Un provinciano en Madrid: noche en el tren.
Domingo de noche, como saben.
Sentado en la cama, con la luz de mi compartimiento apagada y la cortina abierta voy viendo pasar pueblos. El tren es el medio de transporte que me produce mayor sensación física de estar viajando, de estar cubriendo una distancia. Ya les dije que me parecía romántico. Leer los letreros de las estaciones, que suelen ser sitios antiguos, si no simplemente viejos, y con aire de venidos a menos, y ver las farolas de las calles y las ventanas de las casas que haya por detrás, me gusta. Y me gusta ver el paisaje, de día; y de noche, imaginármelo a partir de las sombras y de alguna que otra luz aislada.
Hace media hora pasamos por Betanzos, Betanzos de los Caballeros, capital de una de las antiguas siete provincias gallegas. Se lo aconsejo, si vienen alguna vez a Coruña; es muy bonito, tiene algunas calles en las que no hay una sola casa que rompa el encanto.
Vuelvo a Madrid, y Madrid ocupa la portada de la revista Paisajes que me han dejado sobre la cama. En el interior, varias fotos de sitios en los que he estado. La sensación es buena.
Hay también un pequeño reportaje sobre Serbia (en realidad sobre Kusturica, el director de cine), y, como debo de ser tonto, me parece increíble que un paisaje tan bello y melancólico haya acogido, hace nada, la crueldad más desalmada y el sufrimiento más insoportable.
Pasamos por Guitiriz; estamos, pues, en Lugo. En una aldea de este municipio nació mi padre.
¿No es increíble, la vida? Cuando mi abuela dio a luz, ¿habría sido posible explicarle que sesenta y dos años después su nieto mayor pasaría en tren muy cerca de su casa y la recordaría y escribiría sobre ella?
A mi abuelo, su marido, esta misma vía le había llevado unos años antes la noticia más terrible de aquella generación: la llamada a filas para la guerra. También a él lo recuerdo hoy.
Los dos estaban orgullosos de mí. Mucho más que yo mismo, ni que decir tiene. Sólo espero, sinceramente, no fallarles en lo esencial: ser buena persona.
Me acuesto y desde la cama miro el cielo, iluminado por el resplandor de las luces de Lugo capital. Veo nubes y la silueta de las copas de los árboles.
Buenas noches.
He oído el traqueteo y además de repente me apeteció un bollo de esos redondosy esponjosos de Guitiriz.
ResponderEliminarBuenas noches
Buenos días Porto.
ResponderEliminarTal y como lo describes suena muy romántico tu viaje en tren. ¿Sabes que yo nunca he viajado en coche cama? Lo apunto en mi interminable lista de cosas que tendría que hacer en algún momento de mi vida.
Y estoy segura de que tus abuelos estarían muy orgullosos (no podía evitar decirlo ...)
Un beso bien gordo.
Me chifla el tren en viajes de placer, que no es tu caso.
ResponderEliminarComprendo perfectamente lo que dices de los abuelos. Los míos formaron parte importante en mi vida diaria durante años...me hicieron muy feliz.
Saludos cordiales.
Gracias, María.
ResponderEliminarLo del coche-cama te lo aconsejo; pero si es por capricho es mejor que lo cojas en donde vives, que está muy bien, porque el que sale de nuestra ciudad es mucho peor.
Un beso enorme.
Y otro para ti, Luna.
He descubierto muy recientemente este mundo de los blogs. Hasta hace nada el trabajo no me dejaba apenas tiempo libre para adentrarme por estas ventanas. Ahora que puedo, estoy disfrutando especialmente con algunas bitácoras. Me tiran mucho las de los extremeños (Valverde, Bayal, S. Domínguez...), la de algunos amigos como J. Doce o la de entusiastas como M. Sanfeliu. También en estas más próximas, gallegas, la suya y la de Alejandro Carreño, he encontrado igualmente placenteros momentos de lectura. A este relato de tren le viene muy bien la manera demorada en como Vd. narra. Siempre que me lo permitan mis ocupaciones, por aquí me tendrá. Un saludo.
ResponderEliminarPues será bienvenido, no lo dude.
ResponderEliminarUn saludo, y gracias.
El tren tiene un algo romántico.
ResponderEliminarReciba un saludo y mis mejores deseos.
Un saludo, Miguel.
ResponderEliminarLeo de golpe tus últimas entradas y me resulta curioso (y placentero) ver a través de tus ojos cosas para mí tan familiares, aunque antiguas ya. Ese viaje en tren, por ejemplo, lo estuve haciendo todos los fines de semana de un largo año (entonces duraba 14 horas cuando no pasaba nada, que era nunca). Una vez descarrilamos; otra llegamos con diez horas de retraso (había nevado); en más de una ocasión, parte del trayecto lo hice en autobús... y sin embargo, guardo muy buen recuerdo de aquellos viajes (a lo mejor, aparte de la belleza de las rías gallegas influye que estaba recién casado e iba a ver a mi mujer).
ResponderEliminarUn abrazo porto.
Me encanta viajar en tren porque, como bien dices, brinda una noción real de las distancias recorridas. El avión parece un misterio: uno se duerme a medianoche en Madrid y se despierta en la media mañana montevideana. El coche exige demasiada concentración. Pero en el tren se saborea el camino. He hecho varias veces el recorrido que recuerdas, y a pesar que los trenes ´no son todo lo bueno que uno desearía, si me dan a elegir, siempre elijo el tren.
ResponderEliminarSaludos
Siempre me han despertado una melancolía un pelín morbosa las estaciones de ferrocarril. Especialmente cuando las atraviesas de noche en un tren que nunca se parará allí y las luces iluminan los andenes desiertos. Quizás porque los trenes están inevitablemente asociados en mi memoria a los vagones de tercera, donde se pasaba tantísimo frío en invierno y cada traqueteo te incrustaba una madera del asiento en los riñones. Sea como sea, lo cierto es que tu texto contamina.
ResponderEliminarPor favor, no entiendo lo de los vagones de tercera ¿que quieres decir?
ResponderEliminarPorto, lleva una semana entera metido en el tren ¿No es demasiado?
Saludos cordiales
Buenos días.
ResponderEliminarA Porto le quedan dos días de encierro (no en el tren). Y después volverá a dedicarle tiempo al placer (por ejemplo, a escribir aquí).
Lo que dicen Gregorio y Laura lo suscribo por entero (bueno, excepto lo de tercera, que nunca usé).
Malambruno, un abrazo enorme. En breve vuelvo por ahí.
Saludos a todos.
Luna: Hasta los años setenta del siglo pasdado -creo- se viajaba y se moría de la misma manera. Los vagones del tren eran como los funerales: había de primera, de segunda y de tercera. Estos últimos eran para el pueblo llano. Imagínate los asientos de madera, semejantes a los de los parques, con tiras de madera de lado a lado y mucha, mucha gente, con todas sus pertenencias, entre las que se incluían animales domésticos (gallinas,conejos, etc.), además de aquellas maletas inmensas atadas con cuerdas para que no reventasen. Como los viajes solían ser muy, muy largos, era imprescindible llevar la comida. Era todo un espectáculo ver cómo aparecían las fiambreras, los quesos, los chorizos, aquellso panes redondos, y las botas de vino. Todo el mundo fumaba, pero era complicado abrir las ventanillas porque aquellos trenes de carbón vomitaban un humo espeso que si se colaba en los vagones provocaba escenas de mucha risa entre los niños y de gran griterio entre las mujeres. Lo mejor, sin duda, los túneles. En fin. Viajar era una aventura tan formidable como agotadora.
ResponderEliminarPortorosa, es curiosidad malsana...Os Vilares??? Parga???
ResponderEliminarAgur.
A mi me encanta el tren...me viene de familia...mi abuelo fue jefe de estación en diversos sitios y en muchas ocasiones yo lo acompañaba a pesar de ser mu pequeño...
ResponderEliminares curioso pero me ha hecho recordar también esos viajes y al añorado abuelo...
un fuerte abrazo...
Que aquí estamos...
ResponderEliminarY ya han pasado los días esos no?.
Espero que todo esté bien.
Un abrazo.
M.
Son momentos únicos, inolvidables, los del tren por la noche, en litera. Mezcla de sueño y paisaje, traqueteo y luna. Desde pequeño, habré viajado cientos de veces en el expreso Rías Baixas... Y siempre que lo hago es como regresar a la niñez.
ResponderEliminarSí, sí, estoy aquí, Miranda querida, y estoy bien.
ResponderEliminarAyer terminé de trabajar, aunque el curso no acaba hasta el martes que viene. Lo que ocurre es que no pude escribir nada.
Un abrazo a todos. Enseguida vuelvo.
Ay, el tren, esa maravillosa incomodidad. Me ha gustado mucho este relato. Me trae a la memoria agradables recuerdos.
ResponderEliminarY el anterior post tuyo, oh, qué tierno, qué bonito.
Un beso muy fuerte. Ya queda menos para volver a la ansiada cotidianeidad, ¿verdad?. C.
Un beso enorme, Cal.
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