Hace muchos años que el sentido común es para mí un tabú, salvo, tal vez, cuando se aplica a problemas muy concretos y fáciles de evaluar. Es mi mayor peligro en el trato con seres humanos, y mi mayor tentación. Me tienta a aceptar lo obvio, lo más fácil, la respuesta que está más a mano. Me ha fallado casi siempre que la he utilizado, y sólo Dios sabe cuántas veces he caído y todavía caigo en la trampa.
John Sassall en “Un hombre afortunado”, de John Berger.
Este párrafo, convenientemente pasado por el filtro de mi interpretación, expresa algo que he pensado a menudo: que no, que no es cierto que la respuesta más fácil sea siempre, o suela ser, la correcta; que a menudo no sólo no lo es sino que esa primera y en apariencia evidente explicación, por lo general la más común y repetida, no hace más que instalarnos en el error, enrocarnos en actitudes y creencias que lo enquistan, cuando no lo provocan; que esa explicación recurrente, con frecuencia revestida del aura de la mitificada
sabiduría popular, es un corsé que nos impide abordar el problema desde un enfoque nuevo, un tópico confortable que nos ahorra la reflexión y, así, nos aleja cada vez más de la solución.
En mi opinión, esto es aplicable a casi todo, a cualquier tema, a cualquier ámbito de la vida, o del saber, incluida sin duda la ciencia. Pero claro, mientras que casi nadie se atreve con la física cuántica (con la climatología, curiosamente, sí: todo el mundo sabe del cambio climático), hay asuntos en los que todos nos creemos expertos, y por consiguiente en posición de dar lecciones o, como mínimo, consejos. Y creo que el inabarcable campo de las relaciones personales es un caso muy claro de terreno especialmente propicio a interpretaciones tan repetidas como falaces, que de lo que nos alejan es de llegar a conocernos a nosotros mismos y a los demás.
Tal vez sea sólo porque me han tocado más de cerca, pero, en concreto, la paternidad y las relaciones de pareja me parecen los ejemplos más obvios de esto que les digo. En cualquiera de ellos los conceptos más extendidos, los razonamientos que más se repiten, cada vez me parecen más equivocados y obtusos. Y, como decía, me temo que no sólo no ayudan a mejorar las cosas sino que están en el origen de la mayor parte de los problemas que arrastramos. De hecho, más que conclusiones pensadas, más que enseñanzas extraídas de la propia experiencia, por lo general parecen intentos de justificación de los errores cometidos.
Releo ahora tanto la cita como lo que he escrito y me doy cuenta de que yo nunca llamaría, a todos estos planteamientos que critico, sentido común. Pero, en fin, ya les advertí de que todo había sido filtrado por mi interpretación y utilizado en provecho propio, como de costumbre.
Sigo con el libro y unas páginas más adelante me encuentro algunos párrafos dedicados de nuevo al sentido común. Es el propio Berger el que ahora reflexiona, en un tono de lo más incorrecto políticamente:
Se suele creer que el sentido común es práctico. Pero sólo es práctico a corto plazo. El sentido común te dice que es una locura morder la mano que te alimenta. Pero sólo es una locura hasta el momento en que te das cuenta de que podrías estar mucho mejor alimentado. A largo plazo, el sentido común es pasivo, porque está basado en una visión periclitada de lo posible. La masa del sentido común se acumula muy despacio. Todas sus proposiciones tienen que ser demostradas muchas veces antes de ser incuestionables, es decir, tradicionales. Y cuando devienen tradicionales adquieren la misteriosa autoridad de los oráculos. De ahí el fuerte elemento de superstición que siempre presenta el sentido común práctico.
El sentido común constituye la ideología doméstica de aquellos a quienes se ha privado de unas enseñanzas fundamentales, de aquellos a quienes se ha mantenido en la ignorancia. Esta ideología está compuesta de fuentes diversas: supervivencia de la religión y conocimiento empírico, escepticismo protector [me encanta esto, me recuerda al "piensa mal y acertarás"] y ciertos elementos de la enseñanza superficial que se provee. Pero el hecho es que el sentido común no aprende, nunca puede superar sus propios límites, pues en cuanto se corrige la carencia de unas enseñanzas fundamentales, se ponen en tela de juicio todas esas fuentes y su función termina por desaparecer. El sentido común sólo puede existir como categoría cuando se lo opone al espíritu de investigación, a la filosofía.
El sentido común es estático. Pertenece a la categoría de quienes son socialmente pasivos, de quienes no llegan a comprender jamás qué o quién ha construido y mantenido la situación en la que se encuentran.
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[Añadido el día 11.12.08]Antes de vituperar a Berger o, lo que sería peor, a mí, les sugiero que lean tanto los comentarios como esta definición dada por la RAE:
sentido común.
1. m. Modo de pensar y proceder tal como lo haría la generalidad de las personas.