Tontería ant(rop)ológica
Qué cantidad de horas al día dedicamos a tareas que preferiríamos no hacer (y sin embargo hacemos, no como el personaje literario más citado de la blogosfera).
Esta frase no la dirían ni un chino medio ni ninguno de mis abuelos.
Un pensamiento tan normal es (o al menos eso digo yo sin saber a quién encomendarme) propio y exclusivo de las sociedades desarrolladas, en las que la vida ya no se concibe como una lucha por sobrevivir sino por la felicidad; o, expresado más modestamente, por la satisfacción.
Aquí todavía estamos dando el salto, o acabando de darlo. Sólo las generaciones mayores, a quienes las guerras (la nuestra y las de Europa) hicieron poner de nuevo los pies en la tierra, tienden a ver el sacrificio como algo normal e inevitable. Las nuestras ya no están dispuestas a no llevarse nada más de todo esto. Y las siguientes, las más jóvenes, menos aun.
Eso tiene un precio, por supuesto. Pero siempre lo ha tenido. Tampoco en las legiones romanas había, al final, un solo romano. También allí tuvieron que llegar los bárbaros a hacer el trabajo sucio.
Esto de la decadencia y el desarrollo, de todas formas, me parece algo de lo más cuestionable y relativo. Todo depende de qué midamos, o desde qué distancia. ¿Una sociedad civilizada según ciertos baremos es decadente a la luz de otros? ¿Los individuos más avanzados, más formados, conforman sociedades decadentes? ¿Es la decadencia consecuencia lógica e inevitable del desarrollo, o es en cierto modo lo mismo?
Ya que hablamos del tema, aprovecho para citar a Clemenceau. Ni entro ni salgo en el fondo de la afirmación (francés tenía que ser), pero en cualquier caso la frase me parece genial:
Los Estados Unidos son la única nación que ha pasado de una etapa de barbarie a la de decadencia sin el, en otros casos, habitual período de civilización.
Gracias al ejército y al sacrificio de esa civilización decadente y sin civilizar, los compatriotas de Ms. Clemenceau se vieron liberados de la barbarie nazi y pudieron volver a darnos lecciones de grandeur y chauvinismo.
ResponderEliminarYa me temía yo que la cita llevara los comentarios por ese tema concreto. Y no quería.
ResponderEliminarDe todas formas, lo que dices no se contradice (tampoco lo pretenderías, seguramente) con lo que yo me pregunto; ni, en realidad, con lo que dice Clemenceau. ¿Qué pensarían de Atenas los espartanos, y viceversa?
Un beso, T.
No, no pretendía contradecir tu entrada pero la cita de Clemenceau me parece que revela tal grado de estupidez que, perdona, pero dan ganas de recordarle, si fuese posible hacerlo con un muerto, otra de sus sentencias más célebres: 'Todos los cementerios del mundo están llenos de gente que se consideraba imprescindible.'
ResponderEliminarY en cuanto al tema de tu entrada pues que quieres que te diga, para los americanos, los europeos somos unos tipos enfermos de decadencia y yo, en parte, les doy la razón. ¿Decadencia unida a progreso? No, no lo creo, para mí, la decadencia va unida a la pérdida de principios y valores y no tiene nada que ver con progresar o no.
Entendido lo de Clemenceau.
ResponderEliminar¿Qué valores y qué principios? ¿El sacrificio por una causa como, por ejemplo, la patria, es un valor o no? ¿Una actitud dispuesta al sacrificio es estoicamente virtuosa o corta de miras?
Repito, que me parece un buen ejemplo: ¿eran para los espartanos los atenienses unos enfermos sin valores ni principios?
¡Lo de los principios y los valores es tan discutible, querida T!
A mí sí me parece que nuestra querida sociedad occidental está en decadencia. Para mí, el baremo para medir la decadencia de una civilización es si se aleja de la muerte o se acerca a ella; y creo que hemos empezado el camino de la disolución.
ResponderEliminarQuizá esa aversión al mínimo sacrificio sea, como me parece que señalas, un signo de esa decadencia: o la sociedad nos obliga a tareas inútiles y sin sentido, o somos nosotros los que no somos capaces ya de encontrárselo.
Un abrazo, Porto.
Malambruno... ¡estás!
ResponderEliminarLo que, llanamente, quiero decir, es que hay una serie de actitudes individuales (básicamente relacionadas con la supeditación del individuo a la sociedad: el espíritu de sacrifico, la convicción de que lo más importante es trabajar, la disciplina, etc.) necesarias e incluso imprescindibles para que una sociedad se desarrolle y avance (y no sólo materialmente), y que esas actitudes, cuando aquélla está lo suficientemente desarrollada como para proporcionar a sus miembros la formación, el tiempo y la disposición para plantearse otros problemas, para pensar más en ellos, en su vida (para dedicarse al arte y la filosofía, y para pensar en disfrutar), esas actitudes, decía, en gran parte desaparecen.
Por eso relaciono el desarrollo personal con el abandono de ciertas consignas que a la sociedad, previamente, le habían venido muy bien.
La última Roma "romana", Atenas, o cualquier gran civilización en su última etapa de esplendor me parecen buenos ejemplos.
Y esa transformación, al parecer inevitable, no sé si es buena o mala. La sociedad entra en decadencia, sí, supongo, pero porque el individuo ha alcanzado otro nivel superior, en el que las metas son otras. ¿Es eso bueno o malo?
Un abrazo.
Perdón, que sólo he hablado de mí: estoy totalmente de acuerdo con tu comentario; lo que no sé, repito, es como juzgar esa evolución.
ResponderEliminarUn abrazo.
+Un cordial saludo, Portorosa, parece que mi salud me va a permitir, por fin, reanudar mi actividad bloguera y persistir en ella, así que aquí estoy de nuevo después de tanto tiempo.
ResponderEliminarEn mi opinión y más allá de las citas de Clemençeau, lo de EEUU ya no sólo es barbarie, decadencia, estupidez, surrealismo, colmo del absurdo etc. Lo de la administración Bush ha pasado a ser incalificable. Lo último: El Tribunal Supremo estudia en estos días -no ya la inconstitucionalidad de la pena capital aceptada y ejercida en 38 estados- la ilegalidad e oinconstitucionalidad de la inyección letal. Por lo visto, los reos "tienen derecho a a una muerte rápida"... Lo del derecho fundamental a la vida, ya es otra cosa.
Hasta pronto, amigos, y a seguir bien. Por cierto, ¿ha echado a nadar ya tu hijito, Portorosa? Un abrazo a todos.
Hannah, cuánto tiempo; me alegro mucho de verte. No sabía que te pasase algo, pero en cualquier caso celebro que estés mejor.
ResponderEliminar¿A nadar o a andar? No a lo primero, sí a lo de andar, hace ya un par de meses.
Estoy de acuerdo en la opinión que te merece el gobierno actual de EE.UU., pero no creo (y ya sé lo de la democracia, la representatividad, lo de que cada uno tiene lo que se merece, etc.) que debamos juzgar por ellos toda una sociedad.
Un beso.
Bueno.Si leemos Decadencia y caída del imperio romano de Gibbon,repasamos todas las revoluciones hasta llegar a las nuestras;pequeñas revoluciones domésticas,comprobamos que el mundo ha cambiado pero nosotros no.Todas las épocas han tenido el sentimiento de la decadencia,porque,a dedir verdad,nuestra especie no dá para más.Nunca he creído en las grandes revoluciones,soy más del paso a paso,pero aún y así...
ResponderEliminarUn abrazo.
Creo que estoy de acuerdo con tu comentario. Quizá el propio desarrollo de la sociedad lleve al abandono de las virtudes que lo han propiciado.
ResponderEliminarNo sé si estoy de acuerdo con Francisco Machuca en que en todas las épocas los hombres han tenido el sentimiento de la decadencia de su mundo [en la época dorada de la izquierda, por ejemplo, su fe en el progreso inexorable era firme como la roca y se extendió a toda la sociedad], pero leí hace poco la obra de Gibbon y las analogías me pareciron tales que desde entonces soy incapaz de ver nuestro mundo de otra forma que la de un imperio que se descompone.
(En realidad casi que no estoy o que estoy muy poquito; pero ya sabes que vivimos en la misma ciudad)
No es una tontería antropológica tu reflexión... A mí me ha obligado a pensar detenidamente en ella. Y eso la convierte en valiosa. No me siento capaz de añadir nada nuevo a lo dicho, tan sólo que en todas las épocas se han planteado cuestiones parecidas. Y las sociedades han ido quemando etapas y evolucionando, haciendo aparecer nuevas preocupaciones.
ResponderEliminarEstimado Portorosa, he leído con interés el texto que nos expone y me ha venido a la memoria aquella frase que ya cantó Horacio: “Aetas parentorum peior avis tulio nos nequiores, mox daturus progeniem vitiosorem” (Nuestros padres, peores que nuestros abuelos, nos engendraron a nosotros aún más depravados, y nosotros daremos una progenie todavía más incapaz) (Odas. Libro III, 6). O aquella otra de Jorge Manrique: “Cualquier tiempo pasado fue mejor”.
ResponderEliminarEn "La rebelión de las masas", Ortega expone que el tiempo vital, lo que cada generación llama “nuestro tiempo”, tiene siempre cierta altitud, se eleva hoy sobre ayer, o se mantiene a la par, o cae por debajo. La imagen de caer, ligada a la decadencia, procede de esta intuición. Cada cual siente la relación en que su vida propia se encuentra con la altura del tiempo donde transcurre. Hay quien se siente en su existencia como un náufrago que no logra salir a flote porque la velocidad del tempo en que hoy se desarrollan las cosas, el ímpetu y la energía con que se hace todo, le angustian y esta angustia mide el desnivel entre la altura de su pulso y la altura de su época. Por otra parte, el que vive con plenitud y a gusto las formas del presente, tiene conciencia de la relación entre la altura de nuestro tiempo y la altura de las diversas edades pasadas. Son los historiadores, los literatos y los filósofos, los que nos traen a la memoria los tiempos pretéritos y con ellos los modos de vivir y cómo se entendía la existencia con los demás.
No comparto la expresión de Manrique, por tanto, porque ni todas las civilizaciones se han sentido inferiores a otras pasadas, ni todas se han creído superiores a cuantas fueron y recuerdan. Cada época histórica manifiesta una sensación diferente ante este fenómeno. En los cuños de las monedas de Adriano se pueden leer cosas como “Italia Felix”, “Saeculum aureum”, “Tellus stabilita”, “Temporum felicitas”. El mundo de Newton era infinito, pero esta infinitud no era un tamaño sino una utopía abstracta. El mundo de Eisntein es finito, pero lleno y concreto en todas sus partes, por lo tanto más rico de cosas y también de mayor tamaño. Yo no cambio los tiempos de Adriano ni los de Newton por el modus vivendi actual. Somos lo que somos porque los que nos precedieron han hecho que estemos aquí. Y nosotros haremos lo mismo con las generaciones futuras. Ayer tuve la oportunidad de debatir con un catedrático de Historia sobre esto, historia, y sin llegar a ninguna conclusión los dos convenimos que la civilización occidental no está en decadencia, aunque sí en crisis, especialmente en Europa donde no hay ningún Estado-nación que no tenga problemas territoriales.
Y si está en crisis nuestra civilización es porque, en parte, se ha desentendido de otras edades al no reconocer épocas clásicas y normativas. Hablamos del papel de Europa en el mundo (especialmente de Alemania, Inglaterra y Francia), de los Estados Unidos (curiosa definición de un país, único en el orbe que no tiene nombre), de Rusia (peligrosamente mirando hacia el pasado más reciente) y de las potencias emergentes, China e India. Y los dos nos preguntamos que pasará dentro de cincuenta años si se desmorona occidente y acabamos todos en la órbita de la cultura china. Sólo imaginar lo que eso puede suponer, con su confucionismo a flor de piel, con su comida, con sus leyes autoritarias e injustas, su falta de libertad y con su estajanovismo feroz que roza la esclavitud, nos puso los pelos como escarpias. Los dos concluimos, esta vez sí, que no nos queda otra salida, a los europeos al menos, que cargar las pilas y defender todos, mayores y jóvenes, una cultura milenaria, tan antigua como la china o la india, pero con los valores de pensamiento y de libertad que nos han legado las generaciones pretéritas y que están fundadas en la filosofía, en el derecho y en la moral, tres pilares que nos han permitido llegar hasta nuestro tiempo, aunque en estos tiempos nos sintamos perdidos en la propia abundancia.
Hoy, que todo es posible o al menos así nos lo parece, tememos también lo peor: el retroceso, la barbarie, la decadencia. En sí mismo esto no es malo. Al menos somos conscientes de ello y esto es lo que nos debe mantener alerta.
Suyo, E.
El problema de la decadencia reside en que nunca sabemos cuando comienza. La sociedad decadente nunca se cree que lo es hasta que perece, otra cosa es que nos guste martirizarnos con ello, decir que lo somos, etc. pero no nos lo creemos.
ResponderEliminarClemenceau, desde mi punto de vista, era un necio; lo que tampoco es de extrañar. Según muchos franceses, su mejor presidente del siglo XX fue Mitterrand. Con eso creo que está todo dicho, ni falta que hace recordar quien fue ese tipo y las payasadas que hizo incluso hasta el día anterior a su muerte.
Clemenceau dijo esa frase en unos tiempos en que los EEUU estaban en absoluto crecimiento, tanto cultural como socialmente, sus universidades comenzaban a ser famosas, a partir de la segunda guerra mundial se crearon los centros universitarios públicos más grandes y buenos del mundo. A partir de la primera hubo una invasión de inmigrantes de todas las razas y culturas... ¡y fueron absorbidos!
Inventores, escritores, cineastas, pintores, científicos... ¿A eso se le puede llamar decadencia?
Hablamos que nuestra civilización, la occidental, está en decadencia. Miramos perplejos los avances tecnológicos y humanos de la China, también el despotismo de su gobierno; tememos a los chinos y no nos damos cuenta que en realidad es nuestra civilización la que se ha introducido en la suya, contaminándola, infectándola irremisiblemente. También vemos como un desviacionismo se ha disipado casi sin dejar marca: el comunismo, que así y todo aun no ha dicho su última palabra. Dentro de mil años, de la revolución bolchevique casi ni se hablará. Tal vez se hará de otra cosa parecida, de un nuevo orden social, pero de aquel nada de nada.
Incluso vemos como la civilización hindú, que los británicos no consiguieron doblegar, se desmorona como un castillo de naipes y se adapta a la nuestra por obra y gracia de la revolución de la comunicación. Y es allí donde debemos fijar nuestra mirada, porque las desigualdades sociales son tan gigantescas y hay tanta gente que el estallido social está asegurado.
Los EEUU son una pequeña parte de nuestra civilización "decadente", una civilización que se denomina "helénica".
¿Es eso decadencia?
Los EEUU se empobrecerán, serán una sombra de lo que fueron, sus universidades ya solo producen niños-de-papa-rico incultos en comparación a las europeas, chinas o rusas. Su ultraliberal economía se asfixia por sí misma, y solo se mal mantiene porque a los grandes productores mundiales les conviene. Un país fuerte deja de serlo cuando depende de los demás. Pero eso no es el fin de nuestra cultura o civilización, como tampoco la de un gigante que ha hecho que millones de individuos diferentes se sientan norteamericanos.
¿Y nosotros?
¿Divididos?
En Europa existen muchos problemas de identidad fronteriza, pero siempre dentro de un territorio llamado Europa, todos queremos ser europeos. Tenemos ansias de conservar nuestras pequeñas identidades pero sin abandonar la más importante: la europea.