Necesidad
En la costa de Lugo, en una casa aislada y vieja junto a una carretera secundaria, vive Benigno, solo.
Tiene casi sesenta años y hace mucho tiempo empezó a vestirse de mujer cada vez que salía al exterior, cada vez que iba al patio, que salía a darle de comer a las gallinas, a la huerta o a no hacer nada, a sentarse allí. Se vestía de señora de aldea, con vestido negro, botas negras, mandil a cuadros grises y una peluca de pelo gris recogido en un moño. Él es grande y fuerte, y hacía una mujer bastante llamativa.
Nunca sale de otra forma, y si alguna vez alguien se acerca a su casa jamás se deja ver como hombre. Ningún vecino lo conoce, y todos creen que es lo que parece. Y él siempre tiene mucho cuidado de no cometer fallos.
Pero un día de abril, ya tarde, tuvo que ir a la bodega a por un cuchillo y, pensando que a esas horas nadie pasaría por allí y que era solo ir y volver, salió sin cambiarse. En ese momento un coche apareció por la curva. Dudó, se quedó parado en medio del patio, a mitad de camino entre la casa y la bodega, y no tuvo tiempo de esconderse.
El coche pasó y él se quedó mirando. El sol poniéndose se reflejaba en los cristales y no pudo ver nada del interior; ni quién iba ni qué hacían.
El coche desapareció en la siguiente curva.
Benigno se quedó quieto con la vista fija en la carretera. Estuvo así un rato. Luego volvió a casa y se sentó en la cocina.
En varias horas no se movió.
Lo peor fue que aunque lo hubiesen visto les habría dado igual. Lo peor fue comprobar que su secreto, que ya no lo podía seguir siendo, y que lo dejaba vacío y perdido, no le importaba nada a nadie.