El regalo de la felicidad pertenece a quienes eligen desenvolverlo.
Anónimo
Cuando tu mano encuentre lo que debe hacer, hazlo con todas tus fuerzas.
Eclesiastés
Tú eres tu propia barrera. ¡Sáltala desde dentro!
Hafiz (poeta persa del s. XIV)
Hace unos días alguien me preguntó cómo me veía yo a mí mismo, cuál era el rasgo principal de mi personalidad. Bueno, en realidad la pregunta fue mucho más original: ¿a qué tiendes tú?, me dijo. Y yo le contesté algo tan tonto como que tendía a pensar; que me consideraba, antes que nada, una persona reflexiva.
Esto, que así a bote pronto suena bastante pretencioso, no lo es. Esa característica nada tiene que ver con los resultados. Me considero alguien reflexivo porque reflexiono mucho, no porque lo haga bien. Tiendo a pensar mucho tiempo y sobre casi todo; ahí se acaba el rasgo. Distinta cuestion es si de ese pensar sale después alguna idea que valga la pena; y hasta el momento no parece que sea como para echar cohetes.
El caso es que así me veo yo. Y no sé muy bien por qué, pero me gusta.
Ocurre, sin embargo, que ésta, como todas, es una herramienta que por sí sola no permite a quien la posee ir por la vida con garantías de nada. Con frecuencia esa tendencia a analizar, esa obsesión por tener en cuenta cualquier dato, cualquier circunstancia importante, lo único que hacen es crearme dudas y atenazarme. Pero aun en las ocasiones en que me vale de algo y soy capaz de entender qué me pasa y qué pasa a mi alrededor, lo normal es que me sienta cojo. A lo largo de los años he comprobado una y otra vez que me quedo en la teoría. No actúo; al menos no tanto como debiera. Y las ideas, aun las buenas, se marchitan sin dar fruto [confío en que el lirismo de esta frase no les pase desapercibido]. Me falta voluntad, unas veces en forma de valor para dar el golpe de timón [¡otra!] que exige la situación, y otras en forma de constancia y capacidad de sacrificio para no salirme del camino que creo correcto.
La vida es difícil. Aun la mejor lo es. Y como ya he dicho antes aquí, a pocas cosas temo tanto, yo que no sé lo que es sufrir grandes desgracias ni he tenido nunca la suerte demasiado en contra, como a la frustración, a mirar atrás dentro de unos años, cuando ya sea demasiado tarde, y comprobar que no he vivido, que he malgastado mi única oportunidad.
Y poco a poco me voy dando cuenta de que mi principal enemigo en esa lucha por vivir soy yo mismo.