29.9.08

Domingos por la tarde

Me parece que no hay momento más representativo del grado de satisfacción de alguien que la tarde del domingo.

Enséñenme sus caras un domingo por la tarde y les diré si son felices.

Los domingos nos enfrentan a nuestra realidad íntima y nos dejan solos ante el peligro.

Hay tiempo libre, no tenemos el salvavidas del trabajo y las obligaciones diarias, y debemos llenarlo, generalmente contando sólo con los propios medios. Pero ya no cabe el embriagador tono de ilusión que, contra toda evidencia, uno siempre conserva un viernes o un sábado, como si algo bueno estuviera por llegar. El domingo no aguardamos una tarde o una noche en la que podemos seguir confiando, sino una nueva semana ante la que no cabe el engaño: sabemos lo que esperamos, sabemos qué hemos hecho, sabemos qué somos y qué tenemos. Y así se nos queda la cara.

Déjenme verlos por ejemplo en el coche, de vuelta a casa, a última hora, y les diré qué les parece su vida.

Paul Newman


En memoria de quien, aun siendo el hombre más guapo del mundo, fue un extraordinario actor.

26.9.08

Verdades psicoanalíticas (II)

Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
(Aunque tú no seas consciente, por supuesto, como casi siempre en estos temas)

Excusatio non petita, accusatio manifesta.
(Y esto no quiere decir que uno no pueda tener la suficiente cabeza para saber que su comportamiento puede ser malinterpretado. Se refiere al plano inconsciente, y estas excusas son, sobre todo, las que nos damos a nosotros mismos)

25.9.08

Aburridos

¿Ustedes piensan que la mayoría de la gente se aburre?

Yo sí.

Que sí lo creo, quiero decir.

Y además creo que cuando más se aburren es cuando mejor se supone que lo deberían pasar: en sus ratos de ocio, en su tiempo libre. Y cuanto más libre, más se aburren.

(Porque lo del trabajo es diferente: en el trabajo, bien estamos contentos porque nos gusta (sí, tengo entendido que hay casos), bien sufrimos un claro síndrome de Estocolmo, bien nos amargamos).

Esta opinión nace de dos razones perfectamente subjetivas:

1. Lo que percibo en las caras, gestos y actitudes de la gente mientras toman un café, dan un paseo o están con sus niños en el parque.

2. El aburrimiento mortal que creo que sentiría si fuese ellos.

Naturalmente, como a estas alturas todos nosotros, expertos psicólogos, sabemos, al juzgar a los demás me estoy juzgando a mí mismo.

Ténganlo en cuenta cuando les diga que esto del aburrimiento, en el fondo, para mí no es más que una manifestación más de un problema mayor, cuya exposición es aun más inconveniente: que la mayoría de la gente está hasta las narices de su vida.

23.9.08

Verdades psicoanalíticas (I)

Cree el ladrón que todos son de su condición.
(O sea, que no vemos el mundo tal como es, sino tal como somos; y más todavía a los demás: el éxtimo y todo eso...)

A quien le pica, ajos come.
(O cómo lo que no puedes soportar dice algo importante sobre ti)

22.9.08

Microrrelato: En amor y compañía

- ¡Ay, no sé qué tomar!
- Yo un café; con leche.
- ¡Un café! ¡Pero cómo vas a pedir un café! Después no duermes.
- Sí, mujer, que sí que duermo.
- El café te hace daño, que es muy excitante.
- Pero si nunca me hace daño.
- Si quieres pídete una infusión, que es más sana. Porque el café te va a hacer daño.
- No sé, por uno que me tome...
- Te tomas una menta-poleo; o una manzanilla, que sienta muy bien al estómago.
- Pero si no me gusta.
- ¿Qué van a tomar?
- Dos manzanillas.
- ...
- No me gusta, no me gusta... ¡Pareces un niño pequeño!


16.9.08

Richard Ford: dos de dos

Pues así es la literatura, y así somos. Un autor creo que unánimemente ensalzado, y alabado como uno de los indiscutibles grandes de la literatura contemporánea norteamericana; y no sólo eso, sino considerado por el gran Jesús [un abrazo, Jesús] como uno de sus escritores de cabecera; y resulta que el segundo libro suyo que empiezo a leer ha sido también el segundo que dejo a medias.

Me pasó hace un par de años con la novela El periodista deportivo, y me acaba de pasar con su colección de relatos Pecados sin cuento. He leído los tres primeros, y en el cuarto lo he cerrado.

El tema (el adulterio, visto más o menos de cerca, en todos ellos) prometía, pero no me estaba diciendo nada que me interesase; tal vez he tenido poca suerte con esos tres que he leído. En cuanto al estilo, a la forma pura y dura, no sé si se trata de un problema de traducción o si directamente soy un hereje, pero no me gustaba: yo diría que tengo un problema con el vocabulario, que a veces me llama demasiado la atención (por eso digo lo de la traducción, por motivos obvios); y que en sus frases me parece como que... ¿sobran datos?

He visto, por otra parte, algo que no le "perdono" a un escritor (me pasó en su día, pero peor, con Paul Auster), y es que haga de prestidigitador y saque en una determinada situación conclusiones de la nada (sobre todo si esas conclusiones pretenden ser profundas y psicológicamente complejas), o le ponga una serie de etiquetas calificativas a alguien en lugar de conseguir, por lo que nos cuenta de él, que se las pongamos nosotros. Creo que un texto debe ser capaz de llevar al lector a concluir, a ver, lo que el autor quiere transmitir; y que no vale decírselo directamente, y menos si no queda claro de dónde sale y parece un capricho. Del mismo modo, no me gusta que transcriban un diálogo y conviertan a los personajes en videntes con una agudeza mental extraordinaria, capaces de percibir y comprender actitudes que el texto no justifica.

Creo que hay que hacer sentir, no explicar lo que se debe sentir. "Escribo que hace frío, y no hace", dice Donoso que decía, quejándose, García Márquez cuando se atascaba con Cien años de soledad; y me parece un ejemplo perfecto de qué es escribir (bien).

En fin, que manda carallo, pero ahí le quedan mis consejos a Richard Ford.

8.9.08

Ya está bien: yo no quiero escribir

Tanto tiempo diciendo y pensando que quería escribir, o, mejor dicho, que quería ser escritor, como si nada. Con tono de trascendencia y cara de llevar mucho, pero mucho, dentro.

¿Cómo mi pasividad de años no me hizo ver mucho antes que era mentira, que era todo un engaño a mí mismo y a los demás?

Puede que a mí me gustase ser escritor, pero por el personaje, por la vida que les imagino, por la pose, por la fama, porque soy un esnob. Pero escribir no, no puede gustarme tanto, porque yo, como cualquier otra persona de nuestro mundo, no tengo ninguna excusa para no hacerlo; y aun así no lo hago.

Si quisiera ser escritor, o al menos escribir, lo intentaría: escribiría. Es más, no habría casi nada que me lo pudiese impedir (y menos las estupideces de razones que me suelo dar como excusas).

No digo que no vea en la escritura un medio para expresarme y ayudarme a darle vueltas a mi forma de vivir y de ver la vida, y sé que por eso me daría ciertas satisfacciones sinceras. Pero no escribo; en realidad no escribo nada.

Es falso que a mí lo que más me gustaría ser es escritor. Estaría bien, claro que sí, y desde luego estaría mucho mejor que ser lo que soy ahora. Pero ya está bien de cuentos (nunca mejor dicho). Es mentira. Otra más. Y ya va siendo hora de tener claro qué quiero.

(Bueno, yo lo que quiero es ser feliz)

3.9.08

Piensa mal y te equivocarás

[Dedicado a M.J. e I., inestimable soporte moral de mis mañanas laborales]

Esto todavía está a caballo entre la exposición de una filosofía de vida y una declaración de intenciones. ¿Pero no es cierto que pocas cosas nos definen tanto como las intenciones?

Usted puede pensar mal en determinadas circunstancias, ser cauto y prudente. Pero el dicho de pensar mal y acertar habla de un planteamiento general, aconseja una actitud. Y es seguir ese consejo lo que me parece un grave error.

Pensar mal, desconfiar, esperar el engaño, no puede más que perjudicar a quien lo hace. Da igual la casuística, da igual si en la práctica uno acierta o no: siempre se equivoca.

Ese error se paga antes ya de saber el resultado, se paga siempre, día a día, cada vez que uno se cierra, que levanta una barrera delante de él, que se marca un nuevo límite. Se paga cada vez que uno se repliega, molesto, incluso aunque al final resulte tener motivos.

El beneficio puntual de prever la amenaza y acertar no compensa el perjuicio de vivir sospechando, en temor; no compensa lo mucho que la desconfianza nos empequeñece.

¿Ustedes quieren enseñarles a sus hijos a pensar mal, a andarse con ojo, a ser zorros viejos?

Yo no.

Yo lo que quiero es que tengan ganas de vivir y vayan construyendo una vida rica, y creo que pensando mal la estarían empobreciendo. Lo que quiero es que, de partida, tengan un horizonte mental ilimitado, que se atrevan a mirar hacia todos lados, que no tengan más techos que los que de verdad encuentren después de haberlo intentado. Y eso no es posible si uno tiene miedo; y ese curarse en salud no es, en mi opinión, más que otra manifestación (de las muchas que padecemos) del miedo. Quiero que tengan la tranquilidad necesaria para poder disfrutar, y no está más tranquilo el que más se protege; todo lo contrario. Les deseo que tengan la suficiente seguridad en sí mismos como para no necesitar ponerse vendas antes de herirse, como para que no les haga falta defenderse, de entrada, de todos.

Lo quiero para mí, que aún tengo mucho que crecer y que aprender, y lo quiero para ellos: disfrutar del camino que vamos a seguir, y decidir, dentro de las propias posibilidades, mi paso y la cara con la que voy a dirigirme a los demás; decidir el tono de mi vida. No quiero que los peores, los obtusos, los mezquinos, que los hay, me marquen el ritmo. El ritmo lo marco yo, y quiero que sea alegre y generoso (para empezar, conmigo mismo, y luego con los demás). Y me gustaría mucho que ellos, mis hijos, por su bien, tuviesen la grandeza de espíritu de esperar sonriendo y aceptar todo lo que se vayan a encontrar, bueno y malo, y lo hiciesen con valentía, convencidos de que sólo uno mismo se rebaja. Y me gustaría que de todo, aun de las decepciones, fuesen capaces de extraer vida. Y para extraerle vida a la vida hay que tener muchas ganas.