1.8.05

Qué importa, y qué no importa.

Este texto recoge lo dicho por el uzbeko de 35 años Timur Askárov, refugiado en la vecina Kirquizistán desde los disturbios del 13 de mayo de Andiyán, en su país:

"Aquel terrible viernes nos unimos a la manifestación en la plaza de Andiyán. Los soldados comenzaron a disparar y al ver a los primeros caídos y oír los gritos de los heridos cundió el pánico entre la gente, que salió corriendo en desbandada. Hasta hoy no sé qué ha sido de mi pequeñita de dos años. Está desaparecida. Nunca hallaron su cuerpo".

No pretendo hablar del caso de Askárov, del que no sé nada, ni de aquellos acontecimientos, ni de las condiciones en que se vive en Uzbekistán desde hace décadas, donde un supuesto presidente democrático gobierna dictatorial y brutalmente, con el beneplácito antes de la URSS y ahora de los EE.UU., que le agradecen así su papel de garante del orden en la zona y su colaboración en la guerra contra el terrorismo internacional (terrorismo en el que él se apresura a incluir a cualquier movimiento disidente interno que le cause problemas).

Éste es, desde luego, sólo un ejemplo ente los miles, centenares de miles, o no sé si millones de individuos que podrían contar algo parecido en todo el mundo. Las cifras son tan monstruosas que no es posible imaginarse lo que quieren decir.
Y es verdad que no es posible. Pensarlo resulta tan abrumador que el cerebro se niega a admitirlo. Eso está ocurriendo, pero no es cierto; no es de este mundo, no forma parte de nuestra realidad.

También hoy volví a leer los datos (¡qué pesados!, ¿verdad?, a ver si cambian de noticias, que ya aburren) de lo que le espera a la región centro-occidental de África. Se prevén unos cinco millones de víctimas. Cinco millones. Sólo en Níger, cabe la posibilidad de que se llegue a los dos millones y medio de muertos. Y no es a causa de una guerra irresoluble, ni de ningún conflicto interno enquistado en aquella miserable sociedad; va a ser por hambre. Se van a morir de hambre. Mientras, yo estaré terminando mis vacaciones, en las que me he propuesto salir a cenar casi todos los días; algunos de ustedes se quejarán, sentados a la mesa, de los kilitos de más que han cogido en verano; en nuestra basura se pudrirán toneladas de alimentos; y nuestros representantes se gastarán en idioteces absolutamente prescindibles (cuando no completamente injustificables) cantidades de dinero mucho mayores que la que les haría falta allí.
La solución sería bastante simple: darles comida. Si no fuese una tragedia, hasta resultaría tonto. No acabaríamos con el problema definitivamente, qué duda cabe (para eso hay que trabajar más y mejor, y es difícil), pero en vez de morirse cinco millones a lo mejor se morían sólo quinientos mil. Cuatro millones y pico de hombres, mujeres y niños a los que les quedan tres meses de vida se salvarían. No estaría mal.

Pero lo que más me ha hecho pensar de estas dos noticias, lo que me ha sumido en la perplejidad, es que mi preocupación por África fue una preocupación sincera pero resignada, fría y razonada. En cambio, cuando a los cinco minutos leí que aquel hombre había perdido a su hija de dos años hace tres meses, sentí una tristeza, una pena por él, un dolor, enormes.
En el caso de la hambruna africana hay solidaridad (lo siento, pero me horripila esta palabra, tan sobreutilizada que ya no significa nada, y tan cacareada que parece que quisieran que sustituyese a la justicia social, cuando ésta es una obligación, un deber, y la otra es voluntaria, graciable), rabia y (también) tristeza. Pero pensar en haber perdido a mi niña un día de mayo, y no saber hoy nada de ella, es simplemente insoportable.
Quizá en esa diferencia de sentimientos estribe que esas cosas sigan ocurriendo.

Ahora, mientras escribo, estoy pensando en cómo habrá sucedido todo aquel día. ¿Porque qué tendría que pasar, qué horror, qué caos tendrían que darse para que yo perdiese a mi hija, para que se fuese de mis brazos? Sé que moriría antes de alejarme de su lado. Sé que incluso si ella (que ahora mismo acaba de levantarse y está en mi colo, en mi regazo) muriese, me dejaría matar yo también antes de abandonarla.

Claro que... ¡me puedo preguntar tantas cosas!
Me puedo preguntar cómo sería capaz de vivir tras perderla, cómo soportaría estar en un mundo en el que ella, o quienes dan sentido a todo, se hubiesen acabado. Y me doy cuenta de que no me hace falta ir a Africa, ni a otro país, ni a otra ciudad, para ver vidas que no puedo imaginar.

Y, aun peor, a veces me descuido, bajo las defensas sin querer, y por unos instantes sé que mi vida puede convertirse en cualquier momento en otra, así de distinta. Y tengo miedo.

Y entonces, durante esos instantes, veo sólo lo que importa, y qué frágil es. Pero me recupero y lucho para llenar de nuevo mi cabeza de todo lo demás. Y sigo viviendo equivocado y tranquilo.

6 comentarios:

  1. Mi post está plenamente justificado, ha valido la pena, por tu comentario. En dos minutos has dicho más que yo, y mejor. Y esta vez mi vanidad no me impide alegrarme, Rosa.
    Un abrazo. Salgo a pasear con mi niña.

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  2. En realidad lo que resulta asombroso es que conociendo nuestro límite vital, (que a poco de tener uso de razón ya tenemos un pié en el otro barrio), seamos capaces de crear, de soñar incluso de creernos inmortales.
    Un síntoma de ello es por ejemplo el propio sentido de la vida, la vida misma, la procreación. Es increíble que alguien que razone, con criterio, sea capáz de crear un ser destinado a la muerte, como su creador. Y resulta que se hace y se vuelve a hacer...y esa nenuca que ahora te preocupa lo hará a su vez. Olvidando no ya la fragilidad (no tanta...que como especie nos las hemos compuesto bastante bien)sino la inevitable condición perecedera, que por mucho que algunos se afanen en fabricar entelequias sobre vidas eternas, la realidad es que acabamos a dos metros bajo tierra...salvo que nos hagan volátiles cenizas.
    Hace falta valor para sabiendo eso, viendo eso...padeciendo eso seamos capaces de esta amnesia en la alegría de vivir.

    Definitivamente somos además de fuertes unos inconscientes.

    M

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  3. La educación de mi hija (la educación en el sentido más amplio que yo puedo imaginar) es la empresa más importante, más ilusionante y más apasionante (qué redundante) de mi vida. La responsabilidad es proporcional, claro, y a veces me abruma; pero en general creo que es cuestión de cariño y de saber ponerse en su lugar (¡esto es tan importante en todas las relaciones y se hace tan poco!). Con ese cariño y esa empatía, o esa flexibilidad, pretendemos enseñarle a: disfrutar al máximo de la vida, ser buena persona, y tener una mente despierta, curiosa y abierta.
    Sí, sin duda es algo increíble saber que puedes contribuir a que esa persona sea más feliz, a que su posición de salida sea la mejor posible; e intentar que sepa que siempre que lo necesite te tendrá a ti para coger impulso.

    Mrmann (que, por cierto, siempre me pregunto qué coño significará), veo que tu Camino, aun siendo corto, ha sido intenso. Cuando escribí este post lo hice a pesar de saber lo manido del tema; la verdad es que no podemos decir nada muy original (aunque, para lo que serviría), pero no por ello es menos cierto lo que tú has escrito. Algunos dirán, con razón, que las cosas siempre han sido así; pero hay dos grandes diferencias: ahora todo el mundo sabe como vive el resto, y ahora, por primera vez, quizá sería materialmente factible ponerle remedio (aunque en realidad sea tan imposible como antes).

    Miranda, bien venida back. Claro, claro, pero es que eso no lo podemos pensar, hay que pensar en todo sin llegar a eso hasta que es inminente. De lo contrario, como dices, ¿quién podría afrontar la vida?, ¿quién se atrevería a amar, sabiendo el final?, ¿quién podría aceptar que todo acaba en una pérdida insufrible?
    Como dice Guillermo, un amigo mío (hay un post antiguo sobre eso, en el que no digo nada nuevo), hay que aturdirse; hay que vivir aturdido, para no poder pensar y así soportarlo todo.

    Gracias a los tres.

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  4. Que se me olvidaba, que dijo Freud (o eso dicen) aquello de: "Educa a tus hijos como mejor creas conveniente, sea como sea...te vas a equivocar..."

    Que alegría tenía ese hombre verdad? Es como para imaginárselo de centro de la reunión en una merien, como los que estudian guitamarra con CCC.

    Pues eso, que seguro que lo vas a hacer muy bien, y que luego ella...hará lo que le de la gana, como hemos hecho todos. Sólo que con esa trastienda que da el saberse querida y tener un sitio siempre donde meterse. Esa especie de útero que es la familia, cuando es buena.


    Beso.

    M.

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  5. Mira que espanto, igual ya lo habías visto.
    http://www.elpais.es/articulo/elpporcul/20050802elpepirdv_21/Tes

    Como era de esperar la polémica es la "descontextualización" de la foto. Estos lodos.

    M.

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  6. No, no lo había visto. Da igual que esté descontextualizada; si no hubiese niños en esa situación no se podrían fotografiar, ni fuera ni dentro de contexto.
    Somos así. Nosotros estamos en esa foto; quizá no seamos nadie en concreto de ella, ni nuestro papel sea uno en particular, pero esa situación no nos es ajena del todo.
    Besos, y buenas noches.

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