[El tema del taller era la conspiración]
La inercia familiar, un sistema educativo que obligaba a elegir demasiado pronto y la conjunción de genética, estímulos y educación que lo llevaron a aprobar la oposición a la primera, antes de que le diese tiempo a saber que aquello no era lo suyo, hicieron que acabara ingresando en la Marina. Un curso de comunicaciones para el que fue propuesto por el comandante de su primer destino tras la academia lo condujo a Madrid, en cuya calle Almirante, precisamente, una mañana en la que un profesor faltó, vio en el escaparate de la agencia de viajes “El navegante” el anuncio de un combinado Oporto-Coimbra-Guimaraes-Braga, que había sido exactamente el recorrido de la luna de miel de sus padres. La lectura reciente, a raíz de una recomendación en un blog conocido, de una novela de Robertson Davies sobre psicoanálisis junguiano, y los posteriores comentarios sobre sincronicidad de un amigo suyo aficionado a las artes adivinatorias, consiguieron que aquello le pareciera, si no una señal, sí lo bastante curioso como para entrar a preguntar.
Su abuelo materno y Franco, Francisco, con sus ideas políticas y su empeño en encarcelar opositores, respectivamente, conformaron el ambiente político en el que tanto ella como sus hermanos mayores crecieron, y que explicaba el entusiasmo con que aceptó aquel intercambio de quince días, rechazado a causa de un compromiso familiar por su compañero de departamento, en la evocadora capital de su añorado antiguo Reino de Galicia; como explicaba también por qué el paseo de su última tarde en Portugal se prolongó más de la cuenta al oír, cuando ya se dirigía de vuelta al hotel, las notas del “Grándola”, y bajo los efectos de un ataque de romanticismo revolucionario se dejó llevar por callejuelas que la conducían, sin que ella lo supiera, a la Universidad.
De los innumerables ejemplos que veía a su alrededor, el de su difunto e infeliz tío había sido el que más había influido en el terror a la frustración que lo atenazaba y le impedía año tras año tomar decisión alguna por temor a equivocarse, y que era la causa de que él llegase a Braga, a sus años, soltero y sin compromiso. Aunque el exceso de conversaciones de bar, de camaradería, de lecturas pretenciosas y de sexo individual, y la cada vez más patente sensación de que el tiempo pasaba y él lo perdía todo en coger impulso, hacían que desease dejar de estarlo de una vez.
Ella, tras su última decepción amorosa precipitada por un regreso a casa a una hora poco habitual un día que se encontró mal, se sentía en cambio con ganas de amistad, de charlas de café, de lecturas y de libertad sexual.
Y fue otra libertad, la que él sentía en cuestiones políticas cada vez que estaba en el extranjero, sin la losa de los sospechados prejuicios ajenos que en España pesaba sobre él, la que le llevó, al leer unos carteles que anunciaban un acto con el título de “Parlamento na rúa”, a decidir acercarse a ver qué era aquello, y encaminarse así al patio frontal de la Universidad, doblando la esquina de la calle que desembocaba en él a las seis y media exactas.
Hora, las seis y media en punto, a la que ella, que tras haber visto de dónde procedía la música había recordado que había sido un concierto de Joao Afonso, sobrino del mítico Zeca, el primero al que había ido con su ex, y hubiese decidido que le podían ir dando al Grándola y a su vila morena, doblaba también, mirando aún hacia atrás y abrazando distraídamente contra el pecho una carpeta llena de apuntes, esa misma esquina pero en dirección contraria, chocaba con un chico, conseguía milagrosamente sujetar sus papeles, que por lo tanto no caían, ni hacían que ambos se agacharan a recogerlos avergonzados, ni que se mirasen, ni se sonriesen, ni se gustasen, ni fuesen a tomar un café propuesto por él en un inusitado alarde de osadía que habría sido muy comentado más adelante, ni hablasen durante horas, ni acabasen pasando la noche juntos, ni comenzasen así la que sería la gran relación de sus vidas, y solo intercambiaba unas disculpas y seguía andando sola mientras él se sentaba y comenzaba a disimular los bostezos.