26.7.05

Arrogancia, presunción, envanecimiento.

Ya no sé si lo leí de algún clásico, si lo vi en las citas del Muy interesante, o si lo decían en la película de Al Pacino en la que él es el diablo y dirige una agencia de abogados en la que entra su -finalmente- hijo, Keanu Reeves; la cuestión era que se sostenía que, mientras que hay individuos que por personalidad, formación o fortaleza de carácter son capaces de mostrarse invulnerables a las críticas, aun a las más despiadadas, nadie es insensible al elogio.
Y la verdad es que a mí me parece cierto. O, como mínimo, que es infinitamente más difícil sustraerse a las alabanzas que a las críticas, si es que esto es posible.



Fue Ferlosio quien me hizo pensar en escribir sobre la vanidad, que, aunque no es lo mismo que la debilidad ante el elogio, tiene bastante que ver. Parece ser que en el acto de apertura de una exposición en Roma sobre su obra, él se sentó entre el público como uno más (tercera fila, más concretamente), y no intervino, a pesar de que, de haber querido, por descontado hubiese tenido un más que justificado (sobre todo relativamente) hueco entre los oradores, para alegría además de organizadores y espectadores. Al parecer, la inaudita razón por la que permaneció callado fue que no tenía nada que decir.



Creo que la vanidad es tremendamente triste, y en mi opinión siempre va unidad a la soledad y a cierto sentimiento de indefensión, de desamparo, de falta de referencias sólidas.
No creo que todo el mundo sea vanidoso, pero sí, que es algo mucho más extendido de lo que parece.
La vanidad, aun teniendo una faceta íntima y oculta, es un sentimiento relacionado con nuestra idea de la imagen que de nosotros tienen los demás; es un sentimiento que surge del reconocimiento de nuestra (pretendida) valía, y que a la vez lo busca. Es, por tanto, eminentemente social.
La vanidad puede adquirir multitud de expresiones, tan numerosas y variadas como nosotros mismos, tantas como los motivos por los que querríamos ser valorados: reconocimiento intelectual, atracción física, respeto social, dignidad del cargo, temor hacia el poder, envidia por el dinero, e incluso admiración por nuestras virtudes morales.

No es necesario dar ejemplos de vanidades insufribles, ni relacionar casos de arrogantes y presumidos; son demasiado frecuentes como para que no los tengamos todos bastante claros. Sin embargo, me resulta más interesante el hecho de que actitudes y comportamientos buenos en sí mismos puedan estar motivados por la vanidad; pues creo que esa circunstancia, aun en los casos en que el resultado es el mismo e igual de deseable (y aun pensando, como pienso, que en muchos casos la vanidad actúa sin que se sepa, pues el vanidoso lo puede ser inconscientemente), les resta mérito.
Así, y sin caer en los casos claros de chulería y derivados, se me ocurre la falsa modestia que busca la palabra de alabanza, y -un ejemplo chocante donde los haya- las buenas acciones materialmente generosas pero que proporcionan la egoísta satisfacción de saberse bien considerado y permiten recibir un agradecimiento que buscábamos.


Y, hablando ya de mí: yo soy un vanidoso del tipo intelectual, pues me gusta que la gente me considere inteligente; culto también (por cierto, lo del Muy interesante era una broma), pero sobre todo inteligente. Tengo otras vanidades que de vez en cuando alimento, pero ésa es con diferencia la principal.


Mi vanidad es como mínimo parte de la causa de:

- una sutil pose de falsa modestia alguna vez denunciada aquí por lectores perspicaces (¡un alto!: eso no quiere decir que mi poca autoestima no sea en general sincera),

- comportamientos snobs que salpican mi día a día,

- mi insatisfacción en un trabajo que no me hace sentir realizado (¿o diré reconocido?) intelectualmente,

- mi pretensión de escribir, y

- que escriba este blog.


Y un ejemplo de buena acción adulterada por la vanidad es esta confesión.

6 comentarios:

  1. ¡¡¿Cómo puedes dejar un comentario antes de que publique el post?!!
    Por lo que veo, no entiendo nada de cómo funciona esto, todavía (y eso que soy inteligente).

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  2. No, es que no estaba (y ahora me voy a comer). Pero sí, sí, claro. De lo contrario, ¿qué sería de mi pobre Vany?

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  3. Ejem... Cualquiera te dice ahora que pareces interesante, culto e inteligente...!

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  4. Ya, es lo malo de este arrebato de sinceridad, ¡que ya me jodí el invento! Maldita la hora...

    Un abrazo, Roberto.

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  5. Pareces interesante, culto e inteligente. Yo no tengo tantos reparos como Zucco y te lo digo directamente.
    En cuanto a la vanidad...esa creo que nos sobra a todos los que pululamos por aquí. Pero tampoco debe ser un defecto, más bien una virtud con un poco de mala prensa.
    Te sigo desde que te encontré, me gusta pasar por aquí, ampliando círculos, en algunas ocasiones , viciosos.

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  6. Gracias, Amanda, muchas gracias.
    Creo que yo contigo tenía un problema, porque entraba en un blog anterior. Ahora ya he visto el actual, así que seré un visitante más.
    Un abrazo.

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