Un provinciano en Madrid: enfrentado a las técnicas agresivas de venta amistosa.
Es la primera vez que les escribo desde la cama.
Estoy en el hotel, aún en Madrid, aunque desde ayer ya no tengo que trabajar. El curso termina el martes pero lo que queda es de relleno.
Lo malo es que mientras estoy aquí, sin nada importante que hacer, mi mujer está sola en casa con los dos niños; y Carlitos está algo pachucho, y ella bastante cansada (ha tenido que trabajar mucho, este mes y medio).
Vaya por delante que yo a Starbucks, a pesar de que Intermon Oxfam me dice que no son buenos chicos, les estoy muy agradecido. Porque en un local de Starbucks vi, hace un par de años, al Puma. Ahí queda eso.
Pues el otro día asistí a un ejemplo paradigmático de lo que sin duda era la más moderna técnica de friendly helpfull selling. Entré en una de esas cafeterías, pequeña y vacía, y, según cruzaba la puerta:
- ¡Holaaaa! ¿Cómo estáaaas?
Y yo que me quedo mirando para la chica, jo, pues no caigo, ¿de qué conozco yo a ésta?
- ¿Qué te pongooo? -Ah. Me acerco a la barra y miro los carteles llenos de ofertas. Ella, mientras, me mira fijamente con una sonrisa de oreja a oreja. A su lado ha aparecido su compañero, que parece contentísimo, él también, de verme. Yo le sonrío y sigo leyendo nombres hasta que localizo algo más o menos parecido a un café con leche.
- Un café de la semana pequeño, por favor.
- ¡¡¿Con chocolate y nata?!!
- Pues… no.
- ¡¡¿Te pongo chocolate dentro?!!
- No, no...
- ¡¡¿Extra-shot?!!
- ¿Cómo? No, no.
- ¡¿Quieres vainilla, o sirope?!
- …
- ¡¡Así no tienes que echarle azúcar!!
- Bueno -claudico yo.
- Perfecto… ¿Me das un nombre? -me dice con un vaso de cartón y un rotulador en las manos.
- ¿Qué?
- Tu nombre, porfa.
- Portorosa -imagínense que les contesté.
- ¡Muy bien, Porto, mi compañero te lo servirá al final de la barra! -y su sonrisa, impecable. Y yo miro a su compañero, que está manipulando la cafetera a nuestro lado y que me mira y sonríe; que sonríe con cara de decir "¿alguna vez en tu vida te lo has pasado mejor?". Y miro el final de la barra, a 50 cm de donde estamos, y miro a mi alrededor y no veo a nadie.
- ¡¡Tengo un café de la semana, pequeño, con vainilla, para Portorosa!! -grita (grita) él.
Y vuelvo a mirar a mi alrededor, y sólo veo a la chica, al otro lado de la barra mirando para mí con su sonrisa, y veo al chico sosteniendo con ambas manos mi café, y a nadie, a nadie más. Me acerco, lo cojo y pago.
- ¡¡Que tengas un buen día, Portorosa!! - dice ella.
- ¡Que tengas muy buen día! -dice él.
- Gracias -me siento.
- ¡Holaaaa! ¿Qué taaaaaal?
Como un resorte, levanto la cabeza de mis apuntes, dispuesto a saludar las veces que haga falta. Pero veo que están entrando dos chicos. De su conversación, además de los elementos comunes con la mía, oigo que preguntan si un sandwich de aquellos lleva alguna salsa.
- ¡Noooo, pero si quieres yo te doy un poco de sal y aceite!
- Ya…
- ¡Para que esté más bueno!
- Ah, bueno. ¿Tú quieres éste, también? -le dice uno al otro.
- ¡Te damos un poco de sal y aceite, para que esté más buenoooo!
Coaccionados, aceptan.
- ¡¡Que tengáis buena tarde, chicooooos!!
Al rato, tras la efusiva bienvenida, un señor alcanza la barra. Está más perdido allí, y en Madrid, que yo. Pide un colacao.
- ¡Tenemos nuestro cacao, que es estupendo!
- Bueno.
- ¡¿Con chocolate y nata?!
Etc., etc. Hasta que, después de tres o cuatro noes del desconcertado señor.
- ¡¿Te pongo un poquito de avellana?!
- …vale.
- ¡Ya verás qué rico está, Guillermo! -se llamaba Guillermo- ¡¡Que tengas un buen díaaaa!!
Un rato más tarde, aprovechando que no se ve a nadie, me voy. Salgo a la acera y cierro despacito la puerta.
- ¡¡Que tengas un buen día, Porto!! -me desea desde un banco, a mis espaldas, fumando un cigarrillo.
- Ah, hasta luego, hasta luego.
Y me voy. A desestresarme.
Qué bien contado, tú, es exactamente eso. Me parto... una vez fui a uno de esos sitios con una amiga que se le ocurría todo el rato qué contestarles a los "simpáticos", no me acuerdo de una sola, pero no sabía si reirme o decirle que parara, que los infelices hacían lo que les mandaban.
ResponderEliminarOdio lo "friendly".
¡Qué alegría verte, Balcius! Justo ayer o anteayer me acordé de ti, y pensé (como yo no entro en ningún blog desde hace semanas) si andarías por aquí cerca todavía.
ResponderEliminarSí, lo friendly puede ser exasperante. Aunque los pobres sean unos mandados.
Muchas gracias, y un abrazo.
Jajajajajaaj, me he partido de la risa...(joder).
ResponderEliminarEso me mismo me pasó este fin de semana pasada en Orense, que hay uno como el tuyo.
Lo que más me flipó fué lo del nombre para apuntarlo...en el vaso...de "marras".
Le solté más sana yo, mi rotundo: Lou.
Y ella (que también fué chica) ¿perdón Lou,Luo de Lulú?
Sí, claro. La misma. ¿me has reconocido?
Y con la sonrisa permanente se dió por contestada.
Jajajajaja.
Un besazo Porto-rosa.
Te leo aúnque no respire por estos lares.
Hace unos días escuché en la radio otra divertida historia sobre un café. Transcurría en una pequeña ciudad gallega, hace ya unos cuantos años. El lugar era bullicioso porque allí se reunían muchos tertulianos al caer la tarde. En torno a cada mesa se sentaban unos cuantos amigos unidos por la pertenencia a algún gremio, por la amistad o por las aficiones. En una de las esquinas, un arcipreste mantenía animada charla con siete curas más. De repente se hizo el silencio por esas extrañas coincidencias que permitían el vuelo de un ángel en tales lugares cuando todos se callaban al tiempo -aún no se mantenían permanentemente encendidos el televisor; quizás ni había aún televisores-. Y se oyó de repente la voz de alguien que había quedado atrapado en el silencio, de alguien que no supo prever que hablaría sólo él en ese momento y que sus palabras llegarían a todos con embarazosa claridad. Y lo que dijo fue: "Pues con una moto se liga de cojones". El comentario procedía de la mesa ocupada por el clero.
ResponderEliminarMuy bueno Portorosa. La burocracia de esa fingida amabilidad resulta agotadora, para el que la da y para el que la recibe. Los imagino al terminar su jornada, quitándose la máscara, ampliando su abanico de sentimientos hasta volver a ser personas normales...
ResponderEliminarNo tenía ni idea que existieran sitios así,
ResponderEliminarSi un me pasa y me piden el nombre....les pediré el suyo y el número de teléfono, a ver que me contestan.
Saludos a todos.
ResponderEliminarHoy había sido un buen día (me he quedado en Madrid), porque Carlos ya está mucho mejor, por una conversación que he tenido con un amigo, y por la tarde que he pasado con una amiga.
Pero ella, esta amiga, a última hora ha sufrido un disgusto terrible. Estará pasándolo fatal, ahora mismo, la pobre.
Ojalá salga todo bien. Un beso, "hermanita".
Aparte del inolvidable primer oficial de Melville al que recuerdo siempre en estos establecimientos (a los que tengo cierta afición novelesca), no he podido por menos que recordar, con esta entrada, el arranque de un texto de Ferlosio incluido en «El geco». Dice así: «De los cuatro colegas que tenia yo en aquella oficina, uno era simpático y educado, otro antipático y educado, el tercero antipático y maleducado y el cuarto simpático y maleducado. Yo, que soy más bien amigo de las distancias, guardaba el siguiente orden de preferencia: primero, con gran ventaja, el antipático educado, después el simpático educado y, casi a la par con él, el antipático maleducado, y finalmente, a enorme distancia, el simpático maleducado, del que si la objetividad no me obligase a reconocer que era, realmente, una buenísima persona, diría que resultaba un ser absolutamente abominable. El antipático maleducado era bastante duro de tratar, pero con él cabía la alternativa de la fuga y la prudencia, en tanto que la comparación entre el segundo y el cuarto me daba la ocasión de reparar en cómo mientras la buena educación es un remedio enteramente eficaz contra la antipatía, por el contrario, la simpatía, lejos de aliviar en nada la mala educación, la agrava y la potencia.» Salud, Portorosa.
ResponderEliminarUno, que se reconoce 'ferlosiano' en lo de "más bien amigo de las distancias", como cita oportunamente el escritor GHB unas líneas más arriba, es seguro que no repetiría entrada en uno de esos garitos salvo para responder con alguna impertinencia (de la que me arrepentiría de inmediato) o para ensayar alguna respuesta con pretensiones de ingenio: "Me llamo Ulises; o soy Bond, James Bond", por ejemplo (de la que me arrepentiría incluso antes de pronunciarla). En fin, que estoy viendo que ahí no me sirven el café. Un abrazo. Y suerte en todo.
ResponderEliminarHola, amigo Porto, me he hecho mucha gracia esta aventura, no quiero ni imaginarme a mí en esa situación, yo sería ridículo y un "cateto a babor" como bien puedes imaginar.
ResponderEliminarPronto estarás de vuelta y el pazo te espera. Un café e historias como esas te las agredeceré.
Saludos y abrazos
Pues qué queréis que os diga, yo le tengo mucho cariño a los Starbucks desde mi aventura americana, años en los que me hice completamente adicta al mocha. Sí es cierto que, en su afán de copiar a los yanquies, la franquicia se ha pasado en eso de la afabilidad y los garitos españoles dan un poco de miedo. Pero está bien que te traten con una sonrisa de vez en cuando y que no paguen contigo el estrés de un trabajo en el que tendrán que lidiar con mucho gilipollas.
ResponderEliminar¡Bueeeenooooo, Portoooooo, me ha encantado encontrarteeeeeeee!
Suelo frecuentar uno por la tarde, porque me queda muy cerca del sitio al que voy, y pasado el momento de pedir lo que quieres, que efectivamente es bastante histriónico, la verdad es que el café es muy bueno, el sitio muy agradable y la música bastante buena. Eso sí, carísimo.
ResponderEliminarSuena a película de ciencia ficción, pero lo peor es que este sistema de atención al público está siendo adoptado por todo tipo de empresas. Creo que es un error, a la larga la gente huye. Obtienen beneficios a corto plazo porque te pillan desprevenido, pero uno procura no regresar. Es la amabilidad agobiante y falsa que pretende forzarte a consumir más de lo que pretendías. Quien vuelve, imagino que lo hace con la firme decisión de lo que va a tomar, inamovible, y la intención de dar un nombre falso, como dice el usuario anónimo.
ResponderEliminarSaludos.
En Barcelona los camareros de Starbucks (aquéllos con los que he coincidido) no son tan ... exagerados. Lo del nombre se mantiene, es parte del procedimiento, y un cierto trato amable.
ResponderEliminarYo les tengo manía a estas cadenas porque están eliminando los cafés tradicionales a cambio de uniformidad y estandarización. Estoy a favor que el comercio se renueve, pero pierde algo de encanto.
Y reconozco que para charlas de trabajo, con lo de la conexión wi-fi, va de perlas.
Saludos.
Buenos días a todos.
ResponderEliminarHe estado todo el fin de semana en Madrid, pero sin conexión de internet (razón por la cual me he quedado sin avisar a una persona con tendencias helvéticas con la que había quedado).
La música sí que era muy buena, es verdad, y me había olvidado de decirlo. Pusieron jazz y Edith Piaff.
Lo de Ferlosio, cómo no, es genial.
Korcho, ahí voy. Un abrazo.
Un abrazo a todos.
Y lo peor es que no te dejan fumarte un pitillito mientras saboreas el café, fíjate tu que friendly. La escusa barajada es que el humo estropea el aroma de sus deliciosas mezclas, aunque esté en plena plaza de Neptuno plenamente contaminada. Además me han dicho las lenguas de doble filo que el famosos aroma friendly del café starbuck lo distribuyen por el local mediante spray aromático con mucho ClC. Para morirse.
ResponderEliminarEs agradable a veces, quedarse un fin de semana Madrid.
ResponderEliminarTambién me he quedado y me ha gustado mucho.
Luna
Jejeje, lo has clavado, chico. No había tenido ocasión de leerlo y me ha encantado. Tienes que cultivar más tu vena humorística.
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