3.2.11

El circo

[El tema del taller, tras varios meses sin participar, era ese: el circo]


Hacía años que ver un cartel de circo era pensar en estafa, en animales enfermos y en polvo, en bíceps, en acentos del este, en miseria y hasta en sordidez: el payaso enano sometiendo con brutalidad a la contorsionista en una de esas caravanas blancas extensibles, de ventanas color champán. Y la voz en falsete del jefe de pista, por megafonía, confirmando todo el desencanto.

Hasta que tuve hijos.

El circo era muy caro, por eso cuando yo era pequeño no íbamos nunca, salvo una vez. Me acuerdo de la entrada un poco tenebrosa, como un túnel, y de un portero enorme. Los asientos eran bancos de madera corridos, y nosotros estábamos muy arriba. Pero no recuerdo ninguna actuación, aunque supongo que había caballos; de esos que dan vueltas a la pista saltando pequeños obstáculos. Nunca me han gustado esos números.

Lo que sí sé es que al final, cuando nos marchábamos, pasamos junto a un payaso. Como la gente salía despacio pude quedarme mirando para él, impresionado de que estuviera allí mismo. Creo que iba vestido más o menos como los de la tele; sombrero llevaba, seguro. Y descubrí desconcertado que tenía vello en los brazos y que se le notaba la nuez, y estábamos tan cerca que le vi, bajo el maquillaje rojizo, una cara arrugada. Durante todo ese tiempo traté de armarme de valor para soltarme de la mano e ir a hablar con él, solo para preguntarle si aquella nariz era de verdad. Pero no me atreví.

Los veo asombrados, con la boca abierta. El trapecista ya no es cutre, sino alguien extraordinario, volando. La acróbata gira allá arriba, resplandeciente, y no tiene nada que ver con los remiendos de la lona. Y los caballos corren por la estepa y el león ruge en la sabana.


20 comentarios:

  1. Fer me has hecho volver a mi infancia y creeme que ha sido grato y desagradable por otro lado.

    Recuerdo que a mi aldea en Nahariya Israel, no llegaba ni cristo bendito, ya sabes somos todos judios, ( ese es un chiste malo ) , por lo mismo que llegase una feria con a penas cuatro mataos con algunas entretenciones, entre ellas un gran circo, pero muy modesto y pobre que hasta el leon daba miedo de mirar por lo flaco que estaba, ya pensaba uno, que con el hambre que debe haber tenido se lo iba a devorar en cualquier momento.

    Un dia de aquellos, unos hombres hablando una lengua media extraña vinieron a casa pidiendo si podiamos ayudarles con agua y si teniamos alguna ropa vieja para los niños pequeños que andaban todos harapientos con un aspecto poco saludables, por aquella delgadez, y ese pelo rubio en las puntas oscuro en la raiz...Mi abuelo les dio agua, hogazas de pan recien hecho, les dio harina y un gran queso hecho en casa de leche de oveja y amablemente les presto la carretilla y una pala que el usaba para el campo...

    Al dia siguiente fue a buscar sus cosas, ya que el prestamo era solo por el dia anterior, pero su gran sorpresa fue que al llegar a la carpa de los rumanos, los hombres entre ellos el que pidio formalmente las cosas de mi abuelo, negaba todo, que la caretilla era de ellos, es mas la habian pintado cutremente de un color arcilloso rojizo a medio secar...Mi abuelo por supuesto monto en rabia y colera, pero tuvo que morder su rabia, porque entre varios gitanos rumanos lo querian agredir con cuchillos, yo recuerdo aquella imagen poniendome detras de las piernas de mi abuelo, tapandome los ojos y escuchando algo asi como mil maldiciones.

    Pues de moraleja me queda, que aprendi a desconfiar, no de los rumanos, sino de los que no hablaban igual que yo, no me gustan los circos, menos me gustan los animales encerrados y menos a dar comida de limosna, porque lo que no se gana con el sudor del trabajo, no es apreciado por nadie.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo4/2/11 10:17

    ¡El circo!
    Nos llevaron, a mí y a todos los niños del vecindario, a ver un espéctaculo de enanos. Eran acróbatas, malabaristas, payasos ...Yo tendría cinco o seis años, iba contenta, entusisasmada. Al llegar las trompetas, los redobles de tambor ...¡Qué emoción! Empiezan los saltos, ¡Tachan! Y mi madre empieza a llorar!!!
    Qué congoja!!! Que le dan pena los enanos, como si no tuvieran bastante con lo suyo, ay qué desgracia Dios mío, lo que deben de sufrir. Los pobres durmiendo en carromatos, pasando frío. Un horror.
    Mil sentimietos cruzados. No entendía nada. Confusión total. Nunca más he vuelto a un circo. A mis hijos les llevan sus tíos.

    ResponderEliminar
  3. Pues sí que despierta buenos recuerdos, el circo este...

    ResponderEliminar
  4. Yo no he ido nunca.
    Mi madre pensaba que corríamos el riesgo de que la carpa cayese accidentalmente sobre nosotros y sufriésemos terribles heridas o incluso la muerte (había oído la noticia de niña, creo).

    El caso es que consiguió que todos en casa le tengamos bastante aprensión.

    (Para compensar, le salió un hijo malabarista :-) pero no trabaja en el circo.)

    Anda! Qué bonito! El palabro es LATIR.

    ResponderEliminar
  5. Pues yo juro que, decadencias aparte, en mi entorno familiar el circo nunca ha tenido, aunque les parezca mentira, ese halo siniestro.

    ResponderEliminar
  6. Ya tocaba, que escribieras para el taller. Te llegará la valoración por mail... tarde, porque estoy todavía con los relatos de la mentira averdaderada, pero te llegará.

    A mí me pasó como a ti, con esa mirada al payaso que te abría a otro mundo (puerta, dicho sea de paso, que no te atreviste a abrir).

    Vaya mala experiencia, Rociolat.

    ResponderEliminar
  7. ¡He dejado tantas puertas sin abrir!
    O esa sensación tengo.

    Te agradeceré ese comentario, aunque esto ha sido un ejercicio de autodisciplina, qué duda cabe.

    ResponderEliminar
  8. Mi padre, saxofonista, y mi tío, trompetista, fueron en un circo durante unos meses, calculo que por el año 60. Solían comentar que lo mejor del circo eran ellos, la orquesta, y la vida nómada no les disgustaba, de hecho la llevaron hasta casi su muerte, con una orquesta de baile que llevaba su nombre y en la que yo mismo, de manera intermitente pero asidua, fui durante bastantes años. Tenía, mi padre, algunos amigos y conocidos entre la gente del circo. Alguien del circo me enseñó a pronunciar bien la erre, cuando debía de tener ocho o nueve años. Y a alguien del circo me encontré detrás de un quiosco de helados años después, en Zaragoza, cuando yo debía de tener dieciocho años. Me reconoció, la reconocí, me preguntó por todos y yo hice lo mismo. Hay una escena en la película "El viaje a ninguna parte" en la que los cómicos llegan a un pueblo por la mañana y se preparan, en el casino, para hacer una función de teatro a la que ninguno de los jugadores de cartas del casino hará demasiado caso, ya comenzaba la época del cine. He vivido eso pero con orquestas de baile, cuando tenía veintipocos años y era consciente de que eso, las orquestas de baile, se acababan tal como mi padre, mi tío, mi abuelo, incluso mi primo hoy día, las conocían, o sea, música en directo con instrumentos acústicos, pocos instrumentos electrónicos o digitales, bailes de salón combinados con música moderna, mucha convivencia (y discusiones, claro) entre los miembros de la orquesta, viajes interminables en furgoneta... comenzaba la época de grupos y orquestas de baile que sonaban como los discos, con potentes equipos de sonido, en los que era tan importante lo que se veía como lo que sonaba, a veces más. Ese tren ni mi padre ni mi tío lo cogieron. Este verano en muchos bares de La Coruña rural he visto, sin embargo, muchos carteles de fiestas mayores, y he creído ver que todavía algunas pequeñas orquestas y grupos siguen, a pesar de la crisis, viviendo, en parte, de esas actuaciones, sin grandes pretensiones y sin grandes medios. En fin.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  9. Qué interesante, todo eso que cuentas, José Luis.

    Supongo que aquella vida (la del circo) podía ser terrible y dura, y al mismo tiempo crear lazos muy fuertes.

    Personalmente, reconozco que a mí esas orquestas que has visto anunciadas no me suelen gustar nada; pero por el repertorio y por el estilo que han llegado a considerar que es el mejor. Todo resulta muy hortera, creo yo.

    Leyéndote, uno se hace otra idea de lo que eran/eráis. Tiendo a imaginarme que todo se basaba más en la música, y que había más calidad. Pero no sé si es cierto o no.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  10. Era, y es, la vida de las orquestas de baile, una vida dura. Más entonces. Físicamente dura, porque duermes poco, comes y duermes en muchos sitios diferentes, hablas, no siempre con ganas, con mucha gente, viajas, sin desearlo, mucho. Pero bueno, el tiempo dulcifica todo, y yo lo recuerdo con agrado, en general. Era una orquesta familiar: mi abuelo, mi padre, mi tío, mi primo, yo y algunos más para completar. La formación cambió muchísimas veces, y yo iba de manera intermitente, de hecho mi mujer me conoció tocando el bajo eléctrico (ese verano la orquesta de mi padre encontró pianista pero no bajista y yo tuve que reciclarme para tocar el bajo sólo ese verano), y no te digo el traje tan ajustado y hortera que llevábamos... En fin.
    Lo importante: aprendí, de ellos, el valor del momento presente, el que vivías. Que cualquier circunstancia es buena para pasarlo bien, si sabes; que todo el mundo puede ser interesante; que hay que tener amigos, o al menos conocidos, hasta en el infierno; que Charlie Parker era muy bueno, aunque sólo lo habían oído en la radio (no escuchaban mucha música); que Chet Baker era bueno, pero Dizzy Gillespie mejor; que la música buena no estaba en las orquestas de baile, en las que lo importante era hacer bailar, claro; que la música en directo tiene más valor que la música grabada... y muchas más cosas. No echo de menos esa vida, no podría llevarla ahora aunque quisiera, pero forma parte de lo que he vivido y buena parte de mi carácter se formó allí. Perdona el rollo, hay un enlace que puso alguien de la orquesta. MI padre es el tercero comenzando por la derecha, y yo no soy ninguno en esa foto.

    http://garcia-adell.blogspot.com.es/2011/11/musicos-del-alto-aragon.html



    Un abrazo

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  11. Qué interesante, José Luis. Sí que suena romántico, así contado.

    Gracias por la foto.

    ¡¡Lo que no te consiento es que digas que hay algún trompetista mejor que Chet Baker!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Nunca me he reído tanto como cuando iba con esa orquesta, nunca. Realmente a mi tío, que era trompetista, el que más le gustaba era Maynard Ferguson, por los agudos que sacaba a su trompeta, pero era bastante abierto musicalmente.

      Un abrazo

      Eliminar
  12. Ay, que tu ¿tío? era trompetista. A ver si voy a meter la pata...

    Oye, ¡pero finalistas de Gente Joven! Eso sí que es regresión a la infancia de un plumazo.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El cantante fue finalista, aunque no recuerdo en qué puesto quedó, pero quedó bien. Al cabo de un tiempo volvió a su vida normal, y ahora dirige el coro de mi pueblo de nacimiento (no el de Binéfar) y se dedica a la agricultura y ganadería. Cuando he hablado con él (hace un par de años le ayudé a decidir y comprar un teclado para su coro) me ha parecido una persona feliz.

      Un abrazo

      Eliminar
  13. ¡Vaya conversación más interesante! José Luis y yo hemos hablado de estas cosas más de una vez, como cuando me contabas que a veces os repartíais a comer en las casas particulares de los pueblos pequeños donde actuabais y te tocaba comer solo y con unos desconocidos que, a veces, no eran demasiado agradables. Y los amaneceres en descampados remotos...

    Un abrazo a los dos.

    ResponderEliminar
  14. Es cierto, Jesús, lo hemos comentado varias veces. Muchas de las costumbres que había en los pueblos supongo que han desaparecido o se han actualizado, aunque las pocas veces que he hablado con antiguos compañeros de escenario (la última hace un mes, en las fiestas de Binéfar) me dicen que muchas cosas siguen igual, pero que esta profesión tiende a desaparecer, y que la crisis les afecta mucho. Veremos.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  15. En la aldea de mi abuela materna hacían eso: los "músicos" se repartían por las casas para comer, y no sé si incluso para dormir, alguna vez. Y su casa solía ser una de las que los recibía.

    Buenos días.

    ResponderEliminar
  16. Así conocí a mi mujer: yo comía y dormía en la casa de sus abuelos en un pueblo del Pirineo.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  17. Vaya, qué sugerente.
    Eso daría para un bonito relato, ¿no?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Durante unos pocos años coincidimos en la orquesta tres generaciones: mi abuelo, mi padre y mi tío (el de la trompeta) y mi primo y yo. Estas son mis historias, pero las que contaban mi padre y mi tío y aún más las de mi abuelo eran muy interesantes. Por ejemplo: a mi abuelo el comienzo de la guerra civil le pilló en un pequeño pueblo de Los Monegros que estaban en fiestas, y contaba las vicisitudes que sufrió para volver a casa, incluso pensó en no volver. En fin, otros tiempos, otras historias, o la misma historia con otras palabras.

      Un abrazo

      Eliminar