5.3.10

¿Instinto de protección, o qué?

Ayer me contaba una amiga algo que a casi cualquier padre le ha pasado, y que muchos habremos vivido de un modo parecido:

Su hijo de tres años jugaba en la terraza de casa, y fuera, en un patio común, unos niños mayores (de unos siete u ocho) jugaban también. El niño le dijo a ella si le dejarían jugar, o si querrían ellos jugar con él. Mi amiga le aconsejó que se lo preguntara, y aunque su niño al principio no se atrevía, ella lo animó y él acabó saliendo a la puerta.

- Niños, ¿queréis jugar conmigo?
- No, gracias.

Y se quedó quieto mirándolos, con su pelota bajo el brazo, unos segundos, hasta que se dio la vuelta y volvió a entrar.

Ella le quitó importancia y enseguida se puso a jugar con él. Pero me aseguraba que en ese momento, de haberse dejado llevar, sin duda los habría matado con sus propias manos.

Y yo me lo creo. Porque en cuanto me imagino esa situación con alguno de los míos (o la recuerdo) veo que mi reacción sería la misma.

En esos momentos, ante un caso así, la pena que, como ella, siento es increíble, verdaderamente profunda.

¿Por qué?

Es pena por el disgusto que le presupongo al niño, claro, pena por que sufra, por que no le den cariño, por que no le devuelvan el cariño, pena por que él quiera y se quede sin respuesta...

Pero no acabo de llegar al fondo de la cuestión.

Porque sé que estoy interpretando los hechos, y no puedo asegurar si ese sufrimiento que creo ver es real o lo pongo yo de mi propia cosecha.

Y porque, aunque sea cierto que el niño se queda desolado, la reacción es tan furibunda y la urgencia de consolar tal que ni siquiera así los entiendo del todo.


¿Qué hay exactamente tras todo esto? ¿Es resultado del amor, o más bien de mis miedos? ¿De ambos, o de ninguno? ¿Qué mecanismo salta? ¿Cómo funciono?


26 comentarios:

  1. Lo mejor es quitarle importancia, como ha hecho su madre, y fomentar su autoestima.

    Yo ahora tengo un "problemilla" de otro tipo con el mío, pero he llegado a la conclusión de que proyecto demasiado mis propios miedos e intento sobreprotegerlo de todo sufrimiento, cosa que no le viene nada bien. Los niños son niños. El rechazo forma parte del juego. Tenemos que enseñarles a quererse.

    (Esta es la teoría que me repito constantemente, pero lo que realmente siento son ganas de decirle al oído a un compañerito del mío es que los Reyes Magos no existen.)

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  2. Ya, Last, que eso es lo más adecuado yo también lo creo.

    Mi duda aquí se refiere al porqué, a mi reacción íntima (no visible), no a cómo actuar con ellos.

    Un beso.

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  3. Si mi experiencia os vale, tenía muy claro que el hijo que iba a tener sufriría y que eso forma parte de la vida.

    Ya sé que lo mío eran "otros tiempos", pero desde que con poco más de tres años me metieron en una academia para niños con problemas en su casa (enfermedad de mi madre), estuve recibiendo bofetadas hasta que aprendí a darlas. Y así estuve hasta más o menos los 11 años.

    Por supuesto, fui sometido a todas las humillaciones que ejercen los niños, y a mi vez sometí a otros. Era como jugar al fútbo: a veces metías goles y veces te los metían.

    Así que también me dije que nunca interferiría en los procesos "naturales". Es más, que no les daría importancia.

    Me funcionó de puta madre.

    ¿Y sabéis por qué? Porque mi madre no mostró nunca la menor preocupación. Si volvía a casa hecho unos zorros, lo que sucedía a veces, sobre todo en verano, me decía "quédate en el cuarto de baño que termino esto y voy a ponerte mercromina".

    Esa tranquilidad, ante la el dolor físico o moral, se transmite a los hijos y los fortalece.

    Creo, Porto, que cuanto antes debe reconocer que usted sufrió de niño, pero también disfrutó barbaramente. Ahora les toca a sus hijos y no pasa nada. Ellos valorarán las cosas por el estado emocional que vean en usted. No piense ni sienta que esas cosas son graves y ellos no las pensarán ni sentirán como graves. Aprenderán a jugar a la vida.

    ¡Ah! y especialmente en esos días que se los ve mustios y heridos, después de cenar, en la cama, nada como un cuento clásico, de esos en los que los niños se enfrentan a mil peligros en los bosques y salen triunfantes.

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  4. Qué buenos comentarios, estoy de acuerdo con Nan y Last.

    Por otra parte creo que, como padres, hemos de aprender a no recoger como propio el sufrimiento de nuestros hijos, hemos de estar al lado del problema, no dentro de él.

    La reacción que describes, Porto, creo que la vivimos todos y que es fruto de todo lo que mencionas. Además, nosotros adoramos a nuestros hijos y en nuestra mente es difícil que quepa un rechazo ante alguien tan querido.
    Bes¡

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  5. Pues es una buena pregunta. Si encuentras la respuesta me lo dices ;-)

    Beso gordo.

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  6. Lo que cuentas es de lo más normal.
    Niños de siete años nunca jugarán con uno de tres.
    En la mayoría de los casos, llevan pañales y usan chupete.

    Salvo que sea hermano o primo y obliguen los padres, claro.

    ¿ De verdad esas cosas preocupan tanto?

    un abrazo

    *Cómo fue el cumple de la peque?

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  7. Muy bien el cumple, gracias.
    Eh, en la España de hoy un niño de 3 años está, salvo excepciones, escolarizado, ¡y lleva como mínimo todo el curso sin pañales ni chupete!

    NáN, gracias. Tomo buena nota. Creo que tengo claras esas cosas (yo no pedía consejo sino psicoanálisis...), pero tu consejo me parece muy bueno, y para recordar de vez en cuando.

    Abrazos a todos. Esta noche me voy al paraíso.

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  8. Anónimo5/3/10 17:45

    Gracias!!...o no iba por mí? ;)
    LLS.

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  9. Anónimo5/3/10 18:31

    Oooohhhhhhh....

    hoy sopa cebolla y aceite de ricino.

    LLS.

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  10. Que sí, que sí, no hagas caso, mujer.

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  11. Siempre que entro en este rincón me gustan tanto las entradas como los comentarios.

    "¿Qué hay exactamente tras todo esto? ¿Es resultado del amor, o más bien de mis miedos? ¿De ambos, o de ninguno? ¿Qué mecanismo salta? ¿Cómo funciono?".

    Es amor por el niño Porto de tres años.

    La lógica te dice que es una enseñanza para tu hijo, que la vida no es de color de rosa y que le está sucediendo lo que siempre le acompañará, amor por parte de algunos y rechazo por parte de otros. Y cuanto menos se le proteja y antes lo aprenda mejor. Un niño de tres, cinco o siete años tiene una enorme capacidad de asumir y de ser flexible. Mejor que estas lecciones de la vida las tenga con tres años que con treinta.

    Pero los sentimientos se remontan al Porto de tres años. Al Porto que no termina de encajar su infancia en su presente. Al Porto adulto que cree que le debe algo al Porto niño. Al portorosa que no soporta que se castigue a su alter ego infantil. Al Portorosa que adora al niño que fue y no acepta al adulto que es.

    Es una simple interpretación. Muy posiblemente esté totalmente equivocado.

    Un abrazo

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  12. Vamos a hacer un ensayo hermenéutico partiendo de presuposiciones, colocadas en sustitución de las necesarias asociaciones para interpretar algo.

    Cuando alguien le hace una ofensa a un hijo pequeño, en realidad no sabemos si el resultado de esa ofensa es positiva o negativa. Lo digo por que el niño se va a tener que adaptar a un mundo que te ofende. En realidad deberíamos empezar a procuparnos después de haber observado la reacción del niño. Pero a esas edades tempranas, a los tres años, los niños parece que miran a los padres para saber como tienen que reaccionar. Y esto es lo que hace al padre sentirse responsable. De nuestra propia reacción, equivocada o acertada, va a depender el futuro de nuestro hijo: algo así es lo que llegamos a sentir.

    Para los que son finos en esto de la intuición, ya se les empezaría a despertar la idea de que, en lo dicho arriba, hay algo de responsabilidad en el sentido existencialista. Por eso, un hijo de tres años es un candidato firme a recibir las proyecciones de su padre sobre “su proyecto existencial” o sobre las posibilidades futuras de su desarrollo (espiritual, por ejemplo).

    “Es pena por el disgusto que le presupongo al niño, claro, pena por que sufra, por que no le den cariño, por que no le devuelvan el cariño, pena por que él quiera y se quede sin respuesta...”

    Porto, sustituye ese niño, que aparentemente era tu hijo, y mira ahí como si esos fueran los sentimientos que te produce tu proprio desarrollo espiritual futuro.

    Vista desde esa clave, lo que parece es que miramos para papá para saber lo que tenemos que hacer y él no lo sabe, de modo que nos quedamos sumidos en una incertidumbre existencial dolorosa, por la falta de referencias y guías.

    Desde mi punto de vista, ese es el signo de nuestros tiempos, nuestras necesidades de desarrollo espiritual no tienen el apoyo de unos valores (el padre) que los sostenga. Y eso nos hace sentir vítimas de un mundo cruel, sin sentido.

    (por dios! la verificación de palabra es: consta)

    Un abrazo.

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  13. Anónimo8/3/10 11:22

    A mí, de niño, no me hacía ninguna gracia "tener que cargar" con hermanos o primos pequeños para jugar: era una imposición de los adultos.

    Saludos desde la irónica realidad.

    PD.- La palabra de verificación es TENCULAT y es cierto que no se mencionan ya los culos por aquí...

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  14. Gracias, Juan, Taliesín. Algo como vuestros comentarios (aunque soy consciente de la imposibilidad de tratar estos temas tan superficialmente) buscaba yo con este post.

    Juan, tu interpretación es la más evidente, para mí. Supongo que es la que más se ajusta al canon psicoanalítico, ¿no? En cualquier caso, era también la mía: amor por el niño que fui, insatisfacción con el adulto que soy y, por tanto, sentimiento de deuda con él, convicción de que le/me debo algo.

    De hecho (como cualquiera que haya leído los posts de la etiqueta "Hijos" puede intuir), en el amor a nuestros hijos yo veo eso, ya.

    Lo cual, supongo, lleva los sentimientos a un grado superlativo. Aunque a veces temo que acabe volviéndolos histéricos, no sé...

    En cuanto a la interpretación de Taliesín, como siempre va más allá de lo que yo esperaba y me deja sumido en las dudas.
    Creo entender que no se diferencia demasiado de la anterior, ni siquiera al hacer referencia a mi desorientación actual, de adulto. La relación con nuestros tiempos se me escapa (seguramente, una vez más te he entendido a medias): ¿es una reacción de este tipo, como la descrita, propia de nuestra época solamente, caracterizada por ese extravío?

    ¿Hay ansiedad tras ella, una ansiedad signo también de nuestros tiempos?

    Saludos a todos.

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  15. Bueno, yo no entraría a analizar eso de la relación con nuestra época, pues aunque es relavante, creo que ayudaría poco a entender lo esencial. Al fin y al cabo, mi intención era salir del obsesivo personalismo de la psicología más típica y habitual, que desde mi punto de vista, hace reforzar el control egoico, cuando lo deseable sería relajarlo.

    Yo me iría a los sentimientos, a esos que son expresados en relación al niño de tres años. Y examinaría si esos sentimientos, que se reconocen en cierto modo como irracionales, es la manera inconsciente de hablar sobre nuestros temores sobre nuestro proyecto vital (o finalización del mismo, muerte) más allá de lo que socialmente se espera de nosotros; en nuestra desnuda realidad de seres encarnados en este planeta tierra, en este sistema solar y en esta galaxia.

    Si no hay resonancias por ahí, pues nada, a otra cosa.

    La ansiedad siempre está presente cuando queremos que ocurra algo o cuando no queremos que ocurra. Es una “emoción” concomitante del “yo” que lo quiere controlar todo. En relación a lo que estamos comentando, la ansiedad tendría relación con la incertidumbre sobre lo que tenemos que elegir (como proyecto), o sobre la duda sobre si el proyecto que ya hemos elegido, satisface nuestras necesidades profundas de realización.

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  16. Haylas, haylas, ya lo creo.

    A mí (por cierto, lo de relajar el ego me parece muy bien, ya sabes por qué; a ver si soy capaz...) este tipo de reacción, que se resume en que mi hijo (y no otro niño, ojo, sólo el mío) me da tanta pena, no hace sino hablarme de mi vulnerabilidad, de mi fragilidad, de mi necesidad de amor y de mi miedo (del miedo, en última instancia pero no tan escondido, a la muerte, a la despedida definitiva). Y de cómo trato, en mi fuero interno (aunque me gusta pensar que luego no lo exteriorizo demasiado, o al menos no más que lo inevitable), de aliviarlos a ellos, de evitárselo, de darles un cobijo que, obviamente, ni es necesario (al menos dado así) ni beneficioso (idem).

    Creo que tengo claro qué hacer, y creo que lo hago, en esos casos. Pero también soy consciente de que, si yo no lo "gestiono" bien de puertas adentro, se va a notar. Que en la medida en que yo esté tranquilo daré tranquilidad.

    Aunque, como tantas otras cosas, esto va por días.
    Yo voy por días. Sólo faltaría...

    (Me cuesta ver la relación de todo eso con mi proyecto vital ahora.)

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  17. La respuesta es sencilla y multifacética (no digo complicada) a la vez. Imagínate que el chico tendrá unos 18 o 20 años. Una cosa semejante pueda pasar. Pero a esa edad 'el niño' ya no pregunta a su mamá o papá qué hacer, simplemente se atreva o no se atreva, y ha desarrollado estrategias o no de ser aceptado como 'amigo' o 'persona simpática' o 'persona de interés', o 'persona con poder' o no. Entonces es también una cuestión de poder. Poder en doble sentido, sustantivo y verbo: poder 'atraer' la atención del otro, y tener poder en la relación social.

    Me acuerdo que situaciones semejantes al que le pasó al chico con su pelota bajo el brazo (apretado al cuerpo) se han dado hasta una edad bastante avanzada, digamos unos cuarenta años... Aquí me falta la memoria...

    Quería destacar este elemento, hay otros más.

    Un abrazo

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  18. Me alegro de verlo por aquí, Giovanni.
    Pero nuestra reacción tiene que ver con la certeza, precisamente, de que el niño carece de poder alguno. De su indefensión.

    (¿De nuestra indefensión, etc.?)

    Gracias.

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  19. Hola, Portorosa.

    No debería opinar, yo no tengo hijos, no he pasado por lo que tú explicas. Pero si tuviera que atreverme a dar una explicación sería ésta: el niño, en su casa, es querido haga lo que haga, sea como sea, es feliz. Cuando sale a la calle o al cole descubre, por experiencias como la que tú cuentas, el significado de la palabra "valer": "tú no vales lo suficiente para jugar con nosotros", parece que le hubieran dicho los otros niños. Un nuevo verbo que nunca existió en la felicidad de la vida familiar.

    Por eso comprendo tu dolor: porque el niño entra ya en un drama que le va a acompañar toda su vida: "tú no vales lo suficiente para ser venir a merendar a mi casa, para ser mi novio, para ocupar este trabajo, para entrar en esta sociedad, para vivir en este edificio, ...".

    Puede ser eso, ¿no?

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  20. Tu opinión es bienvenida, Fernando.

    Vuelvo a contar, repensada, mi reacción: sufro por su sufrimiento; pero eso no explica todo, porque el niño ya sabe lo que es sufrir, ya lo ha pasado mal a veces con nosotros, por dolor, por riñas, etc.; la gran diferencia, cuando eso le ocurre en el "exterior", es que ahí no hay (o no tiene por qué) amor: lo que causa mi reacción es que no lo quieran.

    Y de nuevo volvemos al principio: ¿por qué eso es tan duro?

    Saludos.

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  21. Porque el niño es débil, vulnerable, y más que te quieren a ti quieres que quieren al niño vulnerable (vos no sos vulnerable). Por atrás, en el fondo, esta tal vez presente tu propia vulnerabilidad. En vez de vulnerabilidad se podría decir también: su (tu) falta de poder. Sobre todo cuando esa falta de poder se presenta cuando el niño se hace vulnerable pidiendo la amistad.

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  22. Sea como sea, creo que un elemento clave en una situación así es, como has dicho, que el niño "pida" atención/respuesta/¿cariño?
    Creo que eso lo cambia todo, lo hace "peor".

    Gracias, Giovanni.

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  23. Supongo que el mecanismo que describes es el mismo que hace que mi madre odie a todos mis novios, incluso antes de que me rompan el corazón. Sin ser consciente de que, a veces, con la sobrfe preocupación o sobre protección es ella la que me lo rompe.

    Claro que para mí es fácil hablar, porque soy sólo hija, no madre.

    Chungo asunto, el de padres e hijos, difícil para ambas partes. Como le dijo Mafalda a su madre: !Eh, que en esto a las dos nos dieron el diploma el mismo día!

    Pues eso.

    Feliz semana, señor de Portorosa

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  24. Bueno, ETDN, yo no sé qué le pasará a ella, qué sentirá, pero en principio yo creo que son cosas muy distintas.
    Dentro del laberinto tumultuoso que pueden ser las relaciones padres-hijos (que también tienen sus cosas bonitas, ¿eh?), a mí me parece que el tema pareja (de los hijos) tiene mucho más que ver con los celos. O, dicho más suavemente, con el miedo de que tu hijo/a te cambie en el ranking de su amor por otro.

    Un beso. Me alegro de verte por aquí.

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