Tengo la sensación de estar aprendiendo. Creo, puede que ilusamente, que en los últimos meses estoy consiguiendo conocerme mejor a mí mismo y comprender a los demás.
Una de las enseñanzas que más valoro de esta etapa, de las que más me están ayudando a entenderme y entender el comportamiento de los otros (y que, aunque parezca mentira, es una novedad para mí), es hasta qué punto somos nosotros mismos quienes determinamos nuestra realidad; o, mejor dicho, nuestra percepción de ella. Hasta qué punto nuestros propios límites y grandezas empobrecen y enriquecen, respectivamente, nuestra imagen del mundo, de la vida; y, de manera especial, cómo nuestra forma de ser define a los demás.
La decisiva importancia del punto de vista a la hora de mirar alrededor.
(El siguiente paso es meterle mano al punto de vista, claro, y ser capaces de ver por qué es el que es, y qué podemos hacer con él...)
Y hoy me encontrado con que en el Talmud se dice todo esto con muchas menos palabras y mucha más claridad:
No vemos las cosas tal como son, sino tal como somos.