[Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda del domingo 23.09.18]
I Me Mine
"Hoy por la mañana, al ir al
trabajo, me he encontrado con un conejo. Un conejo silvestre. Me ha salido al
paso desde unos arbolitos, me ha visto y ha vuelto corriendo a esconderse. Esto
ya es inusual, desde luego, y para mí inaudito; pero si además se tiene en
cuenta que estoy en Madrid y ese sitio en concreto se hallaba, literalmente, a
diez metros en línea recta de la M-30, con su atasco matutino y todo, me parece
increíble. He llegado entusiasmado.
“Yo pestañeo un huevo, tía”. Eso
es un compendio de la adolescencia en una sola frase. De su estilo, sus
referencias, sus planteamientos y su visión del mundo. El retrato de una forma
–temporal, se supone- de estar. Y esa es la frase que el otro día oí que una
chavala le decía a una amiga por la calle. Adolescentes ambas, claro.
Decía no sé quién que en el mundo
no hay nada más egocéntrico que un adolescente: fíjate en qué me fijo o, mejor
dicho, en quién –en mí, por supuesto-; mira qué cosas de mí, superimportantes,
me llaman la atención, y pásmate, además no dudo ni un segundo que a ti te van
a interesar mogollón. Yo pestañeo un huevo, tía, lo mío no es normal. ¿Cómo te
quedas? Porque yo alucino.
Hace un par de semanas, en cambio,
con quien hablé fue con un señor de setenta y pico, a quien hacía tiempo que no
veía. A los treinta segundos de saludarnos, a la segunda o tercera frase,
inició el relato de cómo en Correos le habían devuelto un paquete que había
enviado y entonces, él, bien aconsejado, reclamó el dinero de los portes; y me
explicó que, efectivamente, se los abonaron, aunque antes le descontaron lo que
había costado el sobre acolchado que se había usado, lo cual le había parecido
justo porque, al fin y al cabo, ya no servía. Total, que de los veinte euros
que había gastado al principio había recuperado diecisiete cincuenta, me
resumió. Hacía más de un año que no hablábamos.
Y claro, la competición por el
egocentrismo más acusado está -no me dirán que no- reñida. Por un lado, no
concibo que haya en el mundo nada más interesante, para cualquiera, que
descubrirme a mí misma hasta en mis más minúsculos detalles. Por otro, quién no
va a compartir conmigo la preocupación por este asuntillo mío que, al fin y al
cabo, ocupó mi mente durante sus buenos tres o cuatro días.
Consideren en cambio a un tercer
personaje, el columnista, que sin embargo sabe a ciencia cierta que a nadie va
a resultar indiferente que él hoy haya visto un conejo y, por nuestro bien, nos
lo cuenta. En el mundo no hay nada más egocéntrico que un escritor."
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