero nunca desaparece del todo, y siempre me condiciona: mi percepción del tiempo, mi idea de la vida.

Sobre todo desde que tengo hijos. El miedo es mayor y más consciente.

Aunque no sé si hablar de miedo es del todo exacto. Se trata más bien de angustia. La angustia que me produce la certeza de que la vida es algo que acaba mal, porque nos morimos todos.

Por supuesto, soy consciente del daño que me hago y le hago a los demás. A mí, porque eso que tanto valoro, eso que parece escurrírseme entre los dedos, que es el tiempo, no lo aprovecho, yo mismo me lo impido. A ellos (que principalmente son los niños, pero no solo ellos), porque mi pesadumbre me lleva al exceso de preocupación, a la dificultad para la normalidad, a poner demasiadas expectativas (y por tanto, presión) en el tiempo que compartimos. Y a mi pareja, porque me da la sensación de que me convierto en un lastre con el que tiene que cargar; y además temo (un miedo más) que se canse.

Pero qué hacer. No lo sé. Me da la sensación de que solo cuando estoy con Paula y Carlos contengo toda esa inquietud. Pero al mismo tiempo sé que no es una solución real. Sé que nuestro tiempo juntos tiene un límite cierto, un final, y que incluso antes de que ese final natural llegue dejaremos de compartirlo como ahora; y sé que las cosas deben ser así, y que en parte es su vida la que lo exige. Pero la sensación es que el tiempo se me acaba, que se agota. De ahí esta intranquilidad.

A veces pienso que ellos, lo que son, es un seguro, una barrera que me impide penetrar en ciertos terrenos. Que su presencia tiene tanta fuerza, es una influencia tan positiva que mantiene todo lo demás a raya; y que cuando no están entran otras cosas. Y eso, que tiene una parte lógica y comprensible, creo yo, se parece peligrosamente a la dependencia. Yo tengo claro que no puedo vivir para ellos ni por ellos; para empezar, por su propio bien; pero a menudo siento esa vulnerabilidad.

No tengo preocupaciones serias ni problemas graves. Es cierto que durante estos años, desde la separación, ha habido momentos muy dolorosos y muy difíciles, y que el miedo marcó mi día a día, pero ahora la verdad es que todo está muy bien, y yo me siento tranquilo y contento. Además, he tenido la suerte de conocer a una persona maravillosa. Es, lo mío, algo así como una insatisfacción crónica que parece no encontrar consuelo en ninguna parte. Una insatisfacción con una base en parte real (llamémosle la parte profesional, o la social, o incluso la intelectual, siempre y cuando entendamos bastante mal todos esos conceptos, como es mi caso), pero que se traduce solo en lamentos. En ocasiones, creo que lo que me sucede es que me faltan ilusiones. Algo hacia donde ir. En estos casos, el resultado es lo que me parecen huidas hacia adelante (el doctorado a veces me tiene toda la pinta), en pos sabe Dios de qué .

Como si no supiera que el problema está en mí y no en mis actos...

La hipótesis de la razón fisiológica cobra fuerza cuando pienso en mis padres, y en mi familia en general, en su forma de ver la vida y en cuánto habré heredado de ellos. Pero no solo por eso: siempre, de repente, en un segundo, por un detalle insignificante, o sin que parezca haber motivo alguno, en mi cabeza hay un clic y todo cambia. Lo que era gris y causa de desánimo se llena de luz y me muestra mil razones para estar alegre. Con un clic. Como si algo se ajustase. O se desajustase, quién sabe; tal vez es un desajuste, una cierta sedación, lo que precisamos. Y salgo de ese estado de abatimiento, y ya estoy contento.

¿Por qué? ¿Por qué en esos momentos veo lo mismo tan distinto? Porque de eso se trata, de percepción, de manera de mirar, o de ver.

Yo lo que quiero son unas gafas para ver bien.

21.10.11

Hoy puede ser un gran día

A lo mejor, nunca más tenemos un atentado terrorista en España.

Es normal la desconfianza. Y normal la pretensión de que el fin de ETA no suponga, no solo concesiones políticas, sino que se deje de hacer justicia. Normales y necesarias.

Me parece que quienes no dejan de repetir que no se les puede dar las gracias por esto a los terroristas son los únicos que hablan de darles las gracias a los terroristas, la verdad. Que el resto tiene claro de quién es el mérito de que todo pueda al fin acabar.

Por no hablar de los periódicos cuyas portadas parecen estar dando, directamente, una mala noticia.

Creo que, aunque queden pasos que dar y muchas cosas que llevar a buen puerto, lo de ayer es motivo de alegría. Porque moverse en la dirección adecuada lo es, aunque uno sepa que todavía no ha llegado. Y que cuanto más cerca crees estar de la meta, más alegre te sientes.

Nadie me tiene que recordar quiénes son los malos de esta historia. Ni contarme lo que sienten las víctimas, pues he conocido algunas. Ni explicarme lo que es mirar debajo del coche cada mañana.

Y precisamente por eso me alegro de que, a lo mejor, nunca más tenemos un atentado terrorista en España.

18.10.11

Un provinciano en Madrid: poemas y tribunales

Salgo a las diez y media de la mañana, yo solo en el coche.

Se tarda, en ir a Madrid, pero no tanto. Voy cantando. El viaje se me hace corto, salvo los últimos 200 km, después de parar a comer fatal.

Llego y casi no despierto a NáN. NáN es magnífico; y siempre que lo veo es igual de magnífico. Como dijo Robert, yo de mayor quiero ser como él. Y además tiene una casa maravillosa, rebosante de libros, de música y de vida, donde te hace sentir increíblemente cómodo sin (claro está) ningún esfuerzo.

Y nos encontramos a Javi. Y ya estamos Malasañeando, como todos los treintañeros y cuarentones que nos rodean en una terraza al sol. Aquí no hay niños. Aunque me preguntan por los míos, y la paternidad irrumpe, extraña y echada, ya, de menos.

La lectura de poesía fue entre pocos (era 15-O), pero fue un momento muy agradable. Yo, que no leo poesía jamás, disfruté. Además, ser pocos y estar sentados alrededor de una mesa propició la charla, muy interesante. Solo sentí que faltase Lara.

Les llamó la atención, a los monolingües, que el idioma condicionase no solo el tono en que se escribe, sino también el tema. La poesía en valenciano de Robert me gustó más; gana profundidad, en mi opinión. En castellano parece no querer tomarse en serio a sí mismo.

Había quien daba por sentado el carácter urbanita de toda la poesía (y la literatura, supongo) actual. Y sin embargo, yo no estuve de acuerdo; y menos cuanto más pensaba en ello paseando por Madrid. Naturalmente, poca lírica pastoril habrá, pero la presencia de la ciudad en nuestras vidas puede darse de muchas maneras diferentes, como diferentes son las ciudades que habitamos. Y yo diría que Madrid, Barcelona y alguna capital más son distintas a todas las demás. En cualquier caso, mi ciudad no es así; mi ciudad, como tantas otras, tiene otras dimensiones, y además la naturaleza está a la distancia de un paseo, y es (el mar, la playa, el monte, incluso los animales) una presencia habitual en nuestro día a día.

A mí Madrid, cada vez que voy, al principio me abruma.

La noche acabó cuando aún tenía ganas de más. Mejor.

No deja de sorprenderme el cariño que siento en todos ellos siempre que vengo. Tengo mucha suerte.

Desayuno con NáN y nos despedimos en el portal de Aroa y David, tan bonito. Conozco a Valentín, que no es un gato. Algún día hablaré con Aroa largo y tendido; pero no ese, pues me voy a comer con mi amigo y su familia: tarde casera con niños.

A las ocho en la Latina. Javi y yo charlamos. Nos vemos poco, lógicamente, pero nos vemos bien. Es la segunda persona que, para mí, de blogger se materializó en carne y hueso, ¡hace ya casi seis años! El restaurante es el mismo al que me llevó la primera vez, La Parrala. Comemos genial, y de postre, como entonces, helado de chicle de fresa con peta zeta. En este tiempo he cambiado: aquel día, el ambiente gay me saltó a la vista; hoy, ni me entero hasta que me recuerda dónde estamos. Me cuenta de su vida, de sus ejemplares y atípicas ambiciones laborales, y de su chica (como él dice), que más tarde conoceré, me encantará, me pegará para él y desearé que sea la chica.


Y el lunes, tribunal, que para eso he venido, al fin y al cabo. Se trata del último trámite (y como tal me lo tomo) antes de poder empezar la tesis doctoral. Me siento cómodo, y disfruto respondiendo preguntas sobre un tema del que sé; y aun encima con público. Lástima que no me suela ocurrir.

Me ponen la media de todas las notas de estos tres años. O al menos el resultado es el mismo.

Y me vuelvo.

Conduzco por Castilla, ese misterio. Todo es marrón, salvo los árboles de las orillas de los ríos, tan bonitos. Cómo será vivir aquí, con esto alrededor. Cómo será caminar por Castilla.


14.10.11

11.10.11

Galicia, V

Meses después, y tras el lluvioso verano, parece que la planta de mi coche sigue viento en popa.




Yo diría que, de todas las que tengo, es la que mejor se me está dando. Y además ahora hay musgo, ahí al lado; voy a tener que llamar a un paisajista.




IV, III, III



5.10.11

Winesburg, Ohio



Ayer, esperando a mi hija Paula en el conservatorio (ha empezado este año, saxo; pero de eso hablaré en otro momento), acabé el libro de Sherwood Anderson.

Lo recomendó el gran NáN y lo compré en Viveiro uno de nuestros últimos días de vacaciones, como recuerdo del verano. Y no podría haber escogido mejor.

Me ha gustado mucho, muchísimo. Me ha encantado. He tratado de leerlo despacio. La verdad es que creo que es de los libros que más me han gustado en mi vida; y, a estas alturas, decir eso ya va significando algo.

Está maravillosamente escrito, con un estilo sencillo, lleno de imágenes muy bellas, en un equilibrio entre narración de unos hechos y descripción de un lugar y de unos caracteres que es el que me apetece; y creo que muy bien traducido. Pero no es solo eso. Creo que nunca había leído nada que me hubiese gustado tanto haber escrito. O, mejor dicho, tal vez sea el libro, de todos los que he leído, que más se acerque a lo que yo podría escribir si tuviese talento, al tipo de literatura que -creo- mejor le iría a mi forma de ser, de sentir y pensar, a la que más sentido le vería y en la que más cómodo me encontraría.

Esa forma de mirar alrededor y observar las cosas y a las personas, intentando llegar al fondo, a su fondo, hablando de lo esencial en ellas, me atraen e interesan enormemente, me parecen extraordinarios. Y es además, para mí, la gran aportación de la literatura.

[Añadido un día después]

Cada uno de sus breves capítulos habla de alguien del pueblo, de Winesburg. Y quien cuenta todo es, más o menos directamente, un joven reportero y escritor en ciernes. Todos son magníficos, pero hay uno en particular, titulado Una mentira no dicha, que me dejó completamente maravillado; tal vez porque habla de un tema que me obsesiona, casi, y porque lo hace tan bien. En cualquier caso, aquí se ve eso que digo: la capacidad del escritor para mostrar, a través de esos personajes de un lugar cualquiera, algunas de las cuestiones fundamentales de la vida.

¡Oh, léanlo!

30.9.11

Entre padres e hijos

[De la mano del prestigioso inquisidor Portorosa nos llega una nueva entrega de su aclamada serie Juzguen al juez]

He pontificado varias veces sobre cuestiones de paternidad. Es bien fácil señalar defectos; sobre todo de los demás.

Y hoy lo haré una vez más.

De entre las muchas críticas que se me ocurren observando y observándome, hay dos que se repiten:


1. Hacer la pelota a los hijos

Que es diferente de mimar. Mimar está también muy mal, pero se hace desde una posición de superioridad, lo hace quien manda. Hacer la pelota, en cambio, solo es posible cuando la relación de fuerzas, como mínimo, no se tiene clara.

Hace décadas, los males de la paternidad eran otros bien distintos; y no seré yo quien eche de menos ningún tiempo pasado, en este tema. Pero me parece que ahora a veces cojeamos del pie contrario.

Creo que hoy en día es bastante habitual encontrarse con padres [entiéndase como genérico: padres y madres] que no dominan a sus hijos, y que por tanto temen que en cualquier momento la situación se les vaya de las manos. Es fácil verlos, en consecuencia, atrapados en un continuo poner paños calientes, en un continuo tratar de tener al niño contento, y así mantenerlo tranquilo. Porque si el niño se cabrea, es la debacle.

Nunca me resultó tan evidente este problema como cuando, hace un par de veranos, fuimos los niños, su madre y yo a Disneyland París. En un sitio donde se supone que las cosas deberían ser más agradables y fáciles, los ánimos deberían estar no ya calmados sino radiantes, y sería lógico esperar que los niños estuviesen contentos y encantados de estar allí (y agradecidos a sus padres por haberlos llevado); en un sitio así, digo, cada vez que nos sentábamos a tomar algo o hacíamos cola y tenía la oportunidad de escuchar conversaciones familiares ajenas (la mayoría de españoles, por cuestiones lingüísticas), me sorprendía oyendo amenazas patéticas, promesas angustiadas y ruegos ansiosos, destinados a mantener a los niños bajo control. Porque demasiados padres no podían permitirse una escalada del conflicto, pues carecían de la suficiente autoridad sobre sus hijos para ponerle solución.

No estoy hablando de prevenir y evitar con buen criterio los problemas, que normalmente es lo que hay que hacer, sino de recurrir a cualquier concesión (como mínimo poco defendible, y a veces claramente contraproducente) para que el niño se dé por satisfecho. Vamos, lo que es hacer la pelota.

Me parece que no es necesario explicar las consecuencias que algo así puede tener. Y no solo en la adolescencia.



2. Necesitar que se alegren mucho de vernos, y tratar de convencerlos de ello

Ya sé que suena un poco tonto, esto, pero es que se trata exactamente de eso. Y de verdad que creo verlo muchísimo, sobre todo en una situación muy corriente: al recogerlos en el colegio.

En el momento del encuentro, hay caras (casi todas) de lógica alegría, y respuestas más o menos expresivas por parte de los niños. Quizá estemos todos un poco chalados, pero la verdad es que yo creo que nos alegramos mucho de verlos.

No me refiero a eso, claro.

Me refiero a esas caras (y aquí viene la parte en que todo se basa en mis propias observaciones/deducciones subjetivas e indemostrables), todas ansiedad, que están diciendo, con una sonrisa de joker y unos ojos como platos bajo unas cejas de delatora concavidad, ¡¿A que verme es lo más alucinante que te podía pasar, y para ti es TAN importante como para mí?! Caras acompañadas de aperturas de brazos propias de reencuentros postergados durante años, que normalmente acaban degenerando en un tirón al niño para que ¡nos abrace, hombre! Y continúa la sombra de duda en la mirada imploradora, buscando una señal...

Y hay otra variante, que sabrán ustedes reconocer: necesitar que se entristezcan cuando nos despedimos de ellos, y tratar de conseguirlo.

Los abuelos también hacen bastante eso, pero ellos son abuelos y tienen excusa. Lo preocupante es la neurosis de los padres.

Demasiadas expectativas, demasiada ansiedad.

Es lógico que necesitemos que nos quieran. Lo ilógico es no dejar de dudarlo. Porque así es imposible hacer las cosas bien, con un mínimo de cordura y equilibrio.


Tanto el mal 1 como el mal 2, que por supuesto admiten grados y pueden no pasar de anecdóticos o llegar a convertirse en problemas serios, surgen en mi opinión de nuestra inseguridad como padres (y, en el fondo, de nuestra fragilidad general). Y nuestra inseguridad, ese sentirnos débiles, nos hace muy poco fiables.

28.9.11

Test de futuro

Este fin de semana volvimos a Vicedo. Tuvimos dos días de sol como no había habido en todo el verano, y pasamos las dos mañanas en la playa.

Antes, el viernes, los niños me pidieron que les dijese cosas que dibujar; y hablaron (no sé bien de dónde sacaron la idea) de un test. Y se lo hice. Mientras cenábamos me lo comentaron [ya saben, si pinchan en las fotos se amplían]:

1. Dibuja a tu mejor amigo


Carlos dibujó a C.
Paula, a R. y a C., su novio (¡desde hace cuatro cursos!).


2. Dibuja la casa donde te gustaría vivir de mayor

 


Carlos dibuja Vicedo: Esto te va a gustar, ¿eh, papi?
Paula, un piso en la ciudad, para estar cerca del trabajo.


3. Dibuja tu propia familia de adulto


Quique, no sabemos (ni Paula) quién es. Pero deja las puertas abiertas. Los nombres de sus dos hijas los tiene muy claros.

- ¿Carlos, y tú no tienes mujer?
- Rompí con ella.


4. Dibújate en tu trabajo


Carlos va a ser periodista, como la madre. Y se va a llevar el perro al trabajo.
- ¿Pero tú no ibas a ser un científico loco?
- Ya, ¿pero no se puede ser dos cosas?

Paula va a ser profe de infantil (aunque puse una cuenta).
- ¿Cuántos años voy a tener, en 2030?
- Veintisiete.
- Bueno, bien.

25.9.11

Sogdios, para Jesús Miramón

Esta mañana, en la playa, tras el que quizá haya sido mi último baño de este año, terminé el libro de Thubron, El corazón perdido de Asia.

Poco antes del final el autor narra un encuentro con dos pastores del valle del Yagnob, un remoto lugar en las montañas del noroeste de Tayikistán, en la cuenca del río Zerafshán. Thubron sospecha que en aquellas aldeas, inaccesibles seis meses al año y secularmente aisladas, todavía se habla un dialecto del sogdio, la antigua lengua de Persia. Nada más leerlo pensé en Jesús Miramón:

Durante meses había cargado un magnetófono en la mochila sin utilizarlo, pero ahora lo saqué y le pedí al anciano que hablara.


Se puso un poco nervioso. El único sonido era el murmullo del río. Luego empezó a hablar como en un ensoñamiento: una lengua huidiza, llena de guturales y de suaves oclusivas, y una triste y rítmica energía. Se concentró como quien recuerda una canción, con los ojos bajo aquellas peludas cejas negras y las rodillas cogidas por unas manos grandes y manchadas. Tenía los ojos fijos en las luces parpadeantes del magnetófono. El joven se unió a él en un tono murmurante y se sumió en las mismas cadencias melancólicas, hasta que todas sus frases parecieron marchitarse de desilusión.


Yo les escuchaba sin apenas dar crédito. Aquello, pensaba, era el último eco de los gritos de batalla proferidos hacía 2.500 años por los ejércitos de los grandes reyes en Maratón y en las Termópilas. Aquello era lo que quedaba de los himnos de los sacerdotes de Zoroastro o de las peticiones de los sátrapas persas a Alejandro Magno. Sin embargo, lo hablaban unos empobrecidos pastores de cabras de las montañas del Pamir. (...)


Pensé que debían de estar declamando una poesía o una leyenda, pero no, según dijeron en un ruso vacilante, simplemente estaban hablando de la dureza de sus vidas. (...) En cuanto al pasado, el anciano sabía que su pueblo había sido empujado hasta allí por invasores y que había llevado consigo registros en pergaminos de piel de caballo. Pero era muy vago respecto a las fechas.

Ese tono admirado del autor ante algo que le resulta tan evocador me recordó a muchos textos de Jesús, que también se asombra, lúcido y cautivado, de la vida y de los hombres. Y pensé que le gustaría.

El libro me ha encantado. Es literatura de viajes, y ofrece una visión de las sociedades, de la historia y de la naturaleza de los sitios que recorre, pero sobre todo Thubron nos habla, sin cesar, de personas.


24.9.11

1. E, 2. E

1. Economía

Yo, de economía en general y de la crisis en particular, como ya he repetido con sospechosa insistencia, no sé apenas nada. Si acaso, que no sé nada (lo cual me sitúa en ventaja, con respecto al 99% de la población opinante), y otra cosa más: que esto poco tiene que ver con la economía de toda la vida; que ni surge de los mismos problemas, ni evoluciona igual, ni se soluciona con las mismas herramientas.

Es más, yo diría que esto no se soluciona, que el sistema no se arregla: se sustituye. Pero no sé, lo mismo es una simpleza.

En cualquier caso, pocas cosas dan una idea tan clara de la sinrazón en la que estamos sumidos como las anunciadas medidas del gobierno griego para hacerse merecedores de otro rescate. Una de ellas, según el ministro de Finanzas, consistía (no sé si finalmente se ha llevado o llevará a cabo, pero que se plantee es suficiente) en despedir a unos 100.000 empleados públicos.

A mí no me cabe duda de que en Grecia las cosas se deben de haber hecho muy mal; que deben de llevar décadas de cachondeo, despilfarro, corrupción e ineficiencia. Tampoco me cabe ninguna duda de que el que presta dinero debería saber a quién se lo presta y valorar las consecuencias; y que, si no es así, es igual de torpe o de malintencionado.

El caso es que a Grecia no se le pide que ponga orden y sanee su economía; no se le exige que decida qué debe hacer, y cómo, para cambiar su curso. Grecia lo que tiene que hacer es conseguir dinero como sea para pagar (a los bancos) esas deudas desmedidas. Y para ello se le obliga (como decía Erik el Rojo) a suicidarse a medio plazo.

Hasta ese punto hablamos de finanzas (malévolas finanzas) y no de economía.

Es decir, que esas medidas no solo no supondrán un freno a su crisis, sino que la agudizarán; no solo no pretenden ser soluciones con calado, sino que la condenan, la hunden todavía más en el pozo en el que se encuentra.

Como si al ver a un yonki en las últimas, en lugar de intentar rehabilitarlo negociásemos con él el precio de otra dosis más.

¿Estoy muy equivocado?




2. Educación

Reducir los gastos en educación es una locura. Otro suicidio.

Lo que deberíamos hacer es aumentarlos, a ver si nuestros hijos no son tan burros como nosotros y hacen las cosas mejor.

Con respecto a la situación del profesorado, y a su huelga, explicarla como una protesta por tener que trabajar dos horas más a la semana es, evidentemente, una falacia.

Para empezar, yo quiero que los profesores de mis hijos sean lo mejor posible; y, entre otras cosas, que estén motivados, que tengan medios, que tengan tiempo, y que además sean el resultado de un buen proceso selectivo al que opten cuantos más y más preparados, mejor (o sea, que estén bien pagados). Eso, de entrada. Y si tienen unas vacaciones estupendas, me alegro por ellos.

Pero es que, además, lo que los actuales recortes y cambios suponen no es solo, ni mucho menos, ese aumento de dos horas. Esas dos horas se aumentarán, es verdad, pero aun encima no solucionarán nada. Lo que esas decisiones suponen es que no haya profesores de apoyo, que no se contraten sustitutos (eso ya se hacía, me temo, si la baja no pasaba de quince días; quince días durante los cuales los niños eran atendidos por profesores de guardia, que no les daban clase; no sé si ahora será peor), o que no haya personal auxiliar.

Aquí, en mi ciudad, una amiga tiene una clase de 25 niños de 7 años, que incluye un hiperactivo, un niño con síndrome de Down y dos repetidores (dos repetidores de 1º de Primaria, ojo; es decir, niños con problemas personales o familiares que hacen que requieran una atención especial); y este año se las tiene que apañar ella sola. El hijo de unos amigos, en 6º de Primaria, se ha quedado sin profesores especialistas; menos inglés y educación física, todas las asignaturas se las da la misma persona: lengua castellana, gallego, matemáticas, ciencias (o como se llame)... Y no son dos casos excepcionales, sino ejemplos representativos.

Profesores que no pueden atender a sus alumnos como deberían, y que tienen que enseñarles contenidos que no dominan.

¿Queremos eso?

¿Me equivoco de nuevo? Porque, si no me equivoco, los que deberíamos ir a la huelga somos los padres. En defensa, no de los docentes, sino de nuestros hijos.


23.9.11

Mitología

Jugar a los animales consiste en que alguien piensa en uno cualquiera y los demás, haciendo preguntas a las que solo se puede responder sí o no (¿es mamífero?, ¿tiene plumas?, ¿vive en los árboles?...), deben adivinar cuál es. Jugamos mucho, los niños y yo.

Pero a veces inventamos variantes: personas conocidas, comidas... Ayer Carlos quiso jugar a animales mitológicos.

Pensó en un grifo. Ganó.


13.9.11

Animales encadenados

[Este NO es un post de denuncia del maltrato a animales]

Carlos: En vez de a palabras encadenadas, jugamos solo con animales, pero encadenados, ¿vale?
Yo: Vale. Empiezo: rata.
C: Tapir.
Yo: ... Piraña.
C: Ñandú.

Y perdí.



12.9.11

Literatura de viajes

En El corazón perdido de Asia, que tan despacio estoy leyendo, no he subrayado casi nada.

Me está gustando mucho, o bastante, pero el interés es sobre todo documental. Estoy aprendiendo mucho (o bastante) sobre todo aquello: Gengis Kan, los kanatos, Tamerlán, el Islam más moderado de allí, sus ciudades santas, etc.; que es lo que quería. Literariamente, en cambio, yo no sé si por él o (me da la impresión) por la traducción, deja un poco que desear, para mí.

Sin embargo, de vez en cuando hay algún párrafo, generalmente centrado no en grandes sucesos ni en monumentos, sino en encuentros con gente normal y corriente, que me encanta.

Aquí Thubron está con una familia a la que no conoce, y con la que se ha puesto en contacto por una amiga suya, Fátima, turca, que en Inglaterra le había dado sus señas. Para ellos su presencia es un acontecimiento excepcional (en los dos sentidos de la palabra), y a la cena todos los hombres (siempre los hombres) lo rodean:

Preguntaron formalmente por Fátima, que empezó a adquirir entre nosotros una presencia mística. Muchos de ellos solo la conocían de óidas, pero se pusieron tristes cuando les dije que se había separado de su marido y se mostraron interesados por su coche y por su casa, animándose cuando les dije que estaba teniendo éxito con el periodismo. A veces, bajo la presión de sus preguntas, me sorprendía reinventándola para complacerles. Expresé su entusiasmo por volver a Uzbekistán, pero les dije que no sabía cuándo podría ser. Les pregunté de parte de ella por sus niños y sus notas escolares. Ellos contestaron con sobrio orgullo. Sí, les dije, ella estaba muy bien, no les había olvidado, y sus rostros mostraron hileras de dientes plateados.

Y creo que al final lo importante es siempre eso. Podemos ir al fin del mundo, y buscar solo personas. O no sé si a nosotros mismos, en nuestras relaciones con los demás.



9.9.11

Con la comida no se juega

O no se debería.

Pero se hace.

A lo mejor ustedes, como yo hasta hace apenas un par de semanas, tampoco sabían de esta aberración: resulta que, además de por la sequía (agravada por los efectos del cambio climático), los conflictos bélicos, el absoluto desgobierno y el consiguiente caos organizativo (causas todas ellas ciertas), y en mayor medida si cabe que por ellas, la actual hambruna del Cuerno de África, como otras pasadas y futuras, está provocada por la especulación pura y dura con los precios de los alimentos.

"Efectos colaterales no deseados del mercado", lo consideran.


Por favor, lean este artículo, publicado originalmente en Der Spiegel: El hambre cotiza en bolsa.

Creo que cada vez es más evidente que el cambio necesario es de objetivos, de prioridades, de metas admisibles. Y que mientras, mientras no cambiamos de juego, alguien tiene que poner y hacer cumplir unas reglas aceptables.

Ese alguien son los políticos. Y los políticos harán lo que nosotros les hagamos hacer.

30.8.11

El hombre de al lado



Tienen ustedes que ver esta película, El hombre de al lado. Otra argentina.

Me la recomendó ayer mi hermano pequeño, y ayer la vi. Y me gustó muchísimo.

Voy a trata de hablarles de ella sin destripársela.

Un diseñador (de muebles, o algo así) famoso, prestigioso y rico vive con su mujer y su hija en La Plata, en la única casa de Le Corbusier en Sudamérica. Una mañana lo despiertan unos golpes, que resultan provenir de la casa de al lado, donde su vecino, que está haciendo reformas, ha decidido abrir una nueva ventana, que da justo a su vivienda. El diseñador, Leonardo, y su mujer, consideran aquello inadmisible por razones tanto de intimidad familiar como de estética. La película trata de sus intentos de conseguir que Víctor, el vecino, con un perfil social, económico y cultural casi opuesto al suyo, abandone su idea y cierre el hueco que ha abierto.

Ya está; del argumento no les cuento más.

Lo bueno, lo fascinante de la película, es cómo muestra a los protagonistas. En particular, cómo describe la vida de Leonardo, sus relaciones, su mundo laboral, su familia, su matrimonio y su carácter. Su vida, como era de esperar, se ve tan vacía como glamourosa, tan superficial como intelectual la pretende él, mera fachada; profesionalmente está crispado y no tiene el aprecio sincero de nadie de los que deberían respetarlo; familiarmente... su hija no le habla, él no sabe nada de ella, y su mujer es, como él, una persona ruín, que además lo maneja (por supuesto, no se quieren). Nada de esto es demasiado nuevo, y se ha contado en muchas películas, pero aquí se cuenta muy bien: se ve. Me gustaron especialmente las imágenes del matrimonio en la cama, dormidos o despertándose de noche, en una cama de todo menos apetecible, tomadas desde muy cerca, asfixiantes.

El vecino es un hombre rudo, sin gusto y vulgar: para ellos, un cavernícola, que les da miedo.

Porque, desde mi punto de vista, la película trata sobre todo del miedo. Leonardo y su mujer dan múltiples razones para su rechazo a la ventana, pero en el fondo lo que tienen es miedo. Miedo a ese desconocido que no se guía por sus códigos, que no es de los suyos, al que no saben tratar, y que con su mera presencia, con acercárseles un paso, provoca un verdadero derrumbe y pone de manifiesto una fragilidad, una vulnerabilidad, absolutas. Leonardo es, en igualdad de condiciones (es decir, cuando no puede abusar), un pusilánime. Pero no es solo un problema suyo; toda su vida parece resquebrajarse.

Porque por dentro está hueca, claro.

Víctor, la otra cara de la moneda, es, de entrada, sospechoso. Tiene todo para serlo. Se verá que tiene mucho que enseñarles, también. Pero no le darán la oportunidad. No son capaces.

Miedo. Miedos. Qué síntoma.

(P.S.: Gracias, Charli)


29.8.11

Finales de agosto

Último fin de semana del mes y, subjetivamente, del verano.

Empezó el jueves de noche, casi, con El primer día del resto de tu vida, una película francesa que habla de una familia a base de contar cinco días distintos, separados varios años en el tiempo, en cada uno de los cuales uno de sus miembros (matrimonio y tres hijos) es el protagonista. Me gustó, me gustó mucho. Me encantó. Aunque no sé de dónde sacaron, los de Filmaffinity, que era una comedia: tiene partes duras, y acabé llorando.

El viernes tuvimos mañana de Urgencias, con un pequeño susto incluido, que se quedó solo en eso.

Ir a Urgencias, y en general a un hospital de la Seguridad Social, como ya he dicho alguna vez, es como si de una patada te sacasen de la literatura, de internet, de tus paseos y tu vida cultural y te dejasen en medio y medio de la realidad, que tú creías que ya era otra. Y no me refiero a los medios de la sanidad pública ni a las esperas (de hecho, el viernes me fui con una sensación muy buena de la parte profesional), sino a los pacientes, seleccionados al azar por la enfermedad de entre los que no se pueden permitir otras opciones más exclusivas.

Comida familiar, a la que llegué por los pelos. Tarde de descanso obligado. Cena familiar, con primos; o, mejor dicho, con primas: muy agradable. Por suerte, este verano hemos podido (y querido) vernos bastante.

El sábado nos levantamos a una hora a la que hacía años que no estaba en la cama. Estábamos cerca de Santiago. ¿A ustedes les suenan (anda, parece un chiste) las campanas de Bastavales? Rosalía de Castro tiene un poema titulado así, muy conocido, y todavía más popular gracias a una canción de Amancio Prada. Pues son esas de allí al fondo:




La zona es muy bonita. Pero es curioso lo mucho que yo necesito sentir algún tipo de relación afectiva con un sitio para poder querer vivir en él: es una clara necesidad de sentir las raíces (paseando por Cádiz, que es la ciudad que más me gusta de España -incluso más que Santiago-, nunca he pensado que me gustaría vivir allí, sino que no me importaría nada ser de allí, que es el imprescindible paso previo). Como decía un amigo mío, de lo contrario, por mucho que me guste lo que veo, me noto como un palmo por encima del suelo, sin tocarlo, un poco ajeno.

Comimos bocadillos de estudiantes. No lo somos, bien lo sabe Dios, pero nuestro presupuesto, a estas alturas de mes, lo era. Y luego pasamos más de dos horas tumbados al sol en unos maravillosos jardines urbanos. Parecía Europa.

Paseamos por la playa, a eso de las nueve. La luz era la del final del verano.





Y en casa cenamos a la luz de las velas con una botella de Moet Chandon (un regalo, eh, un regalo). Y vimos al fin Cuando Harry encontró a Sally. Aunque éramos los mismos de aquí:





Ayer domingo fui a andar con mi padre. Hacía años, ya, y me gustó mucho; aunque hubo algún momento triste, que provoqué yo al sacar, a propósito, ciertos temas difíciles. Pero hay que hablar.

Más familia: playa y comida, en ese orden. Estuve quince o veinte minutos de pie entre las olas, disfrutando del paisaje. En la comida estaba, por primera vez, M., y me sentí muy a gusto.

A última hora fui a ver a los niños, que no podían esperar para enseñarme todo lo que querían que viese. Y nada para dejar de demonizar las maquinitas como jugar con tu hijo de cinco años al Tetris, y descubrir que lo podéis pasar genial. El jueves empieza septiembre, y con él volvemos al día a día casi normal. Y a las tardes con ellos. Lo estoy deseando.

Para terminar, Un cuento chino, con Ricardo Darín: bien, también, aunque en un 90% por verlo a él.

Se acaba el verano. Pero la vida sigue.