El faro del castillo de San Sebastián, desde la Caleta
Cádiz es una maravilla, qué quieren que les diga.
Décadas de crisis (que sigue), años de dejadez, hicieron que la ciudad, muy lejos de su esplendoroso pasado, no sólo adquiriese un aire decadente sino que llegase a convertirse en un sitio sucio y de aspecto pobre que ponía difícil el amor a primera vista.
Y eso explica, supongo, que Cádiz siga sin tener la fama de ciudad bonita que, entre las capitales españolas, le correspondería. Pero ahora que está limpia, que está cuidada y que lleva años haciendo un gran esfuerzo en rehabilitación, se ve hasta qué punto lo es.
Desde la Torre Tavira
El Cádiz antiguo, de Puerta de Tierra para dentro (o para fuera, vamos, hacia el mar), está formada por varios barrios muy diferentes entre sí, humildes unos y testimonio de la riqueza del XVIII otros, por cuyas calles rectas, estrechas y larguísimas se puede vagar durante horas, o días, sin encontrarse nada que rompa el encanto (ventajas de esa crisis económica), flanqueado por edificios maravillosos, y desembocando casi por sorpresa en alamedas y plazas acogedoras que parecen de otra época y otras latitudes y viendo siempre, al fondo, el mar, verde, y su luz.
Pero es que Cádiz (la ciudad,
Cai Cai) tiene, además, una enorme personalidad, que le dan su historia y los gaditanos, que, aunque sea un tópico, es verdad que son especiales.
Nuestros sueños no caben en sus urnas/Ná, to es cuestión de doblarlos bien
Fíjense si me gusta, que un gallego apegado a sus raíces como yo a veces ha pensado que no le importaría ser de Cádiz.