Una amigdalitis galopante que a lo largo de la noche del viernes se adueñó de la garganta de mi mujer nos obligó a huir del frío lucense (¿les he dicho alguna vez que para mí Lugo es la provincia más bonita de Galicia?) y volver, deseosos de comodidades, al calor del hogar. Así que el sábado por la mañana dijimos adiós a las agresivas ocas que guardaban la finca de la casa y emprendimos el regreso.
Me he pasado el fin de semana cuidando a mis dos chicas y, de vez en cuando, leyendo los comentarios al texto anterior. No he querido participar, pues lo he cogido muy avanzado, y además pretendía escribir algo nuevo; pero no me ha sido posible hasta ahora.
De la fugaz escapada me quedo con mi cena del viernes: caldo (añadir gallego es para mí una redundancia) y huevos fritos con patatas y chorizo.
Después de oír las noticias durante el fin de semana, leer sus comentarios y pensar algo sobre el tema, me gustaría matizar algo lo que escribí y añadir alguna otra cosa.
1. Nosotros.
No creo que la nuestra sea la mejor de las sociedades posibles, y ni siquiera estoy seguro de que sea la mejor de las existentes; pero es la que, de todas las que conozco, sin duda elegiría para mí y los míos.
Con todas sus contradicciones y limitaciones, a pesar de sus bajezas, sus miserias y sus estrepitosos fracasos, aun siendo consciente de los motivos que hemos tenido y tenemos para sentirnos avergonzados, ésta es mi opción. No es mi verdad, ni mucho menos la verdad que creo deber imponer, pero sí mi opción.
Y si de algo estoy medianamente orgulloso (fíjense, como si me cupiera a mí mérito alguno en ello) es del humilde, insuficiente, manipulado, farisaico, y sin embargo imparable y maravilloso paulatino proceso de consecución y afianzamiento de las libertades individuales. Y porque creo en ellas y las considero inseparables del modo de vida que a mí me convence, creo que es un logro al que no podemos renunciar y por el que merece la pena luchar.
Y aunque no creo que debamos imponerlas a nadie, pues en mi opinión ello supondría una contradicción insalvable, ni que podamos hacerlo, pues creo que es un camino que uno debe recorrer por sus propios medios si pretende encontrar alguna recompensa en la meta, sí estoy convencido de su bondad y su conveniencia, por así decirlo, universales.
2. Ellos.
Lejos de pensar que la suya sea una opción libremente elegida, creo que la sociedad de la mayoría de los países musulmanes está efectivamente muy atrasada. Y no sugiero con esto que Islam sea sinónimo de retroceso y barbarie, ni mucho menos, pero sí que el modo en que actualmente se vive esta religión en la mayor parte de esos países, con un dominio cada vez mayor de las interpretaciones más integristas y las tendencias más islamistas (esto es, las partidarias del estado islámico, de la total conjunción entre poder temporal y poder religioso), es síntoma y consecuencia de ese atraso.
Atraso material, pero atraso también cultural y social, por falta de acceso al conocimiento (a todo, no sólo al nuestro, también al propio), por unas limitaciones para el desarrollo del individuo que hacen que las nuestras sean menudencias, por no contar más que con una limitada, sesgada y manipulada (de nuevo, la nuestra resulta, por comparación, casi la panacea) fuente de información, por vivir de espaldas al resto del mundo y desconocer, por tanto, otros modelos alternativos de sociedad, etc.
Y este, para mí, atraso, se hace evidente a diario. A diario: tiranías, falta absoluta de libertades, sistemas penales comparables a los de nuestra Edad Media, delitos de pensamiento, delitos de opinión, identificación de leyes y creencias, pobreza extrema, incapacidad para sacar partido a los propios recursos, contrastes inauditos entre las distintas clases sociales, poco valor de la vida de algunos, inseguridad, inestabilidad social, etc. No puedo aceptar en absoluto la idea de que algo de esto pueda responder a una libre elección, a una decisión voluntaria, y por el contrario estoy, como digo, convencido de que no obedece más que a un abrumador retraso (retraso sobre cuyo origen, causas y culpas no pretendo opinar, que bastante tengo con esto).
3. El sentimiento de ofensa.
Los musulmanes no son los únicos que se ofenden por cosas así.
Nosotros, los civilizados europeos, no nos enfadamos sólo cuando se nos insulta personalmente o se insulta a quien nos importa; también lo hacemos si entendemos que ciertas ideas y conceptos fundamentales para nosotros, o los símbolos que los representan, por muy abstractos y subjetivos que sean, son atacados. Tanto es así, que algunos de estos ataques están penados por la ley.
Personalmente, creo que cuanto más culto (¡ya estamos!) es alguien, más difícil es que se ofenda por cuestiones de esta índole, pero a nuestro alrededor sobran ejemplos de susceptibilidades individuales y colectivas heridas por acciones, palabras u omisiones que para otros no podrían ser más inocentes.
Ocurre en esta ocasión que, juzgado por nuestros patrones, a muchos de nosotros su sentimiento nos parece excesivo, desmedido (pero fíjense en las declaraciones de algunos líderes religiosos europeos y comprobarán que ni siquiera en esto estamos de acuerdo) y casi irracional.
Personalmente, creo lo mismo de otros sentimientos que me rodean y que casi a diario protagonizan nuestra actualidad informativa. Y, ni que decir tiene, de muchos de los que hasta hace poco, y durante siglos, nuestros antepasados consideraban incuestionables y, en ocasiones, sagrados. Pero eso no me impide darme cuenta de que, en aras de una convivencia pacífica y soportable, debo medirme a la hora de opinar sobre ciertos asuntos, y mostrar, siquiera formalmente, cierto respeto a muchas de esas ideas y creencias. Y sé que, en muchas ocasiones, si yo no me acuerdo de hacerlo la ley me lo recordará.
Y, naturalmente, no estoy hablando de traicionar mis principios, ni de volver a las tinieblas, ni de desandar lo que tanto trabajo ha costado andar. Estoy hablando de respeto, estoy hablando de que, en el (interminable) camino hacia lo que para mí es el objetivo a alcanzar, uno ha de ser firme en lo esencial pero, a la vez, debe saber templar gaitas, contemporizar, o como quieran llamarlo, pues de otro modo ese camino acabará regado de sangre (más de lo que lo está, si cabe).
4. Un inciso: La libertad de expresión.
¿Están cuestionando nuestra libertad de expresión, o el uso que de ella hemos hecho?
La libertad de expresión garantiza el derecho a (resumiendo) hablar, no proporciona inmunidad frente a los efectos de nuestras palabras.
Apelar a la libertad de expresión cuando nos enfrentamos a una protesta por algo que hemos dicho, publicado, o emitido es como si, tras pegarle un tiro a alguien, decimos que tenemos licencia de armas.
Nosotros somos responsables de las consecuencias del ejercicio de nuestros derechos y libertades. Y yo creo que aquí nos están exigiendo, con razón o sin ella, responsabilidades.
5. Su reacción.
Tengan o no motivos para ofenderse, sea lógica o no su indignación, creo que el verdadero problema (y el motivo por el que estamos prestando atención a este asunto; si no, tal vez nos habríamos reído un poco de ellos y punto) es cómo han reaccionado.
Porque han optado por una vía que nosotros hemos dejado de considerar (esto es tan, tan, tan matizable y yo tengo tan poco tiempo...) una alternativa válida: la violencia (ya, ya sé cuántos contraejemplos nuestros me pueden poner, y recientes; hablo, en fin, más de nuestros deseos que de nuestros actos). Y ante esto, yo soy partidario de que nuestra postura sea la de rechazo firme y unánime, y la de apoyo incondicional a los amenazados (ante esto, ante el riesgo físico, insisto).
6. De nuevo ellos, sus sentimientos y su reacción.
Si en mi día a día, sin salir de mi entorno ni de mi cultura, me enfrento a situaciones que exigen mano izquierda y me obligan a morderme la lengua (para no reírme, generalmente) para no empeorar las cosas, si me callo ante actitudes y mentalidades que no comprendo e incluso llego a considerar ridículas, cuando no denigrantes, ¿qué no tendré que hacer si creo que quien tengo enfrente no está a mi nivel, si presumiblemente no me puede comprender, si no habla mi mismo idioma ni juega al mismo juego que yo?
¿No debería demostrar mi supuestos cultura y civismo para entenderle e intentar convencerle, en lugar de usarlos como podio desde el que amonestarle?
Desde luego, habrá un límite entre ese respeto, esa tolerancia, y la tan denunciada bajada de pantalones. Y ese límite no se puede traspasar sin poner en peligro los principios de nuestra convivencia ni los logros fundamentales de nuestra sociedad.
¿Pero supone pedir disculpas por ofender su sentimiento religioso traspasar ese límite? ¿Y repetir la ofensa públicamente es de verdad defender nuestros principios?
Yo lo dudo.
Creo mucho más digno, valiente y necesario sacar pecho en otras lides y ante otros enemigos, más cercanos y poderosos, pero más sutiles.
En cuanto a la violencia, y una vez dicho lo dicho en el punto 4, repito lo que dije en su día: ¿de qué nos sorprendemos?
Ayer hubo otro atentado, o lo que sea, en Pakistán; murieron ocho personas. En Túnez el presidente suele ganar con el 98% de los votos; en Siria, Libia o incluso Egipto la situación política es similar. Hace décadas que en la India se matan hindúes y musulmanes, de mil en mil, por lo que ellos creen que son motivos religiosos. En Palestina ha ganado las elecciones quien las ha ganado; enfrente, un país apela al Antiguo Testamento para justificar su existencia; y entre ambos llevan muertes y tragedias sin cuento. En Arabia Saudita rige la ley islámica más retrógrada que imaginar quepa. En Líbano, hace poco, se cargaron al primer ministro con el apoyo del país vecino. En Afganistán la sociedad apenas ha cambiado desde la derrota de los Talibanes, los cuales no fueron combatidos por ninguna de las atrocidades que impusieron a su pueblo, sino por meterse con quien no debían.. Etc., etc., etc.
No voy a hablar de culpas, ni de justificaciones, ni siquiera (esta vez) de causas; sólo diré que ésa y no otra es su realidad. Una realidad en la que la violencia es una presencia diaria que no sorprende a nadie, y en la que hablar de libertad de expresión, o de culto, o incluso del derecho a la vida, es en muchas ocasiones una pura entelequia.
Y nosotros todo eso lo sabemos; o deberíamos saberlo. No juegan en nuestra liga, sus reglas no son las nuestras, su mundo no es el nuestro. ¿Es que no nos lo creíamos? ¿O es que mientras no nos afecta nos da igual?
Yo ya he dicho que creo que si nos interesa que eso mejore, y que además lo haga lo más rápidamente posible, deberíamos contribuir a ese cambio.
Y, si no (porque muchos dirán que no es asunto nuestro y que no tenemos obligación alguna hacia ellos), tendremos que esperar que evolucionen a su ritmo... si es que lo hacen. Y, mientras, sufrir las consecuencias cada vez que éstas sobrepasen su ámbito natural, superen nuestras defensas, y nos salpiquen.
7. Limitadas conclusiones:
Firmeza ante la violencia, sin duda.
Cuando de verdad estén en juego nuestros principios, luchemos por ellos. Cuando no lo estén, demostremos en nuestro trato con los demás que de verdad somos cultos y avanzados (y no nos pongamos a su altura).
Nos conviene (por si a alguien no le bastan otros motivos) que el resto del mundo viva bien. Nos va la vida (y las libertades, y nuestra civilización) en ello.
Este blog se las apaña muy bien sin mí, por lo que veo...