30.1.13

Cannery Row, de John Steinbeck

Tiempos de confusión y movimiento. Pero cuáles no lo son.

Siguiendo las entusiastas recomendaciones de NáN y Moli (gracias), acabo de leer Cannery Row, de Steinbeck.

En él se cuentan las peripecias cotidianas de un grupo de personajes de uno de los barrios conserveros de Monterrey. Personajes variopintos y extraños, para mí, como casi todos los de la literatura norteamericana.

El libro me ha encantado. ¿Y por qué, pensaba yo el otro día? Aparte, claro, de por estar bien escrito (y traducido). Y lo pensaba tras una conversación con mi padre, férreo defensor de la forma (postura que, en mi opinión, lleva implícita en el fondo la querencia por ciertos temas y el rechazo de otros), en la que sentencié que yo a la literatura le pedía que me hablara de la vida.

Pero ya me doy cuenta de que eso es decir tanto que, en realidad, es casi no decir nada. Porque, ¿qué es hablar de la vida?

A mí un libro me habla de la vida cuando me hace conocer mejor el mundo y a los demás, y sobre todo conocerme a mí mismo. Cuando leerlo es lo más parecido a vivir más que yo puedo hacer.

Por eso es tan importante la literatura para mí.



15.1.13

Café Avenida II

A las cuatro de la tarde, un hombre colorado, con el pelo sucio bien peinado, bebe una cerveza de pie junto a la mesa de dos mujeres, madre e hija, que están con un bebé. Él le hace ñoñerías y habla con la abuela. La madre no lo mira. De vez en cuando abre mucho la boca y se acerca al niño, agachándose y haciendo como si boxease. Le da la risa y acaba tosiendo. Se echa para atrás, da un trago y se acerca de nuevo, le coge la cara con las dos manos y, sacando mucho los labios y temblando un poco, le da un beso. La madre lo mira, conteniéndose a duras penas.

Antes de terminar la cerveza entra y pide otra. Se frota las manos mientras mira cómo la sirven. La coge, bebe y vuelve a la mesa, sonriendo.

 

13.1.13

Café Avenida

En la mesa de la ventana una pareja pide dos cafés y una docena de churros. Él bromea. De sesenta y bastantes, tiene manos de trabajador, se peina para atrás desde hace pocos años y lleva una camiseta negra ajustada que pone FG October Original City. Ella tiene la misma edad, viste como visten en un sitio pequeño las señoras y apenas habla. Y no sonríe. Hasta que al cabo de un rato él también deja de hacerlo y se queda callado mirando por la ventana. De vez en cuando vuelve a intentarlo, pero nada. Y no se da cuenta de que, cuando no está atento, ella lo mira de reojo y por un instante suaviza el gesto. Se ha puesto unos pendientes largos y un foulard que nunca había estrenado, pero cuando se levantan para irse, mientras él paga, se ve en el espejo de detrás de la barra y se avergüenza.


8.1.13

Taller(es): El desenlace

[Justo cuando más debería haberme esmerado, pues iba a estar en ambos talleres y el tema de uno de ellos era, aun encima, la pareja, solo escribí esto, en el autobús camino a Madrid.]

El desenlace

En el saliente de un escaparate está sentada una pareja de veinteañeros. Ella lleva la melena teñída recogida en una cola; él es moreno y de pelo corto. La gente pasa por la acera.

La chica mantiene sujeto con una mano el cuello vuelto del jersey, subido hasta la frente, tapándose la cara. Él de vez en cuando se inclina y le dice algo en voz baja, pero ella no contesta. En una de esas ocasiones se acerca un poco más y llega a tocarle el brazo, que la chica aparta bruscamente. Entonces él se echa hacia atrás, se arrastra un par de metros más lejos, sube un pie al escalón y se recuesta contra el cristal, mirando al frente.

Inmediatamente, ella se baja el cuello. No lloraba. Lo fulmina con la mirada, se pone de pie, recoge su bolso de un manotazo y se va, pasando sin detenerse por delante de él, que suspira, se levanta, duda un segundo mientras la ve alejarse y, abrochándose la cazadora:

a) se marcha en dirección contraria.
b) va tras ella.