24.2.10

Consciencia e inconsciencia en La 2

Despierto.

Los polluelos de albatros, ave tan poética ella, están aprendiendo a volar, y el tiburón tigre está al acecho, aleta a la vista como solo un tiburón, tan cinematográfico él, sabe, por si fallan. Uno de los pequeños caídos aletea frenéticamente y golpea con su pico al escualo en los ojos, en la boca, en las filas de dientes terribles que tratan de atraparlo. Los animales nunca se rinden, no pueden, no piensan lo suficiente. Y este, a diferencia de alguno de sus primos, en el último momento consigue levantar el vuelo, su primer vuelo, que le salva la vida.

Una tortuga recién nacida se arrastra por la arena como un juguete de cuerda para la bañera, hacia el mar. En la siguiente imagen un cangrejo que la duplica en tamaño la tiene levantada en el aire, cogida con una pinza, mientras con la otra da la impresión de estar empezando a arrancarle trozos. Ella se retuerce boca arriba, y aunque en general no sea un ser que destaque precisamente por desbordar actividad y alegría, comparada con el cangrejo, que a duras penas merece el calificativo de animal, parece llamada a las más altas empresas artísticas e intelectuales, y capaz de protagonizar las más tiernas relaciones de amor. Y la diferencia entre ella y la completa inconsciencia que le supongo al crustáceo, monstruoso, hace más cruel la escena. La crueldad de la absoluta falta de crueldad, de la indiferencia animal.

Me duermo.

22.2.10

Él, siempre él

1.
El hombre no tenía un buen día. Pero al menos sabía por qué, no como tantas otras veces.

Claro que ese porqué no era suficiente. Sabía que esos motivos no justificaban esas reacciones, que en realidad no eran más que señales, indicadores que ponían de manifiesto un problema más profundo. Pequeñas crisis que desencadenaban otras crisis cuyas causas (las de verdad) estaban más abajo y eran (ellas sí) fundamentales.

A diferencia de hace años, cuando en situaciones así no veía nada, ahora era consciente de que el problema era él. O suyo, al menos. Que ciertos problemas externos son eso: heridas en nuestra piel por las que vemos nuestras fracturas internas. Y que lo que debería hacer sería entrar, descender y trabajar por arreglar la estructura. Tratar de poner bien lo importante. Lo bastante bien, al menos, para que los golpes superficiales no hiciesen tambalear el edificio.

Y piensa que a estas alturas todavía sigue así, como si aún estuviera aprendiendo a vivir. Y luego piensa que claro que está aprendiendo; hasta el final, aprendiendo; y se consuela. Y también piensa que es muy bueno buscando consuelo, excusas o justificaciones. Y que más le valdría no encontrarlas tan fácilmente.

Y piensa que ya está bien de usar la metáfora del edificio para hablar de la personalidad. Y luego piensa que es que esa imagen es muy apropiada y muy clara.

Y se cansa. Se cansa de él mismo. Le suele pasar, de vez en cuando se agota: él (sujeto) se (complemento directo, o como se llame ahora) agota (verbo transitivo; aquí, transitivo puro y duro). Y tiene ganas de olvidarse un poco de él, de descansar de él.


2.
Pero de repente está mejor, se anima y sonríe, el muy tonto.

Porque lo que le sucede es que, a pesar de todos sus miedos y crónica insatisfacción, en el fondo es un optimista oculto tras su supuesta melancolía y su gesto. Y lo es porque confía en si mismo, y eso le da una seguridad que lo sostiene y nunca le deja caer del todo.

Y confía es sí mismo porque en general se gusta y siempre se quiere.

Y se quiere porque lo han querido mucho y lo siguen queriendo. Y por eso el edificio (ya se me ocurrirá otra cosa la próxima vez) no se hunde.

Por el amor.


P.S.: Intenten que sus hijos se quieran.


3.
Y acaba preguntándose si eso de quererse no le hará perdonarse demasiadas cosas, ser demasiado benévolo consigo mismo y no hacer lo que debería.

Y vuelta a empezar.

Pero siempre él.


19.2.10

Sol

No tuvo el toque genial que le confería al caso de Alvy Singer su (o al menos así lo veo yo) trasfondo metafísico, pero a mí, cuando tenía ocho o nueve años, me pasó algo que se le pareció.

Mi (querido y añorado) tío, una noche en la que vino a cenar a nuestra casa, se sentó en mi cama y, no sé cómo, acabó explicándome que el Sol llevaba unos cinco mil millones de años funcionando tal y como lo conocemos, y que le quedaban otros tantos. Y que después se transformaría, dejaría de ser el que es, y la vida (aquí) se extinguiría y la Tierra dejaría de existir.

Ante su estupor, me puse a llorar, y todos sus razonamientos no conseguían consolarme.

12.2.10

Novosibirsk

Desde siempre, los sitios en los que hace mucho frío me atraen.

Y eso, junto con la idea de que debe de ser uno de los fines del mundo, hace que Siberia me atraiga.

Desde hace una temporada, cada noche, cuando me acuesto y allí empieza a amanecer, miro la temperatura en Novosibirsk. Esta semana hubo dos días que estaban a -39ºC.

Y me imagino soledad, inmensos espacios vacíos, naturaleza, silencio y una vida dura. Me imagino lo que quiero, porque jamás he estado allí. Y a pesar de que es la tercera ciudad de Rusia me imagino hasta cosacos y pastores mongoles de renos, todos mezclados. Y nieve, y gente en tiendas, y un viento helado.

Y me encanta hacerlo. Me acuesto pensando que vivo en un mundo entero.

10.2.10

Noé, la paloma y Dios

Mi hija Paula, ¡que este domingo cumple ya 7 años!, me pregunta a menudo cosas de religión: si Dios puede hacer esto, si es verdad que Dios lo otro, si Jesús, si la Virgen, si al morir la gente se va al cielo, etc. Tanto ella como Carlos van a clase de Religión, en el colegio. Yo preferiría que no fuesen, pero van.

Mi postura en este tema es darle siempre las dos versiones: la de los que creen y la de los que no. Si por ejemplo me pregunta si Dios lo sabe todo, le digo que para los que creen en él, sí; pero para los que no, no, claro, porque para ellos ni siquiera hay un dios.

Y cuando, al final, me pregunta mi opinión, si yo creo o no (y siempre, cada vez que surge el tema, acaba preguntándolo), se lo digo.

Cuando tenía tres años me preguntó por el alma e hice algo parecido. Primero le conté la versión espiritual y luego le expliqué la sinapsis neuronal.

[Es una broma...]

El otro día en clase les contaron la historia de la paloma de la paz.

- Noé la mandó a buscar una ramita de olivo...
- No, mujer, Noé no la mandó a buscar una ramita de olivo.
- ¿Cómo que no?
- No. La paloma volvió con una ramita de olivo porque en aquella zona hay muchos olivos, pero Noé no la mandó a buscar eso en concreto.
- Ah, ya decía yo, porque no sabía cómo iba a entender a Noé, la paloma.
- Es que la historia no es así. ¿Quieres que te la cuente yo?
- Sí.
- Pues mira, hubo... Bueno, según la Biblia, ¿eh?; porque esto es una cosa religiosa. Lo sabes, ¿no? Es algo que tiene que ver con la religión, con ser cristiano. Y los que creen en lo que dice la Biblia, la creen; y los que no, no.
- ¿Y tú te la crees?
- No.
- Vale.
- Pues según la Biblia hace mucho tiempo hubo un diluvio, porque... Bueno, porque Dios quería castigar al mundo.
- ¿Por qué?
- Pues porque se portaban mal, se supone. ¿Qué te parece? Tú fíjate: como se habían portado mal Dios los quería castigar a todos.
- ...
- ¡Y además los quería castigar matándolos!
- Oh.
- Menos a Noé y a su familia, a los que avisó. Y para eso mandó el diluvio.
- Oh, ¡¿pero Dios no era amor?!
- Sí, bueno...
- ¡Pues...!
- Ya. Y se supone que el diluvio iba a matar a todo el mundo, y destrozar las ciudades y todo; y se salvaban solo los del Arca: Noé y su familia, y los animales, que para eso recogió una pareja de cada. ¡Porque los animales también murieron todos, según la Biblia! Por eso no hay
icos, ahora...
- Ja, ja, ja.
- No, en serio, ¿a ti te parece que si uno cree en Dios...?
- Yo creo.
- Ya, ya lo sé. Bueno, pues, ¿a ti te parece...?
- ¿Y tú?
- Mmm... no, más bien no.
- ¿Y por qué?
- Pues porque tampoco hay nada que me haga creer.
- ...
- Bueno, ¿a ti te parece que si uno cree que Dios existe puede creer que Dios haga una cosa así, enviar un diluvio para matar a todos como castigo?
- No.
- Pues fíjate. Pero bueno, esto, y lo de la Biblia en general, se puede ver como algo que pasó de verdad, o como un libro de historias, como cuentos bonitos.
- ¡¿Bonitos?! ¡Pues a mí esto no me parece nada bonito!
- No, claro, este, mucho no.
- ¡Es que eso parece de un bestia, no de Dios...!


Etc., etc.: los cuervos, la paloma, los olivos y todo lo demás.


Yo ni quito ni pongo rey, ¿no?


8.2.10

Solo envoltorio

¿Cuántas relaciones de pareja se sostienen en lo que debería simplemente rodearlas?

¿En cuántas, si les quitásemos una a una las capas que las envuelven (casa, amigos, familias, organización, economía y, por supuesto, hijos), nos encontraríamos con que dentro no hay nada?

5.2.10

Chivo expiatorio

Chivos expiatorios cotidianos y de andar por casa hay varios.

Uno muy socorrido son los niños, los hijos pequeños, porque no se pueden defender. Miren a su alrededor, o a su lado, y verán cómo pagan los platos rotos.

El otro es nuestra pareja. Y me refiero tanto a la persona como, si uno es más sutil y matiza sus quejas, a la relación en sí misma.

Yo, que o me salto a la torera la pirámide de Maslow o es que aún voy por la mitad, creo que pocas cosas hay más determinantes en nuestra satisfacción personal que la vida sentimental. Y que pocas cosas hay tan importantes en la vida sentimental, obviamente, como la pareja.

Creo que puede compensarlo practicamente todo; que es capaz de elevarnos por encima de casi cualquier problema o de lastrarnos y arrastrarnos a un pozo de desánimo y tristeza del que pocas cosas nos pueden sacar. Y entre esos dos extremos, una multitud de estados intermedios.

Creo que en cómo abre uno la puerta de casa al volver cada día del trabajo nada influye tanto como la persona que lo espera (bueno, o a la que espera, si llega uno temprano), que es sobre todo ella la que consigue que lo hagamos con alegría. Que el grado de ilusión diaria y sostenida tan difícil de mantener y que marca la diferencia entre vivir y sobrevivir, depende muchísimo de lo contentos que estemos con ese alguien.


Pero a pesar de todo esto, o tal vez a causa de todo esto, en mi opinión la pareja soporta muchas cargas que no le corresponden. Y su propia importancia y permanente disponibilidad la convierten en la primera sospechosa, en la culpable perfecta. Así acabamos antes.

Con la consiguiente injusticia. Con el consiguiente daño.

Odio la economía

[Era lo único que no variaba nunca en mi niñez, ante la recurrente pregunta de qué iba a ser de mayor: "...en nada que tenga que ver con el dinero". Y no lo cumplí, maldita sea.]

¿Será cierto, como dice Rociolat en su blog, que en España es más fácil despedir a la gente que bajar los sueldos?

Y, en caso afirmativo, ¿qué significa?

Dicho de otro modo: ¿para quién trabajan los sindicatos?, ¿quiénes -qué tipo de trabajadores- los sostienen, y a quiénes, por tanto, se deben?

O, todavía más: ¿hay, incluso dentro de la clase trabajadora, dos clases, una de las cuales es la que vale para poner o quitar, para tapar rotos y descosidos, se maneja como a uno le venga en gana, mientras a la otra se (le hace creer que se) la mima?

Y, ya que estamos, ¿para cuándo el voto inmigrante, aquí y en todos lados?

Todo eso, mirando solo hacia la parte baja de la tabla. Por arriba me pierdo aun más.

Odio la economía. No pienso volver a hablar de ella.

3.2.10

Camino

Una razón más para venir, o para ir, es tener que cruzar esto, y poder así imaginar que vivimos de nuevo en sitios, en geografías, en un mundo físico.