30.4.07

Harry en Iwo Jima

Perdónenme el atrevimiento de escribir de cine.


He visto, estos días, las dos películas de Clint Eastwood sobre la batalla de Iwo Jima, Cartas desde Iwo Jima y Banderas de nuestros padres. En cada una de ellas se cuenta lo que allí pasó desde el punto de vista de un bando: desde el japonés en la primera, y en la segunda, desde el americano. Me han gustado bastante.

La de Cartas es sin duda más original, pues los japoneses dejan de ser cañones de ametralladoras saliendo de entre unos matorrales, unos ojillos rasgados de suicida tras unas gafas de piloto, o unos esprinters que corren 10 metros gritando antes de caer abatidos, y se convierten en personas. Siguen siendo japoneses, y como tales tienen costumbres y actitudes japonesas, pero son personas. Y eso es muy importante. De hecho es tan importante, cambia tanto todo, que basta verlos así para que uno desee, por primera vez, que ganen.

La originalidad de Banderas no estriba, desde luego, en lo que cuenta de la isla, a pesar de que está todo muy bien, sino en la historia de la famosa foto y sus protagonistas.



Los tiempos están cambiando, o han cambiado ya, y estas dos películas son un buen ejemplo. Un director de cine norteamericano nos cuenta, por un lado, que los japoneses tenían sentimientos, que algunos tenían miedo, que tenían orgullo, compañerismo, madres y novias. Nos acerca a ellos, y aunque no dejamos de apreciar comportamientos para nosotros extraños, vemos hombres. Por otro, nos muestra que la guerra no sólo pone en evidencia a muchos de los que combaten, sino a otros a miles de kilómetros del frente, y aun a sociedades enteras. Y nos permite ver, de nuevo al acercarnos, que en la guerra hay algunos hombres buenos tratando de sobrevivir y el resto es miseria.



No sé si Cartas desde Iwo Jima refleja bien la mentalidad japonesa, pero si es así, es impresionante la espiritualidad y el sentido del honor (y su corolario, el suicidio como salida digna) que, al menos en ciertas épocas, regían el comportamiento de ese pueblo. Uno se pregunta a qué se deberá, y en qué medida sería algo espontáneo y no, por el contrario, una asfixiante imposición. Debe de ser, en cualquier caso, una cultura fascinante, aquella.

En Banderas de nuestros padres el sentido práctico norteamericano sale bastante mal parado, se muestra hipócrita y carente de escrúpulos. Es el individuo, el buen hombre, el hombre normal que sabe que hay pocos o ningún héroe, el que nos salva, el que nos libra de la vergüenza.



El papel de Watanabe como general al mando de las tropas japonesas y el de Kazunari Ninomiya como soldado me parecieron magníficos. Lo cierto es que me gustó más esa película, la japonesa. El mero hecho de oírles hablando su idioma supone un cambio radical en la impresión que se lleva el espectador, y creo que en el sempiterno debate hispánico sobre las bondades o perjuicios del doblaje en el cine, esta película es un magnífico ejemplo de lo que habitualmente nos perdemos.

Yo se las aconsejo. Como siga así, Eastwood casi va a ser recordado como un director de cine que previamente había trabajado como actor.



Conclusiones del estudio funerario

Que yo sea capaz de extraer, ninguna.

Parece clara la relación entre el número de entierros o funerales a los que se va y el hecho de vivir en un sitio pequeño o en una gran ciudad, siendo la proporción número/tamaño inversa; pero para concluir eso no hacía falta preguntar nada, cualquiera se lo podía imaginar.

También parece claro que voy a más funerales, entierros y velatorios que la mayoría de ustedes, aunque les aseguro que en mi entorno familiar y laboral no destaco en absoluto. Y aún me acuerdo de lo que le oí el año pasado a un señor en un entierro en una aldea: ¡Hai dúas semanas, tiven cinco!

Pero me temo que el objetivo de ver una diferencia palpable entre los hábitos funerarios de unas partes y otras de España, que es lo que a mí me apetecía comprobar, era demasiado ambicioso (no, si al final va a resultar que la Sociología es una ciencia, y todo).

Gracias, de todos modos.

23.4.07

Estudio funerario

Estoy leyendo mi primer Henning Mankell, o mi primer Wallander, como prefieran, Cortafuegos. Estos días me apetece leer sin pensar mucho, y me pareció una opción digna.

Y nada más empezar la novela dice el protagonista, que creo que está en la cincuentena, que en los últimos siete años ha ido a cuatro funerales. Y la verdad es que así, a bote pronto, me chocó bastante pero pensé Bueno, es que es sueco, y en Suecia sabe Dios.

Pero resulta que le pregunto a un español, a un español de la España seca, de mi edad, y me dice que también a cuatro, que ha ido a cuatro entierros... ¡en toda su vida!

Así que yo, que en lo que va de año he ido ya a seis, más un aniversario, y que el año pasado no bajé de la decena, y que no soy en absoluto un caso excepcional aquí y desde luego voy a muchos menos que la gente mayor, me empiezo a preguntar si será verdad que en Galicia lo de la muerte se vive (con perdón) de otro modo.

Siempre he oído que aquí la muerte es muy importante, que tiene una presencia considerable en nuestro día a día y que desde luego no es un tema que se intente (aunque la sociedad occidental actual se empeñe) ocultar o soslayar.

Pero lo cierto es que no sé si este tópico se queda sólo en eso, en el tópico, o refleja una realidad. Así que, dado que no tengo ningún antropólogo a mano, les pediría que me dijesen, si son tan amables, de dónde son (da igual el nacimiento, lo que importa es dónde hacen ustedes vida, bien por trabajo, bien por tener su familia y su círculo de amistades, qué sitio, a los efectos de esta cuestión, les marca a ustedes), y a cuántos entierros/funerales han ido en su vida, o el año pasado, o de media.

A ver qué sale.

Gracias.

17.4.07

Con colonia

Ayer, en el cuarto de baño de casa de mis padres, vi una botella de cristal, parecida a una licorera, que me pareció la que cuando yo era pequeño hubo en nuestra casa, con colonia.

La abrí, y a pesar de que debe de llevar más de veinticinco años vacía todavía conservaba el olor.

Y como ustedes se imaginan (no en vano está todo dicho sobre el poder evocador de los olores), allí dentro vi el baño de aquella otra casa, y vi a mi madre peinándonos a mi hermano y a mí después de comer, antes de ir al colegio. Con colonia.

2.4.07

Nostalgia de la belleza imaginada

El cardenal (...) hombre muy puntual en sus relatos: en Escocia vio una sirena, recogida en casa rica, domiciliada en una bañera y que sabía calcetar...

Ya sé que me repito, pero para cuando, como aquí esta tarde, llueva, ustedes lo que deberían hacer es ir a una buena librería y preguntar por los tomos que en Marginales, de Tusquets, hay editados de la obra de no ficción (aunque sea esto una falacia, pues no hay texto de don Álvaro que no sea total o parcialmente fruto de su imaginación) de Cunqueiro. No los tendrán, así que encarguen alguno. La mayoría están seleccionados, prologados y anotados por nuestro cervantino director, César Antonio Molina; y al menos uno por Néstor Luján.

Los títulos que yo conozco son Tesoros y otras magias, Viajes imaginarios y reales, Papeles que fueron vidas, La bella del dragón (De amores, sabores y fornicios), El pasajero en Galicia, Los otros caminos y Fábulas y leyendas de la mar; pero debe de haber más. Y sólo tienen un inconveniente: que se le pueden subir al lector a la cabeza, y acaba uno escribiendo títulos como el de esta entrada.

Es, para algunos, el mejor Cunqueiro. El que libre de ataduras, aun de las literarias, se deja llevar y disfruta contando los saberes que le apetecen y los recuerdos que va inventando. Saberes y recuerdos que nos ponen fácil soñar, que no es poco, y nos proporcionan momentos de sosegada dicha, que es mucho, con los que se nos va quedando una sonrisa de entre asombro y nostalgia, nostalgia también inventada pero causante de una real aunque complacida melancolía.

Y para muestra un botón, de Fábulas y leyendas de la mar:

Una gentil dama de allá, de la familia imperial, vio salir un día a su amante al mar, con un recado secreto del Emperador para el padre de los grandes dragones del océano. Esos recados eran de rigor cuando un Emperador de China mandaba una flota al mar, y por ellos se advertía a los dragones marinos que la expedición no iba contra su poder, soberanía y libertad. Los dragones marinos se daban por satisfechos, y no levantaban tempestades mientras las naves de China estaban en el mar. (...) El matrimonio Latimer nos ha contado que, en la Cancillería imperial, en Pekín, hubo, hasta la caída de la última dinastía, un secretario letrado especializado en las formas de cortesía que había que usar en las cartas que el Emperador dirigía a los dragones marinos.

1.4.07

Pasos de cebra

Qué gran logro de la civilización que unos signos en el suelo hagan que el fuerte respete al débil. Pero qué ridículo (y confieso que no poco irritante) quien, andar pausado, mirada al frente y gesto displicente, cruza con cara de creer que todo el mérito ha sido suyo y estar saboreando en ese momento las mieles de un triunfo personal.

(Y después también hay algunas señoras que, por motivos que se me escapan, cruzan con agresividad, retando a los conductores. Y si van con una amiga, y aunque tú hayas frenado y las hayas dejado pasar como está mandado, oyes cómo le dicen ¡Que pare, vamos hombre!)