Con tilde en la i.
Lo primero, al entrar en el portal, es la oscuridad. En cuanto me habitúo y veo las escaleras de terrazo, soy consciente del olor a humedad y a viejo.
Subo, paso el entresuelo y llego al primer piso. Junto a la puerta, un folio metido en una funda plástica y escrito a ordenador informa de qué es aquello; al menos, por una vez le han puesto la tilde. Empujo y entro.
Más suelo de terrazo, distinto el del pasillo, de fondo blanco, del de las habitaciones que veo enfrente, más verdoso. Las paredes están empapeladas en blanco. Hay varias puertas entreabiertas a derecha e izquierda, y, junto a la de la calle, casi a mis espaldas, un armario cerrado forrado de escai granate a rombos.
De una de las habitacione sale una señora vestida con una chaqueta de punto roja y me pregunta qué quiero. Se lo digo y le doy lo que llevo; ella me pide alguna explicación más (no será la última) y desaparece. Yo me quedo de pie en el pasillo y espero.
Y empiezo a fijarme.
Las paredes están casi vacías, sólo hay alguna que otra lámina de cuadros famosillos salpicadas aquí y allá, pero todas son excesivamente pequeñas y el color predominante es el blanco, con lo que, en lugar de mitigarla, acentúan la sensación de desnudez. El papel está desgarrado en muchos sitios, y por debajo se ve una pared marrón oscuro. Miro a los techos y me encuentro con tubos fluorescentes de dos tipos, algunos de ellos sin varios tornillos y con la sucísima carcasa medio descolgada. Los interruptores son también de los años sesenta. Las puertas son de contrachapado blanco, y en los marcos, el hueco que debería acoger el pestillo está tapado con cinta aislante negra para que no se puedan cerrar.
El mobiliario es, salvo contadas excepciones, asombrosamente viejo (que no antiguo), y el material de trabajo está almacenado en unas horribles estanterías metálicas, en su mayoría oxidadas, que ocupan todo el piso, incluso lo que debería ser la cocina; porque el piso no ha sido reformado para adaptarlo a su función y sigue teniendo los huecos originales, incluidos la cocina (amueblada) y el baño.
El cuarto del jefe es diferente del resto. En él el mobiliario sí es antiguo, pero nada bonito, y se entremezcla con alguna pieza de hace treinta o cuarenta años, con lo que el resultado es deplorable. Su suelo es el único de madera, pero está tan deteriorado, gastado, sucio y decolorado que no supone mejoría alguna con respecto al repelente terrazo.
Pasa por mi lado, trajeado; tendrá unos cincuenta y cinco años, y es más joven que todas las mujeres que trabajan para él.
Espero una media hora, durante la cual la de la chaqueta roja viene varias veces, me dice que me siente, y me hace alguna pregunta. A mi lado tengo una placa eléctrica que o no funciona o, a pesar del frío, está apagada, y yo sigo con el abrigo puesto. Desde la silla veo bien la ventana, de aluminio color aluminio, sin cortinas (en todo el piso, sólo la del jefe parece tenerlas) y con la persiana exterior a medio bajar. En la estantería que tengo delante se apilan años de aburrimiento atroz.
Oigo voces de otros clientes, y me pregunto cuántas escenas de miseria habrán cobijado aquellas habitaciones, y cuántas ruindades y secretos inconfesables, de personas que me cruzo cada día por la calle, conocerán esas mujeres.
Al fin viene la señora a rematar la faena. La veo manipular su herramienta de trabajo con una lentitud y una inseguridad incomprensibles, dada la experiencia que debe de tener.
Pago. Me ha dicho el precio en pesetas y después lo ha pasado a euros con una calculadora, y ha redondeado el resultado. Para la fama que tienen, y teniendo en cuenta el tiempo que le ha llevado (claro que otra cuestión es si no podría haber terminado conmigo en diez minutos), no me parece caro. Y me voy.
Al salir a la calle, me parece regresar de un viaje al pasado, y me cuesta creer que allí mismo, en ese primer piso en el que nunca había reparado, se oculte ese antro. Parece mentira que las oficinas más cutres, descuidadas y asquerosas que he visto en mi vida hayan sido las de una notaría.
Pues (y negaré esto si alguien alguna vez me pregunta al respecto) estoy de acuerdo con Mrmann y no con Donna: ver semejante abandono hizo que me diese mucha más rabia pagar ese dinero, porque sé que ese notario gana tanto como el que más (es antiguo en la ciudad y muy conocido), y me parece indignante que sea tan miserablemente rata.
ResponderEliminarUn abrazo(y gracias, Mrmann).
Ayer estuve yo en la Notaría que hay justo enfrente de mi portal.
ResponderEliminarHasta ahora no había Notaría en mi pueblo, había que ir a Las Arenas.
Está en un piso que antes fué la casa de Monse, una chica que es pianista y acompañaba cantantes e instrumentos. Tuvo muchos hijos, así que se mudaron a una más grande. Aún así es grande para los pisos que hay ahora. Tenía seis puertas a la vista, descontando baño y cocina, el cálculo es fácil.
Pues bien, daba asco todo. Estaba todo como provisional definitivo, tal y como lo dejaron los propietarios en la huída antes de la guerra.
Los cables de los apliques, las marcas de los cuadros. Todo desolador.
Me he identificado mucho con tus sensaciones, Porti.
Y para colofón, el notario es un perfecto imbécil pretencioso que creyó encima que me podía echar un chorreo por "mi falta de previsión" ya que iba con prisa a que me compulsara unos documentos.
Naturalmente no le contesté, no era momento de argumentar ante un fatuo.
"Tengo derecho a tardar entre quince días y tres meses en hacerlo". Lo comprendo, le dije, entonces me iré a otra Notaría.
Ni que decir tiene que me lo hicieron (sacar unas fotocopias en papel reglamentario, pegarle un sello y poner un timbre) inmediatamente, mejor dicho, me lo hizo una secretaria (mona, vestida con un traje de Chanel auténtico) muy amable, dado que lo que se dice compulsar lo hizo el notario de un vistazo en cosa de dos segundos, calcúlo. 70€
Es curiosa la coincidencia, y es curioso que todos sean tan parecidos.
Beso.
Los notarios cobran todos lo mismo por los servicios que prestan, ya que se les retribuye por un arancel establecido en una norma, no recuerdo ahora el rango, de la Direción General de los Registros y del Notariado, pero claro, no es lo mismo un notario en Benidorm que un notario en A Gudiña. El de Benidorm, previsiblemente, estará forrado y el de A Gudiña no tanto aunque tenga expectativas razonables de hacerlo cuando ascienda en el escalafon.
ResponderEliminarConozco a unos cuantos y entre los 3500 que existen en España, pues hay de todo 'como en botica': listos, memos, brillantes, educados, groseros, encantadores, siesos y hasta guapos y divinamente bien vestidos.
Y en los últimos tiempos aunque pueda parecer raro, están muy preocupados por la competencia.
El notario de cabacera de mi famlia tiene unas oficinas que sin ser cochambrosas sí que tiran a ajadas y destartaladas: a mí no me disgustan, tienen un cierto sabor costumbrista, está bien que no todo sea tan diseñadín.
ResponderEliminarPero lo que quería contar es que este señor tiene una impenitente vocación de casamentero: todavía nos estamos riendo de la gestión que hizo con el farmacéutico del barrio (otro que tal baila) para preguntar por mi hermana.
Debo de estar enferma. Sí, de verdad. Al leer el texto (cómo escribes,hijo, qué envidia) pensé que era otra cosa la casa esa a la que habías ido (o había ido el personaje, vaya: diez minutos, paredes blancas huérfanas de imágenes, años de aburrimiento en las estanterías, chaqueta roja)... En fin. Y que el jefe en cuestión era una especie de capo o algo así. Aunque, qué quieres que te diga, si es un notario, algo ladrón sí que es.
ResponderEliminarLo de las ofis, bah, es un mundo. Yo casi prefiero una de esas cochambrosas de verdad que las que intentan aparentar que son de cuidado diseño y corporativismo y se les ve el plumero (es que estuve trabajando en una durante dos años así y me daban más arcadas cada día que pasaba, todo tan azul, tan de plástico imitando metal, madera o vaya usted a saber qué. Uff, quita, lagarto, lagarto).
Besos, buen finde. Calamidad.
PD. Gracias por tu aportación en mi blog.
¡Mujer, tanto como ladrones! Son unos funcionarios retribuídos por arancel a los que la Administración Pública les aprueba unos aranceles muy elevados que ellos cobran encantados.
ResponderEliminarNo olvidemos que si la Administración quisiese, su régimen jurídico y económico no sería el que es pero no hay Administración que se atreva a cambiar eso. Así que a cada cual, lo suyo.
Portorosa:
ResponderEliminarPerdona que utilice tu blog para comentar otro comentario, pero no me puedo contener: Ignacio, ¡ay! ese "diseñadín" ¿es galleguiño? ¿o de qué otra parte es?
Por cierto: felicitaciones.
¡Qué texto tan bien escrito!. No sabía que iba a encontrarme un notario por esos ambientes que describes, pero sí, hay de todo, aunque lo que yo he visto es todo lo contrario, unos despachos bastante bien decorados y con algún que otro alarde al billetero y es que parece que no se perdona que encima de cobrar una pasta presenten un despacho destartado donde exista una descarada invitación al frío...
ResponderEliminarSaludos
Pues me temo que frío, frío, Carmen, con lo de Ignacio. Y gracias (aunque no sé por qué son las felicitaciones).
ResponderEliminarDonna, no tengo ni idea; pero en general yo creo que la gente rata lo es 100%, y que no gasta en nada, ni fuera del trabajo: ahorran y punto. Eso de morirse con millones debajo del colchón es (al menos aquí) tristemente habitual en alguna gente más inculta, a veces de aldea, con una mentalidad muy corta de miras o muy castigada por la vida (como quiera uno verlo, no sé), pero supongo que hay notarios así.
Gracias, Gatito.
Abrazos, Miranda, Nacho, T y Calamidad.
Durante todo el relato intenté averiguar dónde carajo estabas (muy bien mantenida la intriga!), decidiéndome por la consulta del dentista, otro lugar donde uno pierde todos sus derechos nada más abrir la boca. Un saludo.
ResponderEliminarMe sumo a los elogios. Es un texto magnífico y milimétricamente planteado y resuelto. Una pieza redonda (y para nota). ¿Tendrá continuación?
ResponderEliminarhace días que leí el texto. Me quedé encantada y, aunque lo intenté no pude escribirte nada. Ahora sí. Desde el principio y al contrario que princesadehojalata supe que era una notaría aunque no se por qué. Las de este lugar son elegantes y modernas aunque muy asepticas. Espero que tomes estas palabras como lo que son, un elogio a tu manera de escribir y describir.
ResponderEliminarBesos, Puerto
Pues muchísimas gracias a los tres. Yo pretendía mantener un poquillo el misterio, claro, así que me alegro de que os haya gustado. La continuación, misterioso Dionisio, me temo que tendrá que esperar a que vuelva a ir a un notario... (por cierto, aquí también hay notarías bien puestas).
ResponderEliminarAbrazos.
Por cierto, si usted teclea "enseñando las bragas", ¿sabe qué blog le aparece en la cuarta página?
ResponderEliminarY lo más curioso es que esta vez no es culpa de Donna, sino del otro saboteador: Mrmann.
Muy bien escrito Porto, me parece que estoy viendo la notaría, que estoy oliendo esa humedad, te imagino allí sentado, con tu abrigo puesto, junto a la placa eléctrica que o no funciona o, a pesar del frío, está apagada y me dan ganas de ponerme un jersey.
ResponderEliminarCon respecto a las notarías decir que me parecen un residuo antediluviano fundamentadas en no sé qué, y de las que desconozco también su utilidad. A todos nos han contado historias de pisos que se compran y venden con dinero negro o que se escrituran por debajo de su valor y no parece que a los notarios les interese mucho que se cumpla la ley. Realmente deberían ser funcionarios como todos los demás, o es que acaso un juez o un fiscal cobran más por juzgar un caso por complicado que sea. Las notarías me parecen un poco como las farmacias, unos cuantos privilegiados (es cierto que al menos el notario ha aprobado su oposición) que se forran manteniendo un monopolio que o se debería liberalizar o no debería servir para el enriquecimiento de unos pocos.
Su utilidad es evidente y, de hecho, existen en todos los países cuyo derecho se fundamenta en el derecho romano y germánico. Cuestión diferente es el 'status' funcionarial que tienen en unos países y en otros.
ResponderEliminarPorto, no te he dicho que el texto es una delicia porque me he enfrascado en la cuestión notarial (es un trapo al que siempre entro) y esta omisión es imperdonable.
Bueno, es evidente que son útiles, quizá me he expresado mal. Lo que resulta sangrante, y no me parece una cuestión menor es el "status" funcionarial, que estoy seguro no se fundamenta en el derecho romano ni en ningún otro derecho conocido, tal vez en el "de pernada"
ResponderEliminarAnte todo, muchísimas gracias a los dos por lo del texto; vuestra opinión vale mucho, y me alegra que os haya gustado.
ResponderEliminarNo tengo ni idea del porqué de las notarías. Sé que en países anglosajones no existen, pero no sé si la función del fedatario público la ejerce algún funcionario, o allí simplemente se fían de la gente (algo que por supuesto más nos vale no hacer aquí).
Lo que sí sospecho es que el tema le toca muy de cerca a T...
En cuanto al derecho de pernada, ¡juro que a mí ni me tocaron!
Un abrazo.
Yo no quiero centrarme en la opinión, sino en la calidad, excelente, de la descripción, de muy alto valor literario. Muy bien escrito, amigo.
ResponderEliminarEn cuanto lo que has visto en esa notaría, es algo que suele ocurrir cuando se pierde la perspectiva: el cliente, que es el alma de cualquier negocio, se convierte en alguien molesto, prescindible, que no hay que cuidar ni atender. El mal profesional, en la idea de que es dicho cliente quien le necesita y no al contrario, entra en una espiral de dejadez, mala educación y desidia inaceptables. Y lo peor es que a menudo, por falta de competencia o corporativismo, no hay más remedio que tragar.
En cualquier caso, un magnífico post, as usual.
Gracias, R.
ResponderEliminarSobre la poca importancia que suele dársele al servicio ofrecido y a la satisfacción del cliente, que se considera, en demasiadas ocasiones, alguien que viene a pedir un favor y no a exigir un resultado, a mí me resultan muy útiles los frecuentes comentarios que sobre ese tema hace Colin Davies, el inglés que tengo enlazado, y que vive desde hace casi seis años en Pontevedra.
Y caso (sangrante) aparte es la Administración Pública, claro; con nuestra mentalidad, en la que tantos profesionales liberales se funcionarizan, qué no harán (la mayoría de) los funcionarios.
Gracias de nuevo; un abrazo.
Vengo del blog de Colin Davies. Me he sentido como un animal de laboratorio... Me queda una duda, ¿tú crees que los que le leen desde fuera entienden algo de lo que explica?
ResponderEliminarSobre el blog de Colin, ante todo debo decir que es imprescindible, para un español, acercarse a él con la mente abierta y sin llevar la escopeta cargada. Una actitud defensiva que tienda a decirle cada cinco minutos, "¿ah, sí, y vosotros qué?" no sacará nada en limpio de él; sin embargo, leyéndolo con ganas de enterarse de cómo nos ve alguien a quien le gusta vivir aquí y lo hace voluntariamente, pero que además es crítico y muy observador, es de lo más instructivo y, en mi opinión, muy interesante.
ResponderEliminarÉl dice que cree que la mayoría de sus lectores son españoles que viven en EE.UU. o Inglaterra. Si los extranjeros lo entienden, yo supongo que no del todo, pero que de todos modos será divertido (a mí me parece que tiene un humor muy fino).
Besos, Danae.