Una muñeca elástica
Una muñeca elástica
LO CURIOSO es que, con frecuencia, descubro que quien tira de mí desde, por ejemplo, un brazo o un pie, soy también yo. A mi alrededor veo mi trabajo, veo a los niños dentro de casa, en la calle y en el instituto, la veo a ella, veo a mis padres, veo a otras personas, veo asuntos pendientes, pero me veo también a mí, enfrente, aferrado a mi muñeca y queriendo llevarme, reclamando mi atención. Y, claro, me miro y me digo: "¿Pero tú eres tonto? ¿También tú? ¿Pero no me puedes dejar en paz, hombre, que bastante tengo con los demás?". Y entonces yo, mi otro yo, a veces para, deja de hacer fuerza y me contesta que sí, que es verdad, que parece mentira, que qué pesado, y que siga, que siga sin él; pero otras, en cambio, continúa, le da igual, y me dice que no, se empeña en convencerme de que debo hacer esto y lo otro, y que, si no, qué mal, qué fracaso. Y es difícil sobrellevarlo, porque, además de ser muy insistente, nunca se va. O nunca me voy. Es imposible despegarse de uno mismo, no podemos descansar de nosotros.
Esta semana, al menos, he estado poco tiempo solo.
Asistí a una conferencia sobre economía, a cargo de un liberal, o un neoliberal. Que no creo que fuese un exponente típico de esa postura, o al menos eso es lo que deseo. Porque fue indignante. Indignante no a causa de sus recetas económicas —yo defiendo siempre que la mayoría de la gente trata de llegar a su verdad, a su explicación, como mejor sabe y con la mejor intención, y que todos tenemos más en común de lo que parece—, sino de su concepto de sociedad. Aquello no fue simplemente una visión diferente de la economía, sobre la que se pudiese discutir: era otra filosofía de vida, otra visión del mundo. Hay veces en que no es solo que escojamos diferentes caminos, sino que queremos llegar a sitios distintos. Y entonces no hay nada que hacer. Porque, cuando lo que nos separa es lo que deseamos, cuando no coincidimos en la definición de bueno, no hay nada que hacer. Nuestro marco de referencia ético, afectivo, ¡existencial! es otro, y entonces ya podemos encerrarnos durante días a discutir la curva de la oferta y la demanda, que no nos pondremos de acuerdo ni un poquito. Porque no lo estamos. Si alguien se queja de los intentos de regular el precio del alquiler de la vivienda porque es malo para el negocio, si considera que el principio de redistribución de la renta es el triunfo de los caraduras, o si se ríe de las cifras sobre exclusión social de Cáritas porque dice que él no ve tantos pobres, no hay nada que discutir. Porque, o es muy burro, o es un hijo de puta.
Hay temporadas en que nos sentimos muñecos de goma machacados. Y a veces reaccionamos corriendo a escondernos, en lugar de acercarnos a los demás y dejarnos ayudar. La vida es mejor cuando estás con quien te quiere. De hecho, solo vale la pena si estás con quien te quiere.
Esta semana, al menos, he estado poco tiempo solo.
Asistí a una conferencia sobre economía, a cargo de un liberal, o un neoliberal. Que no creo que fuese un exponente típico de esa postura, o al menos eso es lo que deseo. Porque fue indignante. Indignante no a causa de sus recetas económicas —yo defiendo siempre que la mayoría de la gente trata de llegar a su verdad, a su explicación, como mejor sabe y con la mejor intención, y que todos tenemos más en común de lo que parece—, sino de su concepto de sociedad. Aquello no fue simplemente una visión diferente de la economía, sobre la que se pudiese discutir: era otra filosofía de vida, otra visión del mundo. Hay veces en que no es solo que escojamos diferentes caminos, sino que queremos llegar a sitios distintos. Y entonces no hay nada que hacer. Porque, cuando lo que nos separa es lo que deseamos, cuando no coincidimos en la definición de bueno, no hay nada que hacer. Nuestro marco de referencia ético, afectivo, ¡existencial! es otro, y entonces ya podemos encerrarnos durante días a discutir la curva de la oferta y la demanda, que no nos pondremos de acuerdo ni un poquito. Porque no lo estamos. Si alguien se queja de los intentos de regular el precio del alquiler de la vivienda porque es malo para el negocio, si considera que el principio de redistribución de la renta es el triunfo de los caraduras, o si se ríe de las cifras sobre exclusión social de Cáritas porque dice que él no ve tantos pobres, no hay nada que discutir. Porque, o es muy burro, o es un hijo de puta.
Por fortuna, para compensar, el día ocho por la mañana fui a la manifestación, y me gustó mucho. Porque, aunque no dejo de discutir con Marta sobre ciertos flecos del feminismo, aunque creo que se está equivocando bastante en la comunicación, y aunque, como cualquier causa, por loable que sea, no se libra de su cupo de gilipollas, yo, naturalmente, soy feminista. Igual que soy demócrata, que me preocupa el medio ambiente o estoy contra la esclavitud, los genocidios y los muebles de metacrilato. Como algo obvio. Creo que solo malinterpretar lo que significa —de lo cual, insisto, no siempre se puede culpar a la gente— puede hacer que una persona normal y corriente no lo sea. Y me encantó participar. En este caso, el objetivo sí está claro y hay un mismo concepto de lo correcto, y eso une más que unas cuantas desavenencias estéticas. Me encantó estar con ella, con mis amigas y con mi hija, que quiere cambiar la mentalidad de la sociedad, empezando por la de algunos niños de su clase. Como me encantó conocer a una mujer que me pareció admirable, con ese perfil —del que ya tenía más ejemplos cerca— tan interesante de persona religiosa, tolerante, comprometida, buena y fuerte. Yo, que solo a base de razonamientos consigo actuar como si fuera comprensivo, envidio a quienes lo son sin esfuerzo.
Hay temporadas en que nos sentimos muñecos de goma machacados. Y a veces reaccionamos corriendo a escondernos, en lugar de acercarnos a los demás y dejarnos ayudar. La vida es mejor cuando estás con quien te quiere. De hecho, solo vale la pena si estás con quien te quiere.
Enlace al artículo, en Táboa Redonda: /gl/opinion/portorosa/una-muneca-elastica/20200316123344075133.html
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