[El tema era lo culinario, aunque como verán no es más que una excusa de partida.
Es muy largo para un post, pero bueno, ahí va.]
"Desde que se habían casado, hacía ese día cuatro años justos, Tomás y Ana vivían en un adosado junto a la carretera, en Bastabales, cerca de Santiago. Cuando lo compraron les hizo mucha ilusión la idea de vivir oyendo las campanas del poema.
Todos sus aniversarios los habían celebrado en casa, solos. Ana lo había querido así desde el principio, una cena íntima; y a él le había parecido bien hacer de esa noche una velada hogareña que para él, por su trabajo, era excepcional.
Pero ese año Tomás había propuesto por primera vez cenar fuera.
- ¿Fuera? ¿Pero no vamos a cenar aquí, como siempre?
- Bueno, me apetecía hacer algo distinto.
- ¿No prefieres que lo celebremos solos? Tenía ya el menú pensado.
- También está bien variar un poco, ¿no? Este año me apetecía salir, ver gente, no sé...
Al final, Ana insistió y quedaron en que cenarían en casa. Pero como Tomás no parecía demasiado contento, esa misma mañana, mientras él se afeitaba, ella le dijo desde la ducha si le apetecía que invitasen a Lucía y Roberto, sus mejores amigos.
- ¿Invitarlos esta noche? ¿A Roberto y Lucía? No, no.
- ¿No? Pensé que, como te apetecía cambiar un poco.
- No. O sea, sí, pero no eso. No, ¡cómo vamos a invitarlos por nuestro aniversario!
Poco después de terminar de comer empezaron a prepararlo todo. Ana había pensado en hacer unos hojaldres de queso de cabra y setas que le salían muy bien, de primero, y luego una carne rellena, una receta nueva. Tomás se había encargado de ir, lista en mano, a la compra. Ahora él iba sacando las cosas de la nevera y se las iba dando a Ana, que las colocaba en dos grupos sobre la encimera.
- La masa de hojaldre, la bandeja de setas; van dos tipos mezclados, boletus y otro, no sé bien cuál. El redondo. Pesa algo menos de lo que me dijiste, pero no había más.
- No pasa nada.
- ¿Saco ya la caja de huevos?
- Sí, así ya los voy cociendo.
- Las cebollas y los ajos los puse ahí, en el carrito. Toma, el pan rallado.
- Vale. ¿Y el queso?
- Ah, aquí.
- Bueno, voy a hacer el relleno, que creo que lleva tiempo, y ya dejamos lista la carne para el horno. Al final va a coincidir con los hojaldres, pero se pueden poner encima, en la bandeja.
- Vale. ¿Te hago falta?
- ¿Falta? No. ¿Te vas, o qué?
- No, no; digo aquí, en la cocina.
- No. A lo mejor después.
Antes de que Tomás saliera, Ana lo interrumpió.
- ¿Te pasa algo?
- ¿A mí? No, nada.
Tomás fue a sentarse al salón. Sacó del bolsillo el móvil, que tenía en silencio, y leyó un mensaje que acababa de recibir. Contestó rápidamente y lo guardó de nuevo. Se quedó en el sofá mirando hacia la ventana. En ese momento salió Ana de la cocina. Subió al dormitorio y bajó al poco rato, y lo vio en la misma posición.
- ¿Seguro que estás bien? –le sonrió antes de entrar de nuevo.
- Que sí.
Ana puso un cazo con agua al fuego y empezó a pelar y picar las cebollas. De vez en cuando levantaba la cabeza y miraba hacia fuera. El cielo estaba desde por la mañana totalmente cubierto, y en ese momento comenzó a llover.
Tomás se había puesto de pie y miraba también por la ventana, de brazos cruzados. Notó la vibración de otro mensaje en el teléfono. Miró atrás, hacia la puerta de la cocina, y lo leyó. Apagó el móvil y lo guardó. Dio unos pasos por el salón, volvió a cogerlo, lo encendió y lo metió en el bolsillo otra vez. En ese momento oyó a Ana, que lo llamaba desde la cocina.
- Qué.
- ¿Y las nueces y los piñones?
- ¿Las nueces y los piñones? Pues… ¡Mierda, me olvidé!
- ¡¿Que te olvidaste?!
- Sí. Es que como tenía que cogerlos en la otra tienda, salí del súper y con las prisas ni me acordé.
- ¡Pero hombre, pero si son imprescindibles!
- Joder. Bueno, voy en un momento.
- Ahora está cerrado, ¡a dónde vas a ir ahora!
- ¿Está todo cerrado?
- ¿Qué vas a ir, a Santiago? Pues claro que está todo cerrado. Hombre, Tomás…
- Bueno, coño, lo siento. ¿Qué pasa? Tampoco pasa nada por eso, ¿no?
- No, no pasa nada, claro. La receta ya no se puede hacer, pero no pasa nada. Qué más da.
- Pues la haces de otra forma, Ana.
Ella abría y cerraba cajones y alacenas, buscando en vano.
- Sí, de otra forma. Joder, te dije que eran imprescindibles. Que los cogieras en la tienda en vez de en el súper, que fuesen buenos, y que eran imprescindibles.
- ¡Ya te he oído! -Tomás hizo ademán de buscar él también, pero paró enseguida- Lo siento. Bueno, ¿y no habrá ninguna forma de cambiar eso y seguir más o menos la receta?
- No sé. Yo qué sé.
- Puedes preguntarle a Lucía, ¿no?
Ana tardó unos segundos en responder.
- Sí, supongo. No sé si estará en casa.
- Pero llámala al móvil.
Ella, que había seguido moviendo paquetes y bolsas mientras le contestaba, se quedó quieta y le miró.
- ¿Cómo sabes que es de Lucía, la receta?
- ¿Cómo? ¿Que cómo lo sé? No sé –fue hasta el fregadero y bebió un vaso de agua-. Pues porque me suena de ella, supongo.
- Ya. ¿Tienes ahí el móvil, que el mío lo he dejado arriba?
- No. No, aquí no.
Ana salió de la cocina. Él se sentó a la mesa, apoyó la barbilla en las manos y se quedó inmóvil hasta que ella entró de nuevo.
- Pero esta receta se la pedí a Lucía precisamente porque no me sonaba de nada. Nunca nos la ha hecho.
- ¿No? –se levantó- ¿Estás segura? Pues ni idea, lo habré dado por sentado, que era suya. ¿La vas a llamar?
- No contesta, ya he llamado.
- Ah. Tendrá el teléfono apagado.
- Sí.
Ana se acercó de nuevo a la encimera y abrió la bandeja de las setas, el queso y el paquete de la masa. Cogió el cuchillo y cortó las setas y el queso en dos montoncitos, y comenzó a separar las láminas de hojaldre. Tomás la miraba de pie, desde la pared de detrás.
- ¿Será muy pronto para cerrarlos? –dijo ella en voz baja.
- No sé. ¿Pero los vas a meter ya en el horno?
- No, hombre, pero no sé si las setas se secarán, o ablandarán esto; no tengo ni idea, nunca los hago con tanto tiempo.
Paró de trabajar y se quedó quieta mirando toda la comida.
- No sé qué hacer con lo de la carne.
- Pues hazla igual pero sin las nueces y los piñones. ¿No puede ser?
- Pero si es que toda la gracia del plato está en eso. Si no, es una carne mechada normal y corriente. Además la salsa también llevaba frutos secos.
- Ya.
- Es que no tiene nada que ver.
- Ya –Tomás se separó de la pared-. Bueno, da igual, Ana.
- No. Yo quería hacer algo especial. No da igual.
Tomás salió. Ella siguió con los hojaldres. No le salían bien, quedaban feos o se le abrían. Al cabo de una media hora él volvió a entrar.
- Mira, por qué no vamos a cenar fuera, ¿eh? Podemos ir a La Corredoría, que te gusta tanto, ¿eh?
- No.
- ¿Pero por qué no? He llamado y hay sitio -Ana se giró, se apoyó de espaldas en la encimera y se cruzó de brazos-. Esto no se estropea, lo guardamos y lo hacemos mañana.
Ana se quedó mirando para él.
- Para mí esto es importante, Tomás. Para mí es importante celebrar nuestro aniversario.
- Pero si para mí también…
- Y celebrarlo así, en casa –suspiró-. Me gusta hacerlo así, y quiero hacerlo. A lo mejor tú no lo ves como yo, no pasa nada, pero para mí dice mucho que seamos capaces de celebrar este día solos. Solos y en casa –se calló un momento-. Ya salimos muchas veces, cenamos por ahí muchísimo. Pero a mí me gusta que esta noche sea distinta, que sea solo cosa de nosotros dos. Y que aun así sea estupenda.
Se quedaron los dos callados, sin mirarse.
- ¿Quieres que cenemos fuera? –siguió ella al fin- Pues cenamos fuera.
- Pero, a ver, tampoco es eso. Así no, así no quiero.
- ¿Así, cómo?
- Pues contigo enfadada, Ana, coño.
- Pues lo siento, pero lo estoy. Resulta que lo que íbamos a hacer ya no se puede hacer, porque no has traído las cosas, y me cabrea.
- ¡Pero vamos a ver! ¿Qué es lo que te cabrea? ¿Que me haya olvidado? ¡Oye, que no lo he hecho a propósito!
Ella lo miró sin decir nada y se alejó unos pasos, hacia la ventana.
- No es eso, Tomás. Ya supongo que no lo habrás hecho a propósito. Es lo que significa; o lo que yo veo en eso.
- ¿Lo que tú ves en eso? ¿Y qué ves en eso, si se puede saber?
- Es todo, Tomás. Es tu falta de ganas, tu pasotismo con este tema.
- ¿Pero qué dices? ¿Qué pasotismo?
- No me digas que has mostrado el más mínimo interés por lo de hoy, por la cena, por todo. ¿Qué pasa, que es cosa mía y tú eres el invitado? Otros años no era así, desde luego.
- ¡Pero que a mí no me pasa nada, que estoy como siempre!
- Pero si es la primera vez que no tengo flores por la mañana…
Tomás se sentó.
- Me olvidé.
- Ya, también. Pues eso.
Ana volvió hacia donde estaba trabajando y toqueteó las cosas, distraída, hasta que salió de la cocina. Tomás se levantó y fue tras ella.
- Pues mira, ¡sí, es verdad!: no me apetecía, no me apetecía este plan, este año. Ya te lo dije, que prefería salir fuera, que me apetecía más ver gente y variar un poco, coño. ¿Qué pasa? ¿Tan malo es?
Ella se dio la vuelta. Se quedaron ambos de pie en el centro del salón.
- No sé, Tomás, no lo sé.
- ¿Qué pasa por querer cambiar? Hombre, Ana, ¿qué pasa si no me apetece lo de siempre?
Ana lo miraba sin decir nada.
- Joder, pero qué pasa. Me olvido de las putas nueces… Perdón. Me olvido de las nueces y parece que lo he hecho a propósito para molestarte. Y no me apetece el plan de siempre, tu plan, y tampoco puede ser. Soy el culpable, el malo –Tomás se había puesto a andar de un lado para otro-. Pues no, coño, no es así. A veces esas cosas pasan. Bueno, lo del despiste yo creo que no merece ni comentarlo, pero lo otro: pues me apetece más otra cosa, Ana, no lo he hecho a propósito. Sucede y punto. ¿Tú quieres tu plan de siempre, lo que te gusta a ti? Pues yo no. Yo no. ¿Es que no podemos cambiar? ¿Es que tenemos que seguir toda la vida igual, una vez hecha la elección? ¿No tenemos derecho a equivocarnos, y rectificar?
- Pero de qué hablas. ¿Por qué te pones así?
- Pues de eso. ¿Que por qué me pongo así? Por lo de siempre, joder. Que no lo hago a propósito; que no estoy haciendo nada malo. ¿Por qué tienes que hacer que parezca el culpable?
Ana se dejó caer en un sillón.
- Esas cosas pasan, Ana, y nadie tiene la culpa –Tomás andaba de un lado para otro-. ¡Estoy harto!
Ella lo miró fijamente durante unos segundos. Se levantó y se acercó a él, e hizo ademán de besarlo. Él se apartó.
- ¡Estamos hablando!
Ana se detuvo, dio media vuelta y fue hasta la ventana. Se quedó mirando hacia fuera. Seguía lloviendo. Los campos y las casas parecían en silencio, sin vida. Estuvieron así un rato.
- ¿Tú me quieres? –dijo sin girarse.
- ¿A qué viene eso ahora?
Ana apoyó la frente en el cristal. El jardín estaba empapado. La hierba y las baldosas brillaban, las flores temblaban con los golpes de las gotas. Se oyeron las campanadas de la iglesia."