Tú tirabas piedras
Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda del domingo 08.07.18 |
Tú tirabas piedras
"Un día que volvíamos de Foz paramos en la
playa de los Alemanes. Era el principio del verano y hacía calor. Tanto como
para ponernos en bañador y bañarnos. Aunque tú te desnudaste y te quedaste así
todo el tiempo. Yo, no creo, porque siempre me ha dado vergüenza.
Sé que me repito, pero estoy leyendo un
libro de relatos de Richard Ford –“Pecados sin cuento”, de Anagrama- y no puedo
evitar asombrarme otra vez de lo deprimente que es. Lo deprimente que me
resulta siempre él. Y no cuando cuenta cosas tristes, sino cuando cuenta las
alegres, las supuestamente buenas, que nunca lo son.
La playa de los Alemanes era pequeña y no me
pareció especialmente bonita. Sobre todo comparada con las que hay más para
aquí, pasando Viveiro y llegando a Vicedo. Pero, a pesar de que el sitio no me
impresionase, siete años después recuerdo el rato que pasamos allí como un
momento lleno de belleza y de alegría. Tuyas. Estuvimos tirando piedras al agua
para hacerlas rebotar, sobre todo tú, y no sé exactamente por qué –porque sí,
por todo, sería- no dejabas de reírte. Me mirabas y te reías. Y tu alegría era
–a ver qué digo- pura y total.
Tom y su mujer Nancy, por ejemplo, están
pasando unos días en Maine, y un viernes desayunan en una pequeña cafetería
junto a un gran río, en un pequeño y encantador pueblo. Ellos lo ven y lo
valoran, ven y valoran lo que tienen, sus trabajos, sus aficiones y su buen
gusto; como hacen todos los demás personajes, que disfrutan de sus bonitas
casas, que van a restaurantes caros con nombres como The Drake o Billy’s, que
reconocen una pintura de Caravaggio, que navegan en esbeltos veleros de madera
por bahías azules e incluso tienen madres que cantaban “You’ve changed”. Pero
da lo mismo, nada les vale de nada. Son infelices, se ahogan, prueban otras
relaciones de mierda para simplemente acabar follando a escondidas, y luego lo
razonan y analizan todo y siguen sus vidas. Unas vidas angustiosas que tienen
algo en común: en ellas no caben la ilusión ni el entusiasmo genuino. Por nada.
La tuya era la alegría que solo una persona
buena es capaz de sentir. Porque eso me pareciste aquella tarde: una persona
alegre y buena. Lo cual es maravilloso; mucho mejor, desde luego, que si la
tuya fuese una bondad sufridora y sacrificada, como tantas, o una bondad
triste, como la mía si es que yo soy bueno. Una bondad alegre, que sonríe y se
ríe, que quiere y quiere querer. Una alegría que seguía estando en tu cara, en
tus pómulos pecosos, en tus ojos, cuando te metiste en el coche con el pelo
mojado y me miraste para ver si yo también estaba contento, si yo también
pensaba qué suerte teníamos."
* * *
Mira, no sé qué decirte... Sí: que esto que has escrito es precioso (Y que tal vez, sólo tal vez, ¿deberías aparcar a Ford una temporada? Aunque pienso que si te inspira de esta manera, ten siempre un libro suyo a tu lado, con toooodas sus consecuencias).
ResponderEliminarGracias, Cal, linda.
ResponderEliminarPuede que tengas razón. Por si acaso, estoy buscando "El periodista deportivo" para darle otra oportunidad.
Muchos besos.
Este relato está incompleto, falta saber qué pensabas o tú, o más bien, qué expresaba tu cara. Conozco esa sensación, nada más.
ResponderEliminarAl parecer hay personas que, por la razón que sea, tienen una idea, una ¿cosmovisión? negativa de las cosas, así, en general. Hoy eso está mal visto.
Supongo que cada uno da sentido a la vida, a su vida, como puede, y algunos lo cuentan. Este terreno es resbaladizo y lleno de contradicciones pero bueno, a mí me ha gustado lo que has escrito y el cómo. De Richard Ford he leído, precisamente "El periodista deportivo", y alguno más. Me gusta aunque lo que cuente no sea alegre.
Un abrazo
¿Y no te parece que se ve ya bastante bien lo que yo pensaba, por la forma de contarlo, JL?
ResponderEliminarLo de la cara no, claro, pero yo creo que lo que sentía sí: alegría por esa suerte que, en esa ocasión, yo también sentí.
Un abrazo.
Sí, creo que tienes razón. Se deduce lo que pensabas, como un reflejo de la otra alegría.
ResponderEliminarUn abrazo