23.3.10

Donde me mordió aquel perro

Ayer de noche, al volver a casa, aparqué junto al portal por el que salió el "Che" y las ventanas a donde no me dio tiempo a subir. Me rompió el pantalón y el calzoncillo y me hizo sangre, aunque, como no paraban de repetir mi madre y mi tía, sólo me arañó, no llegó a morder.

Como vivo cerca, se lo he enseñado a mis hijos, que ahora al pasar por delante me preguntan "¿Fue aquí donde te mordió el perro?".

Y no es fácil, la vida; o yo la hago difícil, seguramente. Y tengo dudas, y lastres, y me arrepiento, y tengo miedo, que es lo peor de todo.

Pero sé que antes volver a los sitios y a las personas me entristecía, y que en cambio ahora, como ayer de noche, me reconforta, me alegra y me anima, porque me siento reconciliado con el que fui y con todos. Porque puedo volver contento.


25 comentarios:

  1. Es curioso como utilizamos el lenguaje. Al decir algo como “me he reconciliado con el que fui”, ¿qué carallo estamos diciendo? Estamos personificando nuestro yo pasado (como si fuera algo existente) y pretendemos que fue nuestro diálogo comprensivo - el de nuestro (presunto) yo actual con el fantasma del yo pasado - lo que ha cambiado nuestra manera de sentir las cosas. Cuando expresamos esa reconciliación, que queremos decir, ¿eramos dos mal avenidos y ahora somos dos, hermanados por la comunicación; o quizás ya solo somos uno, hecho y derecho?

    (¿o no somos ninguno? Perdona, Porto, lo intenté pero no pude evitar hacer el último comentario, aunque sea encerrado en un paréntesis. En realidad, no pude evitar hacer el comentario, desde el principio, je, je).

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  2. Y no será que se ha reconciliado con el que es?

    Salud!

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  3. En mi caso (y te perdono), éramos un yo presente que, confrontado con su imagen actual del yo de entonces, se sentía a disgusto, pues, para él (el de ahora), él (el de antes) se merecía más: pero se merecía más felicidad, no otra cosa.
    Básicamente, para mí se trata de ser el que crees que aquel niño quería ser. Que te sientas... ¿digno? de aquel niño que, real o no, recordado, inventado o deseado, crees haber sido.

    Pero claro, esto es (por si cabía alguna duda) una imagen. Con quien me he reconciliado, en realidad, como dice el anónimo, es conmigo, con quien soy ahora.

    Un abrazo.

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  4. Como soy torpe mental, me hice un lío: entendí que todo, el aparcamiento, la mordida del perro, el comentario de las señoras, la explicación a los hijos, todo ocurrió anoche, como en esas pelis USA llenas de acontecimientos en pocas horas.

    ¿Por qué tener miedo es lo peor de todo? Es lo más normal, sólo un idiota que no sea consciente de sus limitaciones no tiene miedo.

    Perfecto el final, ojalá algún día yo llegue a ello.

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  5. No, nada ocurrió anoche, salvo el aparcar. Todo lo demás sucedió hace muchos años, y últimamente (pero no ayer) se lo he contado a mis hijos.

    Ser consciente de las propias limitaciones no supone tener miedo, creo yo. Pero, en cualquier caso, lo que pretendía decir es que el miedo es lo más perjudicial, lo que más daño hace.

    Suerte.

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  6. Entiendo tu metáfora y paso a explicar la mía.

    La satisfacción de sentirnos abiertos, relajados y satisfechos en el mundo, con los mismos ingredientes (o casi: “la imagen actual del yo de entonces”) que antaño nos provocaban malestar, tristeza y resentimiento, la podemos concebir como el fruto de una nueva manera de elaborar (o cocinar) la experiencia.

    Los nuevos platos sientan mejor, gracias a la consciencia que vamos adquiriendo al saborear los ingredientes (proceso también conocido popularmente por psico-análisis) y decidir sobre su idoneidad para constituir (después de analizar, toca sintetizar) nuestra experiencia.

    El perro que no mordió pero humilló, está ahora en un bote de especies, dispuesto para que lo utilicemos en un relato, como ingrediente idóneo para cocinar la experiencia de un personaje que ya no soy somos.

    ¿Y que somos entonces? Tal como lo veo, no somos un cocinero experto que prepara mejores platos que el cocinerito de antaño. En realidad no somos más que un plato, mas o menos sabroso, gracias al Arte de Cocinar.

    (pregunta: ¿nos acabaremos volviendo locos (o quizás ya lo estamos) con tanta subordinación de frases?; ¿realmente entenderán la mayoría de las personas normales estos enrevesamientos?)

    Un abrazo

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  7. ¡¿Los entenderé yo?!

    ¿A ti te queda claro que mi problema era con mi presente, no con mi pasado?

    Es cierto que el recuerdo del perro, desagradable por otras cosas (la humillación la sentí siempre procedente de quienes estaban conmigo, y no del can), se ha convertido en motivo de sonrisa sincera gracias a pasarlo por el filtro de mis hijos. Pero no me refería a eso, sino a que los recuerdos (especialmente los buenos) ya no me desazonan. Que puedo volver a ellos contento.

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  8. Claro que entiendo que el problema es con el presente, y precisamente por esa razón, me animé a utilizar la metáfora de la cocina. La elaboración del plato es la experiencia del presente. Cuando en un presente, situado antaño, se elaboraba la experiencia del perro, eras un plato triste. Ahora, en el presente de hogano, eres un plato alegre y animado.

    Y posiblemente, esa tranformación de la experiencia (en los diferentes presentes) se deba al saboreo del ingrediente "perro-humillación" (y otros ingredientes) y su utilización más afinada, para ser el pedazo de plato que eres. (Y vamos a parar de echarte flores no vayas a empezar a subir como el globo de Betanzos). Risas

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  9. Tu fuerte es la "ternura", sigue escribiendo asi, que tus emociones se transforman en palabras y es como si uno estuviese alli viendo como aquel "palleiro" te mordia...

    Eres un pedazo de cielo, tus escritos dejan entrever un hombre sensible, que busca respuestas, que algunas veces las tienes en tus narices, pero sus lagrimas no le dejan ver... entiendes lo que te quiero decir?

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  10. A mí (bueno, a los distintos y a la vez mismos yoes que han existido y existen en mi mismidad, ejem) me han mordido dos perros en mi vida. Uno cuando cuando tenía ocho o nueve años, en una calle de Zaragoza, era un ejemplar bastante granda, se lanzó a mi rodilla y me dio un mordisco relativamente grave, me tuvieron que curar y vacunarme en varias dosis. El segundo fue en mi pueblo, años más tarde, durante las vacaciones de verano, esta vez fue un perrito diminuto, apenas noté sus colmillos en el tobillo le di una patada (instintivamente) y lo lancé más allá de la estratosfera. Su cuerpo congelado orbita desde entonces alrededor del planeta, cruzándose de vez en cuando con satélites y tornillos.

    Un abrazo :-)

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  11. “a los distintos y a la vez mismos yoes que han existido y existen en mi mismidad”. Si me permites Jesús, adopto esta expresión tuya para resaltar como el sentido común es construido contradicciendo las leyes de la lógica. Curioso, ¿no?

    Ya sé, podemos decir: son distintos porque aparecen en momentos distintos y son iguales porque es el mismo yo que permanece. Pero ese razonamiento, que es de sentido común, es completamente ilógico. ¿Cómo puede permanecer igual, algo que es distinto de sí mismo? Etc, etc.

    Pero al fin y al cabo, que más dá determinar si el chucho pequeño que te mordió es el mismo chucho(o no)que el que vaga congelado, entre tornillos y satélites, por el silencioso cosmos (sin ladridos, o así lo imagino yo).

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  12. ...Y, entonces, ¿Portorosa le tiene miedo a los perros?. Eso me pregunto yo.

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  13. A mí me mordió mi propio perro cuando (yo) tenía unos 12 años.

    Dormía placidamente (él) al pie de las escaleras y yo, jugando con mi hermano pequeño, lo pisé con todas mis fuerzas al confundirlo con un escalón.

    Era un pastor alemán enorme. Recuerdo sus ojos sorprendidos y asustados al reconocer mis gritos mientras me mordía.

    Era muy bueno. Se murió de viejecito, el pobre.

    Salud!

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  14. Con respecto a los yoes: creo que solo existe un yo, el de este instante, porque solo existe un tiempo: este instante.

    Peeeeroooo, no somos peces con memoria de pez que nos enfrentemenos al instante como idiotas que no saben nada. La observación cambia lo observado. Y todo lo que hemos ido observando cambia lo observado, que es el yo. Incluso las anticipaciones de miedo, deseo, esperanza... hacia el futuro, cambian el sujeto de observación: o sea, yo.

    Y bien recordando fielmente un punto pasado de la observación (y añadiéndole lo que hemos ido aprendiendo de la observación), o bien mintiendo como bellacos con respecto a una realidad supuestamente fija y dura, porque la hemos ido reelaborando, tenemos el derecho a sacar una foto fija de ese yo, que siendo este yo, parece congelado en otro tiempo.

    Con respecto a los mordiscos. Tuve uno de mi propio perro, un fiero pastor belga de capa negra, cuando se lanzó a morder a alguien y en el aire le puse la mano por delante y me brotó un chorro de angre de aquí te espero (aun tengo la cicatriz). Me quité la zapatilla y le di, la única vez que lo hice, porque aunque hubiera sido una casualidad, con ese perro había que dejar las cosas claras.

    Más atrás en el tiempo, cuando era yo un chuleras de 16 años, iba andando por una acera y vi que había un grupo de perros vagabundos con una perra en celo. No me pareció digno apartarme y seguí mi camino. Al pasar junto a ellos, en un instante tenía los pantalones rotos y las piernas ensangrentadas. como la Casa de Socorro estaba al lado, fui allí a que me curaran y tenía seis bocados (¿me mordieron seis o alguno de ellos tuvo tiempo a repetir?).

    Lo peor es que en la Casa de Socorro dieron parte y me obligaron a someterme durante 20 días a una antirrábica por la mañana y otra por la tarde. De esas que te ponen en la barriga. Por la tarde era estupendo, porque solo acudíamos a Sanidad las putas y yo. Y tras la vergüenza de los dos primeros días, me hice amigo de ellas.

    Como consecuencia, me entró pánico a los perros y durante unos meses si veía un caniche en una acera me cambiaba a la otra.

    Por suerte, se me pasó. Ahora, si no entro en el territorio que tienen que defender, no me dan miedo.

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  15. Uf...yo les tengo terror a los perros, hoy mismo he vuelto a discutir con mi vecino por soltar el suyo por la urbanización.
    Yo no estaba aquel día pero según recuerdo había sido un buen mordisco!

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  16. Hombre Nán, claro que tenemos derecho a “sacar unha foto fija de ese yo”, faltaría más. Y cuando lo hacemos producimos unas metáforas específicas para explicarnos lo que acontece. Y si convenimos en disolver ese yo, nos surgen otras metáforas diferentes que nos lo explican de otro modo.

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  17. Creo que más o menos es lo que dije o quise decir. Conforme vamos observando vamos cambiando no solo nosotros, sino también lo observado. Y esas acumulaciones, reordenaciones, cambios, producen el yo de este instante, que icnluye a los de todos los instantes pasados.

    Me parece que estamos de acuerdo. Cambiamos nosotros y nos cambiamos a nosotros.

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  18. Sí que es lo mismo. Tan solo remarcar que el yo de este instante, incluye a los de los instantes pasados, disólviéndolos en la nueva reordenación.

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  19. Buon giorno.

    No le tengo miedo a los perros. Solo a los asesinos (perros o no).

    De plato triste, los ingredientes combinaban mal, incluso los buenos, y el resultado era triste. Ahora incluso los malos aportan algo, creo yo.

    Portorosa marinado sobre lecho de hierba verde.

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  20. De pequño les tenía miedo a los perros. Y, aparentemente, no recuerdo ningún trauma o experiencia previa que desencadenase ese temor. La historia más recurrente que recuerdo con un perro de por medio se remonta a los veranos de mi infancia en Vicedo, el “paraíso de Portorosa”. A unos cien metros de mi casa había otra en la que habitaba un inmenso pastor alemán que ladraba y se agitaba como un poseso cuando pasabas por delante de casa. Si volvía a casa caminando, directamente daba un rodeo por otro sitio para evitar la situación. Si volvía en bicicleta, que eran la mayoría de las veces, desde metros antes de pasar a la altura de “Villa Mercedes”, que así se llamaba y se llama la casa, comenzaba a pedalear como una bestia, imprimiendo a los pedales toda la descomunal fuerza que cabe en un niño de diez o doce años. El caso es que la casa casi siempre tenía la puerta de entrada a la finca cerrada, así que el perro no tenía posibilidad de salir. En las ocasiones en que la puerta estaba abierta, el perro estaba atado. En cualquiera de los dos casos, el perro (me) acojonaba igualmente. En una ocasión no se cumplió ninguno de los dos supuestos anteriores. Así que, al pasar frente a la casa, el perro salió de la finca y empezó a correr detrás de mí y mi bicicleta con la intención, como mínimo, de devorarme. Mis prestaciones sobre los pedales debieron ser sobrenaturales, porque un niño de unos diez años sobre una de aquellas antediluvianas bicicletas de paseo superó en velocidad al perro y llegué antes que él a mi casa sano y salvo. Ciertamente, el nombre del perro ya le imprimía carácter: “LEÓN”.


    (¿Os lo podéis creer?. Esta es la palabra que se me pide de verificación: UNDOG).

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  21. Increíble, lo que sabe al "palabreador". Tenías razón, para el miedo. A mí, cuando están en un territorio que defienden, sí me lo dan. Es el momento en que son peligrosos, porque han sido criados para eso.

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  22. ¡Increíble lo de la palabra, la verdad!

    Me acuerdo de aquel perro. Ahora tienen dos, uno pequeño y otro grandullón, ¿no?

    Me parece muy bien contada, la anécdota.

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  23. Bueno, es posible que ahora tengan dos, aunque yo sólo reparo en uno del que desconozco la raza (que yo es que las razas las desconozco prácticamente todas) y que también ladra al paso por delante de la casa. Pero, vamos, nada comparado con la fiereza del aquel "León".

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  24. Me ha parecido tan esquisito el marinado que me han entrado ganas de reivindicarme.

    Salmón de taliesín con helechos reales del cauce del Eume

    (Por favor, no encontrar motivaciones políticas en esta identidad. No las hay.)

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  25. Lo importante es tener a dónde volver. Volver es secundario, si no existe ya el lugar.

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