27.7.05

Relato (no autobiográfico) sobre la compra de un flexo, o de cómo tratar la vanidad con una cura de humildad impuesta.

[Sin duda una cura de humildad. Que conste que lo considero un atropello, y que por supuesto que tengo mucho que perder: nada más y nada menos que el beneficio de la duda, ¿les parece poco?]


"El sábado por la mañana Ricardo se levantó temprano, y cuando Mari se despertó él ya estaba duchado, afeitado y vestido.
- Quería salir a comprar un flexo.
- ¿Pero qué haces así, tan temprano?
- No, que quería salir a comprar un flexo.
- ¿Un flexo? ¿Para qué?
- Para usar en la mesa de la cocina, cuando escribo.
- ¿Cuando escribes? Ni que no hubiese luz.

Al final salieron los dos, ya bastante tarde. Fueron a El Corte Inglés, y así aprovechaban y miraban otras cosas, y podían pasarse por el supermercado.
- Pues ya son casi las dos, y habrá que ir a comer, ¿no? Y por la tarde vamos a casa de Lucía y Néstor, así que no tenemos todo el día.
- Pero, ¿y el flexo?
- Bueno, no correrá tanta prisa, ¿no?
- No, no. ¿A casa de Néstor y Lucía? Yo pensaba que hoy que libraba podríamos estar un poco en casa. Bueno, seguro que no tardo. Aunque no sé si aquí... yo es que tenía uno visto en la tienda de Luis.
- ¡Si, hombre, sólo me faltaba eso, algo de Luis, una porquería de ésas! Además habrá que comprar primero otras cosas más importantes que tu lámpara, me parece a mí, ¿no?

En la planta de decoración, le preguntó a una chica si tenían flexos.

- No, si te parece no tienen flexos. Pareces tonto.

Sí que tenían, pero no como el que él quería. El quería el de toda la vida, el flexible, el plateado con un tubo que parece un muelle.

- ¡Pero si eso es horrible, por Dios! Si eso ya no se lleva desde hace años, hombre.
- Bueno, pero si de día lo guardo.
- Yo es que no te entiendo. Es que no entiendo que haya que tirar el dinero de esa manera.

Y de los de toda la vida no tenían. Todos eran larguísimos, finísimos, con contrapesos, con colores y barritas para moverlos y con varias intensidades de luz.

- ¡Pero esto es carísimo! ¡¿Pero tú estás loco o qué?!
- Pero si...
- Yo es que no entiendo la manía ésa de escribir. Un camarero que quiere ser escritor.
- ¿Qué tiene de malo que quiera escribir?
- ¡Si te hubieses esforzado en lo que te tenías que esforzar!
- Bueno, a mí no me importa ser camarero.
- Ah, ¿no te importa?
- Pues no. Y yo creo que soy un buen camarero.
- Un buen camarero, un buen camarero, ¡tú lo que eres es tonto!

Lucía y Néstor viven en una urbanización muy cara. Ella era amiga de soltera de Mari.

- ¡No me jodas!, ¿así que escribes? ¡Qué bien, hombre, pero qué bien! A mí me encantaría escribir, ¿sabes? Y te digo una cosa, te digo una cosa, no se me daría nada mal, pero que nada mal.
- Hombre, lo que pasa es que Néstor no tiene tiempo, ¿verdad, cariño?
- Claro, claro, uy, qué va, no tengo tiempo; pero si no estuviese tan liado… Yo leo muchísimo, pero muchísimo, ni te imaginas.
- ¿Sí?
- ¡Sí, hombre! La verdad es que casi todo del trabajo, ¿sabes?, mucho informe, muchos contratos. Bueno, tú de eso no entiendes. Pero leo muchísimo.
- ¿Cuál estabas leyendo ahora tan bueno, cariño? Ah, sí; ¡bueno, un libro buenísimo, buenísimo! Lo lee todo el mundo, ahora, ¡todo el mundo!
- Sí, es de un tío que es la leche. Un americano que está vendiendo un montón. Una pasada; y además de eso que te engancha y no lo puedes dejar, ¿sabes?
- Ya.
- ¿Y tú? ¿Tú qué lees, Ricardo?
- Sí, ¿qué lees?, ¿a Quevedo? ¡Ja, ja! ¿O a Cervantes? Capaz, eres. Es que te tienes que actualizar, hombre, hay que estar al día, Ricardo, las cosas son así. Qué vas a sacar tú de todo eso, a ver. ¡Hay que ir a lo práctico, Ricardito, hay que aprovechar el tiempo!
- Claro, claro. Yo leo, bueno, de todo, no sé. Ahora mismo, ahora mismo estoy volviendo a leer…
- Bueno, bueno, no les vengas ahora con tus rollos, ¿eh?, que te conozco. En fin, chicos, nos tenemos que ir.
- ¡Ay! ¿Ya?
- Sí, ya sabes. Lo he pasado genial. Y la alfombra es preciosa, Lucía.
- Es que Néstor, ya sabes, cada vez que viaja...
- Ya, claro, normal.

De noche cenan delante de la tele. Al acabar, Ricardo le dice a Mari que se va a la cocina un rato. Ella sigue viendo la tele.

- Vete, hombre, vete, que tú no puedes estar con las personas.

Ricardo se sienta. Hoy no va a escribir, va a leer; pero no ve bien con la luz de la lámpara del techo. Y piensa en que en quince días vuelve a librar. No, libra el domingo. Cuatro fines de semana, dentro de cuatro fines de semana tendrá de nuevo el sábado libre. A ver si se levanta temprano."

26.7.05

Arrogancia, presunción, envanecimiento.

Ya no sé si lo leí de algún clásico, si lo vi en las citas del Muy interesante, o si lo decían en la película de Al Pacino en la que él es el diablo y dirige una agencia de abogados en la que entra su -finalmente- hijo, Keanu Reeves; la cuestión era que se sostenía que, mientras que hay individuos que por personalidad, formación o fortaleza de carácter son capaces de mostrarse invulnerables a las críticas, aun a las más despiadadas, nadie es insensible al elogio.
Y la verdad es que a mí me parece cierto. O, como mínimo, que es infinitamente más difícil sustraerse a las alabanzas que a las críticas, si es que esto es posible.



Fue Ferlosio quien me hizo pensar en escribir sobre la vanidad, que, aunque no es lo mismo que la debilidad ante el elogio, tiene bastante que ver. Parece ser que en el acto de apertura de una exposición en Roma sobre su obra, él se sentó entre el público como uno más (tercera fila, más concretamente), y no intervino, a pesar de que, de haber querido, por descontado hubiese tenido un más que justificado (sobre todo relativamente) hueco entre los oradores, para alegría además de organizadores y espectadores. Al parecer, la inaudita razón por la que permaneció callado fue que no tenía nada que decir.



Creo que la vanidad es tremendamente triste, y en mi opinión siempre va unidad a la soledad y a cierto sentimiento de indefensión, de desamparo, de falta de referencias sólidas.
No creo que todo el mundo sea vanidoso, pero sí, que es algo mucho más extendido de lo que parece.
La vanidad, aun teniendo una faceta íntima y oculta, es un sentimiento relacionado con nuestra idea de la imagen que de nosotros tienen los demás; es un sentimiento que surge del reconocimiento de nuestra (pretendida) valía, y que a la vez lo busca. Es, por tanto, eminentemente social.
La vanidad puede adquirir multitud de expresiones, tan numerosas y variadas como nosotros mismos, tantas como los motivos por los que querríamos ser valorados: reconocimiento intelectual, atracción física, respeto social, dignidad del cargo, temor hacia el poder, envidia por el dinero, e incluso admiración por nuestras virtudes morales.

No es necesario dar ejemplos de vanidades insufribles, ni relacionar casos de arrogantes y presumidos; son demasiado frecuentes como para que no los tengamos todos bastante claros. Sin embargo, me resulta más interesante el hecho de que actitudes y comportamientos buenos en sí mismos puedan estar motivados por la vanidad; pues creo que esa circunstancia, aun en los casos en que el resultado es el mismo e igual de deseable (y aun pensando, como pienso, que en muchos casos la vanidad actúa sin que se sepa, pues el vanidoso lo puede ser inconscientemente), les resta mérito.
Así, y sin caer en los casos claros de chulería y derivados, se me ocurre la falsa modestia que busca la palabra de alabanza, y -un ejemplo chocante donde los haya- las buenas acciones materialmente generosas pero que proporcionan la egoísta satisfacción de saberse bien considerado y permiten recibir un agradecimiento que buscábamos.


Y, hablando ya de mí: yo soy un vanidoso del tipo intelectual, pues me gusta que la gente me considere inteligente; culto también (por cierto, lo del Muy interesante era una broma), pero sobre todo inteligente. Tengo otras vanidades que de vez en cuando alimento, pero ésa es con diferencia la principal.


Mi vanidad es como mínimo parte de la causa de:

- una sutil pose de falsa modestia alguna vez denunciada aquí por lectores perspicaces (¡un alto!: eso no quiere decir que mi poca autoestima no sea en general sincera),

- comportamientos snobs que salpican mi día a día,

- mi insatisfacción en un trabajo que no me hace sentir realizado (¿o diré reconocido?) intelectualmente,

- mi pretensión de escribir, y

- que escriba este blog.


Y un ejemplo de buena acción adulterada por la vanidad es esta confesión.

¡Qué verde era mi libro!

Sobran escritores y sobran libros.

Ya dije hace semanas que soy un escritor frustrado; frustrado de antemano, aun encima, sin haber intentado nunca nada. Y cuando alguien con confianza y mejor intención saca el tema, yo, si paso por alto mi certeza sobre mi falta de talento, explico que no tengo nada que decir (lo cual creo con todavía más seguridad). Entonces es habitual que quien está tratando de animarme (qué patético suena todo esto) me pregunte que por qué no lo intento con los relatos.
Dependiendo de lo que sepa de literatura la persona con quien hablo, me defiende esa posibilidad con unos argumentos u otros. Argumentos que en general giran sobre la idea de aportar una mirada personal sobre ciertos temas, contar algo de un modo original, nuevo, "expresarme", etc.; y sobre la convicción, más o menos confesada, de que en un relato tampoco importa mucho si cuentas algo o no.

Pero el hecho es que a mí me parece que hay tanta literatura prescindible, absolutamente prescindible, que añadir un par de textos mediocres más (si es que llegase a eso) sería una estupidez.

¿Será honesta y coherente mi postura, o seré la zorra, y escribir las uvas?

Pienso en si fuera capaz de escribir media docena de relatos aceptables (uno sobre un camarero satisfecho, otro sobre un perro, dos sobre parejas (una feliz y otra infeliz), otro sobre un escritor frustrado de antemano, y el último sobre la compra de un flexo) y, si soy capaz de dejar a un lado la vanidad, digo: ¡y qué!, ¡para qué!.

Con lo que ya existe publicado, cualquiera podría pasarse toda la vida leyendo buena literatura y aun le sobrarían cientos de libros.

Y si se escribe ante todo para uno mismo, como comunmente se acepta, puede que sea más valiente quedarse callado y apechugar con lo que nos toca, sin darle el coñazo a nadie, ¿no?.

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Y no puedo evitar editar, después de mi comentario número 9, para añadir, tras leerlo de nuevo en un artículo de prensa de hace un mes (¡el cual juro no recordaba al escribir lo anterior!), el que dice el periodista es el lema de Rafael Sánchez Ferlosio: "Mejor un maestrillo de menos que un librillo de más".

¿Ven cuánto tenemos en común Ferlosio y yo...?

21.7.05

Lamentablemente, continúo con lo mismo.

[Acabo de enterarme, a las 15 horas del día 21, del nuevo atentado en Londres. Espero que no estemos ante otra tragedia.
Por favor, que nadie lea esto como si hubiera sido escrito desde la frivolidad y la falta de respeto. Creo que no debería hacer falta aclararlo, pero aun así quiero insistir en que mientras lo redactaba no sabía que en ese momento había gente aterrorizada y, quizá, muriendo.
Lo que pienso, lo sigo pensando; pero, como más abajo digo, creo que hay situaciones en que uno debe estar callado. No quiero borrarlo, pero ahora mismo habría esperado para publicarlo.]

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Por desgracia, no creo poder cumplir mi promesa de dejar por una temporada los temas espinosos. Por desgracia, creo que el protagonismo del nuevo terrorismo en nuestras vidas no está sino empezando a hacerse notar, y me temo que tenemos por delante muchos años de tragedias, preocupación, miedo y tristeza; y también muchos años de discusiones, de debate, de posturas enfrentadas, de recelos contra los diferentes y contra nosotros mismos y, en suma, de tensión, que no es más que otra cara de la violencia.

Ustedes ya saben, más o menos, lo que yo pienso: hay que luchar contra el terrorismo visible con todos los medios con los que contamos (y que básicamente es lo que ya se hace, con inevitables fallos pero con muchos éxitos), y a la vez hay que estudiarlo más profundamente, desde un punto de vista más amplio, y tratar de identificar y anular las causas del apoyo que le brindan las sociedades en las que se asienta, apoyo que en mi opinión es la base de su fortaleza.

Estos días parece que no hay comentarista que no quiera opinar sobre el tema. Y, entre las opiniones que están en desacuerdo en mayor o menor grado con la manera de enfocar el problema que yo defiendo, hay básicamente tres grandes posturas:

a) "¡El terrorismo es injustificable, no se puede hablar de causas!".

b) La que comprende el razonamiento pero considera que es completamente inoportuno exponerlo y defenderlo, pues cree que así están dándosele alas a los terroristas, ya que en el fondo se está diciendo que es comprensible lo que ocurre y tienen razones para hacerlo. Esta postura suele acabar diciendo que hablar de causas objetivas deriva en decir que en última instancia nosotros (las víctimas) somos los culpables de lo que (nos) pasa. Me atrevería a decir que, al final, también creen que los que sostenemos esa postura estamos justificando el terrorismo; que no es lo que pretendemos y no lo hacemos conscientemente, pero que es lo que conseguimos.

c) Los que niegan la relacion causa-efecto y consideran que hablar de razones es una falacia, porque no existe ninguna relación entre las que se suelen dar (ya saben, pobreza, falta de democracia, ignorancia, incultura, percepción de la política internacional, sentimiento de injusticia, etc.) y la aparición del terrorismo.


Con respecto a la postura A, creo que no entienden nada; ni lo que pasa ni lo que se les dice.

La postura B, en cambio, merece todo mi respeto aunque no la comparta.
Yo ya creo haber dejado claro que lo que aquí estoy escribiendo pretende ser una reflexión lo más objetiva posible sobre lo que está pasando, y planteada siempre desde un punto de vista práctico (es decir, partiendo de la convicción de que el conocimiento del fenómeno, sus antecedentes y sus causas es necesario para la resolución del problema); y que no tiene nada que ver con lo que yo opino sobre el terrorismo, con lo que opino de los terroristas y los atentados, ni, por supuesto, con la tristeza que siento por las víctimas y el miedo por todos nosotros.
He dicho, también, que creía que en determinadas situaciones y en ciertos momentos el análisis, las opiniones críticas, las cuestiones, los peros y las matizaciones no procedían. Creo que hay momentos en los que sólo cabe mostrar nuestro apoyo, nuestro dolor y nuestra pena; y que hay que saber darse cuenta de cuándo hablar de los porqués puede ser una falta de respeto hacia las víctimas.
Pero, una vez pasado ese momento, me parece un error pensar que hay que seguir callados. Me parece un error pensar que estamos haciendo mal al pretender observar el problema objetivamente y tratar, en fin, de ver qué pasa y por qué, y qué podemos hacer para que deje de pasar.
No creo que ese análisis nos debilite (al contrario, creo que esta fidelidad a la verdad nos hace más fuertes, y que mantener la cordura y la capacidad de análisis es justo lo contrario de lo que pretende que hagamos el terrorismo), no creo que estemos dándoles argumentos (los terroristas tienen su discurso más que organizado, y argumentos a cientos, reales o inventados), no creo que haya que dejar de señalar hechos ciertos porque coincidan con alguna parte del discurso terrorista (decía no sé quién, no sé cuándo: "Franco y yo creemos que 2 y 2 son 4, y no por eso soy franquista, ni voy a dejar de creerlo"), y creo, sobre todo, que este planteamiento es el más útil en la lucha anti-terrorista.


Y, finalmente, con respecto a la postura C, que pone en duda la relación entre las condiciones de vida de la sociedad de los países islámicos y el surgimiento y fortalecimiento del terrorismo internacional, esto es lo que tengo que decir (cada vez escribo más como si importase lo que yo pensase...):

Los argumentos en contra que más oigo suelen centrarse -entre todas las características de aquellos países- en la pobreza, y vienen a decir que ligarla con el terrorismo es una falsedad por dos motivos: porque hay muchas zonas pobres en el mundo en las que no hay terrorismo; y porque muchos de los terroristas viven bien y no son pobres (para probar esto, se dan datos sobre el nivel de vida de los jeques que desde nuestras capitales codirigen la yihad, se dice -he leído- que la clase media palestina apoya las acciones terroristas en mayor medida que la clase más baja, y, por supuesto, se recuerda que Bin Laden es multimillonario).
Junto con eso, suelen decir, para acabar de desmontar la teoría causa-efecto, que no puede haber una relación entre el terrorismo y las condiciones en que se encuentran las sociedades de los países árabes y musulmanes, pues en muchas ocasiones los terroristas llevan toda su vida viviendo entre nosotros, y algunos incluso han nacido aquí y llevan vidas normales, como las nuestras, y no están influidos por las circunstanciasde de los países que han dejado atrás.

A mí esto me parece un verdadero despropósito. Y creo sinceramente que obedece (dejando aparte los casos que se explican simplemente por la incapacidad de la mayoría de nuestros columnistas de segunda fila) a que en su razonamiento parten de un juicio de valor del problema y pretenden llegar a una conclusión que sirva a sus certezas morales. Pero, en cualquier caso -insisto- voy a tratar de explicar por qué pienso lo que pienso.

1) Desde el primer momento he tratado de diferenciar las razones por las que surge un movimiento terrorista de aquéllas por las que éste encuentra apoyo social y se hace fuerte.
Entre las primeras podemos encontrar de todo, desde la mayores burradas, dignas de verdaderos tarados, hasta argumentos razonables pero que casi siempre sirven de cebo para atraer a la gente mientras en realidad la organización terrorista sirve a sus propios intereses. Pero no son esas causas las que deben estudiarse; al menos, no desde una óptica distinta de la policial, en mi opinión.
Sin embargo, las causas del triunfo del terrorismo, las causas por las que una organización para nosotros criminal es vista por buena parte de una población como su única defensa y su única arma contra los que consideran sus enemigos, las causas por las que dicha organizacion cuenta con un enorme apoyo social, ésas sí debemos estudiarlas a fondo, comprenderlas y trabajar para que desaparezcan.
Estamos hablando, por tanto, de un fenómeno social, estamos hablando de características generales de una comunidad, y no de individuos aislados (que son los que conforman la cabeza visible del terrorismo, y por tanto no entran en mi comentario). Excepciones llamativas, puede haber decenas; pero lo que importa es el perfil de una sociedad, sus rasgos principales.

Y entonces me permito afirmar lo siguiente, fácilmente comprobable: la violencia en el mundo es directamente proporcional a la pobreza, la desestructuración social (desempleo, inseguridad, desorden, inestabilidad, movimientos migratorios, etc.), la ignorancia, la incultura (en su sentido más básico), y, en fin, todo lo que hace que la población viva en la miseria y la falta absoluta de esperanza e ilusión de cara al futuro. Más resumidamente (y con menos precisión): las zonas más pobres del mundo son las más violentas, y aquéllas que gozan de mayor riqueza, y en las que ésta está mejor repartida (quedan fuera, por ejemplo, países árabes cuya altísima renta per capita teórica no refleja la situación real), son los más pacíficos, los más "civilizados" del planeta.
Esto es tan indudable que se cumple a cualquier escala: por grupos étnicos dentro de un mismo país (Estados Unidos es un buen ejemplo de desproporción de delitos por razas), por regiones dentro de un Estado, por barrios dentro de una ciudad, o por épocas dentro de la historia de un mismo lugar. Y las únicas excepciones aparentes se dan en Estados donde regímenes autoritarios impiden el crimen mediante su represión (violenta; así que la excepción no es tal).

¿Qué ocurre? Que lo que no se cumple es la relación pobreza, etc./terrorismo. No, efectivamente, lo que se cumple es la relación pobreza, etc./violencia. Y eso se ha cumplido siempre y sigue cumpliéndose en todo el mundo. Pero... si no adopta la forma de terrrorismo (y más concretamente de terrorismo internacional, pues el otro es más antiguo y no nos ha preocupado nunca, salvo cuando lo teníamos dentro), no nos importa. Mientra esa violencia no nos ha afectado directamente, no nos hemos ocupado de ella.
Pero, claro, ahora se ha manifestado de un modo que ya no podemos obviar; ahora se ha vuelto contra nosotros. Y ahora importa. Y ahora hay que estudiar las causas.

2) Las causas por las que una sociedad acoge al terrorismo son las mismas, con diferencias cuantitativas, por las que los hutus y los tutsis se masacraron durante años, por las que Centroamérica vive en guerra desde hace décadas, y por las que hay calles en las principales ciudades del mundo que están en manos de bandas de jóvenes que matan y mueren a diario.

¿Pero cuáles son las diferencias cualitativas que han hecho surgir el terrorismo, que han hecho que la violencia latente (estructural y cultural, diría Galtung) se haya manifestado de esa forma? Yo aquí me declaro incapaz de dar una respuesta, pues tendría que conocer la mentalidad del terrorista, a sus cabecillas, a sus líderes y supuestos ideólogos; y no es mi caso.

No obstante, me atrevo a apuntar dos circunstancias que no se dan en otros lugares, y que en mi opinión han facilitado el surgimiento y crecimiento del terrorismo:

- el dominio de una religión que aún está en un estadio atrasado desde el punto de vista estrictamente cronológico (y que la hace parecerse en tantas cosas al Cristianismo medieval) y que además ha evolucionado hacia corrientes extraordinariamente radicales y violentas per se (corrientes, de nuevo, que no triunfarían si no encontrasen el terreno abonado), y que ha servido de argumento principal a la hora de convencer a su pueblo ávido de respuestas, que ha llegado a identificar el terrorismo con la guerra santa islámica;

- el petróleo, o, mejor dicho, el enorme peso que éste ha otorgado a la región en la política internacional (peso que hace que la población vea a ésta como un ingrediente fundamental en su día a día y tienda a responsabilizarla de la mayoría de sus males), y, a la vez, el sentimiento de injusticia que ha contribuido a generalizar en la población, sentimiento que surge de la consciencia de que son otros quienes se aprovechan de sus riquezas (y esos otros incluyen a sus propios gobernantes, generalmente cuestionadas por el integrismo).

En cualquier caso, creo que para analizar este aspecto es preciso conocer el problema mucho más a fondo.


3) Por último, diré que creer que los musulmanes que viven entre nosotros son -socialmente hablando- como nosotros es un error.
Es iluso pensar que vivir aquí significa que comparten con nosotros ambiente, influencias, ideas, cultura, educación, información, etc., cuando la realidad es que en la mayoría de los casos estamos ante grupos que llevan una vida aparte dentro de una sociedad aparte, en sus calles, con su gente, y de acuerdo con sus costumbres (incluídas las religiosas), constituyendo por lo general guetos poco permeables a la sociedad que los rodea. Aun así, hay quienes se adaptan bien y se encuentran a gusto e integrados; yo incluso tiendo a pensar que serán la mayoría (¿?). Pero es más que comprensible que esto no sea un proceso fácil ni rápido en un alto porcentaje de inmigrantes. Y sin duda es creíble que haya casos en los que la adaptación sea nula, y el contacto con nuestra sociedad no haga más que radicalizar sus convicciones previas.

Eso por un lado. Por otro, ¿cómo puede alguien creer que incluso los perfectamente adaptados van a olvidarse de dónde vienen, de cómo se vive en sus países de origen, y de cómo siguen viviendo sus familias? Ese background (que diría un guay) lo tienen presente, los condiciona y los marca. En muchos casos para bien, pero en otros para mal.


No estoy tan loco como para creer que con esto agoto el tema, por supuesto. Pero al menos me quito la espinita de leer todo lo que leo y no comparto.
No creo que a nadie de los que defienden este plantamiento se le pase por la cabeza que la lucha convencional contra el terrorismo (y no tan convencional: el Reino Unido empieza a darle importancia al papel de la religión y a intentar influir a través de ella) deba ser sustituida por estudios a largo plazo del problema de fondo . Pero sí, que debe ser completada con ellos, y con las medidas que de ellos se deriven, para que las soluciones lleguen y sean permanentes.

Más simple e impreciso todavía: O hacemos que el mundo sea más justo y la gente viva mejor, o tendremos que defender con uñas y dientes nuestra burbuja de paz, abundancia y bienestar.
Y mientras, se matarán entre ellos como hasta ahora.

(Ya puestos a sentar cátedra...)

8.7.05

Con motivo de los atentados de Londres.

Aunque me parece un atrevimiento por mi parte hacerlo, voy a dar mi opinión acerca de todo esto. No puedo evitar un sentimiento de vergüenza, no obstante, al permitirme a mí mismo (máxime después de haber criticado tanto a las opiniones infundadas y gratuitas) escribir sobre un tema tan profundamente analizado y estudiado. Pido disculpas de antemano.

1) Después de algo como lo de ayer, parece que sobra cualquier comentario que no sea de dolor, de tristeza, de apoyo a las víctimas o de repulsión por los asesinatos. Y creo que, en efecto, hay momentos en que no procede decir nada más, pues permitirse criticar, o cuestionar, o indagar, o razonar sobre los porqués, podría dar a entender que a uno le preocupa más el análisis teórico del problema que las vidas perdidas; y lo peor es que podría dárselo a entender a personas que sufren y que necesitan nuestro apoyo incondicional y nuestro cariño.

2) Pero si, intentando respetar los sentimientos de las víctimas, nos decidimos a opinar, no tiene sentido que nos limitemos a decir cuánto lo sentimos y la rabia y la tristeza que nos provocan esas muertes. Si opinamos es para intentar saber qué está pasando y por qué, y cómo se podría evitar -si es que se puede-.

Personalmente, creo que una cosa es un atentado y otra el terrorismo; es más: que una cosa son los terroristas y otra el terrorismo. Intentaré explicarme.
Una cosa son las personas que ayer pusieron unas bombas y las que murieron, y el juicio que podemos hacer de ellas (es decir: una cosa es el atentado); y otra -que a pesar de estar detrás es bastante diferente- son las circunstancias que provocan o al menos facilitan que se haya llegado a una situación así. Y la más profunda tristeza por unas pobres víctimas que vivían su vida como cualquiera, lo mejor que podían y sabían, no es incompatible con la reflexión acerca de las causas, de los orígenes del problema, y de sus posibles soluciones. No sólo no es incompatible sino que, en mi opinión, la pena por los muertos y el deseo de que no haya más deben hacer que ese análisis se lleve a cabo y se haga todo lo posible para hallar soluciones.

3) Tengo la convicción de que cualquier movimiento terrorista, incluso el más injustificable, existe gracias a una base social que lo apoya; y, creyendo que este apoyo responde siempre a un problema -sea político, económico, social o cultural- de fondo, creo que se debe tratar de identificar dicho problema, buscar sus causas, y estudiar posibles medios de solucionarlo.

El problema del terrorismo, islámico o no, debe tratarse teniendo en cuenta las razones y circunstancias de su aparición, las características de su entorno, el perfil de sus protagonistas y de su base social, e incluso los fines que los terroristas afirman perseguir. En otras palabras, debe tratarse el fondo del problema y no solamente su forma de manifestarse y sus consecuencias.
Y repito aquí que una cosa son los terroristas y otra el terrorismo. O, dicho de otro modo, podemos estar ante una mafia profesional perfectamente organizada y que busca tan sólo su cuota de poder y su beneficio económico, y para la cual las ideas no son más que cebos con que atraer a la masa y aprovecharse de ella, y, a la vez, comprobar que hay una parte significativa de la sociedad que sinceramente les brinda un apoyo, basado -esta vez sí- en unas ideas (por muy descabelladas que sean) y surgido de problemas y sufrimientos comunes (reales o imaginarios), y, sobre todo, de una falta total de motivaciones y esperanzas. Y mientras esa base social persista, el problema persistirá, por muy efectiva que sea nuestra lucha contra los criminales.
El comentarista político Andrei Gubenko -ya en febrero de 2003- recogía claramente esta opinión al negar la posibilidad de resolución del problema confiando simplemente en la fuerza. Afirmaba que las medidas punitivas no pararían el avance extremista, sino que, tal y como hemos visto, lo fortalecerían. Resumía muy claramente este enfoque al decir que una idea sólo puede ser derrotada por otra idea más atractiva.

4) Mi atrevimiento no llega a intentar diseccionar la sociedad de los países musulmanes, pero creo fácilmente aceptables por cualquiera no demasiado obcecado estas dos consideraciones:

Su pésima situación política y socioeconómica ha empujado a la población (incluso a la escasa clase media, poco dada por lo general a poner en peligro su bienestar material) a acudir a lo que ante ellos aparece como una salida del pozo y, en algunos de esos países, como la única alternativa de gobierno lo suficientemente fuerte. Una alternativa que, además, promete un estado viable y una paternalista justicia social, y se compromete a acabar con las lacras de la corrupción, el ansia de enriquecimiento de la reducida elite gobernante y la desidia de la administración. Esto lleva a que opositores políticos al régimen sin un interés especial previo por la religión pasen a engrosar las filas del integrismo musulmán. La población se cree lo que visto desde fuera no parece ser más que una utopía, porque la desaparición del juego político no deja otra opción y la ignorancia elimina las preguntas.

La situación política internacional, por otra parte, ha facilitado y facilita esta evolución hacia las corrientes más radicales del integrismo islámico. Y lo hace, si cabe, en mayor medida que las razones internas. Así, es fundamental la influencia que han tenido sobre gran parte de estas poblaciones las recientes intervenciones "occidentales" en Afganistán e Irak, que han acabado de convertir a Estados Unidos (visto desde mucho antes como una potencia imperialista, guardaespaldas de Israel y ejemplo extremo del “pervertido” modo de vida occidental) y a todos nosotros en “enemigos” del Islam. La percepción que esos pueblos tienen del panorama internacional, en el que ven que hay un doble rasero a la hora de juzgar regímenes y estados, es de flagrante injusticia; injusticia a la cual sólo creen posible enfrentarse con la única arma poderosa con la que cuentan...

Nada de lo que estamos viviendo sería posible (o al menos tan fácil) si nos encontrásemos ante sociedades cultas y formadas, y que gozasen de un mínimo bienestar material. Pero su pobreza, su atraso y su ignorancia son el perfecto caldo de cultivo para la violencia social y el extremismo, y finalmente para el terrorismo, sea del corte que sea.

5) Aceptando que ésa es la situación, y asumiendo que la lucha contra la parte visible del fenómeno no es suficiente, no tiene demasiado sentido, en mi opinión, intentar convencer a buena parte de la humanidad de que las cosas no son así, de que somos buenos y no tenemos la culpa de que estén como están, o de que les ayudamos muchísimo (incluso en el caso de que fuera cierto).

Lo único que tiene sentido, creo, es intentar que su situación mejore realmente: asumir qué parte de culpa tenemos (todos) en perpetuar un panorama internacional que garantiza nuestro predominio y nos proporciona todas las ventajas, y estar dispuestos a renunciar a nuestros privilegios y a los favores de muchos de sus tan criticados regímenes, para así facilitarles el camino hacia unas sociedades estables y mínimamente justas en las que tengan acceso a la información y el conocimiento, y en las que gocen de un mínimo de bienestar que les permita abrigar esperanzas e ilusiones.
Haciendo eso con su pueblo, ningún indeseable podrá manipularlo, ningún iluminado encontrará mártires, y ningún asesino tendrá quien lo siga cuando decida "hacer justicia".


Por último -y porque sé que habrá quien no me entienda-, quiero dejar claro que esta reflexión en voz alta, que algunos tomarán por frívola, distante y fácil , la hago a pesar de la enorme tristeza que siento por toda esa pobre gente.
Pero es esa tristeza la que me hace ver que esto no va bien, y que algo debe cambiar.

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(09.07.05, a las 16:30)

Edito de nuevo esta entrada para sincerarme. Porque me parece poco honesto por mi parte y muy poco exigente conmigo mismo escribir lo que he escrito sin dejar claras unas cuantas cosas:

- No sólo creo que lo que he dicho es cierto, sino que lo considero obvio.

- Lo que he dicho es tan evidente que ni siquiera es original. Hace mucho que la inmensa mayoría de los politólogos y los especialistas en resolución de conflictos e investigación para la paz están de acuerdo en que ésa es la única forma de luchar contra el terrorismo que puede hacernos abrigar alguna esperanza de acabar con él.

- Estoy convencido, así mismo, de que nadie de la élite política gobernante tiene ninguna duda de que el problema debe ser abordado así.

- Creo que nuestros dirigentes, sin embargo, no hacen lo necesario para que esas ideas lleguen a la sociedad y ésta las asuma como el único enfoque serio. Y, de hecho, demasiado a menudo se comportan como si pensasen que otros métodos son útiles por sí solos (ojo, otros métodos, que apuntan a la parte visible del terrorismo, son necesarios como complemento e imprescindibles para tratar de que el terrorismo cause el mínimo daño posible; pero no para acabar con él).
Los motivos por los que esto es así se me escapan, pero tiendo a relacionarlo, por un lado, con que un cambio de actitud conllevaría renuncias materiales que no están/estamos dispuestos a asumir, y, por otro, con el hecho de que es mucho más fácil conducir y controlar una sociedad apelando a sus sentimientos (pena, miedo, cariño o rencor) que tratando de convencer con razones.

- Nada de esto tiene que ver con justificar el terrorismo; ni me impide pensar que ayer, al final y fuese por lo que fuese, unos desalmados mataron a inocentes y llenaron de sufrimiento a decenas de familias. ¡Por favor...!

Pero no es eso de lo que hablo. Porque una de las cosas que casi nunca hay que hacer para acabar con un conflicto (del tipo que sea: guerra convencional, delincuencia o terrorismo) es intentar ver quién es culpable, quién tiene razón. Lo que hay que hacer es trabajar sobre la situación, las causas y los protagonistas hasta que aquél cese.



Creo que Blair es poco sospechoso de que no le importe lo que ocurrió anteayer, y desde luego no es nada sospechoso de querer aparentarlo, y ya ha dicho (no como otros) que al terrorismo no se le combate sólo por la fuerza, sino que hay que acabar con sus causas. Como ven, no soy original en absoluto.

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(09.07.05, a las 23:30)

Se mostraron con escándalo imágenes de las calles de Líbano y algún otro país árabe en las que se veía a la muchedumbre celebrando un atentado contra occidente. Le recuerdo a quien lo haya olvidado que cuando comenzó el ataque norteamericano a Afganistán se interrumpieron los partidos de la Liga Mundial (Mundial, ¿se dan cuenta?) de Fútbol (americano) y los espectadores vitorearon los bombardeos. Si una sociedad como la de la primera potencia puede llegar a comportarse así, ¿qué no hará la de cualquier país del tercer mundo?, ¿en manos de quién estará dispuesta a ponerse?

No me resisto a incluir, para terminar, un dato que me contaron hace unos años, y que me parece que explica mejor que mil artículos lo que está pasando :

En 2002 (y el atentado contra las Torres Gemelas fue en septiembre de 2001), un sirio que conocí algo y con el que hablé varios días en Turquía (y que, por cierto, estaba sorprendente y sospechosamente bien informado de todos estos temas), me contó que no era raro ver que en las casas de su país, tanto en las ciudades como, sobre todo, en los pueblos, las familias (familias normales, tan ajenas a la política como su día a día les permitía) tuviesen presidiendo el cuarto de estar, entre recuerdos familiares y adornos, una foto de Osama bin Laden. ¡Familias normales! ¿Se dan cuenta?

¿Da esto una idea de hasta qué punto nosotros y ellos vivimos en mundos diferentes, hasta qué punto es distinta nuestra percepción de la realidad?

¿Y hay alguien que no vea que ahí empieza todo el problema?

3.7.05

Del olvido, el desagradecimiento y la tristeza.

Los lugares y las cosas que conocimos, aunque nosotros los hayamos olvidado, han seguido en su sitio todo el tiempo y son los mismos a pesar de los cambios. Han esperado, aunque nosotros los creyésemos desaparecidos.
Las vidas también siguieron sin nosotros. Nos parece que sólo fueron reales cuando supimos de ellas, y creemos que fueron tristes e infelices. Pero siguieron adelante (y en ellas, vistas de cuando en cuando y desde fuera, vemos que no pasó nada, que fueron unas vidas más, no como la nuestra: durante años aún la creemos distinta, hasta que, tarde, comprobamos nuestro error y aceptamos que estamos tan indefensos como ellos, que no hay más oportunidades y que todo es terriblemente corto).

Ha pasado el tiempo y se va agotando la familia (más adelante se irán agotando los amigos). Familia que no conocimos, que vivió en casas que eran nuestras pero que no significan nada para nosotros, familia para la que fuimos un motivo de ilusión; preguntaron por nosotros e incluso nos esperaron durante mucho tiempo, porque éramos algo suyo y una de sus pocas alegrías. Y nosotros nunca aparecimos, nunca tuvimos un momento para ellos, porque nunca nos importaron, y los olvidamos.
Y el olvido y la separación impidieron el consuelo que les habría hecho más llevadero el paso del tiempo, el irremisible avance de la vida, la pérdida de los que los acompañaban, y la espera de la muerte.

El futuro será injusto con nosotros, como nosotros lo hemos sido con nuestro pasado. Y quizá también a nosotros se nos niegue el consuelo.