[El tema era la ciencia-ficción. ¡Ja! Temitas a mí... ]
En la colonia espacial “Presidenta Condolezza Rice” cuatro personas salen de su zona de intimidad y se dirigen por el corredor a una de las galerías de comunicación. Se trata de un hombre, una mujer y dos niñas; los adultos tienen cara de mal humor y las niñas discuten en voz baja entre ellas. Caminan deprisa, y de vez en cuando la mujer se detiene a ajustarles a las pequeñas las bandas de cierre de los trajes y colocarles bien los adornos magnéticos del pelo.
- Si es que siempre tenéis que ir así, de cualquier manera. Está visto que si no os preparo yo, nada. ¿Pero tú no ves cómo van las niñas?
- ¿Y qué pasa? Yo no veo que vayan mal.
- No, claro, tú no ves nada.
- Las niñas van, para mí, perfectamente.
- Ah, van perfectamente… Claro, para ir a casa de mi madre vale cualquier cosa, ¿verdad?
Él la mira pero no dice nada. Al cabo de un rato entran en la galería, donde deben esperar a que pase una cápsula de transporte disponible. Permanecen en silencio, sólo interrumpido por alguna queja de la niña pequeña.
- Astra, ¿quieres dejar a tu hermana? –dice el padre.
- Pero si yo no le hago nada...
- ¡Me está pegando!
- Yo no te estoy pegando, peluda.
- ¿Veis? ¡Y me insulta!
- ¿Yo? Yo no te insulto, peluda.
- ¡Astra, que dejes a tu hermana en paz! Qué pasa, ¿es que ya no te acuerdas de cuando tú aún no te podías afeitar, la rabia que te daba que se metiesen contigo?
Llega una cápsula libre y se detiene ante ellos. Entran y se sientan, los padres delante y las hijas, que siguen peleándose, detrás. El padre dice en voz alta la dirección de destino.
- Zona Nueve, galería 32.
- Es que no sé por qué no puede afeitarse la cabeza ya, la verdad –comenta en voz baja la madre.
- Mira, no empecemos, ¿eh? Pues porque tiene ocho años. Ya tendrá tiempo a afeitarse, a modificarse la cara, a elongarse los dedos y a todo lo que le dé la gana. Pero no con ocho años.
- Pues en su clase todas van afeitadas, ya.
- No es verdad, no van todas afeitadas; pero es que aunque lo fuesen. Si es que la culpa la tienes tú, que estás todo el día con que si son las más guapas, las mejor diseñadas, y así; que las estás volviendo tontas. Bueno, tú y tu madre, que es igual.
- ¡Qué raro, que no tengami madre la culpa de todo…! –contesta ella, que se tapa el rostro e inmediatamente comienza a sollozar.
- Hala, ya se jodió…
- Qué raro, que la tomes con mi madre. No sé qué te ha hecho, la pobre.
- ¿La pobre? ¿Pero cómo que la pobre?
- ¡Aun encima...!
- ¿Aun encima? ¿Aun encima de qué?
- No sé, de qué. ¿De que te trate como te trata? Para que te invite a alimentarte bien te vale.
- ¡Cómo! Pues mira, de que me invite a alimentarme estoy un poquito harto, también. Que es que no sé por qué todos los primeros días hay que ir a alimentarse a la zona de tu madre, coño. Que desde 2135, que nos unimos, venimos todas las semanas. ¡Todas! Que ya es un día bastante jodido, pensando en ir a colaborar al día siguiente, como para tener que pasarlo con tu madre.
- Aun encima. Hace falta ser… Claro, como es mi familia, ¿verdad?
- ¿Tu familia? Ah, pues no sé, porque de la mía ya ni me acuerdo. ¿Cuánto vamos a ver a tu madre y cuánto vamos a la zona de los míos?
- Sí, vamos a ir a ver a tus padres. Les importa mucho, a tus padres, ¿verdad? Les importan mucho sus nietas. Por eso ni siquiera les han regalado nada por su aniversario.
- ¡Pero qué coño importará! Tampoco les regaló tu hermano, si vamos a eso.
- Mi hermano no puede, que no tiene crédito. Ahora mi hermano –redobla el llanto-. Con lo amable que es contigo.
- ¡¿Qué?! Sí, amabilísimo. Es que lo paso genial, con él, toda la tarde delante del visor… Y además yo no tengo ningún problema con tu hermano, que te estoy diciendo que lo de los regalos te importa a ti.
- Bueno, mira, cállate, ¿eh? Qué vergüenza, delante de las niñas.
Se quedan en silencio mientras entran en la zona de teletransporte. A esas horas, y en primer día, hay bastantes cápsulas, y deben esperar a que les llegue el turno. Él tamborilea con los dedos en la consola; cada uno mira por su pantalla; las niñas siguen peleándose en silencio, indiferentes a lo que pasa delante.
Cuando por fin les toca, él confirma la dirección y pulsa el iniciador. En tres segundos desaparecen de sus asientos, y casi inmediatamente se materializan de nuevo en otra cápsula idéntica, en la Zona Nueve. En ese lapso de tiempo, prácticamente despreciable, él ha soltado un taco, ella ha prometido que de esta se acuerda, y las niñas han seguido odiándose mutuamente. Una vez recuperada su corporeidad, no tardan ni cinco minutos en llegar a la galería 32, donde descienden de la cápsula y se dirigen caminando a la zona de intimidad de la familia de ella.
Delante de la puerta la madre les da un último repaso a las niñas, y activa el sensor de aviso. Se abre el acceso.
- A ver estas niñas, que no vienen nada a verme…
Él entra hasta el módulo central, donde su cuñado está viendo el canal de actividades competitivas con un cuenquito de pastillas euforizantes en la mano.
- Qué pasa, cuñado... ¡¡Cometas, Cometas, Comeeeeetas!!