Lovely Rita
La adorable, la encantadora Rita era la encargada de los parquímetros, una encargada de unos parquímetros, en Liverpool. O no, en fin, supongo que ser no era nadie, pero se convirtió en real como don Quijote gracias a los Cuatro Fantásticos (los de Martin, no los de Marvel), que le encontraban cierto aire militar con su bolsa cruzada al hombro y nunca consiguieron una cita con ella para tomar el té.
Yo tengo una Rita propia, aunque creo que nothing can come between us. Trabaja en la empresa que se ocupa de la limpieza de las calles: una barrendera. Tiene un traje verde con capucha y un chaleco reflectante, un capazo de goma y una escoba corta, y melena negra; tiene cierto aire macarrilla. Y no sé si es guapa, porque sólo la he visto de lejos, pero me resulta interesante, y si supiese le escribiría una canción, también.
Porque Rita, por la calle, representa, no sé por qué, la independencia. Y si hay algo que me atrae en el carácter de una mujer es su independencia. Tanto con respecto a una cohorte de amigas como, sobre todo, a un hombre. Y verla hacer algo que yo interprete como muestra de autonomía, de que tiene una parcela propia, de seguridad en sí misma, me gusta. No tengo ni idea de qué experiencias vividas, qué roles de los de mi alrededor han ido instalando esos resortes en mi inconsciente desde pequeñito, pero, por ejemplo, una mujer sola en su coche conduciendo con soltura o una chica haciendo footing en solitario para mí tienen un punto atractivo: en ambos casos veo, ante todo, a una mujer independiente.
Y Rita la barrendera se despide de sus compañeros a las siete y media, con el cigarro en la boca y el pelo suelto, y empieza. Barre, recoge papeles de las aceras, mira a cualquiera que pase por su lado y camina rápido, sola, ella sola.