Grandes escritores.
Amar la lectura es trocar horas de hastío por horas deliciosas. Montesquieu.
No sé casi nada sobre literatura, pero pocas cosas hay en la vida que me gusten tanto como leer.
Creo que lo que ante todo nos da la literatura es placer; un placer que adopta infinitas formas y que para cada lector surge de unas razones, pero placer al fin y al cabo. Yo leo por placer, y como lector no necesito teorizar sobre libros ni escritores, y mucho menos preciso hacer clasificación alguna.
Pero creo que a lo largo de los años uno inevitablemente saca conclusiones de sus lecturas, y poco a poco, a menudo de manera inconsciente, va valorando autores y obras y, de acuerdo con esta valoración, ordenándolos y clasificándolos.
Pues bien, yo suelo clasificar a los escritores (a los escritores que publican, se entiende, a lo que la gente entiende por escritores) en: malos, que no me parece merezcan ser escritores (aquí incluyo muchos que no he leído jamás, porque tengo mis prejuicios, sobre todo relacionados con quién los lee); normales o aceptables, los que probablemente sí justifiquen que se editen sus libros, porque saben escribir, pero no aportan demasiado, o nada, y su lectura es prescindible; y buenos, los buenos, los que escriben bien y me gusta leer.
Pero en mi clasificación (¿han leído bien?: "mi clasificación"; todo lo que aquí digo es personal y subjetivo, y no pretende tener validez para nadie más) hay un cuarto grupo, aparte: el de los grandes escritores.
Para mí, un gran escritor es un escritor tan bueno que ni él ni su obra son comparables al resto; un gran escritor está a otro nivel, en un plano superior, es un escritor genial, tocado por el dedo divino; y lo que hace es Literatura con mayúsculas, es arte.
Un gran escritor tiene un lenguaje propio, y en cierto modo, en última instancia llega a crear en su obra un mundo propio. Y puede elegir el tema que quiera, porque siempre estará hablando del hombre y de la vida.
Los grandes escritores se caracterizan porque su escritura tiene la virtud de no ser simplemente como la de los demás pero mejor, sino que es distinta, original, nueva (lo que no significa necesariamente que utilice nuevos recursos, o un estilo vanguardista, ni nada parecido, es algo más profundo); su escritura no deja ver el trabajo y el pulido de una técnica, aunque por supuesto ambos estén detrás del resultado, sino que parece natural, espontánea, tanto que incluso si utiliza una sintaxis compleja y un vocabulario erudito, si las estructuras gramaticales son infinitas y laberínticas, parece que no podría haberse escrito de otro modo; sus frases no nos dejan ver cómo el autor fue borrando y cambiando palabras hasta que le salió algo redondo, pero son frases perfectas, que nunca desentonan, nunca responden a un modelo y nunca se acomodan a lo conocido.
Hace años, cuando jugaba al tenis, me decía mi padre: “Fíjate en Lendl, no te fijes en McEnroe; Lendl es humano”. Es posible copiar a un buen escritor, pues leyéndolo vemos el camino que lo ha llevado allí, vemos los andamios de su escritura. A un gran escritor, no.
Algo, por mis gustos, por mi idea de qué es escribir bien, especialmente significativo en la escritura de un gran escritor es que en ella no sobra nada. Todo lo que está, es. No hay adornos innecesarios, no hay necesidad de deslumbrar ni con contenidos superfluos ni con piruetas gratuitas. Y todas las divagaciones y piruetas, si las hay, parecen imprescindibles y son bienvenidas.
Iba a decir que los grandes escritores sobresalen de entre los de su momento, y que el tiempo los confirma como referentes claros de una época y los convierte en clásicos. Y creo que es así, pero hay un problema: yo tengo mis propios grandes escritores, y la historia de la literatura tiene los suyos, los “oficiales”. La mayoría coinciden, claro (y no sólo porque me hayan llegado imbuidos de esa condición y eso me haya obnubilado, sino porque al final nuestros gustos no son tan distintos como nos gusta pensar), pero algunos no. Así que puede haber nombres consagrados que a mí no me parezcan nada especial (muy poco habitual, la verdad), y viceversa; y, sobre todo, yo ahora tengo mis propios favoritos, mis escritores geniales de la actualidad (últimos, digamos, cincuenta años), y no todos coinciden con los que la crítica y los lectores parecen encumbrar, y no sé si el tiempo hará acertados mis pronósticos… lo cual no me importa en absoluto.
Una última cosa: cada vez considero más injusto y difícil valorar a un autor que se lee traducido, pues, aunque probablemente la traducción no sea nunca tan mala como para convertir un buen escritor en uno malo (que se dé lo contrario me parece dificilísimo, aunque no imposible), sí puede hacerle perder valor, sí puede normalizarlo, privarlo de la genialidad que sólo da la escritura perfecta. Y, lamentablemente, eso me pasa con todos los no hispano/gallego-hablantes, pues ser capaz de leer en un idioma, comprender un libro, no es, ni mucho menos, lo mismo que ser capaz de apreciarlo literariamente. Pero, asombrosamente, hay escritores que incluso traducidos son maravillosos; en cuyo caso me lamento de perdérmelos en su propia lengua.
[Y digo yo, ¿qué pretendo decir con todo esto?, ¿a qué conclusión llego?. A ninguna, ni llego a ninguna conclusión -como ustedes habrán comprobado-, ni pretendo decir nada más que lo que he dicho: cómo clasifico yo a los escritores, y qué quiero decir cuando califico a un autor de gran escritor.
Pensé en poner algún ejemplo, pero me dio un poco de vergüenza.]