Duérmete niño.
Un pediatra holandés ha optado en varios casos, de acuerdo siempre con los padres, por provocar la muerte de bebés que tenían enfermedades incurables que les causaban sufrimientos atroces.
Sólo de pensar en que yo pudiese verme, con mi hija, en una situación comparable, siento tanto miedo y tanto dolor que no sé si podría soportarlo.
Y hay quien parece pensar que puede haber alguien que desee más la vida de un bebé que sus propios padres. Porque, ¿la acusación de asesinato no da por supuesto que se ha adoptado libremente una decisión, que se ha elegido una entre varias opciones posibles?
Una madre llora ante los cuerpos de sus hijos, muertos, en una isla que no conozco. Está sentada en el suelo y se sostiene la cabeza con una mano. Y ni siquiera parece estar llorando, a primera vista hasta parece que tiene cara de aburrimiento y no de dolor. Pero si uno se fija -aunque si no lo supiésemos tal vez ni nos daríamos cuenta- lo que ve es una mirada de vacío absoluto, de completa desesperanza. Tanta desesperanza que ya no tiene sentido ni lamentarse; porque ya nada, nada, tiene sentido.
Para esa mujer, la vida se ha acabado. Aunque, por desgracia, sigue.
Quienes condenan al pediatra holandés dan en muchos casos motivos religiosos. ¿Los que creen en Dios creen que prefiere que esos bebés mueran poco a poco, sufriendo y llorando durante toda su corta vida?
Un post para una muy, muy, profunda -y desgarradora- reflexión.
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