¡Pobre desgraciado!
Cita fácil: "Mejor es morir como pobre que vivir como miserable" (Periandro)
Lo leí en un libro de Bukovsky -creo que en Notes of a dirty old man-, y quiero creer que yo ya había pensado antes algo así. Decía que lo que realmente diferencia a los hombres que hacen dinero, a los hombres que se hacen ricos, de los que no (entre los que se incluía él mismo, por supuesto, y me incluyo yo ahora y por siempre), no eran unas mayores aptitudes ni un talento especial, sino, básicamente, un enorme y permanente afán por... ganar dinero.
La frase, si se está de acuerdo con ella, puede parecer una obviedad. Y, sin embargo, es habitual considerar -casi siempre de manera inconsciente, lo cual es peor- el dinero que alguien tiene una medida fiable -y la más visible- de su valía personal. No de su capacidad para, simplemente, hacer dinero, ni de su talento para los negocios, ni siquiera de su facilidad para ver el lado práctico de las cosas, que serían conclusiones bastante lógicas (y que de hecho explican que tantos, a pesar de intentarlo, nunca lo logren), sino de su valía como persona, así, en conjunto. Y se relaciona inmediatamente con supuestas cualidades, virtudes e inteligencias, en lugar de pensar lo absurdo que es convertir de ese modo un medio en un fin (en un fin absoluto, además), y en lo limitado que demuestra ser quien no tiene ojos para nada más y la mayoría de las veces, aun encima -y de esto no tengo duda-, en el fondo no es capaz ni de disfrutarlo.
Por el contrario, si no se está de acuerdo con lo que dice Bukovsky creo que será, salvo excepciones, porque simplemente se esté convencido de que no hay nadie que no quiera ganar cuanto más dinero mejor. Y yo, en cambio, estoy seguro de que esa meta, y por tanto una vida centrada en enriquecerse, son características de una clase muy concreta, fácilmente reconocible, y generalmente deleznable, de personas, pero ni mucho menos de todo el mundo.
Lo que ocurre, como en tantos otros temas, es que quienes sí son así no pueden ni concebir que haya otras maneras de ser, en ocasiones casi contrapuestas a la suya. Y, partiendo de esa idea, es lógico que concluyan que quienes no tenemos dinero nos merecemos su desprecio por una doble razón: no tenerlo, y no ser capaz de tenerlo.