Uno, que intenta mantener los ojos abiertos y quiere creer que es consciente del mundo en que vive, que conoce de primera mano por familia, amistad y trabajo ambientes, actitudes y circunstancias que poco tienen en común con los propios, y que lee también para conocer a los demás, a pesar de todo corre el riesgo de, consciente o inconscientemente, voluntaria o involuntariamente, ir acotando su realidad (aun estando la inmediata limitada a la que una ciudad provinciana de segunda fila ofrece) y limitando sus referencias, y llegar un día a creerse, si no anda con cuidado y baja la guardia, que su sociedad tiene en efecto que ver con la que algunos reportajes, ciertas revistas, los columnistas de contraportada, los blogs y los suplementos culturales le muestran: una avanzada, formada, abierta, cosmopolita y moderna.
Pero entonces va a un hospital de la sanidad pública, y en una tarde cualquiera esperando en Urgencias, o paseando por una planta mientras acompaña a algún familiar, se fija en quienes ni por dinero ni por profesión disponen de otra alternativa y coinciden allí con él, y enseguida se le van de la cabeza un montón de tonterías.
Y sale sabiendo perfectamente dónde está. Y lo que queda por andar.
- Eu non quería morrer alá. ¿Sabe, miña nai?*
Esta semana, en el mismo pasillo en el que estaba mi mujer, les aseguro que he visto esta escena pintada por Castelao en los años 30.
Y sus protagonistas me parecieron tan desvalidos y temerosos como los de entonces.
[* No quería morir allí. ¿Sabe, madre?]