Si yo fuera rico
Si yo fuera rico
"De pequeño tenía un triciclo en casa, pero
en lugar de andar en él lo tumbaba, me sentaba en la rueda que quedaba en el aire, agarraba
el manillar como un micrófono y cantaba. Cantaba mucho, yo. Mi hermano no
tanto. Menos cuando tenía fiebre: cuando se ponía parlanchín y, para colmo,
empezaba a cantar, mis padres ya le ponían el termómetro. Mi madre cuenta que
algunos vecinos decían que sabían que volvíamos del colegio porque nos oían
cantar mientras subíamos en el ascensor, hasta el quinto.
Y recuerdo que, no sé por qué, durante una
temporada que ahora me parecen años y a lo mejor duró una semana, mientras esperaba
a que el ascensor bajase limpiándome los pies en el felpudo grande y marrón del
portal, cantaba “If I were a rich man”, de “El violinista en el tejado”, porque
habíamos visto la película. Solo que la cantaba en castellano, y lo que hacía
era repetir una y otra vez el estribillo, que además, con la excepción de la
primera frase, “Si yo fuera rico”, me inventaba totalmente. Casi siempre
acababa metiendo versos con un mensaje claramente filantrópico y altruista. La
conciencia me impedía gastarme todo el dinero en mí, incluso en la imaginación.
Mi vecina de abajo, con la que ahora
coincido en el conservatorio dejando y recogiendo a los niños, me oía cantar
cuando estábamos cada uno en nuestro baño, y al parecer se reía bastante. Sobre
todo una vez que me inventé una letra entera para “Un velero llamado libertad”,
de José Luis Perales. No me acuerdo de cómo era, pero sé que en mi versión el
protagonista se iba en su barco con un montón de comida.
Ahora canto mucho menos. Y no es buena
señal. Porque cuando estoy contento canto, o por lo menos silbo. Es inconsciente,
pero al llegar al trabajo me doy cuenta de cómo he salido de casa por el hecho
de ir por el pasillo silbando o no. Y parece que de niño era más fácil no estar
preocupado o desanimado.
Supongo que una de las grandes diferencias
entre las personas alegres y las tristes es que las primeras saben ver los
buenos momentos del pasado, todo eso que les ocurrió, todo lo que
hacíamos y lo que éramos, como algo que van atesorando, y no como cosas que la vida
les ha arrebatado.
Supongo que hay gente tan afortunada que,
al acordarse de cuando cantaban hace cuarenta años en el ascensor, en lugar de
pensar que ya lo han perdido sienten que aquello sigue presente, formando parte de ellos. Y que cada recuerdo contribuye a hacerlos más
ricos, como soñaba el violinista."
* * *
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