Monstruos del primer mundo
Monstruos del primer mundo
VOY AL SÚPER. Por teléfono le cuento a mi hijo que hoy en el gimnasio no hice nada que forzase la espalda, porque durante el fin de semana estuve mal, y me responde “Problemas del primer mundo”. Dice que lo oyó en algún anuncio o lo vio en algún vídeo, no sabe, pero yo me quedo impresionado y con la sensación de que hay luz en medio de las tinieblas.
Son ya las nueve de la noche. Veo a ex guapos ojerosos en sus todoterrenos BMW, parados en los semáforos de camino a casa. Que cada uno defina lo que es triunfar, y luego haga lo que pueda; pero al menos deberíamos asegurarnos de que, lleguemos o no a la meta, nos dirigimos a donde queremos. Matthew McConaughey dice que a veces es más fácil comenzar por identificar qué es lo que no queremos, ir apartando estorbos. A él parece funcionarle.
Un chico y una chica toman dos cañas a mi lado. Doy por sentado, por lo que me llega de la conversación, que están ligando en versión charla profunda y sincera, pero al cabo de un rato ya no sé qué pensar. Están hablando de religión. Él va a convivencias. Cuenta que volvió a donde solían tenerlas hace mucho tiempo, y que fue como volver a una casa de veraneo de la infancia, por el olor. Que el olor le pegó una hostia. Lo dice así, para mi desconcierto. Y que se levantó al amanecer, antes que los demás, e hizo una oración solo. Tiene un vídeo de Youtube de nubes, para meditar, y se lo puso ayer para dormir, y la anima a ella a hacerlo. Mi hipótesis se tambalea. Habla de sexo, amor y respeto, y hasta de tetas, de un modo tan maduro que, o es un don juan con una táctica depuradísima, o realmente está por encima de la carne. Ahora ella confiesa que el tema de la fe lo tiene que trabajar mucho más, que a veces piensa en eso pero, nada, todo muy superficial. Y ya no sé si lo que acabo de presenciar es cómo cae en sus redes o una conversión en pleno primer mundo.
Muchas veces me parece que algunas personas cuentan sus desgracias con un pelín de satisfacción. Una enfermedad, un accidente o alguien hospitalizado por lo menos suponen una novedad. Se diría que disfrutan de su momento de gloria. Al fin un poco de protagonismo, al fin un aliciente, un poco de interés, aunque sea malo. Por lo menos les pasa algo, a ellos también.
Desde la carretera, entre Zamora y León, se ven pueblos como el de la película y pequeños cerros a los que les han limado la punta, pequeñas mesetas desiertas, sin nada encima. Me gustaría subir a una y quedarme de pie en medio, mirando alrededor. Voy superando nuestra fijación con el verde y cada vez me parece más bonito el paisaje de esta parte de Castilla; y pienso cómo sería vivir unas semanas en uno de esos pueblos. Yo creo que el resultado no admite término medio: o te embelesa o te suicidas.
Acabo de empezar a leer Dog soldiers, de Robert Stone. Se supone que una obra maestra; lo dijo hasta Harold Bloom. Y esta mañana, entrando en Madrid, cuando lo cerré y me fijé en la contraportada, descubrí asombrado que una de las traductoras es una chica a la que hace más de diez años conocí en la blogosfera: Inga Pellisa. Nos leíamos, cuando la lectura en internet incluso admitía cierta calma. Dejó la carrera de Químicas y se pasó a las Humanidades, y ahora traduce literatura de altura. A lo mejor ella sí definió bien, y a tiempo, su éxito.
Sí, problemas del primer mundo. Pero reales. Como la frustración, como los deseos sepultados y olvidados o la desilusión, por ejemplo. O como el aburrimiento, que a veces me hace darle al interruptor del pasillo esperando que unas fauces se cierren sobre mi mano y me obliguen a pelear.
Son ya las nueve de la noche. Veo a ex guapos ojerosos en sus todoterrenos BMW, parados en los semáforos de camino a casa. Que cada uno defina lo que es triunfar, y luego haga lo que pueda; pero al menos deberíamos asegurarnos de que, lleguemos o no a la meta, nos dirigimos a donde queremos. Matthew McConaughey dice que a veces es más fácil comenzar por identificar qué es lo que no queremos, ir apartando estorbos. A él parece funcionarle.
Un chico y una chica toman dos cañas a mi lado. Doy por sentado, por lo que me llega de la conversación, que están ligando en versión charla profunda y sincera, pero al cabo de un rato ya no sé qué pensar. Están hablando de religión. Él va a convivencias. Cuenta que volvió a donde solían tenerlas hace mucho tiempo, y que fue como volver a una casa de veraneo de la infancia, por el olor. Que el olor le pegó una hostia. Lo dice así, para mi desconcierto. Y que se levantó al amanecer, antes que los demás, e hizo una oración solo. Tiene un vídeo de Youtube de nubes, para meditar, y se lo puso ayer para dormir, y la anima a ella a hacerlo. Mi hipótesis se tambalea. Habla de sexo, amor y respeto, y hasta de tetas, de un modo tan maduro que, o es un don juan con una táctica depuradísima, o realmente está por encima de la carne. Ahora ella confiesa que el tema de la fe lo tiene que trabajar mucho más, que a veces piensa en eso pero, nada, todo muy superficial. Y ya no sé si lo que acabo de presenciar es cómo cae en sus redes o una conversión en pleno primer mundo.
Muchas veces me parece que algunas personas cuentan sus desgracias con un pelín de satisfacción. Una enfermedad, un accidente o alguien hospitalizado por lo menos suponen una novedad. Se diría que disfrutan de su momento de gloria. Al fin un poco de protagonismo, al fin un aliciente, un poco de interés, aunque sea malo. Por lo menos les pasa algo, a ellos también.
Y, hablando de amaneceres, por fin he visto Amanece que no es poco. Marta no dejaba de recomendármela, pero yo me resistía, porque estaba seguro de que me iba a decepcionar. Y no, me ha gustado mucho. Y a mi hijo, que pilla y disfruta del humor absurdo. Creo que, de toda la pléyade de personajes memorables, me quedo con el cabo de la Guardia Civil. Además, hace muchos años vi a José Sazatornil Saza en misa en San Julián, igual de repeinado pero con gafas. Lo de Faulkner, y que al escritor luego le salga Chejov sin querer, es genial.
Desde la carretera, entre Zamora y León, se ven pueblos como el de la película y pequeños cerros a los que les han limado la punta, pequeñas mesetas desiertas, sin nada encima. Me gustaría subir a una y quedarme de pie en medio, mirando alrededor. Voy superando nuestra fijación con el verde y cada vez me parece más bonito el paisaje de esta parte de Castilla; y pienso cómo sería vivir unas semanas en uno de esos pueblos. Yo creo que el resultado no admite término medio: o te embelesa o te suicidas.
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Enlace al artículo, en Táboa Redonda: /gl/opinion/portorosa/monstruos-primer-mundo/20200224164211074108.html
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El formato de este artículo es distinto a los que he leído hasta ahora. Una sucesión de escenas, en principio inconexas —del párrafo final me acabo de olvidar— pero son bastante gráficas, incluso alguna paisajística, y alguna parece un poco telegrama o sucesión de flashes. Pero me quedo con la del seductor espiritual —me ha hecho reír— y recordar un tiempo cuando en la misa me dedicaba a mirar los traseros de las parroquianas. Las de delante, claro; hacia atrás solo dar las paces y guiñar el ojo a un compadre que andaba en cuestiones semejantes.
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