Las nubes de Castilla
[Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda del domingo 11.11.18]
Las nubes de Castilla
"Las nubes de Castilla son
preciosas. Están en una sola capa, todas a la misma altura, como alisadas por
debajo. Se parecen a las que hay sobre el mar. Y, como ellas, llegan hasta la
línea del horizonte y se pierden en él. No tengo ni idea de si hay alguna base
física para ese parecido o es solo una cuestión, literalmente, de perspectiva.
Para un gallego, excepto desde la costa, el horizonte siempre está cerca, siempre
hay montes o árboles, o llueve, nunca se ve allá a lo lejos.
Cruzamos Castilla sin mirar
(cruzamos todo sin mirar), leyendo, viendo tonterías en el móvil o echando la
siesta, sin enterarnos de nada. Con lo que fue cruzar Castilla, lo que debió de
ser caminar estas llanuras interminables que pasan tan rápido por la ventana,
lo que sería pasar la vida en ellas, ahora reducidas a una línea borrosa
amarillenta y algunas encinas fugaces. Padecemos de fugacidad. El paisaje es
precioso. Parece mentira que hace años, leyendo a Delibes, me sorprendiera que
le gustase tanto. Si es precioso.
A Delibes, como a otros, a lo
mejor lo leí demasiado pronto. Sin el reposo que pide y que ahora me saldría
solo. Se insiste poco en la importancia de la edad de las lecturas: leemos
muchas cosas cuando todavía no las entendemos ni las sabemos disfrutar del todo
y otras, en cambio, si no las lees en su momento ya pierden casi todo el
sentido. Imagino que lo primero se corrige releyendo, pero yo aún no estoy ahí.
Lo segundo se lo repito a mis hijos con poco o ningún éxito.
Un paisaje llano como el mar o
como mucho suavemente ondulado, en el que en lugar de los palos de los barcos
se ven las torres de los campanarios de las iglesias. Y que además ofrece algo
excepcional: soledad. Una soledad sin duda seria y callada pero, desde el tren,
atractiva, que consiste en andar por un camino, en mirar la tierra alrededor y
luego levantar la cabeza y quedarse contemplando unos pájaros y las nubes. Una
soledad meditabunda. Poco pensamiento y pocos sentimientos han salido nunca de
la fugacidad. Una soledad de paseos al atardecer fuera del pueblo. Es otra cosa
que no tenemos aquí: las aldeas no acaban. En Galicia no podría escribirse,
como en las novelas del Oeste, que alguien vive en la última casa del pueblo.
En Castilla sí. Uno anda, llega al final y de repente no hay nada más. Y sale y
regresa y, mientras, está solo en medio de una verdad de otro tiempo. Parece
difícil vivir aquí y no acabar siendo filósofo o poeta. Desde el tren, claro."
* * *
Me has hecho sentir añoranza de mi tierra y eso que yo soy de la zona montañosa de Castilla, que también existe. Pocas cosas más bonitas que caminar intentando alcanzar la plana linea del horizonte salpicado de vez en cuando por un árbol solitario, un palomar o la torre de una iglesia.
ResponderEliminarUn besote.