La vida
Hoy he pasado la tarde solo, en casa. Los niños estaban con sus abuelos. Todo bien.
Pensaba tocar algo y ponerme al día con los correos del taller de Lara. He hecho lo segundo. Al final no he cogido la guitarra. Es que no se lo había contado: en octubre, a la vez que mi hijo Carlos, me apunté a clases de guitarra, unos 30 años después; y me alegro mucho de la decisión (que me costó tomar).
Acabo de ver una película que tal vez otro día me habría parecido una cursilada, pero que hoy me ha gustado mucho. Era de amor (El juego del amor). La he visto pensando en apagar la televisión y ponerme a hacer yo algo, tratando de evitar ese especie de señuelo de creernos que vivimos viendo vivir a otros. En fin, no sé. El caso es que no he apagado y me alegro.
No escribo, ya lo ven. Tampoco para los talleres, que ya nunca he atendido como debiera. Como les he dicho a dos personas esta semana, ahora mismo estoy a otra cosa. Y, no sé por qué, no tengo ganas de contar nada; al menos no en público. Tampoco estudio, porque no tengo tiempo. Pero el trabajo sigue interesándome y me compensa.
Hemos estado revisando lo nuestro, tratando de saber qué queremos y si somos capaces de hacerlo. No puedo decir que todo sea perfecto; ni siquiera que tengamos todo claro. Pero al menos hemos sido honestos, lo estamos siendo, y no estamos dispuestos a dejar que el tiempo nos pase por encima y nos sacuda a su antojo: queremos caminar nosotros. No solo queremos ser felices, sino que queremos intentarlo. Creo que está bien, eso.
En cualquier caso, estoy raro.
Hoy pensaba en lo que me cuesta asimilar, a pesar del mucho tiempo que hace que es así, que mi vida ya no es una promesa; que es ya, todo.
Ayer a Carlos se le cayó su primer diente. Estaba muy emocionado, y no dejaba de preguntarse qué le traería el Ratoncito Pérez.