30.3.12

Taller: Andrés y Paula

[He vuelto a escribir para el taller. A ver si esta vez, además de tiempo, tengo más ganas.
El tema era Toda trampa es posible. Es un poquito largo...]

Andrés y Paula

- Qué, qué pasaba.

Andrés se sienta a su lado y tarda un momento en responder.

- Estaba llorando -dice, mirándola.

- ¿En sueños?

- No, qué va, despiertísima. Se acaba de quedar dormida, aún; llevo todo este tiempo hablando con ella.

- Oh, ¿pero qué le pasaba?

- Pues lo de la muerte, lo de si nos vamos a morir, otra vez. Que no quiere que nos muramos, que los abuelos se van a morir pronto, y que no quiere. Eso.

- ¿Otra vez? Pobre. ¿Y se ha quedado bien?

- Bueno, sí. Sí, más o menos.

Andrés mira distraído la televisión, sin verla. Paula se gira hacia él y apoya el codo en el respaldo del sofá.

- ¿Tú crees que puede ser un problema? -le dice.

- El qué, ¿que piense esas cosas? No. A mí me parece normal; yo creo que es una etapa que pasan todos los niños, al llegar a una edad, ¿no?

- ¿Todos los niños? ¡No! Yo nunca pensé eso, desde luego.

- ¿Ah, no? Pues yo sí. Y yo creo que conozco más casos. No sé... - se interrumpe un momento- ¿Nunca te pusiste a pensar, así, en la cama, en cuando se murieran tus padres, o en que tú, o tus hermanos (bueno, no, que tú no tienes), que tú también te morirías? ¿Pero sobre todo en lo de tus padres, en que no querías que se muriesen? ¿Y que era algo angustioso? Vamos, lo que le pasa a ella.

- No. Nunca en mi vida -contesta Paula asombrada. Andrés enarca las cejas, sorprendido.

- Es que tú eres muy superficial -y se le queda mirando, medio sonriendo.

- Sí, claro -Paula le quita una pelusa del hombro, y vuelve la cabeza hacia la tele-. Es la primera vez que lo oigo.

Ambos permanecen un rato callados. Él se levanta a la cocina a beber y vuelve.

- Pero, ¿y no era horrible? ¿Qué pensabas, exactamente?

- Pues eso. Sí, era horrible. Horrible. Pensaba... pues la verdad: que mis padres se iban a morir, como todo el mundo, algún día; y pensaba en ellos (yo creo que además me los imaginaba sentados en la sala, como nosotros ahora, y como estaban en aquel momento ellos), y empezaba a recordar momentos buenos, muy cariñosos, muy alegres, y entonces imaginaba que desaparecían, que se iban para siempre y nunca más los iba a ver. Casi era un poco masoquista, porque era como si me mortificara recordando escenas especialmente emotivas, ¿no sabes?, especialmente alegres, y bonitas, y entonces entraba como en una caída libre donde iba alternando esas imágenes con la idea de perderlos. Y claro, era terrible, aquello: ¡una pena!

- No, ya. ¿Y qué hacías?

- Casi siempre acababa levantándome y apareciendo en la sala, hecho un mar de lágrimas. Si no me oían ellos llorar, ya antes, y venían a ver qué me pasaba.

- ¿Y qué te decían?

- Lo típico: que no me preocupase, que cómo pensaba esas cosas, que para eso aún faltaba muchísimo. Lo que le digo yo a Tina, más o menos.

- ¿Y te quedabas bien? Quiero decir, ¿te tranquilizabas y se te pasaba? ¿Te quedabas normal, después?

Andrés se queda pensando.

- Supongo que sí, dentro de lo que cabe. Visto desde ahora, yo creo que lo que pasaba era que me consolaban, que en realidad era cuestión de consolar, más que nada, de dar cariño para compensar toda esa tristeza. Y sobre todo, que verlos, tocarlos, tenerlos delante normales y corrientes me sacaba de esa vorágine de imágenes angustiosas, de esa pesadilla en la que me metía.

Paula sigue mirándolo, hasta que él continúa.

- Supongo que a Tina le pasa lo mismo: que se tranquiliza. Porque es que lo otro es casi histeria pura.

Ella no dice nada, y por un momento vuelve a mirar al frente. Además de la luz del televisor, solo tienen un flexo encendido. Andrés cruza las piernas y se recuesta un poco más.

- Jo, pues pobre. A mí nunca me pasó. Pero parece increíble, que un niño pueda pensar en esas cosas, y llegar a angustiarse tanto, ¿no? No sé, a verlo todo tan negro, y además como algo completamente real. Bueno, no real, sino tan cercano, tan próximo.

Andrés ha cerrado los ojos.

- Es que es real. Y cercano, y próximo.

- ¿Para un niño? Hombre, yo creo que no.

- Que es real no admite discusión, ¿no? –abre los ojos y se incorpora un poco- Y con respecto a si es algo cercano o no, ¿no lo es, en realidad? Quiero decir, que la muerte, las muertes, que nos vamos a morir, no solo es algo seguro sino mucho menos predecible y controlable de lo que queremos creer.

- Bueno, claro, ya sé que en cualquier momento nos puede pasar cualquier cosa; pero hay, digamos, una normalidad. Con mil excepciones, pero que son eso, excepciones a lo lógico.

- Hasta cierto punto. O, mejor dicho, es verdad que hay una especie de “calendario vital”, y que vamos cubriéndolo, y contamos con seguir haciéndolo. Ya lo sé –se pasa los dedos varias veces por la boca, mecánicamente, mientras piensa.

- Pues eso. ¿Entonces?

- Pues que en realidad ni siquiera vivimos con eso. Ni siquiera asumimos eso. Yo, a Tina, como mis padres a mí, y me imagino que como todos los padres a sus hijos, en este tema le doy otra versión, una versión más segura, más tranquilizadora.

- Pero es normal. Es que yo creo que en esos momentos lo que se pretende es tranquilizarlos, quitarles ese miedo.

- ¡Esa es la cuestión!

- Cuál.

- El miedo –Andrés se inclina hacia delante y apoya los codos en las rodillas, ligeramente girado hacia ella– Queremos que no tengan miedo, que dejen de pasarlo mal, y los tranquilizamos, les damos seguridad, y todas esas cosas. Me parece normal, a mí también, claro; y de hecho lo hago. Pero a veces pienso si no nos estaremos equivocando. Me pregunto si no sería mejor asegurar menos y consolar más; tranquilizar, sí, tranquilizarlos, pero no así. No a base de negar la realidad –se interrumpe un instante -. No sé si me explico.

- Pero qué quieres, ¿que les pongamos la mano en el hombro y les digamos “Pues esto es lo que hay: lo mismo mañana aparezco muerto en la cama, o a ti te atropella un coche cualquier día, así que ya sabes…”?

- No, claro. O no así, por lo menos –sonríe-. Pero tampoco poniendo velos sobre todo lo doloroso. No sé si con eso no estaremos provocando tantos problemas posteriores, tantas dificultades –se queda de nuevo callado, con la vista fija en la ventana del fondo-. A veces pienso que esos momentos, esa edad en la que pensamos eso y nos asustamos así de lo que la vida nos tiene guardado, es la única etapa lúcida –vuelve a sonreír-. Que en realidad esa es la reacción lógica, la única inteligente.

Paula se levanta a recoger su taza vacía.

- ¿Inteligente? Yo no veo nada de inteligencia en esa postura –dice desde la cocina.

Al volver a la sala, acaba:

- ¿Cómo va a ser inteligente centrarse en eso, no apartar la mirada de toda la parte negativa de la vida? Eso no hay quien lo soporte.

- Claro. Precisamente.

- Qué.

- Pues que, como no lo soportamos, lo ocultamos. Nos pasamos la vida tratando de ocultarlo. O de negarlo, de suavizarlo, como quieras llamarlo. Pero no deja de ser eso.

Paula apaga la tele, y tras un instante en el que se queda mirando todavía para la pantalla, se levanta.

- Tienes una manera de ver las cosas que, desde luego…

Salen los dos de la sala, él al dormitorio y ella a la habitación de Tina.

- Está dormida –le dice mientras entra en el cuarto de baño, donde comienza a cepillarse los dientes. Andrés se está desvistiendo y la oye:

- ¡No me extraña que te cueste tanto ser feliz, hijo mío! Espero que a Tina se le pase y no herede eso.

Se cruzan en la puerta del baño, y él le da una palmada en el culo al pasar.

- ¡Que no me digas hijo mío!

Al cabo de un rato él dice algo con el cepillo en la boca.

- ¿Cómo? –pregunta Paula.

Andrés se enjuaga y aparece en la puerta del dormitorio con la toalla en las manos, secándose.

- Esas noches que, de niños, vemos lo que nos espera, lo que les espera a los que queremos, y a todos; cuando nos resulta insufrible, cuando nos enfrentamos a la certeza de algo tan… tan cruel; en fin, yo creo que en ese momento comprendemos la verdad. La vemos cara a cara. Y luego nos pasamos el resto de la vida tratando de olvidarla.

Se va, apaga la luz del baño y va a ver a la niña. Al volver se queda de nuevo apoyado en el marco de la puerta, y sonríe. Paula está sentada en la cama quitándose las medias. Al acabar, se quita los pendientes y los pone sobre la mesilla.
- Como sabemos que no podemos cambiar las reglas del juego –continúa él-, nos pasamos la vida haciendo trampas.

- ¿Trampas? ¿Trampas a quién, según tú? ¿A nosotros mismos?
- Claro, en la vida todo es con nosotros mismos.

Se acuestan, ella se apoya en su hombro y él la abraza.

- Así que todo con nosotros mismos, ¿no, don ego?

- Sí, todo –se ríe y apaga la luz de la lámpara.

- ¿Y entonces yo qué vendría a ser, en ese escenario tuyo?

- ¿Tú? Mi circunstancia favorita, la que yo he elegido. Y, con Tina, mi mayor y único consuelo.

- ¿La que tú has elegido? Qué iluso.



29 comentarios:

  1. Muy bonito. Real como la vida misma...
    ¿Piensas que en otras sociedades, que viven menos de espaldas a la muerte, lo viven con menos angustia?

    http://madredemarte.wordpress.com/

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  2. Muchas gracias.
    Supongo que sí, aunque creo que a lo social hay que sumarle lo personal, en esta ecuación de la relación con la muerte. Es decir, que hay una cultura y una mentalidad imperantes, y unas circunstancias y un carácter personales que, dentro de aquellas, por supuesto determinan nuestra forma concreta de verlo, de vivirlo.

    De ahí esas diferencias entre, por ejemplo, Andrés y Paula :)

    Un beso.

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  3. Pero, en cualquier caso, no vayamos a perder de vista que esto es ficción :)

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  4. No tan ficción...a mí me pasaba de niña...y a muchos niños también les pasa. ¡qué bonitos esos grabados del "ars moriendi" que la gente miraba y remiraba, como para tener a la muerte y sus protocolos más o menos domesticados! Vaya, que estoy con Andrés. Al fin y al cabo, no debe ser tan distinto de nacer, todos los hacemos. ¿por qué ese tabú tan grande sobre la muerte?

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  5. Dejo lo de hablar del relato de ficción para el blog apropiado.

    Aquí lo que te digo es que me entristece la gente que le tiene miedo cerval a la muerte, hasta el punto de no ir al tanatorio a dar un abrazo al amigo que ha tenido una pérdida.

    Una sociedad así no es sana. Y cuando moríamos en casa, y también nuestros vecinos, eso no pasaba.

    Si no se llora de niño la "muerte probable" de los padres, de adulto arrastra esa piedra que no soltó cuando era su momento.

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  6. Me permito la osadía de recomendarte dos fantásticos libros sobre antropología de la muerte en Galicia: "Romeiros do alén" y "Mulleres de mortos", los dos de Marcial Gondar (cátedro de Antropología Social en la USC) ... son dos trabajos preciosos y clarificadores sobre la cuestión sociocultural del morir, la muerte y el duelo ... y cómo se vivían y endendían hasta hace poco tiempo.
    Precioso relato. Saludiños.

    Paloma

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  7. Gracias, Paloma, por la opinión y por las recomendaciones.
    ¿Recuerdas que comentamos si este tipo de pensamientos era normal en los niños? Pues yo creo que sí, como Andrés :-)

    Como he repetido muchas veces aquí, temo la muerte; la mía y sobre todas las cosas la de los que quiero. Lloré de pequeño y lloro ahora de otra manera. No sé cómo superar eso ni sé si aspiro a hacerlo. Pero ojalá sepa aprovechar la vida antes, hasta entonces.

    Besos y abrazos.

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    1. Si, recuerdo el fragmento de conversación entre las muuuuchas que se cruzaban :-) ... hace tiempo yo temía a la muerte y, en parte, como Paula, la negaba ... por motivos laborales trabajé muy cerca de ella (y hasta puedo decir que con ella) lo que en un principio me descolocó y me hizo entrar en crisis, como me sucede con mucha frecuencia, leí, leí y leí para comprender y sobrellevar (además, es que no me quedaba otra) ... es un tema, para mi muuuuuy interesante ... y, con el tiempo, lectura, experiencia y reflexión, conseguí serenarme y "reconciliarme" con nuestra última circunstancia vital.
      Saludiños.

      Paloma

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  8. No pienso en la muerte cada día, pero pienso en ella. Más ahora que antes, cuando era joven, y hablo, a veces, con personas muy mayores entre otras cosas para ver si, por casualidad, sacan el tema y, entre bromas y no bromas, dicen, como suelen hacer, alguna verdad que pueda aprovechar. Mi vecina de calle, que vive sola frente a mi casa (el solar en el que construimos nuestra casa se lo compramos a ella) es muy mayor. Ahora, con la llegada del buen tiempo, sacará, algunas tardes o noches, unas sillas a la calle y, junto con otros vecinos tan mayores como ella o más, hablarán durante largos ratos sobre muchas cosas, entre ellas, claro, sobre la muerte, sobre su muerte, que ellos ven no muy lejana. De lo que hablan suelo llegar a la conclusión de que la edad, el paso del tiempo, hacen que la visión sobre la muerte, la propia y la de los demás, cambie, y se vaya aceptando con cierta naturalidad. Bueno, algo es algo.
    Me ha gustado lo que has escrito y la manera de escribirlo, y el final. Creo que siempre eligen ellas (mi mujer también lo cree).

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  9. Gracias, me alegro mucho, José Luis.
    Y gracias por ese comentario: aceptación, aceptación serena, cierta tranquilidad al mirar atrás; no se me ocurre nada más.

    Un abrazo.

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  10. Anónimo1/4/12 07:26

    No es -agradable-hablar u adelantar -tales cosas u asuntos pero ciertamente lo pusiste muy bien, yo diria con bandeja de plata,

    Nada mas...


    Ysa,

    Feliz Abril,

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  11. Muchas gracias, Ysa.
    Igualmente.

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  12. Anónimo2/4/12 11:08

    La ficción sólo funciona si bebe de la realidad. Y, al menos de la mía, sí bebe.

    Yo creo que muchos padres, cuando sus hijos les preguntan por la muerte, entran en tal estado de pánico que sólo se les ocurre escapar, mentir, mirar hacia otro lado. Y no creo que sirva de mucho...

    No creo que nada sirva de mucho, más que estar allí. Acompañarles en ese terrible descubrimiento que es que nos vamos a morir.

    Cuando hablaba de otras culturas me refería a esas que integran la muerte como parte de la vida, en vez de esconderla y no hablar de ella (no sólo con los niños, también entre los adultos). Los que se toman su tiempo para despedirse de sus muertos y siguen hablando con ellos aún sin estar seguros de que nos oyen...

    http://madredemarte.wordpress.com/

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  13. No se que pasa que solo puedo comentar en Responder. VA para todos, no solo para ti, Madre.

    El miedo a la muerte nos trae un mensaje existencial. Su persistencia es una señal de que aún no ha sido comprendido.

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  14. Ah, pues ha sido publicado correctamente!
    Un abrazo!

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  15. Madre, eso te había entendido. Se supone que aquí en Galicia la muerte ha estado, tradicionalmente, muy presente cultural y socialmente. Ahora, como tantas otras, esa característica se va diluyendo en la mezcla, que nos va homogeneizando (para bien o para mal, esto no es una queja).

    Taliesín, yo tiendo a creer que pensar que hay algo que entender no es más que otra trampa. Elaborada, muy elaborada. Pero trampa.

    Un abrazo.

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  16. Lo de hablar con los muertos, así en frío, a mí me queda un poco lejos, o eso creo. En cambio, me doy cuenta de que hay algunos que me sirven de referencia, de motivación, de ejemplo; o su recuerdo. Supongo que es algo parecido.

    Pero imagino que tú tienes en mente sobre todo culturas de otras latitudes, ¿no, Madre?

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  17. Anónimo2/4/12 17:13

    Para mi la vida es un regalo y ,por qué no, un milagro.Creo que todas las mujeres que hemos estado embarazadas hemos pensado lo mismo al sentir crecer la vida en nuestro interior.Pues bien , sería imposible que el milagro continuase si no existiera la muerte.Desde este punto de vista es un acto de generosidad aunque no lo hallamos elegido nosotros.Por otro lado ¿Aguantaríamos una vida eterna?
    Como casi todo el mundo sí temo a la muerte prematura y sobre todo de la gente que quiero pero no es un pensamiento que me acompañe contínuamente.No es que caiga en la trampa del autoengaño , más bien es no caer en otra peor, la del miedo.
    El miedo a lo que puede pasar puede provocar la peor de las muertes: la muerte en vida.
    Cómo explicar esto a un niño ya es otro cantar .

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  18. Una gran trampa!
    Pero yo no hablo de entender, que nos remitiría al aspecto intelectual, sino de comprender, en el sentido de aceptar algo, integrándolo.
    Aceptar, sí.
    Y ese aceptar no es a largo plazo, otra trampa consistente en resignarse a la idea de que algún día moriremos. No.
    Hablo de aceptar aqui y ahora la muerte!

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  19. Mucho me temo, por vuestros comentarios, que la postura de Paula ante la muerte se está... tergiversando.

    Yo creo que Paula comprende la muerte mucho mejor que Andrés. O tal vez el autor no es a "esa" Paula que yo imagino a la que ha querido darle voz... No sé.

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  20. Anónimo3/4/12 10:39

    Supongo que antiguamente cuando no había los adelantos médicos que tenemos ahora ,cundo en casi todas las familias había una o más muertes,la gente aceptaba "aqui y ahora la muerte" a base de, simplemente,convivir con ella.
    Algo parecido debe suceder en otras culturas de países más pobres que el nuestro.¿A nadie le ha pasado al ver el telediario pensar en el distinto valor que tiene la muerte según dónde suceda?Es decir, en un país desarrollado mueren cicuenta personas y es una tragedia nacional; en uno pobre es un día más porque conviven con ella continuamente.Y es precisamente aquí donde cobra más fuerza la religión y su efecto consolador.Si Andrés tuviese una fe ciega creería en la vida eterna y probablente no sufriría tanto.
    En Catagena de Indias(Colombia) los cementerios son lugares alegres llenos de flores de colores y la gente pasea por ellos con el convencimiento de que sus conocidos están en un sitio mejor que el que les tocó en vida.Esa es otra trampa¿o no?....

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  21. Anónimo3/4/12 10:40

    Sí, efectivamente, me refería a otras latitudes. Donde todavía inventan cuentos para combatir el miedo a la muerte.

    Por cierto, hay una magnífica novela de Simone de Beauvoir sobre un hombre que es inmortal: sobre el tedio, y hasta la desesperación, que produce la inmortalidad. Se llama "Todos los hombres son mortales". La leí hace muchos años, pero recuerdo haber pensado que estaba escrita precisamente desde el miedo a la muerte; y como consuelo.

    http://madredemarte.wordpress.com/

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  22. Creo que ahora te he entendido (otra vez), Taliesín.

    Anónima (¿B.?), supongo que la vía de la generosidad es una forma de tratar de conseguir esa aceptación.

    Anónimo, es lo de las culturas, ¿no?; una parte crucial (y más en en ete tema) de las cuales es la religiosidad, por supuesto. En nuestras sociedades (occidentales, modernas y materialmente avanzadas) la muerte se acepta peor; por ejemplo no se aceptan las bajas propias en una guerra, algo que antes y aun ahora en otros países se asumía y asume con naturalidad. Tal vez es que aquí hemos llegado a creer que podemos contra ella.

    Buenos días. Estos días de vacaciones y niños estoy bastante off, virtualmente; confío en que sabréis disculparme.

    Besos y abrazos.

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  23. ¿Te das cuenta, Taliesín (por supuesto que sí), de que siempre necesito entender, para comprender?

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    1. Para ayudar a comprender, a niños y adultos, mejor los mitos, cuentos de hadas, sueños y demás elaboraciones de lo inconsciente. Aquí te/os dejo una perla de sabiduría esquimal, en vídeo y relato escrito:

      http://ukucuentameperu.blogspot.com.es/2009/09/uncuento-la-mujer-esqueleto-clarissa.html
      http://www.youtube.com/watch?v=AKGNZQb8RP8&feature=related

      Si quereis comentarla ...

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  24. Taliesín ha dejado un enlace muy interesante (bueno, lo ha intentado): buscad en Youtube:

    Skeleton woman.

    Es un cuento esquimal relacionado con el tema de la muerte y su presencia y aceptación.

    Saludos.

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  25. Ah, pues sí que había podido.

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  26. De ficción nada de nada, mi hijo no solo se preocupa por nuestra muerte, dice que se pondrá muy triste pero a la vez está haciendo planes: me cuenta con quien va a vivir y cómo pretende seguir adelante (tiene 7 años)... eso sí, nos echará mucho de menos.

    Pero, en estas ocasiones, creo tener yo más miedo que él a ese futuro seguro aunque impredecible.

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