¡A la hoguera!
[Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda del domingo 10.02.2019]
¡A la hoguera!
"ESCRIBÍA MANUEL DE LORENZO hace
unos días una columna en la que defendía por qué, en su opinión, la obra de un
artista puede, y debe, ser valorada con independencia del juicio que la persona
nos merezca. Y ponía numerosos ejemplos: Celine, Polanski, Lovecraft o
Caravaggio. Y los que no sospecharemos, añado yo.
Y hacía un comentario sobre las
últimas acusaciones, de nuevo, a Woody Allen. Acusaciones que le han valido la
condena generalizada de, por así decirlo, Hollywood: actrices que repudian el
haber trabajado con él, o que prometen donar sus ingresos por películas suyas a
fundaciones que ayuden a víctimas de abusos, por ejemplo. A pesar de que esas
acusaciones no hayan sido nunca probadas. Es más, a pesar de que ya lo hayan
juzgado en dos ocasiones y nunca haya sido condenado, como explicaba muy bien
Robert Weide hace hoy cinco años en “Diez cosas que no sabes sobre el caso
Woody Allen”.
Yo no sé si mi director favorito
es un pederasta. Y no me da igual; porque, aunque básicamente estoy de acuerdo
con Manuel, me resultaría imposible obviar ese dato, si fuese cierto. Lo que sí
sé es que, a pesar de las constantes acusaciones y de la fuerza de la parte
contraria, W. A. no es, para la justicia, culpable de nada. Y también sé que
eso parece no importar.
Las épocas en que acusar equivalía
a condenar, en que llegaba con señalar y llegaba con creérselo, han sido
numerosas: las brujas con la Inquisición, las otras brujas con McCarthy, los
conversos españoles, los judíos ante los nazis, los antisoviéticos en la URSS
de Stalin, etc. Y fueron siempre épocas terribles, dominadas por el miedo y la
sinrazón. Aunque en todas y cada una de ellas quienes las provocaban no dudasen
de que hacían el bien.
Me repito, pero ya lo describió
perfectamente Philiph Roth en “La mancha humana”: una cita literaria de un
profesor es interpretada como un comentario racista y la desgracia cae sobre
él, que pierde su empleo y el respeto de la comunidad. Pero donde hace hincapié
Roth no es en quienes actúan desde la maldad o la estupidez, sino en quienes
(colegas, jefes, amigos), aun sabiendo que todo ha sido un error, se callan para
no tener problemas, para no llamar la atención de los linchadores.
Porque de eso se trata, de
linchamientos. En nombre de la justicia, como siempre. Linchamientos basados en
la respuesta inmediata a informaciones sesgadas o falsas, y espoleados por las
redes sociales. Linchamientos contra los que casi nadie se atreve a alzar la
voz, por miedo a resultar sospechoso.
Afortunadamente, hoy en día ya no
es tan fácil encontrar un árbol y una buena soga."
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